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La comida chatarra desplaza a la famosa dieta mediterránea

Llegada a Europa de alimentos industrializados complica por crisis económica de países como España.

Redacción Salud
La famosa dieta mediterránea, considerada un referente de hábitos sanos, empieza a ser desplazada, incluso en las regiones que la cultivaron, por la globalización en la alimentación.
Esta dieta, también llamada dieta cretense y que, de acuerdo con la evidencia científica, previene enfermedades cardiovasculares y es recomendada como un pilar fundamental en el control de la obesidad, está compuesta especialmente por verduras, pescado, carne magra, frutas, vino y aceite de oliva.
Estos ingredientes fueron consumidos por más de cuatro décadas, pero en concepto de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), productos como la carne y los lácteos importados han desplazado elementos como las frutas y las verduras. De acuerdo con la organización, este hecho es consecuencia del intercambio comercial de productos que tienen gran peso en los mercados mundiales, y eso se suma al cambio en los roles femeninos, que antes velaban por la dieta sana de toda la familia.
Iván Darío Escobar, médico endocrinólogo, dice que estos cambios en los hábitos de consumo en esa región empiezan a demostrarse con altas cifras de malnutrición y un aumento de la obesidad, que afecta sobre todo a los niños, hecho que hasta ahora no se veía.
El problema –según Escobar– es que la dieta mediterránea, que está muy integrada a las culturas locales, hoy está siendo afectada por la presencia creciente de productos importados, a veces a mejor precio, y por una mayor tendencia a los monocultivos.
La FAO sostiene que hoy se cultiva solo el 10 por ciento de lo que se consume en el mediterráneo, lo demás llega del extranjero.
La situación no solo se da en los países que originaron la dieta; también se evidencia en los que la seguían de manera rigurosa. Ese es el caso de España, que por mucho tiempo la recomendó en todas las clases sociales; no obstante, hoy el Centro de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) advierte que la adhesión al patrón de dietas occidentales es cada vez mayor, al punto de que casi el 20 por ciento de la población española empieza a tener problemas de obesidad y un poco más de la mitad, de sobrepeso. Además de los hábitos, la crisis económica por la que atraviesa ese país ha sido determinante en el cambio de hábitos. Así lo demostró una encuesta del año pasado de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde), según la cual la falta de recursos económicos ha hecho que las familias gasten menos en comida sana e, incluso, los hogares más pobres se hayan modificado la dieta hacia la comida ‘basura’.
Una puerta a la obesidad
Que los mismos creadores de la dieta mediterránea no la cultiven ni la promuevan empieza a hacer mella en los países cercanos. Un estudio de la Universidad de Granada, publicado en Pediatrics, demostró que los jóvenes del sur de Europa (Italia y Grecia, por ejemplo), son más obesos y presentan mayores niveles de grasa que los del centro-norte.
Y si bien la dieta mediterránea llegó a América con los inmigrantes, nunca logró ganar a las costumbres locales. Sin embargo, Escobar asegura que los beneficios de la misma han sido usados como base para cambios de conducta de manera colectiva y dentro de procesos de tratamientos particulares en pacientes con obesidad y riesgo cardiaco.Pero espacio ahora también está en riesgo.
Los estilos de vida poco sanos se han heredado principalmente de la cultura estadounidense, que al darse cuenta del impacto en su salud pública ha tratado de combatirlo sin mucho éxito; se estima que allí se consumen más de 3.620 calorías diarias por persona en promedio, a lo que se suma el estilo de vida sedentario.
Lucía Correa, presidenta de la Asociación Colombiana de Dietistas y Nutricionistas, asegura que México es un caso especial, porque a pesar de tener históricamente una dieta cargada en carbohidratos, consecuencia de una alimentación basada en el maíz, nunca tuvo la preocupación que enfrenta ahora por el desborde de peso de la mayoría de sus habitantes.
Correa dice que incluso algunas dietas locales, a pesar de no ser tan equilibradas, eran mejores que lo que hoy se consume. Por causa de la globalización “en México, las comidas rápidas y los alimentos procesados, la mayoría importados de Estados Unidos a bajo costo, dispararon las tasas de obesidad en adultos y especialmente en jóvenes y niños. Pizzas, hamburguesas, gaseosas y comidas empacadas y precocinadas están presentes en una comida de los jóvenes mexicanos”, explica.
Finalmente, en países como Uruguay y Argentina, donde la carne (el asado) estaba ligada a todos los escalones de la pirámide nutricional y el arraigo era tan severo, la dieta mediterránea nunca pudo desplazarla. Y al igual que ocurre en México, los alimentos procesados y la comida chatarra poco a poco se hicieron lugar en las mesas del sur del continente, que hoy resulta imposible de retirar.
¿Qué pasa en Colombia?
Hace algunos años, el Dane confirmó que los alimentos que más se consumen en Colombia son pan, papa, carne y arroz. Y la Encuesta Nacional de la Situación Nutricional del 2010 encontró que el 33,2 por ciento de los colombianos de 5 a 64 años no consume frutas a diario; y cinco de cada siete no comen verduras u hortalizas cada día, con el agravante de que estos porcentajes son más significativos en jóvenes: tres de cada cuatro menores de 18 años no comen estos alimentos de forma diaria. Por el contrario, la población colombiana es adepta a los embutidos, consumidos al menos una vez a la semana, por la mitad de los habitantes. La transición alimentaria ha hecho que la cuarta parte de los menores de 30 años consuma comidas rápidas semanalmente. Lo peor es que el 20 por ciento de la población adulta prefiere las gaseosas o refrescos azucarados; además, uno de cada siete consume a diario productos de paquete y la tercera parte, golosinas.
Hoy, las grandes franquicias de comidas rápidas están en Colombia y las grandes superficies ofrecen alimentos conservados, precocinados, congelados y altamente calóricos a bajo precio. El endocrinólogo Iván Darío Escobar sostiene que “esto, que parecería ser patrimonio de ciertos estratos sociales, ha permeado en todos los niveles. Son alimentos que se producen en grandes cantidades a bajo precio, gracias a los altos procesos de tecnificación y conservación, donde los preservantes y las grasas saturadas siempre están presentes, convirtiéndose en sí mismas en un riesgo que se suma al de la gran carga calórica”.
Redacción Salud
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