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Un viaje por los encantos y leyendas de República Checa

Recorrido por Kutná Hora, Karlovy Vary y Olomouc, ciudades que revelan lo mejor de este país.

Praga, la capital de República Checa, es una ciudad tan bella que resulta difícil creer que pueda existir más belleza detrás de sus fronteras. Y convencidos –también abrumados– con tantas cosas tan bonitas que ofrece la ciudad, muchos viajeros dicen adiós sin preguntarse qué más hay para ver en este país del centro de Europa.
Claro que hay que ir a Praga, una de las ciudades más hermosas del Viejo Continente y de todo el mundo. Pero también vale la pena explorar sus ciudades vecinas. Es por eso que la Oficina de Turismo de República Checa ha venido promoviendo destinos cercanos como Karlovy Vary, Olomouc y Kutná Hora, ubicados a máximo dos horas de Praga en la famosa región de Bohemia.
Son ciudades a las que se puede ir y volver en un mismo día, en tren. Pero lo ideal es poder pernoctar en estos pueblos medievales, que parecen escenarios de cuentos de hadas. República Checa es igualmente un destino muy interesado en los viajeros colombianos. Eso lo explica Pter Lutter, representante de ese país para América Latina, quien invita a descubrir todos los tesoros checos.
Además de la historia, los monumentos y paisajes, Lutter destaca una ventaja adicional y muy llamativa: los precios. “Una encuesta reciente demostró que nuestros hoteles son unos de los más baratos de Europa. Y como el país no hace parte de la Zona Euro –conserva su moneda local–, sigue siendo más barato comparado con otros países europeos”, añadió.
Y tiene razón. Los servicios turísticos en ese país son muy favorables. Ejemplo: un pasaje en tren hacia una ciudad vecina cuesta, en promedio, 120 coronas checas; un poco más de cuatro euros. Así que si piensan ir a Praga, intenten dejar unos días para descubrir otras maravillas checas, descritas a continuación.
Karlovy Vary y sus aguas mágicas
Beethoven y Mozart tenían su refugio en Karlovy Vary, ciudad que hoy representa el segundo destino más visitado de República Checa después de Praga. También era el paraíso del poeta alemán Johann Wolfgang Goethe y del escritor italiano Giacomo Casanova. ¿Qué atraía a semejantes luminarias hasta este lugar?
Este es el principal nacedero de las aguas termales de Karlovy Very.
 Sucede que Karlovy Vary ha sido y sigue siendo uno de los balnearios más importantes del país y de Europa. Pero aquí un balneario es muy distinto a lo que es un balneario en Colombia. La gran diferencia es que en esta ciudad no hay un charco para que la gente se meta. El agua proviene de fuentes termales y la gente se la toma.
Cuenta la leyenda que el gran emperador checo, Carlos IV, en una faena de cacería, mientras perseguía a un ciervo, descubrió un nacimiento de agua. Tomó un puñado y lo esparció sobre una rodilla, que le dolía mucho. Y el dolor desapareció.
Así que ordenó construir un castillo frente al principal nacedero (o geiser). Luego, el mismo Carlos fundó la ciudad –en el siglo XIV– y la fama por las supuestas bondades curativas de sus manantiales empezó a traspasar fronteras. De ahí el nombre de la población de la Bohemia occidental, que en checo significa: las termas de Carlos.
Hoy, el principal atractivo de esta ciudad, de 51.000 habitantes y ubicada a 126 kilómetros al occidente de Praga, es el circuito por las doce fuentes de agua termal, ubicadas en las afueras de un palacio. En los alrededores hay toldos y tiendas de artesanías donde venden pocillos y tazas, pintados con los paisajes locales, para que los turistas recojan el agua, se la tomen y luego se lleven un bello recuerdo del viaje. ¿Y a qué sabe? A agua mineral, como la de botella, pero calientita.
