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Consejos para recorrer el Camino de Santiago, viaje para el espíritu

Cada paso del recorrido de 800 kilómetros, entre Francia y España, es un aprendizaje para la vida.

Aunque vayas acompañado, este puede ser el viaje más solitario de tu vida.
Esas fueron las palabras más auténticas que escuché antes de comenzar el Camino de Santiago. Gonzalo, un taxista de un pueblo perdido de Burgos (España), las pronunció con la fuerza de la certeza. Desde la convicción de aquel que creció en la ruta hacia Santiago de Compostela y ha visto a cientos de miles de viajeros aventurar por ella.
Atrás quedaron las decenas de artículos, las películas edulcoradas, los libros de aquellos que se han atrevido a escribir sobre semejante viaje interior. De esos que dan miles de consejos, algunos muy prácticos, por supuesto. Aunque nada de eso sirva realmente –quizá tampoco este artículo– dada la dimensión de un viaje como el del icónico Camino de Santiago de Compostela.
La fachada de la catedral de Santiago es la recompensa final tras un viaje conocido como de 'muerte y resurrección'.
Foto: Jaime García Ríos - @jaimegarciarios
Digamos que los viajes comienzan siempre, antes de dar el primer paso, en la cabeza, cuando nos determinamos a detener la rutina y a descolocarnos, bien sea para irnos a una playa paradisíaca o para dar miles de pasos a través de una ruta histórica, como esta. Pero el de Santiago, en particular, es un viaje que en lugar de desconectar el cerebro te llena de preguntas y búsquedas a veces secretas, insospechadas.
El Camino de Santiago de Compostela es una ruta medieval por la que han pasado millones de peregrinos, desde los celtas hasta los romanos. Cada año lo hacen, en promedio, 250 mil personas, así que al unirse al viaje uno siente que se suma a esa historia y comienza a acuñar una palabra en el diccionario vital: peregrino.
Ya no eres un turista ni un viajero, eres un peregrino, y cuando lo escuchas te sientes de mejor familia. De una casta superior, de esa que usa los pies para desplazarse de un lado a otro sin artilugios ni mecánica. Y recuerdas al poeta Gonzalo Arango cuando dice “el hombre no tiene sino sus dos pies, su corazón, y un camino que no conduce a ninguna parte”.
En la primavera, los campos de Pamplona ofrecen un espectáculo de vida y color que acompaña a los caminantes durante sus largas jornadas. Foto: Jaime García Ríos - @jaimegarciarios
Hay que decirlo. Cuando se oye por primera vez del Camino de Santiago puede sonar molesta esa suerte de misticismo de quienes ya han sido peregrinos, ese referirse a “El Camino” como si existiera uno solo y que elogia a quienes lo hicieron como una especie de superhombres o supermujeres.
O incluso, pueden chocar esas frases que suelen soltar los antiguos peregrinos como “el Camino te busca”, “el Camino te escoge”, “por algo tienes que ir”.
Pero muerdes el anzuelo y entonces te preguntas: ¿Y quién era Santiago?, ¿qué es lo que tiene ese lugar que ha atraído a millones de personas? ¿Por qué no nos vamos a una playa donde también podemos reflexionar? ¿Acaso hay que ser religioso para hacerlo? Y yo, ¿qué ando buscando?
Las respuestas son tan íntimas y escurridizas que aunque te las harán durante todo el viaje, muchas veces mentirás. Dirás que lo haces por ejercicio, por dejar una adicción, por reencontrar la fe, por la paz del mundo…
Tras el apóstol
Según la leyenda, en la ruta que atraviesa el camino hay fuentes de energía telúrica con capacidades sanadoras y por eso era recorrida por los sacerdotes místicos que iban desde los pirineos franceses hasta Finisterre, el fin de la Tierra conocido, en la punta de España, pasando por Compostela.
En el recorrido se atraviesan pueblos medievales como O Cebreiro, en la provincia española de Galicia. Foto: Jaime García Ríos - @jaimegarciarios
Los cristianos cuentan que en Compostela se encontró en el siglo IX la tumba del apóstol Santiago, quien al morir en Jerusalén fue llevado hasta ese lugar. Y que existe una gran puerta por la que, al atravesar, se te son perdonados todos los pecados.
