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Álvaro Mutis, una voz inolvidable en la radio del país

Mutis se constituyó como el gran consejero y mejor estímulo para la emisora HJCK.

La irrupción de la emisora HJCK el Mundo en Bogotá en el mundo de la radiodifusión generó una gran expectativa en aquellos meses de 1950, cuando fue inaugurada solemnemente con el agua bendita de monseñor Emilio de Brigard, en ceremonia a la que asistieron los fundadores de la emisora: Gonzalo Rueda Caro, Eduardo Caballero Calderón, Álvaro Castaño Castillo, Gloria Valencia de Castaño, los hermanos Hernando y Alfonso Martínez Rueda, y Alfonso Peñaranda Ruán, acompañados por doña Margarita Caro de Rueda, viuda de don Tomás Rueda Vargas, por doña María Rueda de Martínez, por el representante del Ministerio de Comunicaciones de la época, por Eduardo Carranza, quien desde ese día recibió, acompañado por Otto de Greiff, el título de “ángel tutelar” de la emisora.
Los nombres que he enumerado fueron el primer núcleo de personas alrededor de las cuales fue creándose una especie de guardia pretoriana que rodeó a la nueva empresa con un fervor inusitado. Escritores, artistas, hombres de teatro, poetas, periodistas, intelectuales de toda índole, comentaristas de la prensa escrita, historiadores, políticos ilustrados, melómanos, algunos miembros de la farándula de aquel tiempo, bogotanos de pura cepa, inspirados por el amor a su ciudad y en fin una multitud variopinta de gentes que cubrieron su corazón con la camiseta de la HJCK, constituyeron esa tripulación inicial de una emisora que levaba anclas con el propósito de “levantar el nivel cultural de la radiodifusión comercial en Bogotá”. Toda esta gente constituyó la savia de una Bogotá inesperada que se inició en aquel 15 de septiembre de 1950. Claro que dentro de esta multitud hubo diversos grados y diversas eficacias.
Si en este momento debo establecer una jerarquía, me veo obligado a comenzar por aquellas personas que fueron los patrocinadores o auspiciadores de la nueva empresa; es decir, quienes aportaron el dinero que permitió pagar la nómina de los empleados y los gastos indispensables que requería la nueva empresa.
¿A quién escojo para comenzar la lista de esos benefactores? No lo puedo dudar; a Álvaro Mutis, con quien me había encontrado dos años antes en 1948 en las páginas de la revista Vida, dirigida por Gerardo Valencia, el jefe de Relaciones Públicas de la Compañía Colombiana de Seguros.
Allí coincidimos él y yo en calidad de colaboradores de la revista Vida, dirigida por Gerardo Valencia. En esta publicación, correspondiente a 1948, él escribió sobre Murat, el famoso general napoleónico; y yo sobre los 50 años del cinematógrafo.
Esos dos artículos fueron la piedra angular de una amistad de muchos años, a la que debo alegrías, cultura, regocijo, risas a caudales y esa simpatía incancelable que muy pocas personas me han inspirado en esta vida.
Precisamente, en esos días de 1948, Mutis acababa de comunicar a monseñor Castro Silva, rector del Colegio del Rosario, que se veía precisado a interrumpir sus estudios en el plantel porque ellos no le dejaban tiempo para ocuparse de los temas que verdaderamente le interesaban: un ensayo sobre Le Prince de Ligne y un estudio sobre Flaubert.
Monseñor Castro Silva le halló la razón y le deseó muchos éxitos en sus nuevas disciplinas. No pasó lo mismo con su madre, doña Carolina Jaramillo de Mutis, quien le advirtió que de ese día en adelante tenía que encargarse de su propia manutención, es decir tenía que lanzarse a trabajar y así fue. Halló trabajo en la Radiodifusora Nacional de Colombia, donde pudo utilizar su maravillosa voz de locutor que no tuvo par en su época y que continúa siendo la voz de identificación de la Emisora HJCK.
Mutis fue la primera voz que dijo: “Esta es la emisora HJCK, una emisora para la inmensa minoría”, frase que yo le dicté.
Pero Mutis fue en la Radio Nacional de Colombia mucho más que una voz privilegiada, era el hombre de radio perfecto. Presentaba la noticia con una perfección profesional solo comparable a la de los locutores oficiales de la BBC de Londres y constituía la alegría de sus compañeros de trabajo por su gracia y su buen humor.
Como en todas las cosas que de él dependían, había un destello de originalidad, de audacia y buen humor, ese estilo que nunca se comparó con ningún otro locutor tuvo su desastroso momento de crisis cuando el presidente López Pumarejo fue apresado por aquellas calendas, lo que suscitó la inmediata presencia de su ministro de Gobierno, Alberto Lleras Camargo, quien se apoderó de los micrófonos de la Radiodifusora Nacional para tranquilizar a los colombianos y dar cuenta de que el presidente López estaba vivo y que el golpe a su gobierno se había superado.
