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María de Nazareth, la virgen de los tres partos y los mil rostros

María tuvo un parto previo y uno posterior al nacimiento de Jesús. Católicos la veneran en este mes.

En el actual contexto que acentúa diversas formas de feminismo y, en medio de una cultura que reclama el equilibrio de los sexos, más allá de las creencias y religiones, aparece una y otra vez una personalidad femenina enigmática, que desborda su tiempo y cultura de origen: María, la joven nazarena, madre de Jesús, el Cristo.
Los católicos la veneran en este mes de mayo por ser la madre del hijo de Dios; los cristianos, en general, la reconocen como la gran discípula; judíos y musulmanes le conceden un lugar privilegiado; culturas ancestrales de América Latina vieron en ella a la Pachamama, por ser la madre que engendra toda forma de vida. Algunos grupos feministas aún no han sabido reconocer su importancia y prefieren callar antes que “enredarse” con ella.
Judía de origen, supo ir más allá de las limitaciones que su religión le presentó y se mostró como una mujer a la vez fuerte, inteligente y amorosa, superando a las figuras de Judith, Raquel y Sara. Es llamada por el judaísmo “la hija de Sión”, convirtiéndose en paradigma para toda judía. Por su parte, el islam la reconoce como la mejor de las mujeres; la menciona 34 veces en el Corán, la declara de concepción inmaculada (que fue concebida sin pecado). Una Sura del Corán está dedicada a ella y se la reconoce como modelo del creyente. María es un reto para todo musulmán.
Muchos de los nuevos grupos religiosos que utilizan el lenguaje cristiano, declarándose protestantes, la relegan al puesto trasero del bus, mientras que Lutero en vida la exaltó como la mujer más encumbrada y la joya más importante de la cristiandad, después de Cristo.
Investigadores sobre Lutero rescatan sus declaraciones sobre la virginidad de María. Muchos luteranos rezan el rosario. No quedan dudas de que la concepción de Jesús fue sin intervención de un hombre, aunque su parto sí haya sido normal.
En esto hay cada vez mayor consenso teológico. Las discusiones sobre su virginidad cargadas de emotividad, y las devociones de católicos exageradamente marianos, no facilitan un diálogo sereno sobre esta verdad.
El conocimiento místico de su existencia, una mirada sobre su itinerario espiritual y la aceptación de la experiencia única que tuvo de Dios, abren la puerta para hablar de ella como la virgen de los tres partos. De los estudios bíblicos, la arqueología del Nuevo Testamento y la lectura de las tradiciones en los diferentes pueblos cristianos que siguen generando devoción en torno a ella, emerge la mujer de los mil rostros.
Cuando se supera el aspecto devocional hacia la Virgen María, se puede llegar a comprender ampliamente el alcance de su personalidad femenina, la obra de la divinidad en ella y su consecuente influencia en toda la humanidad.
A María de Nazaret es necesario mirarle menos el rostro angelical y más las manos encallecidas; releer su silencio pleno de sabiduría y escuchar sus palabras sólidas cuando dice: “Hagan lo que Él les dice”; y la influencia sobre su hijo Jesús y sobre la comunidad de judíos y no judíos que dieron origen a la Iglesia, en un contexto dominado por el Imperio romano, la tradición judía y el politeísmo machistas.
Los tres partos de María a los que aquí se hace referencia surgen de lo que sucedió en el alma y el cuerpo de esta joven galilea. Por lo general se habla, como es la revelación bíblica, de su embarazo por obra del Espíritu Santo, el nacimiento de su hijo en Belén durante un censo y la crianza que ejerció sobre él.
Pero siguiendo las lecturas de los místicos, en particular la referencia que de ella hace el maestro Eckhart (siglos XIII y XIV), se encuentra que María tuvo un parto previo y uno posterior al nacimiento de Jesús.
Para el maestro Eckhart todo lo que un ser humano debe buscar en su existencia es que se dé en su alma la experiencia mediante la cual conoce y se acerca a la divinidad de una manera única, directa y permanente: él lo llamó “el nacimiento del hijo de Dios en el alma”.
La experiencia consiste en que gracias a la previa disposición de la persona, en la que hay tal desasimiento de sí mismo, la divinidad lo colma con su presencia. Así, en su alma y por abandono de la propia voluntad, se cumple la voluntad divina. Algunos llamarán a esto experiencia de iluminación.