Estás convencido. Si tanta gente lo ha hecho y vuelve así, tan fascinada… y si quedo libre de pecado, ¿por qué no ir?
Vas a cortarte el pelo, escoges las botas, escuchas mil consejos –que si las que te cubran el tobillo, que si unas menos pesadas, andas con ellas previamente para domarlas–; dudas si los pies aguantarán, empacas y desempacas la maleta, haces un ejercicio de desapego, pesas cada cosa que pones en ella. Porque cargarás la maleta durante todo el mes en tu espalda, tendrás que hacerla una extensión de tu cuerpo.
Con esas claves te embarcas, atraviesas horas de viaje en avión, luego en bus para llegar al punto de partida y comienzas a caminar. El recorrido inicia en los pirineos franceses, en un pequeño poblado llamado Saint Jean Pied de Port, una dulce villa francesa con calles empedradas y casas construidas en una pendiente. Todas se han convertido en albergues públicos o en hostales.
Hay también almacenes donde te venden desde bastones hasta impermeables y suvenires sobre el Camino (esos que un buen peregrino no compra sino solo al final, por aquello de evitar el peso) y está el puesto oficial del Camino al que debes acudir antes que a cualquier otro lugar.
Ahí, tras una fila de gente de todas partes del mundo y un par de preguntas amables, te haces oficialmente peregrino y agregas otra nueva palabra a tu diccionario: los hospitaleros, personas que alguna vez hicieron el viaje y regresan como voluntarios a ayudar a otros.
En medio de un barullo de voces en inglés, francés o español y tras pagar dos euros, te entregan tu pasaporte y una concha que te acompañará durante todo el recorrido. El pasaporte es llamado también la credencial del peregrino y lo llevas pegado y envuelto en una bolsa plástica como carta de entrada a los albergues. Si no lo tienes, no eres un peregrino.
Las rutas y los albergues
Hay decenas de leyendas sobre dónde comenzar el Camino. La primera noche en el albergue las escuchas todas. Hay quienes comenzaron a caminar desde Suecia, otros desde París, pero la mayoría lo hace desde Saint Jean Pied.
Así son los albergues donde hay que dormir con personas de todo el mundo. Foto: Jaime García Ríos - @jaimegarciarios
Un santiagueño me dirá, al final del viaje, que comienza desde tu casa hasta la catedral de Santiago; y como él vivía a media cuadra, pues así lo hizo. Existen, además, varias rutas. La más conocida y la que haremos es el Camino francés, que tiene 37 puntos de parada; está también el Camino del norte, el llamado primitivo, la ruta de la Plata o el portugués (que va por Portugal), pero todos confluyen en Santiago de Compostela.
El día previo a la primera caminata suele ser de ansiedad. Compartir la dormida con tantos desconocidos te hace pensar que debiste optar por la playa paradisíaca.
Hay quienes se quedan en hostales u hoteles, pero los que quieren vivir la ‘verdadera’ experiencia lo hacen en albergues: lugares de hospedaje aún más baratos. Hay de todos los estilos: como habitaciones de orfanato, parecidos a salones de convento, o modernos espacios con literas; pero todos conservan el mismo espíritu: recibir a los peregrinos que llegan a pie, pagan entre 5 y 12 euros por la noche y se acuestan sagradamente a las 11 p. m. Son una reminiscencia de los lugares que hospedaban a los peregrinos sedientos o con hambre.
Cada noche, tras caminatas de hasta ocho horas, los viajeros se reúnen para compartir la cena y una copa de vino. Foto: Jaime García Ríos - @jaimegarciarios
Paso a paso
Siempre recuerdas el primer paso que das. Tienes por delante 800 kilómetros a pie y haces comparaciones en tu cabeza: esto es como ir y volver de Bogotá a Medellín o viajar a la costa Atlántica. Comienzas en una mañana muy oscura.
Se escuchan las campanas de las 7 y no ves bien la ruta, pero hay tantos peregrinos que te guías por ellos, su fuerza te impulsa. Y empiezas a escuchar un saludo que se convierte en un mantra, una nueva forma de lenguaje: “Buen camino, buen camino”.