Hay unas fuentes que emanan agua más caliente que otra, pero todas son tolerables. Pero hay una, la última y la principal, la más grande, cuya temperatura puede alcanzar los 74 grados centígrados. Es el nacimiento y se llama Vřídlo.
El río Tepla atraviesa gran parte de la ciudad de Karlovy Vary. Un lugar para caminar y contemplar.
Cuentan aquí que las aguas son recomendadas para sanar afecciones intestinales y hasta enfermedades oncológicas. Muchos turistas llegan hasta aquí solo por su supuesto poder. No en vano, existen sofisticados hoteles, spas y centros médicos donde todos los tratamientos tienen en el líquido su principal ingrediente.
Aunque ya se ha dicho que son doce fuentes termales, hay una más, aunque no es reconocida oficialmente. Es el Becherovka, el licor más representativo de República Checa. Aquí quedan la fábrica y el museo en tributo a este licor elaborado con diversas hierbas (más de veinte) y especias, y obviamente, con el agua ‘milagrosa’.
En el museo relatan la historia del origen del famoso trago y dan degustaciones. Y aseguran que la receta fue creada por un médico inglés, como un remedio para males estomacales. Luego la receta pasó a un farmacéutico checo llamado Jan Becher y de ahí el nombre con el que se conoce hace más de 200 años: Becherovka. Hoy su fórmula es uno de los secretos mejor guardados del país: solo la conocen dos personas.
El trago es toda una explosión de aromas y sabores, muy dulce, recomendadísimo como aperitivo y como suvenir. En los supermercados se consigue a buen precio.
La ciudad está delineada por el río Tepla –que significa caliente–, sobre el cual hay un bulevar por donde es indispensable caminar: se ven el río, las edificaciones de conservada arquitectura barroca y pintadas de colores pastel.
Los viajeros pueden conocer la fábrica de cristales Moser en Karlovy Vary.
 Del agua se pasa al fuego. Otro lugar que hay que visitar es la fábrica de cristales Moser. El cristal checo es apreciado en todo el mundo y en Moser se elabora el mejor. En la fábrica, con más de 150 años de historia, ofrecen un circuito que permite ver a los maestros artesanos del cristal en su labor diaria.
Adentro el calor llega a ser desesperante. La temperatura supera los 40 grados y por ello estos trabajadores deben tomar más de cinco litros de agua al día para evitar una deshidratación. Es toda una experiencia ver a estos hombres y mujeres, de todas las edades, ‘soplando y haciendo botellas’ y dándoles forma a las más exquisitas creaciones, en medio del calor, el agua y el fuego.
En la fábrica hay un museo donde exponen sus más selectos cristales. El más fino y elaborado (un jarrón) cuesta el equivalente a 50.000 dólares. No en vano, allí elaboran cristales para la realeza europea. Pero tranquilos: también hay detallitos baratos: limas de cristal para uñas a un precio equivalente a cinco dólares.
Los huesos de Kutná Hora
Un museo donde las obras de arte fueron elaboradas con los huesos de cuarenta mil personas. Ese podría ser un sencillo resumen de lo que es el Osario de Sedlec, ubicado en la capilla del cementerio de Todos los Santos en la ciudad de Kutná Hora, a 84 kilómetros al oriente de Praga. El lugar, que es el principal atractivo turístico, transmite una extraña sensación: entre la solemnidad y el horror.
Osario de Sedlec, en Kutná Hora.
El osario queda en el sótano de la capilla, de estilo gótico, al que se accede a través de una escalera, adornada con columnas y arcos, obviamente, armadas con huesos. Sobre todo de cráneos con fémures atravesados. Y adentro, todo está iluminado con velas. Los coros gregorianos, que hacen eco, ayudan a que la experiencia sea aún más misteriosa.
Al lado derecho aparece un primer montón de huesos en un mausoleo. Y a lado y lado se ven columnas, candelabros, guirnaldas, pirámides y lámparas armadas con costillas, clavículas, esternones, falanges, columnas vertebrales, cráneos, escápulas y peronés.
