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La profe María Teresa Uribe, una intelectual imprescindible

Sus análisis y reflexiones son estudiados en todo el país. A los 75 años, su mente sigue intacta.

No es mediática. Su vida ha transcurrido de espaldas a los reflectores. Lo suyo ha sido la investigación, la lectura, la escritura de libros, ensayos, artículos. María Teresa Uribe de Hincapié le ha dado cara a la reflexión en grupos pequeños, a la conversación alrededor de un tinto y en las aulas de clase en la Universidad de Antioquia, en donde permaneció, feliz, desde 1973 hasta el 2007.
Estas actividades intelectuales propias de la profe, no ‘maestra’ y ni siquiera ‘profesora’, como le gusta que se la nombre, han trascendido la frontera de Antioquia. Su obra es estudiada en todo el país y referenciada en cientos de trabajos de académicos consagrados y de estudiantes de doctorados y maestrías.
Para la médica, investigadora y feminista Luz Helena Sánchez, los aportes de la, toda la vida, irreverente María Teresa Uribe son muchos, pero los resume en “la construcción de una voz con la que se ha innovado el análisis de las ciencias sociales”.
Muestra de su creatividad la constituye el ensayo ‘Estructura social de Medellín en la segunda mitad del siglo XIX’, publicado en el libro Historias de Medellín, 1996, que escribió a partir del relato de la gran procesión que se hizo el 24 de noviembre de 1875, en la celebración del segundo centenario de su fundación.
La socióloga describe, en el estricto orden en que desfilaron, a los participantes y se ocupa, también, de los que no fueron nombrados, y caracteriza a la sociedad antioqueña y su desarrollo.
“No es de extrañar que el comercio y la minería fuesen los estamentos o sectores sociales mejor representados y más destacados en la procesión cívica, pues también lo eran en la realidad social de la ciudad. El comercio fue, sin lugar a dudas, el eje estructurante de la vida medellinense del siglo XIX, lo que marcó su ethos sociocultural y los referentes colectivos de identidad. Su importancia social estaba dada por la capacidad de articular otras actividades económicas como la minería y la agricultura, y por haber constituido la trama sobre la cual se desarrollaron las funciones del crédito, la banca, el transporte y lo seguros. Esa noción era clara y evidente para los medellinenses y, por eso, bajo la divisa y las banderas del comercio, desfilaron los representantes de todas las actividades económicas afines…
“Llama la atención que un estamento tan importante para un pueblo mercantil, como los arrieros y los cargueros o silleteros, casi todos residentes en Aguacatal y El Poblado, estuviesen excluidos del evento; más si se tiene en cuenta lo que ha significado para las generaciones posteriores los mitos del arriero y del silletero. Pero en la época no se les otorgaba ningún reconocimiento, aunque en muchas oportunidades actuaron como gremio para reclamar a la administración del estado regional la disminución del peaje por el mal estado de las vías.
“Tampoco estaban los pequeños comerciantes, las vivanderas, los leñateros o carboneros, los artesanos menores, los mineros independientes, los pulperos y tenderos, los sirvientes domésticos, los empleados y dependientes de los almacenes, los bancos y las oficinas públicas. No estaban las mujeres –salvo las alumnas de la Filarmónica– ni siquiera las de la clase alta acompañando el estandarte de la Sociedad del Sagrado Corazón, asociación fundada por ellas; tampoco el gremio de institutores y de otras profesiones liberales. Ausencias que se resaltan si se compara la visión que presentaba el desfile con la visión que ofrecían los censos de población, en los cuales se consignaban oficios y actividades en la Villa durante el siglo XIX”.
Y concluye: “En el siglo XIX Medellín fue algo más que misa, rosario y salve, que grandes tiendas, bancos y barras de oro, y que moralidad y progreso. Aquí tuvieron lugar las utopías libertarias de los radicales, las propuestas igualitaristas y fraternales de los artesanos, la vida alegre y despreocupada de los bohemios y artistas, y la delincuencia en todas sus modalidades. En fin, una ciudad caleidoscópica, contradictoria y llena de aciertos y de mezquindades, que como Medusa tuvo muchos rostros y facetas”.
