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Chico: el primer mártir ambiental del Amazonas

25 años despues del asesinato de Chico Mendes persisten en esa gran selva depredación y violencia.

GLORIA HELENA REY
Dos semanas antes de que lo mataran con un tiro en el pecho en la puerta de su casa en Xapurí, estado amazónico de Acre, el 22 de diciembre de 1988, el brasileño Francisco Alves Mendes Filho (1944-1988), más conocido como Chico Mendes, recolector de látex (caucho), sindicalista, activista ambiental e ícono mundial de la lucha por la defensa y preservación de la Amazonia, dijo que no quería flores en su tumba porque “irán a arrancarlas a la selva”.
“Sólo quiero que mi muerte sirva para acabar con la impunidad de los matones que cuentan con la protección de la policía (del estado) de Acre y que, desde 1975, han matado a más de 50 personas como yo, líderes caucheros (seringueiros) empeñados en salvar la selva amazónica y en demostrar que el progreso, sin destrucción, es posible”.
Su declaración no sólo fue premonitoria sino que ilustró la creciente depredación y violencia que se extendía como pólvora por los 5,1 millones de kilómetros cuadrados de la Amazonia brasileña y que se registraba en Acre, su estado natal, y en los otros cuatro que la integran: Amazonas, Pará, Rondonia y Roraima.
Personalmente lo constaté en un viaje de seis semanas que realicé por los cinco estados como corresponsal del diario La Vanguardia, de Barcelona: había todo tipo de tráficos y con ellos, toda clase de violencias, que habían dejado un reguero de muertos, entre defensores de derechos humanos, sacerdotes, obispos, indígenas, campesinos, ambientalistas y seringueiros.
Había desde tráfico de drogas hasta armas, pasando por el de mujeres, oro, diamantes, casiterita (óxido de estaño) y de árboles como el mogno, que se cotizaba a unos 25.000 dólares por unidad en el mercado internacional y que bandas de pistoleros robaban, por decenas, de las reservas indígenas, tras asesinar a cerca de una docena de indígenas.
Cuadrillas de pistoleros también atemorizaban a los seringueiros. Fui testigo del ataque, que dejó como un colador la pequeña y humilde casa de madera donde funcionaba el Sindicato de los Trabajadores Rurales de Xapurí, que presidía Chico Mendes.
También de asesinatos por el oro que se extraía en los estados de Roraima –frontera con Venezuela, zona del Papiú–, donde la feroz ocupación de los buscadores de oro despedazaba la vida de los indígenas ianomamis y, en el de Rondonia, sobre el río Madeira, principal afluente del Amazonas, ya contaminado con toneladas de mercurio, donde algunos no alcanzaban a llegar vivos a vender sus bolsas de oro en polvo porque eran asesinados en la orilla.
Chico Mendes luchó pacíficamente por sus ideales en medio de toda esa violencia en una zona donde la única ley era la ametralladora Uzi más potente. Como Gandhi y Martin Luther King, pagó con su vida. En su caso, por la defensa y el desarrollo responsable y sostenible de la Amazonia y por su preservación como un todo.
También, por el mantenimiento del trabajo de los seringueiros y por la creación de las llamadas ‘reservas extractivas’, nombre que se da a la tierra que se guarda para proteger las especies vegetales y animales y que, en el caso concreto de Acre, garantizó a las familias residentes recolectar el látex para su sobrevivencia.
Por su trabajo, recibió premios internacionales como el prestigioso Global 500 de la ONU, en 1987, e inspiró canciones y películas como How Many People, de Paul McCartney, y The Burning Season (1994), con Raúl Julia.
Por eso, “su figura sigue agigantándose en el horizonte de la Amazonia y en el mundo. Él comprendió y expuso como nadie que la selva íntegra, en pie, rinde más beneficios que cualquier monocultivo o campo ganadero”, le dijo a EL TIEMPO el ambientalista Jorge Cappato, premio Global 500, en 1992, y director de la Fundación Proteger. Su trabajo también dejó en claro que “la extraordinaria diversidad biológica que atesora la Amazonia es una fuente impresionante de sustancias curativas, fibras, frutos, alimentos y maderas que, sabiamente usados, pueden beneficiar a todo el mundo”, continúa.
Sociedades sustentables
Su idea de crear ‘reservas extractivas’ para proteger los ecosistemas y usar racionalmente el capital de la biodiversidad, consumiendo sólo lo necesario, explica Cappato, “iluminaría el camino –si lo hubiera– hacia sociedades sustentables en el siglo XXI porque, cuesta creer que, después de Chico otros ‘Chicos’, más de 200, fueron también salvajemente asesinados en Amazonia a manos de los mismos espurios intereses que anteponen la ganancia cortoplacista a la sustentabilidad ambiental y social”.
Para Cappato es difícil ver “cómo la selva va siendo convertida en tierras ‘productivas’ que mañana serán desiertos. Que nuevas represas destruyen los ríos amazónicos expulsando a sus habitantes y que pueblos indígenas verán destruido su hábitat y que sus riquísimas culturas serán imposibles de preservar. Si hoy Chico pudiese hablar, nos interpelaría nuevamente para enfrentarnos a nuestra propia incapacidad de construir un futuro sustentable o tan siquiera un futuro”, se lamenta.
