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Rugby, para jugarle rudo a la discapacidad en Colombia

Este deporte, adaptado para personas con cuadriplejias, hoy cosecha triunfos en el exterior.

Cae la noche sobre la localidad de Kennedy, en el suroccidente de Bogotá. Es un jueves cualquiera y en el interior del Coliseo Deportivo Cayetano Cañizares está a punto de librarse una batalla con carruajes de dos ruedas. Justo en el centro de este escenario una decena de guerreros se concentran en torno a un círculo. Se escucha un murmullo. Unos cierran los ojos, otros entrecruzan las manos, algunos inclinan la cabeza.
“Señor, gracias por reunirnos aquí, bendice nuestros movimientos, concédenos concentración, ayúdanos a recordar los errores, protege a nuestros adversarios…. Amén”. La oración en voz del capitán Charlie Neme seguido del pitazo inicial es el preludio del enfrentamiento que se desatará en los próximos 80 minutos. (En imágenes: así entrena la Selección Colombia de Rugby en Silla de Ruedas)
Entonces, el sonido estridente de los choques secos entre esas armaduras de metal, en las que estos hombres de brazos musculosos y nervios de acero se desplazan de lado a lado, retumba en las graderías vacías del coliseo. Con cada golpe, algunas se tambalean y amenazan con volcarse.
Tanto las sillas como sus ruedas son especiales para el juego. Foto: Claudia Rubio/El Tiempo
Ninguno de los 3.500 espectadores que podrían alojarse en el lugar los aclama. Su espectáculo es a puerta cerrada.
El ‘combate’ cumple un entrenamiento más de la Selección Colombia de Rugby en Silla de Ruedas, que nació hace nueve años en Bogotá (y que hoy se extiende a ciudades como Medellín, Cali y Quibdó) como una opción de deporte adaptado para apoyar la rehabilitación física de personas con cuadriplejias, amputaciones, parálisis de miembros y lesiones medulares severas.
Tan solo en la capital son 17 ‘gladiadores’ entre los 19 y los 40 años, cuyo esfuerzo, talento y superación personal los ha llevado a representar al país en siete torneos internacionales en países como Estados Unidos, Brasil y México. Una lista a la que pronto se sumarán Polonia, con un encuentro de equipos en junio próximo, y Canadá, con la reciente clasificación a los Juegos Parapanamericanos Toronto 2015, que se celebrarán del 7 al 10 de agosto.
Entre tanto, el cronómetro corre, las ruedas giran a mil revoluciones, el tablero suma puntos y la adrenalina permea el ambiente.
Se trata de un juego en el que, como el rugby, hay dos equipos que deben marcar goles en la cancha contraria. Solo que en este caso, son cuatro jugadores de lado y lado que en vez de correr con sus propias piernas, se desplazan en sus sillas de ruedas y le exigen a sus brazos no solo hacer pases efectivos sino también convertirse en un potente motor que los lleva por todo el terreno de juego.
Mientras despincha una llanta, de las 15 o 20 que en promedio sufren daños por partido, debido a los fuertes choques a los que los contrincantes someten sus sillas con tal de bloquear o esquivar al adversario y defender su arco, Jhonatan Vargas, el entrenador quien, además, hace las veces de mecánico, explica que el ‘quadrugby’ (como también se conoce esta disciplina) es un nuevo espectáculo deportivo que ayuda a eliminar ‘el pensamiento lastimero’ que se tiene de la población en condición de discapacidad.
“No cualquiera, incluso en perfecto estado físico, hace los que estos hombres son capaces en esas sillas”, suelta este hombre que ha estado al frente de la dirección técnica del equipo en los últimos tres años. Es más, sus pupilos están ahí porque son personas que han cumplido con la clasificación funcional que exige la Federación Internacional de Rugby en Silla de Ruedas (IWFR, por sus siglas en inglés).
La rutina
Cuatro horas atrás, el entrenamiento de estos luchadores había iniciado en un pequeño gimnasio ubicado justo debajo las graderías del coliseo. Es allí donde se les ve de lunes a viernes, entre las 2 y las 5 de la tarde, trabajando sus cuerpos en máquinas ejercitadoras para ganar esa ferocidad que les ha merecido reconocimiento y respecto en la cancha por parte de sus rivales. “El acondicionamiento físico es muy exigente debido a la fuerza, la resistencia, la velocidad y la potencia que este deporte requiere”, comenta Andrés Poveda, pasante de cultura física que por estos meses apoya la labor del entrenador Vargas.
El gimnasio es un crisol en el que convergen todo tipo de historias de superación.
En una de las máquinas está Manuel Arturo Mongua, boyacense de 29 años, que integra la selección desde el 2009. Quedó cuadripléjico a los 21 cuando resbaló y cayó en una pendiente de 30 metros mientras patrullaba como soldado profesional las montañas entre los límites de Chocó y Risaralda.
