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Así es la vida de una mujer musulmana en Bogotá

Desde hace tres años Marcela Daza, barranquillera, eligió al Islam como su religión.

Aunque solo salió de su oficina por un momento para comprar un café, nunca pasa desapercibida en la calle. Camina por la avenida Suba con calle 100 y la mayoría de transeúntes la miran; algunos comentan entre ellos.
Marcela Daza es barranquillera, madre, esposa, trabajadora y hace tres años musulmana. Porta su hiyab, el velo que cubre su cabeza, con orgullo y estilo: lo amarra de una manera creativa que la hace ver, como ella misma dice, ‘muy fashionista’.
Pero su propósito va más allá. En días donde el grupo Estado Islámico encabeza los principales titulares de noticias en el mundo, quiere cambiar la cara de su religión ante la sociedad. Especialmente, en Colombia. “Los musulmanes estamos justificándonos por hechos que no tienen que ver con el islam. El suicidio, por ejemplo, no está permitido. No tenemos nada que ver con el terrorismo ni con esos grupos”, dice.
Habla con seguridad y carácter al preguntarle sobre su religión. Pero ¿cómo llegó esta costeña de 37 años, madre de tres hijos de 19, 13 y 12 y amante del maquillaje y la moda, a pensar en el islam como un estilo de vida?
“Soy separada, fui mamá muy joven y siempre en mi vida decía que todo era muy difícil. Tuve una época en la que considero estaba falta de Dios, entonces comencé a buscar respuestas. Me puse a estudiar religiones. Nunca entendí la trinidad, no comprendí a Jesús igual que Dios, entonces el islam cobró sentido”, cuenta.
A pesar de que encontró negatividad por parte de su familia, amigos e incluso otros musulmanes con los que dialogó en las redes, Marcela estaba segura que era lo que necesitaba para lograr un cambio. Fue persistente, siguió investigando y tomó como guía varios canales de YouTube como ‘Dawah Addict’, dedicado a guiar a las personas que están comenzando en esta religión.
Luego encontré en Facebook un grupo de musulmanes en Latinoamérica. Había unas personas en Bogotá y me invitaron a la mezquita y comencé el proceso más formal”, relata.
Así fue como llegó a la mezquita Estambul, ubicada en la calle 45ª con 14-81, en Bogotá, a donde asisten cerca de 110 personas, entre ellas 60 mujeres. Ahora visita este templo todos los viernes, el día sagrado para los musulmanes, junto con sus hijos Samuel y Mariana, quienes también se convirtieron.
En este mismo lugar se casó el pasado 7 de febrero con Riz Khan, un inglés de origen afgano y musulmán de nacimiento, que conoció por Internet. “Comenzamos a hablar el 14 de diciembre del 2015. El 19 de diciembre vino a Bogotá, estuvo cuatro días y antes de irse me dijo que había venido con el propósito de conocerme y que quería casarse. En el islam no hay noviazgo y no está permitido el contacto, todo fue hasta el matrimonio. Pensé que iba a ser difícil, pero es como si nos conociéramos de hace mucho", dice.
"Hay una leyenda muy linda que dice que el amor es una locura que termina en matrimonio, en el islam el amor es una locura que comienza con el matrimonio", agrega.
En diciembre de este año Marcela se irá a vivir a Catar para establecer su vida allá con su esposo y sus hijos. Por ahora manejan la relación a distancia y los dos realizan viajes para verse.
Así es su día en Bogotá
El día de Marcela comienza muy temprano. Los musulmanes realizan cinco oraciones al día y la primera de ellas debe ser antes de la salida del sol. Así que hacia las 4:30 a. m. empieza su jornada. Trabaja en la compañía farmacéutica Pfizer como asistente de la Presidencia Regional de Oncología. Contrario a otros escenarios, en su oficina se ha sentido respaldada y apoyada frente a sus creencias religiosas. "Hay una política muy fuerte sobre diversidad e inclusión. Mis compañeros son muy comprensivos, siempre ajustan el almuerzo para que pueda hacer la oración del mediodía o si no tengo sala me ayudan a buscarla", dice.