Denis Havranek, el guía, evoca la historia del osario, que se remonta a 1278, cuando el rey Ottokar II de Bohemia envió a Tierra Santa a Enrique, abad de un monasterio. A su regreso, el hombre se trajo consigo un puñado de tierra que esparció sobre el cementerio.Así que muchos, no solo en República Checa sino en gran parte de Europa, añoraban pasar a la eternidad en este lugar. Y el camposanto empezó a llenarse. Y luego, con las víctimas de la peste negra de mediados del siglo XIV y de las guerras de principios del siglo XV, colapsó.
Por eso en el año de 1400 levantaron una capilla y decidieron que todo el mobiliario y la decoración la harían con los esqueletos. Pero en Kutná Hora hay mucho más para ver que este santuario de muertos. Hay mucha vida. Caminando, a pocas cuadras, se empiezan a observar los viñedos que se tejen entre las laderas, en medio de las casas e iglesias de esta población de 29.000 habitantes.
El Puente de Carlos IV de Kutná Hora está inspirado en su homónimo de Praga, con esculturas en honor al gran emperador checo –Carlos IV-, de ángeles y santos que miran hacia el Colegio de los Jesuitas.
La siguiente parada es en la Iglesia de Santa Bárbara, uno de los templos góticos más importantes del centro de Europa, proclamada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1995. La iglesia, cuya construcción inició en 1388, compite en tamaño y belleza con la catedral de San Vito, de Praga.
Imponente y bella por dentro y por fuera, está ubicada en el mejor mirador de la ciudad y conecta con otro sitio emblemático: el Puente de Carlos IV, inspirado en su homónimo de Praga, con esculturas en honor al gran emperador checo –Carlos IV–, de ángeles y santos que miran hacia el Colegio de los Jesuitas, otra joya de la arquitectura checa.
Al lado del puente se halla un pequeño local, sobre un viñedo, donde sirven el mejor vino blanco que se da en la zona.
Kutná Hora tiene un sitial de honor en la historia del país. Famosa por sus minas de plata, en la época medieval llegó a producir el 47 por ciento del mineral que se usaba en Europa.
En Kutná Hora se disfruta lo mejor de la cocina checa y a muy buenos precios.
Y también fue sede de la Corte Italiana –o Casa de la Moneda Real– donde se acuñaban las monedas que circulaban en el país. Vale la pena visitar el lugar, hoy convertido en museo, donde hacen muestras de cómo se elaboraban las monedas en ese entonces: a golpes, con una maseta.
Un hombre, vestido al estilo de un monje capuchino, cuenta que muchos acuñadores de monedas quedaron sordos después de varios años en ese oficio. Cómo no, si el golpe seco sobre el metal, para acuñar cada una de las dos mil monedas que hacían al día, suena como una explosión.
Olomouc: una Praga chiquita
De Olomouc se dice que es una versión en miniatura de Praga. Y sin turistas. Según la famosa guía Lonely Planet, es la ciudad más bonita de República Checa. Basta con poner un pie para percibir que esta es una postal viviente de la Edad Media.
Stephan Blaho, el guía local, comienza el recorrido desde la estación de trenes, donde recoge a este servidor a las 9 de la mañana de un día de verano. A lo lejos se asoma un castillo que, a la vez, deja ver las torres de una iglesia. Es el Castillo de Olomouc, ubicado en la Colina de Wenseslao, en honor al rey checo Wenseslao III.
Panorámica del centro histórico de Olomouc.
La monumental construcción, que además ha sido y sigue siendo sede del Palacio Episcopal -o Catedral de Olomouc-, guarda una historia trágica: allí mismo fue asesinado su precursor: el rey Wenseslao, en 1303. Con su muerte se le puso fin a la dinastía de los Presmislidas, reyes del linaje checo más antiguo.