La violencia y la depredación continúan hoy en la Amazonia brasileña, que ocupa el 72 por ciento de los 7 millones de kilómetros cuadrados del área total, que comparte junto con Colombia, Bolivia, Ecuador, las Guyanas, Perú y Venezuela.
La región sigue siendo explosiva. Según nos dijo la Comisión Pastoral de la Tierra de Brasil (CPT), “la ocupación de la Amazonia se está dando con la violación de los derechos humanos, por parte de grandes empresas y el propio Estado con el modelo de desarrollo en detrimento de los pueblos que allí viven”.
En el 2012, la Amazonia concentró la mayoría de los conflictos por la tierra en Brasil con 489 casos, de un total de 1.067. También ocurrieron en esa región el 58,3 por ciento de los asesinatos, el 84,4 por ciento de los intentos de asesinato, el 77,4 por ciento de las amenazas de muerte, el 62,6 por ciento de los detenidos y el 63,6 por ciento de las agresiones, según un informe de la CPT.
La deforestación, por otra parte, aumentó en un 28 por ciento entre agosto del 2012 y julio del 2013, con respecto a los 12 meses anteriores, y se talaron 5.843 kilómetros cuadrados de árboles, respecto a los 4.571 del año anterior, de acuerdo con el Proyecto de Monitorización de la selva amazónica por satélite, del Instituto Nacional de Investigaciones Especiales (Inpe) de Brasil.
Grave para todos
Si continúa la tala masiva de árboles, será grave para todos. Puede causar una seria reducción de las lluvias, afectar los ciclos agrícolas y acelerar el calentamiento global, entre otras cosas.
La Amazonia, además, actúa como un importante “filtro”, al absorber el dióxido de carbono de la atmósfera y como acondicionador de aire, al contribuir a regular la circulación del calor. “El dióxido de carbono es uno de los responsables por el calentamiento global y, si el ‘filtro’ se retira, la catástrofe del deshielo de las regiones polares y el desbordamiento de los ríos y mares será posible”, advirtió el físico y meteorólogo brasileño Luiz Carlos Molión.
Namarcio Astrini, coordinador de la ‘Campaña Amazónica’ de Greenpeace, dijo en una reciente entrevista que los resultados del satélite sobre el aumento de la deforestación de la Amazonia confirman que “los depredadores han perdido el miedo a ser detectados y eso se explica porque el gobierno brasileño está haciendo alianzas con los representantes de los depredadores en el Congreso”.
Tal vez por eso se ha guardado cierto silencio en Brasil con respecto a la conmemoración de los 25 años del asesinato de Mendes, estima el ambientalista Rulo Bregagnolo, del grupo ecologista Cuña Pirú-Aristóbulo del Valle, de Argentina.
“Si hoy se hace tan poco para conmemorar su aniversario es porque eso no conviene a la dirigencia política ni a los sectores económicos”, dijo a EL TIEMPO. Reconoce que la lucha de Chico Mendes “fortaleció la actividad de los caucheros, reivindicó el trabajo ‘extractivista’ artesanal en los últimos 25 años y que su muerte sirvió para dar a conocer al mundo la existencia de la Amazonia y su importancia socioambiental”.
Pero admite que hacen falta “cambios de conducta en el consumo mundial y fuertes políticas de ordenamiento territorial, limitar la expansión agrícola y revalorizar las áreas protegidas existentes, priorizando el uso indígena en las zonas habitadas por ellos”.
La Amazonia no es ni ‘pulmón’ ni ‘despensa’ del planeta como erróneamente se ha difundido. Los árboles amazónicos son maduros y sólo producen el oxígeno que consumen. “La mayor parte de la producción de oxígeno del globo se origina en la superficie de los océanos y es producida por organismos vegetales microscópicos que habitan allí”, me explicó hace años el profesor Herbert Schubart, del Instituto de investigaciones Amazónica de Brasil.
Tampoco es la ‘despensa’ porque sólo hay algunas pequeñas manchas fértiles en los estados de Acre y Rondonia y, en el resto de la Amazonia brasileña, sólo nace lo que la selva produce. Eso fue lo que llevó al fracaso siete programas agrícolas impulsados en los 60 y 70 y a convertir la selva, a punta de deforestación e incendios, en un gran pastizal para ganado cebú.
La importancia de la Amazonia radica, principalmente, como reguladora de las lluvias, el clima y por su rica biodiversidad. La deforestación puede causar una seria reducción de las lluvias en los trópicos, con consecuencias catastróficas para las poblaciones que viven incluso a miles de kilómetros, en países vecinos, alertaron recientemente investigadores de la Universidad de Leeds, en Inglaterra. De hecho, el bosque amazónico afecta las lluvias tanto en el sur de Brasil como en Argentina, Uruguay y Paraguay.
Por eso, y por muchas otras cosas, necesitamos de todos los árboles y, por eso, el ambientalista brasileño Percival Monteiro dice que hoy más que nunca, es preciso “retomar, con urgencia, las banderas de Chico Mendes, el primer mártir ambiental”.
GLORIA HELENA REY
Para EL TIEMPO
GLORIA HELENA REY
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