Los pirineos franceses te reciben con bruma, te moja el rocío y si miras al cielo buscando ayuda para el siguiente paso ves la luna y el sol compartiendo espacio. Te das ánimo. Y luego, te sorprende el tintineo de las campanas de un rebaño de ovejas; ves la bruma bajar, y al hacerlo, notas las montañas que ya vas dejando atrás.
Ese primer día sufres también el rigor del viento, aunque todo depende de la estación en la que decidas hacer el viaje, y sientes que la mochila, esa que pesaste, que creíste domar, aun no es parte de tu cuerpo. Falta mucho para eso.
Te sellan el pasaporte al llegar al albergue. Tu primer sello. Le ganaste al cuerpo el primer día.
Rutina de peregrino
El camino de Santiago puede ser el viaje más sobrio de tu vida, aunque después de jornadas de ocho horas o 25 kilómetros en promedio (caminando a ritmo lento) te quieras tomar siempre un vino. Te lo mereces.
Generalmente llevas granolas y agua o un sándwich con la esperanza de un almuerzo como recompensa. Y usualmente la encuentras. Debido a la proliferación de caminantes –especialmente en verano– en cada pueblo hay restaurantes que ofrecen menús para peregrinos, una opción más económica.
Hay tramos del Camino que se hacen más difíciles por el impredecible clima. En cualquier momento puede nevar. Pero todo hace parte de la experiencia. Foto: Jaime García Ríos - @jaimegarciarios
Harás amigos durante la caminata, pasarán a tu lado, quizás tan cansados como tú y querrán saber ¿por qué estás haciendo el camino?
Te contarán sus historias: “me divorcié y decidí hacer el Camino”, “soy un empresario exitoso pero no soy feliz… y decidí hacer el Camino”; “quiero un cambio en mi vida y me vine a detenerme en el Camino”…
Esa primera etapa es quizá la más física y el viaje aún es una lucha contra el cuerpo.
Al final de cada trayecto notas las ampollas punzándote los plantas de los pies, los tendones inflamados; quieres dejarlo todo. Si vas en subida anhelas el descenso; y cuando este llega, te duele cada piedra con la que chocas.
Sacas tus últimas fuerzas.
A veces, no hay que negarlo, tienes ganas de llorar, de sentarte en una piedra y esperar a que el día se acabe, o soñar que te recoge un helicóptero. Es cuando entiendes que el viaje es mucho más mental que cualquier otra cosa.
Los paisajes te ayudan
El Camino permite acercarse a una España campesina, apacible, con una historia medieval que descresta a cada paso. El recorrido atraviesa pueblos de Navarra, famosos por las bodegas de vino de los sacerdotes benedictinos y cistercienses; por los de La Rioja, donde se camina entre extensos viñedos o se adentra en las planicies de Castilla y León.
Y es precisamente ahí donde comienza lo más duro. El momento en que desertan más peregrinos, el lugar de la rutina visual y de más profundas preguntas. Ya te han picado algunas pulgas en un albergue; estás un poco cansado de levantarte a las 6 de la mañana, de regresar, masajearte los pies, de retomar energías y caminar. Y es cuando más tiempo tienes para pensar.
Si vas en pareja –dicen algunos– sabrás si ese otro peregrino podrá ser o no tu acompañante de por vida; si vas solo, te preguntarás qué hacer al retornar; para ese momento ya no te preocupa tanto si vas o no maquillado o hueles mal. Si hay un lugar donde ocurra el amor verdadero puede ser allí, donde los seres humanos se ven tal como son.
En este tramo, muchos deciden tomar buses y avanzar algunos pueblos, pero para algunos es como si bajaran de categoría: de peregrino a turista. Sin embargo, esta puede ser una decisión estratégica para continuar. “El camino de Santiago no lo termina el más fuerte, sino el más sensato”, dicen.