Su ahora
María Teresa está retirada, pero sigue su reflexión sobre el acontecer nacional y responde con rapidez a lo que se le pregunta, con voz pausada, suave, pero firme, contundente.
En el 2007 fue llamada para hacer parte del grupo de Memoria Histórica, que se conformó bajo la coordinación del historiador Gonzalo Sánchez. Permaneció allí seis meses porque se enfermó.
“Para mí fue muy duro tener que renunciar a ese proyecto que me parecía que era la mejor manera de culminar mi carrera académica. Era la posibilidad de recoger la que ha sido mi preocupación de muchos años: trabajar sobre las dinámicas del conflicto, los procesos que los desencadenaron, las alternativas de salida. Era un grupo extraordinario y para mí fue realmente muy dramático tener que despedirme de ellos. Estoy orgullosa de lo que hace Gonzalo Sánchez y el grupo”, dice.
Y Gonzalo Sánchez, director del Museo de Memoria, habla así de ella: “Creo que la veta central del trabajo de María Teresa gira en torno a dos grandes temas: las dinámicas nacionales y regionales de la guerra, y los discursos y prácticas de los derechos humanos y la democracia. Son referentes comunes a la historia, la sociología y la ciencia política. Pero María Teresa les ha sabido dar un tono fresco y creativo que le valió el cariñoso pero también merecido título de ‘primera dama de las ciencias sociales’. Así la nombrábamos en el Grupo de Memoria Histórica, en el cual dejó su impronta conceptual y metodológica, durante su breve pero influyente participación”.
Recuperada de su enfermedad, se dedicó, en los últimos años, a escribir sobre su vida. Su hija, Marta Uribe Hincapié, recreó la primera parte de ese texto en un video preciosista que recoge esos recuerdos, bajo el título de Los demonios sueltos, que corresponde a la expresión que utilizó María Teresa para preguntarse por las causas de la primera violencia: ¿qué demonios se soltaron para que tantos colombianos se mataran?
Reflexiona, también, sobre otros aspectos de esa época y, de manera particular, sobre el abandono que debieron hacer de la casa familiar en Uramita (Antioquia), en el que sería un exilio interno personal. Recuerda con orgullo que su padre, el médico Eduardo Uribe con otros liberales de Pereira, compraron en Medellín una casa grande a la que le pintaron las puertas y las ventanas de rojo bermellón para que sirviera de refugio, y en donde se le prestaban los primeros servicios médicos a familias que huían de la muerte y la persecución.
Recuerdos
En esos primeros años de vida, siete años tenía cuando murió su abuelo, Lisandro, y ella lo conoce en el féretro.
Más tarde, entró a estudiar a Pontificia Bolivariana, en los años 60, cuando ya estaba casada y tenía tres hijos. En esos años la mujer ya hacía parte del grueso de los estudiantes, lo novedoso fue su estado civil. “En la Antioquia tan tradicional no entendían como una mujer como yo no se quedaba cuidando los hijos en vez de ir a la universidad. Siempre he tenido presente la condición de las mujeres, aunque nunca fui militante ni hice estudios de género. Ha habido con mis colegas, hombres y mujeres, diferencias de enfoque, diferencias políticas, pero son las normales en la vida de un intelectual que escribe y que piensa sobre su entorno y sus puntos de vista pueden despertar resquemores”.
La llegada a la universidad pública es uno de sus más queridos recuerdos. Comenzó dando clase en Estudios Generales: Sociología, para todos los estudiantes. “Cuando se fundó la carrera, me dediqué a los de sociología un buen tiempo y después fundamos el Instituto de Estudios Regionales. Se trataba de analizar a fondo las regiones, empezando por Antioquia pero no únicamente. Perfilar una estructura que nos permitiera estudiar las regiones: ¿qué es un territorio?, ¿cómo se inserta ese territorio en la dinámica nacional? Estudios transversales de lo regional. Terminé en el Instituto de Estudios Políticos que fundó Carlos Gaviria, quien me llamo a que trabajara con él”.
