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Guía para disfrutar de Barranquilla, ciudad donde siempre es carnaval

El viajero goza en la Barranquilla que se moderniza, pero conserva la tranquilidad de la provincia.

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De la gaita soplan esos silbidos que parecen el canto de un pájaro, las semillas de las maracas se mecen y chirrean entre el totumo, y las palmas de unas manos gruesas golpean el cuero de la tambora. Se cuela un acordeón.
Y todos los visitantes del Museo del Caribe, en Barranquilla –casi todos extranjeros– empiezan a mover los hombros y las caderas, intentando –inútilmente en la mayoría de casos– cogerle el ritmo a la cumbia que retumba en el recinto.
Es un poco extraño que, en un museo, se arme una parranda de un momento a otro. Pero en Barranquilla cualquier cosa puede pasar, sobre todo si de fiesta se trata. En una de las salas del museo, sobre una pared, empiezan a aparecer los hologramas, en tamaño real, de músicos y bailarines que interpretan los ritmos del caribe: bullerengue, chalupa, fandango, cumbia y porro. Y sigue la parranda.
Este espectáculo multimedia es uno de los más llamativos del museo, que hace parte del parque del Caribe, un moderno complejo cultural de 22.000 metros cuadrados que también tiene biblioteca y una plaza para eventos. No es menos sorprendente y cautivadora la sala dedicada a Gabriel García Márquez, un escenario interactivo donde vuelan mariposas amarillas y las voces de sus personajes narran fragmentos de sus obras. La mamá grande (Los funerales de la mamá grande), agónica, lee su testamento…
El Museo del Caribe recrea el patrimonio y la tradición de esta región del país.
El Museo del Caribe, inaugurado en el 2009, es único: más que piezas y obras de arte recrea el patrimonio oral y las tradiciones de la región. Y es uno de los sitios de obligada visita en Barranquilla, una ciudad que históricamente ha brillado con títulos como ‘la puerta de oro de Colombia’ y que en los últimos años se ha consolidado como polo de desarrollo del norte del país y como destino turístico.
Sí. Barranquilla ya no es solo una ciudad de paso para quienes visitan Cartagena o Santa Marta. Y es mucho más que su famoso y colorido carnaval, un evento que en el 2003 fue proclamado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y que año tras año congrega, en promedio, a 1’500.000 de personas.
El certamen, considerado en su especie el segundo más importante del continente después del de Río de Janeiro (Brasil), en su edición 2015, se realizará entre el 14 y el 17 de febrero. Pero desde el pasado 17 de enero encendió motores con el precarnaval. Así que la fiesta dura un mes completo. Si alcanza a ir, perfecto. Pero si no, tranquilo: Barranquilla siempre da la impresión de estar de fiesta.
La ciudad ha sabido ganarse su lugar entre los viajeros que, apenas pisan su suelo ardoroso, se sorprenden con algo básico y bello a la vez: la sonrisa que siempre –o casi siempre– está dibujada en los rostros de los barranquilleros. Se ríen duro, a carcajadas, con su sabor caribe y cualquiera de ellos le dirá a donde ir para conocer los encantos de la ciudad. O se ofrecerá, de manera espontánea, a acompañarlo.
La ruta puede comenzar en la estación del Transmetro –sistema de transporte público similar al TransMilenio– dedicada a Joe Arroyo, donde se levanta un monumento de nueve metros en su honor. El Joe de bronce parece saludar y es inevitable recordar una de sus canciones más conocidas: ‘En Barranquilla me quedo’.
Allí quedan el estadio Romelio Martínez, y en sus alrededores hay una feria permanente de artesanías a muy buenos precios. Al frente queda el Coliseo Cubierto, que tiene reina propia: Ceferina Pérez, conocida como la reina de los dulces. Es una palenquera de 66 años que hace 28 vende las delicias que aprendió a preparar desde pequeña: cocadas, alegrías, enyucados.
Un pueblo grande
Al lado queda el parque Surí Salcedo, en abandono hace varios años y hoy lleno de vida: niños jugando en los jardines y en un barco pirata gigante, los papás de los niños disfrutando del fresco de la tarde que viene del río Magdalena y hablando con los vecinos, las palomas regresando a sus palomares pintados de azul. Este y los demás parques han sido intervenidos por la administración de la alcaldesa Elsa Noguera para cambiar la imagen de la ciudad y crear escenarios de sano esparcimiento. Sentarse allí permite comprender que Barranquilla es una ciudad que crece pero que conserva la vida sencilla y tranquila de los pueblos.
En el centro de la ciudad, la plaza de la Paz da la bienvenida con un grupo de jóvenes bailarines de break dance; muy cerca, tres testigos de Jehová, con carteles, anuncian profecías. Y al fondo se levanta una edificación moderna, que parece una corona y se ilumina en las noches de azul y morado.
Es la catedral metropolitana María Reina, un diseño vanguardista del arquitecto italiano Angelo Mazzoni de Grande. Tiene más de 4.000 metros de área, su construcción comenzó en 1955 y terminó 27 años después. Los barranquilleros, con sus donaciones, ayudaron a construirla.
