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Las grandes 'narcorrutas' ya no están en Colombia

Las detecciones de vuelos con droga que salen desde países vecinos se disparan.

Un fax con la identificación de un ciudadano de Bahamas que fue detectado en un puesto de control de la Infantería de Marina en Barrancominas (Guainía) activó una de las más recientes cacerías de la Fuerza Aérea Colombiana contra los vuelos de los narcos.
La presencia del extranjero, que viajaba en lancha rumbo a Venezuela y que dijo ser piloto interesado en comprar tierras, causó sospechas. Los militares lo dejaron pasar, pero antes fotocopiaron sus documentos y los trasmitieron a las oficinas centrales de la Armada en Bogotá. La Fuerza Aérea ubicó al extranjero al mando de un avión que despegó del estado de Apure, en el lado venezolano de la frontera.
Después de 48 horas de seguimiento por radar, este hombre terminó capturado en Aruba. Ese vuelo es uno de los 63 del narcotráfico que la FAC, en coordinación con autoridades, especialmente del Caribe, ha ayudado a inmovilizar en territorio extranjero en lo que va del 2012.
Según el Director de Seguridad Aérea de esa fuerza, coronel Juan Carlos Hernández, los vuelos de los narcos desde Colombia han caído en los últimos nueve años. En contraste, se han disparado los que salen de territorio vecino, especialmente desde Venezuela, aunque también se han detectado 'trazas' que salen de Panamá y Ecuador.
Mientras que en el 2002 se detectaron cerca de 600 vuelos ilegales que despegaron del país, este año apenas van tres naves interceptadas. Y más de la mitad de los narcovuelos detectados por los radares de la FAC desde el 2003 (1.100) despegaron de la misma zona de Apure, de la que partió el piloto de Bahamas: Puerto Canaro, a pocos kilómetros de la frontera.
Hace una semana, se reunieron en Bogotá representantes de las Fuerzas Aéreas y de Policía de 26 naciones de América, convocados por la Agencia Presidencial de Cooperación Internacional, la entidad encargada de 'socializar' el aprendizaje del país en más de 30 años de lucha contra el narcotráfico.
3.500 kilómetros de viaje
En ese encuentro salieron a la luz varios de los secretos de cómo los narcos están sacando la droga y como logró Colombia controlar su espacio aéreo para reducir ese tránsito ilegal. Las autoridades calculan que más del 70 por ciento de la producción colombiana (unas 350 toneladas) sale por mar, especialmente por el Pacífico. Aparte de la coca que están dejando para el creciente mercado interno, el resto es transportado por río y por trochas hacia Venezuela. Desde el vecino país la ruta también es hacia África para finalmente terminar en Europa.
Las cifras de la FAC coinciden con informaciones del Comando Sur de los Estados Unidos reveladas hace cuatro meses en las que advierten que de cada 10 vuelos ilegales detectados nueve parten de Venezuela.
Los aviones son casi siempre monomotores o bimotores tipo Caravan. Muchos de estos aparatos han sido robados en países vecinos, pero se sabe que los narcos compran aviones de segunda en Estados Unidos, especialmente en Miami y en Dakota del Sur.
La carga rara vez supera los 600 kilos, porque les acondicionan tanques adicionales para que puedan recorrer los 3.500 kilómetros del denominado 'corredor del Caribe', que llega hasta Honduras, Nicaragua y Guatemala. Este proceso se cumple en hangares clandestinos detectados en el Meta y en ciudades como Bogotá, Cali y Medellín. Incluso, algunos fueron descubiertos en Cartago, municipio del norte del Valle que fue base del cartel del mismo nombre.
Los aviones salen del país legalmente -sin carga de droga- y con cartas de vuelo hacia otros destinos, pero terminan en el lado venezolano. Los pilotos, muchos de ellos brasileños, caribeños y norteamericanos, casi siempre inician su correría en Villavicencio. De la capital del Meta son transportados por carretera y ríos hasta Puerto Carreño (Vichada) o Puerto Inírida (Guainía), donde cruzan la frontera hasta Puerto Canaro.
En Venezuela hay toda una logística clandestina construida a punta de sobornos y que aprovecha que desde el 2005 se suspendió el tratado de interdicción aérea que existía entre ese país y EE. UU.