Esta escultura de bronce, en León, recrea la imagen de un peregrino agotado, con los pies descalzos, con fe en el rostro. Foto: Jaime García Ríos - @jaimegarciarios
Hay lugares inolvidables como la Cruz de Ferro, donde los peregrinos hacen un ritual de desapego. Hay quienes llevan objetos desde sus países; otros recogen piedras durante el recorrido y algunos más aprovechan para dejar libros y objetos que causan peso.
Aquí sientes que ya vas en la mitad, te sorprendes de todo lo recorrido y estás más tranquilo. Sigues disfrutando el paisaje, que ahora vuelve a cambiar. Su primera muestra es la niebla de O’cebreiro, un pueblo celta enclavado, diminuto y húmedo que recuerda que ya estás en Galicia y que te acercas cada vez más a Santiago, a 155 kilómetros.
Te das cuenta de que hiciste bien en no irte a la playa, aunque no caería nada mal después de semejante travesía. Es la etapa final y la de mayor disfrute. Galicia te recibe con su música de gaitas y su humedad; sus bosques altos y sus historias de gnomos. Su idioma sonoro y su delicioso pulpo.
Vuelve a estrecharse el Camino. Ves muchos más peregrinos que nunca. Van atléticos, limpios, rápidos, algo sospechosos para los que hemos caminado ya casi un mes. La razón es que muchos españoles deciden hacer el camino por tramos, dedicar un fin de semana y vivir la experiencia e incluso envían por correo las maletas para ir más livianos.
Y entonces aparece un lugar cuyo nombre ya es sinónimo de felicidad: El monte do gozo. El lugar que te dice que lo lograste, el punto desde donde ves Santiago de Compostela, incluso el más feliz antes de llegar.
Entras a Santiago y tienes sentimientos encontrados: el viaje no es la llegada sino el camino. Sin embargo, vas avanzando y atraviesas por sus hermosas plazas, te sientas a descansar por fin. La catedral de Santiago está ahí y no se va a ir. Puede esperar.
Ya quieres tu último sello en el pasaporte. Tu diploma. Que alguien te confirme, por favor, que un día te embarcaste en un viaje así, profundo, diferente. Aunque eso no acabe con tus preguntas. Descansas, vas a la catedral, ves un incienso gigante llamado botafumeiro y comienzas otra vez a pensar: ¿y ahora qué?
Peregrinos de todo el mundo, de todas las edades y culturas se encuentran y se hacen amigos en el Camino. Foto: Jaime García Ríos - @jaimegarciarios
Si usted va…
España y Francia hacen parte del territorio Schengen y los colombianos ya no necesitan visa. Pero deben cumplir con ciertos requisitos: portar pasaporte electrónico o de lectura mecánica vigente, un boleto aéreo de ida y regreso no superior a 90 días, comprobante de alojamiento, bien sea en hotel o en residencia privada, recursos económicos que garanticen su permanencia durante el viaje y un seguro médico en caso de accidente o emergencia.
www.caminodesantiago.consumer.es: Es una de las páginas más completas e informa cuántos albergues hay en cada etapa. Presenta fotos de cada uno de ellos, precio y ubicación. Además de que aporta información geográfica y de nivel de dificultad de cada tramo.
Otras páginas útiles son: www.jacobeo.net y www.mundicamino.com
Tenga en cuenta…
El peso de la maleta no debe superar el 10 por ciento de su propio peso.
El camino está no solo debidamente señalizado, sino organizado para los turistas con tiendas y restaurantes, además de que abundan los médicos podólogos (expertos en las afecciones de los pies). Por eso no es necesario cargar con demasiados elementos de aseo.
Aparte de los tenis, lleve dos pares de sandalias. Unas para descansar al finalizar de cada etapa y otras para bañarse en duchas públicas.
No dejar de ir a Finisterre
En Finisterre los romanos creían que se acababa el mundo; el “finis terrae”, la tierra conocida. Así que este es un lugar imperdible para los peregrinos al finalizar el camino. Una vez se llega a Santiago vale la pena tomar un bus o un carro para visitar este pueblo de La Coruña donde se suelen hacer rituales de desapego; algunos queman los tenis que los acompañaron.
Texto:
Catalina Oquendo B.
Especial para VIAJAR
@cataoquendo
Fotos:
Jaime García Ríos
Editor de fotografía de EL TIEMPO
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