"He aprendido sobre la cultura musulmana, ella me ha enseñado cómo ser una persona fuerte en un ambiente en donde no es tan fácil ser diferente", cuenta Daniela Carrillo, una de sus compañeras de trabajo.
Sin embargo, Marcela no puede negar que en su diario vivir se ha sentido discriminada. “Uno puede pensar que no es tan notorio porque en Latinoamérica no se vive la ‘islamofobia’ tan fuerte, pero sí hay discriminación. A mi hija tuve que cambiarla de colegio porque le hacían 'bullying'. También lo notas cuando entras a un lugar o cuando estás en la calle porque la gente no se toma el tiempo de investigar", dice.
Los viernes sale un poco más temprano de su oficina para encontrarse con sus hijos en la mezquita. Allí almuerzan y hacen la oración de las 3 de la tarde. Las mujeres deben permanecer en el segundo piso, separadas de los hombres, pero tienen un televisor para seguir la oración, liderada por el Sheik. Durante la tarde hay charlas sobre diferentes temas como el matrimonio, el Corán, la legislación islámica, entre otros. Quienes pasan sus tardes de viernes en este lugar lo describen como el mejor momento para sentirse en familia y en unión.
Cumplir con las oraciones es uno de los cinco pilares del islam. También deben manifestar su creencia en Dios; donar un 2,5 por ciento del dinero que les sobre; realizar el Ramadán, un ayuno de 30 días en donde solo se puede comer después de las 6 de la tarde y antes de que salga el sol (este año comenzó el 6 de junio); y realizar la peregrinación a La Meca una vez en la vida, si se tienen los medios y la salud.
El papel de la mujer en el islam
Ver la percepción de que la mujer musulmana debe quedarse en la casa y que no puede estudiar no es real. La responsabilidad de la mujer con la familia, la sociedad y el trabajo es muy importante. Las grandes cabezas musulmanas mujeres han hecho muchos avances importantes con respecto a la ciencia y la educación", afirma Marcela.
Según Carlos Sánchez, imán (orientador religioso) de la mezquita Estambul, "en el islam, la mujer es la jefe de la familia y la sociedad, por eso Dios dice que el hombre no le puede causar angustia, estrés, ni ansiedad, sino protegerla y custodiarla. Lo correcto es que la mujer quiera tener su hogar y así saber que no va a estar abandonada. No se le puede poner a trabajar para que pague luz, agua, teléfono ni los alimentos de familia. Ella trabaja y estudia, pero es para su propio beneficio".
Para Fanny Ochoa, directora del Centro de Altos Estudios Islámicos de Colombia, "el fundamento principal de lo que plantea el Corán no se conoce o no ha sido actualizado y por eso nos quedamos con la interpretación del machismo y patriarcalismo. El libro sagrado debe ser reinterpretado por la mujer para quitar esa carga de tradición”.
“Por ejemplo, se maneja la imposición del vestuario como un elemento identificador y obligatorio y en el islam no hay una coacción a la religión, ni una imposición", agrega Ochoa, quien asegura que usar el hiyab debe ser una decisión interna de la mujer.
Marcela concuerda con Fanny al decir que utilizar esta prenda es un tema muy personal. “Es mi relación con Dios y a nadie le debería afectar. Por ejemplo, a mi esposo nunca le ha importado si lo uso o no”, dice.
El hiyab permite que la gente me pueda agredir o discriminar, pero también que se acerquen y me pregunten y así haya más tolerancia”, afirma.
Para Marcela, lo más importante es que esta religión le ha permitido ver los problemas como pruebas que se deben superar para poder conseguir bendiciones. Siente seguridad de que sus hijos nunca perderán los valores de integridad que han cosechado gracias a sus creencias y asegura que ellos se convirtieron porque de verdad lo sintieron en el corazón. Su hijo Samuel, de 12 años, envía un mensaje muy claro: “A los niños de mi edad les digo que no crean todo lo que digan del islam porque puede ser mentira. Siempre nos quejamos por muchas cosas y cuando nos convertimos al islam empezamos a agradecer y a dejar de ser rencorosos”.
ANA MARÍA VELÁSQUEZ DURÁN
Twitter: @Anamariavd19
durana@eltiempo.com
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