El destino de la mayoría de esos vuelos es Olancho, en el norte de Honduras. Cada tres días aterriza o despega un narcoavión de cualquiera de las 250 pistas clandestinas que existen en esa zona del país o -como en La Guajira colombiana durante la bonanza 'marimbera'- en cualquier vía carreteable.
Los pilotos entran a Honduras sobrevolando el espacio aéreo de Nicaragua para evitar los radares, pero terminan siendo detectados produciéndose espectaculares persecuciones con la Fuerza Aérea de Honduras que, en muchos casos, terminan en tragedia aérea.
En tierra, las avionetas son abandonadas o incineradas. Los pilotos terminan su misión y regresan a Colombia, casi siempre desde Honduras, en vuelo comercial.
Las operaciones en tierra
Se conocen como códigos 'Aurora' y Stella' y se activan en el momento en que una aeronave considerada sospechosa por la Fuerza Aérea es detectada acercándose al país. El aparato es esperado en tierra por agentes de la Policía Antinarcóticos y Aduanera, funcionarios de la Administración de Impuestos (Dian), de Inmigración y la Fiscalía. Así han caído hasta personas fugitivos con Circular Roja de Interpol como el caso de un reciente vuelo aparentemente legal que llegó a Cali. Según el plan de la aeronave se trataba de una adinerada familia que partía de Guatemala a la capital del Valle para asistir a un almuerzo. Al ser abordados en tierra por las autoridades, encontraron al fugitivo entre los cinco ocupantes. En decenas de revisiones de aviones antes del despeje o después del aterrizaje han encontrado artistas nacionales o extranjeros y modelos entrando o saliendo a Centroamérica o México, señalan oficiales de la FAC que han participado en estos operativos. La revisión periódica de hangares y terminales aéreos ha permitido contar con un expediente de 150 aviones y pilotos sospechosos.
Resultados
Derribar la nave, último recurso
La disminución de los vuelos desde territorio colombiano fue posible gracias a la cooperación y coordinación con las demás agencias del Estado dedicadas a la lucha contra el narcotráfico. El derribo de una aeronave en espacio aéreo colombiano es el último recurso en una operación de interdicción, y la tiene que autorizar el Comandante de la Fuerza Aérea, explicó el director de Seguridad Aérea de la FAC, el coronel Juan Carlos Hernández.
Ahora, en un operativo de interdicción aérea no solo participan las aeronaves de combate. En tierra hay todo un equipo de la Fiscalía y la Policía Antinarcóticos que revisan las aeronaves sospechosas. La primera misión que cumplió ese objetivo se produjo cerca de Santa Marta, el 13 de agosto del 2005. Una nave de matrícula mexicana proveniente de Honduras fue interceptada y obligada a aterrizar. Tan pronto el aparato tocó tierra, sus ocupantes la abandonaron. La Policía encontró cartas de navegación, celulares y contactos, todo un botín de evidencia que permitió desmantelar una red de narcos. "Este operativo es emblemático. Nos dimos que cuenta de que no bastaba con perseguir y ametrallar aeronaves", indicó el coronel Hernández. A pesar de la reducción de los vuelos ilegales, aún se ven casos como el que ocurrió en marzo pasado con el robo de una avión en el Eldorado de Bogotá. Aunque tenía plan de vuelo hacia Honduras, aterrizó en Carepa (Antioquia), al parecer para recoger al jefe de la banda los 'Urabeños'. También se han inmovilizado aparatos listos para despegar con droga. El último fue hallado hace casi un mes en las selvas del Chocó.
El club de pilotos de los narcos
El patriarca de un clan de pilotos del narcotráfico de los Llanos conocido como 'los Boabita' terminó muerto llegando a Honduras en una 'narcoavioneta', después de 20 años de eludir en aire y en tierra la persecución de las autoridades. Como este hombre, la mayoría de pilotos al servicio de los narcos son colombianos, casi todos oriundos de los Llanos, Antioquia, Valle del Cauca y Bogotá y se iniciaron en el negocio hace 15 o 20 años -cómo los Boabita-. También hay mexicanos, brasileños y estadounidenses contratados.
GERMÁN JIMÉNEZ LEAL
Redacción Justicia
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