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Por hoy, no a la cantaleta / Le tengo el remedio

Muchas voces claman por la moderación e instan al ascetismo o a que se disfrute solo con la mirada.

Al igual que usted, pienso que si la tradición nos ha dejado estas fechas para que la familia y los amigos se junten y renueven afectos en torno a una mesa, las restricciones excesivas están de sobra.
Por moda, por costumbre o por sobar la paciencia, se ha incrementado la tendencia de hacer sentir culpables a quienes tenemos proclividad por las viandas vernáculas que adoban villancicos, rematan novenas y protagonizan las cenas de Nochebuena y Año Nuevo.
Es cierto que las llantas aparecerán, que las tallas aumentarán, que las papadas se descolgarán si natillas, buñuelos, tamales, perniles y el insípido pavo se despachan como corresponde.
Frente a esto, infinidad de voces claman por la moderación e instan al ascetismo o a que se disfrute solo con la mirada.
No hay tal. Esta época es para disfrutarla, para gozarla y para compartir. Y aquí sí cabe el adagio: una vez al año no hace daño. Excepto para quienes por recomendación médica tengan que restringir los dulces a causa de una diabetes, las grasas en exceso por causa del colesterol o de una enfermedad del melindroso corazón; las carnes, por la gota; o, como en mi caso, la leche por una antipática intolerancia a la lactosa. Quienes puedan comer, ¡que coman!
Claro, como esta es una columna de salud, tengo que dar una recomendación. Entonces me deslizo por el consabido consejo de que si usted está bien y el gusto por lo que se come le genera satisfacción, mañana o en dos semanas, o cuando se despierte el año entrante, se dará cuenta de que el exceso de peso que acumuló tendrá que bajarlo. Seguro que lo logrará. Lo importante es que lo que compartió al lado de los suyos valió la pena. ¡Feliz Navidad!
CARLOS FRANCISCO FERNÁNDEZ
Asesor médico de EL TIEMPO
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