Al lado de la Catedral, de estilo gótico, está el Museo de la Arquidiócesis, donde una colección de esmeraldas colombianas llama la atención en medio de joyas artísticas y religiosas. Y al frente queda la casa donde vivió, por una temporada y a muy temprana edad, el gran Wolfang Amadeus Mozart.
Allí, cuentan, el pequeño Mozart casi se muere de una viruela que le pegaron en la vecina Viena, pero aún así compuso una de sus obras más célebres: la Sexta Sinfonía. O la Sinfonía de Olomouc.
Esta ciudad checa de 100.000 habitantes, a 280 kilómetros de la capital, ha sido víctima de guerras y ocupaciones que la dejaron en ruinas. Más adelante fue una ciudad totalmente militar. “En el siglo XIX, Olomouc estaba llena de miles y miles de soldados. Hoy es una ciudad universitaria, con 25.000 estudiantes”, explica el guía mientras muestra una antigua bodega de armas convertida hoy en una biblioteca de la universidad Palacký, la segunda más antigua del país (fundada en 1573) y una de las más prestigiosas de toda Europa central.
La Fuente de Arión, en Olomouc.
La universidad, cuyas aulas de clase son edificaciones y palacios históricos, está rodeada por jardines donde los jóvenes estudian o descansan, y que también son visitados por locales y turistas. Por allí corre plácido el Canal de los Molinos, por donde se hacen rafting y recorridos en pequeños botes.
Se acerca el mediodía y hay que estar puntuales a las 12. A esa hora, exacta, se enciende el reloj astronómico de Olomouc, que ofrece un bonito espectáculo. A diferencia del reloj astronómico de Praga –que tiene santos y hace una alegoría a la vida y la muerte–, este es cero religioso.
Es un reloj socialista con figuritas de científicos, obreros, campesinos e intelectuales, instalado sobre la pared del Ayuntamiento, otra bella construcción, de estilo renacentista. Las figuras se mueven con el trinar de las campanas y finaliza con el canto de un gallo.
Al lado del Ayuntamiento queda la plaza principal de Olomouc, donde se erige el monumento más importante de la ciudad: la Columna de la Santísima Trinidad. Conocida también como la Columna de la Peste, es similar a las que se levantaron en gran parte de Europa como una plegaria ante la peste que cobró tantas víctimas entre los siglos XV y XVII. De 32 metros de altura y construida en 1740, es un monumento protegido por la Unesco.
Reloj astronómico de Olomouc.
Es tan grande –dos veces más grande que la de Praga– que tiene una capilla en su interior. El viaje a Olomouc también contempla la visita a varias de sus tantas iglesias, como la de la Trinidad, la de San Mauricio, la de San Miguel o la de San Juan Sarkander. Sorprenden tantas y tan bellas e imponentes iglesias católicas, en un país donde la gente es muy poco religiosa y apenas el 10 por ciento sigue el culto católico romano.
La visita a esta bella ciudad termina en uno de los tantos bares donde preparan y sirven cerveza checa. Es tal el culto a la cerveza que hay un spa inspirado en esta bebida.
Y así, Olomouc se deja caminar, contemplar y beber.
Si usted va…
República Checa hace parte del territorio Schengen y los colombianos no necesitan visa. Eso sí, deben cumplir con los requisitos que demuestren que son turistas con todas las de la ley: tiquete con fecha de regreso, reservas hoteleras, dinero en efectivo y demás recomendaciones de la Cancillería:
República Checa tiene su propia moneda: la corona checa. Un euro equivale, en promedio, a 27 coronas checas.
En Praga conviene alojarse en el Clarion Congress Hotel, que ofrece tarifas muy favorables, está muy bien ubicado y queda sobre una estación de metro. www.clarion-hotels.cz
Más información sobre el destino en: www.czechtourism.com/sp/home/
José Alberto Mojica Patiño
Enviado especial de VIAJAR
*Invitación de la Oficina de Turismo de República Checa.
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