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El hombre detrás de 50 años de jeroglíficos

Ernesto Franco también es el creador de la caricatura 'Copetín'.

SALLY PALOMINO C.
Primero los resolvía. No tardaba mucho en hacerlo, por eso decidió aventurarse y crearlos él mismo. Ernesto Franco lleva 50 de sus 85 años haciendo jeroglíficos. Lo que empezó como un pasatiempo se convirtió en su trabajo. Recuerda que casi en el mismo momento nació Copetín, el gamín bogotano que dio vida con sus trazos. Franco, el primero, según Patrimonio Fílmico Colombiano, en hacer una película de dibujos animados en Latinoamérica (‘Made in Usa’, 1955), sigue recordando sus inicios en las páginas de caricaturas de EL TIEMPO. Habla en voz baja, suave. En cada frase pronuncia un “sumercé” que inspira respeto. Cuenta su historia con una sonrisa. Sobre todo cuando habla de sus primeros días en las páginas del diario.
“Hernando Santos me dio el sí. Cuando le llevé a Copetín me dijo de inmediato: ‘¡Está genial! ¡Empecemos ya!’”. Y ahí arrancó su historia detrás de la caricatura, que satirizaba sobre la realidad del país (le pagaban diez pesos por cada edición), y de los jeroglíficos a los que le cogió tanto el tiro que hoy puede hacer uno en quince minutos. “Uno va aprendiendo qué es lo clave, qué es lo básico”, cuenta, mientras enseña con orgullo los certificados de estudio de arte en Estados Unidos y las cartas de felicitación por su trabajo que recibía de Belisario Betancur, mientras era presidente de Colombia.
Ernesto Franco descubrió que tenía afinidad con el dibujo cuando estaba en el colegio. “Mis compañeros lo decían cada vez que me veían pintar algo”, cuenta. Pero él, quería hacer cine. Estudió dirección y se aventuró a probar sus dibujos en la pantalla grande. Hizo dos cortos animados: ‘Made in USA’ y ‘El sediento refinado’. “Pero la industria cinematográfica era muy mala, casi tanto como ahora”, señala y reconoce que por eso después de su corto paso por la pantalla grande, se concentró en el papel: con las caricaturas y los jeroglíficos.
Con Copetín logró pasar de las páginas diarias a blanco y negro del periódico a las de color los fines de semana. Las historias que contaba a través de las aventuras de ese niño de nueve años y su ‘gallada’ (Carecaucho, Miss Universo, Querubina, Bombardina) las conseguía mientras atendía su restaurante, ubicado en la calle 17 con carrera 10, en pleno centro de Bogotá. De allí, salía directo a su casa a dibujar.
“No había tecnología, tenía que hacer la misma imagen en diferentes colores para que al final me quedara a color”, recuerda. El tema de los jeroglíficos no era tan complejo. “Me levantaba y escribía en un papel varias ideas, entre más sencillas y cotidianas, mejor”. Nadie le enseñó a hacerlos y reconoce que a veces él mismo no los resuelve tan fácilmente. “Eso sí, siempre sé que la clave para solucionarnos es tener un conocimiento básico de inglés, saberse los elementos químicos y desarrollar algo de sentido común”.
Ernesto se sorprende del alcance que tiene lo que para él empezó como un simple pasatiempo. “He conocido gente que me reclama o que me busca porque tiene un jeroglífico que desde hace meses intenta resolver y no ha podido”, lo dice con asombro. A sus 85 años parece que muchas cosas le siguen causando esa sensación. “Creo que en el país ocurren hechos que causan sorpresa y que podrían contarse con caricaturas”, dice. Y él lo hace con Copetín que, aunque no se publica en ningún medio desde hace 30 años, sigue siendo recreado por Franco.
“Me cae muy bien. Copetín me ha acompañado desde hace tantos años, que terminé cogiéndole cariño”. Tal vez por eso no ha dejado de dibujarlo y de agregarle nuevos personajes a la historia. Ernesto Franco admite que quisiera sacar a Copetín a las calles de Bogotá. Volver a publicar sus aventuras. “Hay tanto por contar y qué mejor forma de hacerlo que con algo de humor”. E inocencia. Porque si algo caracteriza a las historietas de Copetín es la ingenuidad. "Él es un niño de la calle, pero no roba ni hace maldad", dice Franco, quien confiesa que durante 50 años son pocos los días en que ha amanecido sin que la imagen de Copetín se le pase por la cabeza.
SALLY PALOMINO C.
REDACCIÓN ELTIEMPO.COM
SALPAL@ELTIEMPO.COM
SALLY PALOMINO C.
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