En el gimnasio, Moisés Alonso dedica horas a ejercitarse. Foto: Claudia Rubio/El Tiempo
En otro lado, Uriel Rodríguez, el más joven de la selección con 19 años, cuenta que tiene encima siete operaciones en cada pie como consecuencia de una distrofia muscular que los médicos le detectaron al cumplir 14.
Muy cerca, Disledy González, de 31 años, dice que lleva uno en el equipo. El hombre, un deportista innato, recuerda aquel 22 de abril del 2013 cuando, en medio de una práctica de capoeira, intentó hacer una acrobacia: “hice mal los cálculos y caí de cabeza. Tuve trauma traquiomedular de la C5”. Una lesión en el cuello que lo dejó sin movilidad en brazos y piernas.
Su diagnóstico fue el mismo que el de Hernando Hurtado, quien perdió el movimiento de sus miembros en 1999. Tenía 20 años cuando sufrió un aparatoso accidente de tránsito en Puente Quetame (Cundinamarca).
A esa misma edad, Cristhian Narváez recibió un disparo por arma de fuego mientras deambulaba por las calles. “Tenía problemas de drogadicción. No recuerdo mucho pero lo cierto es que terminé en el Hospital San Juan de Dios con un tiro en el cuello”, recuerda hoy con 35 años, de los cuales lleva cuatro jugando cuadrugby.
Si bien sus historias difieren, también concuerdan en que el rugby les dio una esperanza de vida cuando lo creían todo perdido. “Lo más importante que este deporte nos devolvió fue la autonomía y la independencia –expresa Manuel Mongua–. Los entrenamientos se han convertido en la mejor terapia de rehabilitación. Hoy somos personas capaces de desplazarnos por toda la ciudad, de subir rampas, de montar en TransMilenio, de pasarnos por nuestra propia cuenta de la silla a la cama...”, dice.
Afuera, en uno de los pasillos, Carmen Torres, la madre de Hernando y una asidua espectadora, confirmaba las ventajas de este deporte en la recuperación de estos jóvenes. “Como mi hijo, muchos permanecían encerrados en sus casas, sin hacer nada, dependiendo de sus cuidadores. Hernando no podía ni siquiera mover la silla por sí mismo, y ahora se desplaza solo por toda la ciudad. Y eso me beneficia también a mí”, comenta.
De vuelta al ruedo
Un pitazo del árbitro devuelve la atención a un costado de la cancha donde Moisés Alonso, de 40 años, hombre pequeño, corpulento, y uno de los más veteranos del equipo, acaba de volcarse en su silla. El juego se detiene mientras lo ayudan a recuperar su posición. Nada para lamentar, no es la primera vez en ocho años de juego que cae en pleno partido. Y tampoco será la última.
Desde su nacimiento, Alonso carece de piernas y de antebrazos debido a una malformación congénita conocida como focomelia, que le impidió el desarrollo normal de sus extremidades. Al ser uno de los primeros integrantes de la selección por la que ya han pasado al menos 60 personas, asegura que el equipo ha evolucionado bastante. “Al principio nos tocaba entrenar en la cancha rudimentaria de un parque. Hace un año estamos en este coliseo”, relata.
El lugar es propiedad del IDRD, que junto a Coldeportes y a la Federación Colombiana de Deportes para Personas con Discapacidad Física (Fedesir) los empezó a apoyar desde este año. “Todo porque han visto los triunfos que le hemos dado al país”, explica el entrenador Vargas.
Un poco de historia
En cambio, el equipo ha estado encomendado desde siempre a “la ayuda de los arcángeles” como aseguran algunos. Sí. Los favores que les llegan como ‘caídos del cielo’ han estado a cargo de la Fundación Arcángeles, una organización conformada por cinco empresas colombianas que beneficia a personas en situación de discapacidad a través de programas que van desde la rehabilitación física hasta la inclusión laboral.
Es gracias al trabajo de esta ONG que el equipo ha podido contar con las sillas especiales que requieren para jugar, con los uniformes, los implementos deportivos, el entrenador e incluso, con el pago de las inscripciones a los torneos y los gastos de los viajes internacionales.
El fundador de esta iniciativa social, Juan Pablo Salazar, publicista bogotano y cuadripléjico hace 11 años tras sufrir un accidente que lo llevó a iniciar un proceso de rehabilitación a través del deporte en Estados Unidos. De allí se trajo el rugby en silla de ruedas y fue pionero en implementarlo en Colombia. “A pesar del apoyo permanente de Arcángeles hoy necesitamos patrocinios de empresas. Estamos tratando de conseguir 150 millones de pesos para pagar los tiquetes, las visas, conseguir nuevas sillas porque estas ya no aguantan más, y elementos deportivos para poder competir en los Parapanamericanos de Toronto”, añade Vargas.
Un nuevo choque fija la atención en la cancha. El árbitro registra otra llanta pinchada mientras el tablero se acerca a los 50 goles. Nada mal para unas sillas de ruedas que cumplieron su vida útil hace dos años. Nada mal para unos jugadores que perdieron el control de su cuerpo hace otros tantos.
LIZETH SALAMANCA GALVIS
Redactora HUELLA SOCIAL
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