Lleras Camargo llegó a la sede de la Radio Nacional, situada entonces en la calle 26 con avenida Caracas, con toda la majestad que sólo él sabía imprimir a sus actuaciones. El ambiente era tenso. El país necesitaba que la transitoria subversión se superara y que la voz del presidente constitucional lo consolara. En esos momentos electrizantes hubo lo que Guillermo Valencia llamaba “un silencio de leones”. Lleras, con su cara de cera, avanzó hacia el micrófono, pero antes de que hablara el locutor de turno en el momento más infortunado de su larga vida profesional lo presentó con estas palabras: “Va a hablar para los colombianos el señor ministro de Gobierno, doctor Carlos Lleras Restrepo”. Lleras Camargo, enfurecido, le arrebató el micrófono y exclamó: “Habla para los colombianos el ministro de Gobierno, Alberto Lleras Camargo” mientras fulminaba a Mutis con una mirada lacerante que lo pulverizó y paralizó durante varios meses su naciente carrera de locutor de la Radio Nacional.
Pocos días después, Álvaro Mutis Jaramillo asumió el cargo de jefe de Relaciones Públicas de la Esso Colombiana, desde el cual inició una estrategia construida principalmente para favorecer a sus amigos intelectuales: Alejandro Obregón, Casimiro Eiger, Eduardo Carranza, Aurelio Arturo, Gerardo Valencia, Álvaro Castaño, Nicolás Gómez Dávila, Hernando Téllez, Eduardo Carranza, Arturo Camacho Ramírez, Carlos Patiño, Fernando Charry Lara y una cantidad de etcéteras cuya enumeración describiría cabalmente el mundo intelectual de aquella mitad del siglo XX .
Mutis, embriagado por la posibilidad de favorecer a sus amigos, inició toda suerte de malabarismos donde el sentido de responsabilidad no fue su principal consejero.
Podría citar varias pruebas de este catálogo de audacias pero escojo una, solamente una, porque me parece que tiene un sabor y un relieve mejores que muchas otras. Mutis tenía chequera libre y abierta como jefe de Relaciones Públicas de la Esso, lo que le permitía desarrollar las más audaces y sorprendentes iniciativas en beneficio de lo que los publicistas llamaban la “imagen de la empresa”.
Decidió agasajar a muy prestantes figuras del periodismo, de las letras, del gobierno, de la alta industria, con una iniciativa singular: reconstruir en Bogotá, Colombia, el menú que el famosísimo cocinero y más que cocinero, artista del paladar, y máxima figura de la gastronomía, llamado Brulat Zabalín había concedido en una de sus máximas creaciones culinarias.
Para el efecto contrató al chef del restaurante Temel y pasó la jugosa invitación al escritor Hernando Téllez, al filósofo y hombre de mundo Nicolás Gómez Dávila, a los ministros de Gobierno, Educación y Hacienda de la época, al embajador de Francia, y a otros muy escogidos miembros del cuerpo diplomático, dentro del cual se contaba el embajador de los Estados Unidos, a Germán Arciniegas, al director de EL TIEMPO, Roberto García-Peña, al artista Alejandro Obregón, a la crítica de arte Marta Traba, quien acababa de llegar a Bogotá y de constituirse en el árbitro de las artes plásticas, y, en fin, a las más altas cifras de la estética colombiana. Esta iniciativa de Álvaro Mutis como jefe de Relaciones Públicas de la Esso colombiana fue recibida con palmo y maravilla, no solamente por los comensales invitados sino por los árbitros de la chismografía de las ciudades capitales de América del Sur.
Ya Mutis había demostrado una imaginación sin par en sus conquistas de relacionista, periodista, de poner en primer plano el prestigio de una personalidad internacional como Brulat Zabalín. Francamente desbordaba toda previsión.
Yo pienso ahora, tantos y tantos años después de producido el histórico banquete del restaurante Temel, que es fundamental analizar el alcance de esa celebración para penetrar con seriedad el análisis de la personalidad de Álvaro Mutis, su imaginación desbordada, su desenfado internacional, su humor inmarcesible, para juzgar de verdad los componentes de este personaje inigualable que tuvo siempre alma de mecenas.
Ese ciudadano, uno de los colombianos más cultos de su época, discípulo de Eduardo Carranza en los paraísos de la poesía, gozoso catador de licores y de libros de historia, discípulo del Prince de Ligne, melómano precoz, admirador certero de Alfonso López Pumarejo, que siempre estuvo en la avanzada de nuestra estética, se constituyó en el gran consejero y en el mejor estímulo para la emisora HJCK, que estaba naciendo y que comenzaba a anunciar para pasmo de sus contemporáneos que se dirigiría a la “inmensa minoría”.
Escritores recuerdan a Mutis
Destacados intelectuales se darán cita en la Biblioteca Nacional
‘Poesía y narrativa en Álvaro Mutis’ se titula la mesa redonda que reunirá hoy, a las 5 p.m., a los escritores
Eduardo García Aguilar, William Ospina, Piedad Bonnett y Fernando Quiroz, en el Auditorio Aurelio Arturo, de la Biblioteca Nacional.
Mañana, a la misma hora, se realizará una lectura en esa institución pública, que se transmitirá vía ‘streaming’ a las sedes de la Red Nacional de Biblioteca Públicas del país, con los siguientes invitados: Fernando Herrera, Ramón Cote Baraibar, Augusto Pinilla, Álvaro Castaño Castillo, Juan Gabriel Vázquez, Nicolás Montero, Piedad Bonnet, Guillermo Martínez, Humberto Dorado, Fernando Quiroz, Sergio Cabrera y Abdú Eljaiek.
Lugar: calle 24 No. 5-60 (Bogotá).
ÁLVARO CASTAÑO CASTILLO
Especial para EL TIEMPO
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