Uno de sus últimos trabajos: ‘Las palabras de la guerra: Metáforas, narraciones y lenguajes políticos’, que hizo con la filósofa Liliana María López Lopera, es revelador y coyuntural para que María Teresa Uribe defina su punto de vista sobre el proceso de paz que se desarrolla en La Habana. “Pienso que a este proceso de paz le sobra retórica y le sobra poética, y le falta mucha decisión política de ambos bandos. Las guerras del siglo XIX tenían una diferencia bien interesante: se declaraban, se desarrollaban y terminaban ya sea con un armisticio o bien sea con un sometimiento.
Estas guerras nuestras del presente se van volviendo eternas, nadie sabe cuándo empezaron y no se sabe cómo van a terminar, aunque casi todos los habitantes de este país tenemos la fe puesta en que con este proceso se finalice. Llevamos veinte años con proceso de paz frustrados. Se habla demasiado y pareciera que todo está claro pero a la hora de la verdad, comienzan a aparecer las dificultades. Nos merecemos que esta vez se firme un acuerdo. Lo que viene es mucho más complicado, porque en el posconflicto tendremos que resolver cómo volver a convivir sin matarnos. Dirimir nuestros conflicto por vías no violentas y cómo lograr una convivencia relativamente normalizada”.
Convivencia que para María Teresa Uribe tiene que estar atravesada por la atención a las víctimas y entre ellas a los desplazados, que son el grupo más numeroso de todos los afectados por esta guerra. Las estadísticas hablan de tres a cuatro millones de personas arrojadas, con violencia, de su casa. “Una situación bastante dolorosa”, dice la profe. “Hicimos un trabajo en Antioquia y visitamos muchas regiones. Este país lleva arrastrando este problema desde hace muchos años. Los exilios internos son muy graves. El exilio al exterior no se compara con el que se vive dentro del territorio. La mayor parte del país coexiste con este fenómeno. Es como si viviéramos trasteándonos de una región a otra, incluso en las ciudades, de un barrio a otro; ha habido retornos exitosos, experiencias que hay que recoger. Lo único cierto es que los desplazados siguen cargando esa historia de dolor y de despojo, que hay que atenderlos y darle solución a sus demandas”.
La profe, sensible mas no sensiblera, se afecta narrando esas historias de vida de los desarraigados. “Las víctimas se debaten entre la dificultad de hablar, la necesidad de contar y el miedo a no ser escuchadas o creídas. Sus sociedades les temen porque ellas portan palabras de verdad, de una verdad que duele, lacera, que avergüenza tanto por el horror de lo sucedido como por la culpa de haberlo permitido… Pero, tarde o temprano, esas sociedades se encuentran de frente con lo que pretendieron dejar en el olvido: deben afrontar sus vergüenzas y sus miserias, mirar cara a cara a las víctimas y escuchar con humildad lo que tienen que decir…”. Este texto hace parte de su libro Un retrato fragmentado. Ensayos sobre la vida social, económica y política - siglos XIX y XX, editado por Liliana María López.
A los 75 años a María Teresa se la siente serena. Su mente sigue intacta y confiesa que aunque su vida fue rica en producción intelectual, a la hora de los balances, le quedan faltantes: “Uno mantiene proyectos en la mente, que nunca se pudieron realizar. Una idea muy bonita que tuve fue la de hacer historia comparada de Antioquia con los Santanderes, en el siglo XIX y una Historia de Colombia comparada con algunos países de América Latina, como por ejemplo Brasil o Argentina”.
Una investigación reciente publicada en The New York Times, daba cuenta de que la neuropsicóloga Vivian Clayton determinó que la sabiduría consiste en: conocimiento, reflexión y compasión. Trilogía de cualidades que posee, en abundancia, María Teresa Uribe de Hincapié.
Myriam Bautista
Especial para EL TIEMPO
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