Por dentro, el templo no es menos revolucionario. El Cristo del altar no está colgado en la cruz, como los demás. Es una escultura dramática del maestro Rodrigo Arenas Betancourt, de 16 metros de alto y 7 de ancho. Pesa 16 toneladas y más que una figura religiosa tiene apariencia de prócer. No en vano se llama el Cristo Libertador Latinoamericano.
“La escultura fue concebida como un homenaje a Cristo, que reconcilia al hombre con Dios. El hombre surge de una gran ola recordando el mar por el cual llegó a América la civilización y la fe cristiana de España”, se lee.
Caminando por el centro se llega a la iglesia de San Nicolás de Tolentino, declarada Bien Cultural de la Nación. El templo, pintado en tonos pastel y de estilo neogótico, está rodeado de jardines y comercios populares, como la Casa Vargas, donde acomodaron a los vendedores ambulantes de libros.
La iglesia de San Nicolás, en el centro de la ciudad, es uno de los sitios de obligada visita para los turistas. Está rodeada de jardines y mercados populares.
De cara al Magdalena
Barranquilla, hoy habitada por más de 1’100.000 personas, creció dándole la espalda al río Magdalena, el mismo que le trajo tanto desarrollo y marcó su tradición. Pero en los últimos años decidieron dejar de ignorarlo. De eso dan cuenta varias obras, como la Avenida del Río, de 18 kilómetros, que termina en el Malecón del Bicentenario. Caminar por allí, a lado de la inmensidad del Magdalena, es una experiencia relajante. Es el sitio ideal para contemplar la puesta del sol. Al otro lado del río, en dominios de Ciénaga (Magdalena), queda el parque isla Salamanca, un paraíso de biodiversidad del Caribe que también se puede visitar.
El malecón del Bicentenario es una de las nuevas obras, de cara al río Magdalena.
En esos terrenos, la Alcaldía está construyendo sus nuevas instalaciones, y también, a orillas del río, se levanta Puerta de Oro, el centro de convenciones más moderno y grande de esta región del país.
Caminando desde el malecón se llega a la Intendencia Fluvial, un edificio de estilo republicano que estuvo en abandono durante varios años. Hoy, restaurado y pintado de azul, es un espacio para el arte y la cultura, donde están creando un museo interactivo que reconstruirá la memoria del Magdalena. Desde allí se contempla esa postal nostálgica de los pescadores, en sus canoas, con sus atarrayas.
Al lado de la Intendencia hay una plaza de comidas atendida por las antiguas cocineras del popular sector del Cabrito, que fueron reubicadas allí; el plato emblemático es el bocachico relleno con verduras, que se asa a la parrilla sobre hojas de plátano. Lo venden desde 10.000 pesos y es una delicia. En el antiguo Cabrito, al frente, levantarán un monumento en honor a Gabriel García Márquez.
Hablando de comida, Barranquilla también permite consentir el paladar. Desde las arepas de huevo y carimañolas que se venden en puestos callejeros de fritos, pasando por los restaurantes de comida árabe como Medio Oriente y Sarab. Vale recordar la herencia árabe de la ciudad. También se destacan platos locales como la sopa de guandul –tipo de fríjol– y el arroz de lisa (pescado de mar seco), en restaurantes como El Totumazo, en el barrio Montecristo.
Estando en Barranquilla hay que ir hasta La Cueva, el legendario refugio donde Gabriel García Márquez y sus amigos –el grupo de Barranquilla– hacían sus parrandas. Es un lugar para comer rico –sobre todo pescados–, tomarse unos buenos tragos –no deje de probar el mojito de corozo– y recordar a Gabo. Tal vez se encuentre con el periodista Heriberto Fiorillo, el anfitrión, que le contará historias como la del elefante de circo que el pintor Alejandro Obregón llevó en una madrugada para que le abrieran y pudiera seguir la fiesta (hay una recreación de las huellas del elefante). Entre cuadros y esculturas inspiradas en Gabo y sus compinches, está el arcón de hielo que le rinde tributo a Cien años de soledad y que dispara destellos azules.
Hay mucho que ver y hacer en Barranquilla. Allí le dirán que no puede dejar de pasar por el teatro Amira de la Rosa, por el puente Pumarejo –impresionante obra de ingeniería de 1.489 metros que atraviesa el río Magdalena– o por el zoológico, que alberga más de 500 especies. Le dirán que no puede dejar de visitar la Casa del Carnaval de Barranquilla y que, si tiene tiempo, disfrute de a las playas de Puerto Colombia, Salgar –con un castillo sobre un acantilado– y Sabanilla, a 15 minutos de la ciudad. Un recorrido por la carrera 53, donde están los nuevos hoteles, centros comerciales y residencias más exclusivas, lo hará sentir en Miami.
Barranquilla enamora, inspira y divierte. Una de las frases con las que conocen la ciudad, dice: “Quien no te conoce te añora y quien te conoce jamás te olvida”. Y sí. Es así.
Los nuevos hoteles, centros comenrciales y edificios, le dan un aspecto moderno a la ciudad.
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