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Recuerdos sueltos de Gabo

En su nuevo libro, el fundador de la emisora HJCK rememora su amistad con el nobel colombiano.

Gloria Valencia y yo teníamos la costumbre de celebrar el cumpleaños de Gabo –6 de marzo– todos los años. Lo hacíamos por teléfono, donde estuviéramos, otras veces por carta. Por cierto, en el 2007 Lecturas Dominicales me pidió expresamente que lo hiciera. Acepté, obviamente.
Recuerdo ahora el comienzo: “Como todos los 6 de marzo, Gloria y yo te renovamos nuestro afecto incesante. En este año lo haré públicamente porque las ‘Lecturas Dominicales’ de EL TIEMPO me han invitado a hacerlo en mi calidad de tu viejo amigo por la circunscripción de tierra fría, es decir, en representación de los cachacos. El título es honroso y constituye uno de los mejores logros de mi vida porque sé muy bien que los cachacos te inspiramos, de entrada, una suave reserva que solo en algunos casos se convierte en sonrisa tolerante. No olvido que tus amigos viscerales fueron Alfonso Fuenmayor, Álvaro Cepeda, Alejandro el Grande, Germán Vargas, Juan B. Fernández, Ramón Vinyes y otros más en La Cueva de Barranquilla. Todos, menos Alejandro y Fuenmayor, me hicieron sentir en algún momento que yo estaba medio colado a tu amistad. Pero bueno, mi querido Gabriel, hoy se trata de recordar cuando llegas a los 80 años, tan temidos por la gente que por cualquier motivo no fue feliz como tú y yo lo hemos sido.
Hoy, cuando escribo este artículo, me pregunto: ¿Y por qué lo hemos sido? En mi caso, ante todo, por haberme casado con Gloria Valencia. Siempre he dicho, hasta hacerme empalagoso, que ‘soy el colombiano mejor casado’, frase que exasperaba la discreción de Gloria. En cuanto a ti, querido Gabo, sé muy bien que podrías decir lo mismo porque tus pies habitan en la sombra de la Gaba”.
Con ocasión del trigésimo aniversario del Premio Nobel, en el año 2012, la revista Caras me pidió que hablara de nuestro viaje a las islas griegas.
“(...)Voy a hablar de algo que nunca he mencionado ni en este ni en años anteriores.
No tienes ni idea a qué me refiero. Pues estoy recordando la cara de pendejo que tenías antes del desayuno durante todo nuestro recorrido por las islas griegas. Era una cara desabrida, insípida, desganada, que no se disipaba con el primer sorbo del jugo de naranja, ni con nada. ¿A qué se debía esa cara? ¡Ah!, lo recuerdo muy bien ahora. A que no habías escrito la columna que debías mandar a El Espectador. Había dos Gabos en aquellas felices vacaciones: el Gabo antes de escribir la bendita columna para El Espectador y el Gabo que ya la había escrito y enviado a Bogotá. Ese segundo Gabo era un hombre sonriente, comunicativo, dispuesto a tomarse conmigo el primer ron del día; a visitar al legendario pelícano Petros, guardián de Mykonos; a convertirse en el arúspice que me dijo: ‘Frente al río variopinto de los turistas ¿ves aquella señora de blusa rosada? Te juro que es colombiana y muy probablemente de Pereira’. Y así fue, el asombroso pronóstico se comprobó cuando la señora de la blusa rosada, una hora después, se nos acercó y nos dijo: ‘Eh, Ave María Purísima, ¿usted no es García Márquez?’
* * * * *
Yo afirmo en todas partes que Gabo fue un gran poeta. Todos sabemos que su obra transpira poesía y en su vida la poesía fue de consumo diario. “Nunca habría podido escribir Cien años de soledad si no hubiera leído a los Piedracielistas”, me dijo muchas veces y me recordaba un verso de Carranza a la rosa.
“…de todas sus espinas ignorante,
mientras el ruiseñor muere por ella”.
Hablamos mucho de poesía con Gabo. En todas partes. Recuerdo de manera especial nuestras charlas en un barranco de mi casa de Suba, desde donde miraba los crepúsculos.
Hay algo que en esta barahúnda de recuerdos se me ocurre evocar: Gabo se aficionó a la champaña cuando pudo pagarla, y en sus últimos años era el único estimulante que consumía. Eso sí, tenía que ser lo mejor de lo mejor. Con el alcohol tuvo siempre relaciones cautelosas porque se respetaba mucho a sí mismo y era incapaz de protagonizar actos degradantes.
“Recuerdo sus palabras en mi micrófono: ‘Mi relación con Álvaro Castaño Castillo y Gloria Valencia fue un caso de amor a primera vista’ ”.
Decir que le encantaba la música es un lugar común que podemos desmenuzar quienes hemos vivido su intimidad. No es solamente que le encantara la música, sino que tenía un alma musical. La tenía a flor de piel y lo traicionaba en cualquier momento. No solo tenía “oído”, podía convertirse en cualquier instante en un instrumento musical.
Me explico: para complementar las melodías que estaba escuchando, Gabo se servía de cualquier instrumento que cayera en su mano: una cucharita, un plato de porcelana, una caja de fósforos o sus propias uñas que azotaban la madera. Gabo tenía ritmo. No sé si me explico cabalmente, por eso él mismo dijo que “Cien años de soledad es un vallenato de 400 páginas y El amor en los tiempos del cólera, un bolero de 380”.
Como la música es un universo unitario, Gabo llegó muy bien dotado al reino de los grandes maestros y su afición por Pablo de Sarasate y Bela Bartok fue solo un paso más después de oír los vallenatos, y su culto por Bach fue la culminación del reino del sonido.
Miguel Hernández, jefe de Programas de la HJCK, toma la vocería de la emisora al decir lo siguiente: “En 2004, Gabriel García Márquez publicó Memoria de mis putas tristes, una novela en la que la música está presente continuamente dentro de la narración.
La conjugación de la música popular y la música clásica en esta breve novela de Gabo nos sedujo de tal manera, que en diciembre de ese año decidimos hacer un programa especial y recordamos que precisamente la música ha sido un tema recurrente en él. Revelamos cómo en Memoria de mis putas tristes y por la vida de su protagonista se deslizan y entrecruzan las melodías de las Suites para violoncello de Bach con las canciones de Toña la Negra; los Preludios de Chopin con los boleros de Agustín Lara; César Franck, Robert Schumann, Johannes Brahms, Wolfgang Amadeus Mozart, Giaccomo Puccini y Erik Satie con los tangos cantados por Gardel y los boleros de Miguel Matamoros interpretados por Pedro Vargas.
Igualmente la HJCK descubrió que Gabo reconocía en su Memoria de mis putas tristes obras no tan populares como el Quinteto de Bruckner y la Rapsodia para saxofón y orquesta de Debussy. Pero también que hacía referencia a una obra inexistente de Richard Wagner: la Rapsodia para clarinete, que atribuimos a la imaginación del autor o quizás a un lapsus literario-musical.
La novela nos dio una idea del amplio conocimiento musical de Gabo. Al año siguiente, enviamos este programa a los Premios de periodismo Simón Bolívar, cuyo jurado lo designó como mejor programa cultural en radio porque encontró como principal mérito el haber descubierto una obra musical inexistente en la novela de Gabriel García Márquez”.
Dentro de mí, Gabo es interminable. Cuando quiero alimentar mi vanidad y bañarme en agua de rosas, recuerdo sus palabras en mi micrófono: “Mi relación con Álvaro Castaño y Gloria Valencia fue un caso de amor a primera vista”.
ÁLVARO CASTAÑO CASTILLO
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