Eckhart sostiene que si María primero no hubiera dado a luz espiritualmente a Dios, él nunca habría nacido físicamente de ella.
Dice además que con las palabras de Jesús respecto a que no solo es bienaventurado el seno que lo llevó, sino también aquellos que escuchan esa voluntad divina y la conservan (Lc 11,27-28), da a entender que para Dios tiene un valor primordial el nacer espiritualmente de toda alma buena, sobre el haber nacido corporalmente, como privilegiadamente sucedió en María.
Eso debió acontecer en María. “El Espíritu te cubrirá con tu sombra” es una expresión inconfundible de la total comunión de la persona de María con el Espíritu divino. Dios se presenta engendrando a su hijo en el alma de la persona.
He ahí el primer parto que debió haber ocurrido en María. El “sí” de María fue un sí existencial a la presencia del Dios de Israel que se manifestaba de modo privilegiado en ella, cuya alma estuvo preparada para tal experiencia.
El segundo parto, que se celebra en la Navidad, es otra experiencia de carácter único en aquella mujer cuyo cuerpo fue implicado en esta manifestación divina. ¿El poder que tiene la vida divina, creadora continua del universo y todo lo que en él se descubre, acaso no tiene el poder suficiente para encarnar su presencia en el seno de esta joven judía?
Esa excepción es perfectamente aceptable; aun habrá algún científico que quiera explicarlo con lenguaje cuántico.
Es la fuerza misma de la divinidad creadora la que fecundó las entrañas de una mujer que se le consagró cuando respondió al ángel: “He aquí la esclava del Señor”.
Para quien tiene abierto su corazón a lo que aquí se señala, sabrá que es cierto lo que sucedió en María de Nazaret; la vida fecundó sus entrañas haciéndose un ser humano que asumió el proceso normal de toda gestación y que nació con la naturalidad de todo niño; lo llamó Jesús (Yavé Salva).
Estos dos partos de María son obra de un doble dinamismo: la docilidad de la persona humana y el poder amoroso de la divinidad.
Aún queda un tercer parto; este es un parto múltiple, numeroso, incontable, que no se lee como especulación devota, sino como la consecuencia de los partos anteriores.
María ha abandonado su voluntad a la fuerza superior de un Dios personal que la invade y la sobrepasa.
El misterio que se manifiesta a continuación es inimaginable: la vida se ha hecho hombre y puso su morada entre nosotros.
Gracias al parto que dio a luz a Jesús, cada nacimiento de la humanidad es manifestación de la luz divina. Así, en María, quedó abierta la puerta de la maternidad sobre toda la humanidad. La vida de cada ser humano se reconocerá como sagrada y será arrullada por María.
De esta manera, la imagen de María resplandece en toda nación. Es incompleta la evangelización que se olvide de su presencia viva y maternal.
Ella engendra a todos los renacidos en el bautismo y se convierte en referente, aun para aquellos que no creen. Pues ¿de qué otra manera es posible que una mujer congregue a tan variadas culturas sino porque la humanidad misma intuye que se ha nacido bajo una maternidad divinizada?
Pareciera estar encerrado en el mismo ADN de cada ser humano un reverencial respeto a una mujer en la que fluye la presencia divina, la fuerza de la sabiduría y el amor maternal de Dios. Como consecuencia, no es exagerado hablar de María como el rostro materno de Dios.
Colombia es un país mariano. Es difícil contar las devociones que se tienen en tantos rincones de la Nación, al igual que en América Latina y en todo el mundo católico. María es la Virgen de los mil rostros.
En este mes de mayo, la liturgia católica resalta su presencia: el 13 de mayo, Nuestra Señora de Fátima, cuya aparición en Portugal ha marcado la devoción católica.
El 24 de mayo, María Auxiliadora, una devoción que San Juan Bosco difundió; el 31 de mayo, fiesta de la Visitación de Nuestra Señora, en memoria de su visita a Isabel; devoción asumida por los monasterios de la Visitación; y su carácter materno, que hace que en toda celebración del día de la madre se le haga un homenaje floral.
Finalmente, el innumerable grupo de mujeres y hombres que llevan su nombre da un toque particular a toda familia colombiana.
María de Nazareth es, sin lugar a dudas, la virgen de los tres partos, de los mil rostros y de muchos misterios aún por descubrir.
VÍCTOR RICARDO MORENO HOLGUÍN
Sacerdote, teólogo y periodista de la Arquidiócesis de Bogotá.
Especial para EL TIEMPO
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