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Olga Behar, periodista, se convirtió en veedora a través de sus libros

Fue de las primeras en cubrir orden público, hacer crónica política y denunciar abusos y torturas.

MYRIAM BAUTISTA
Volvió otra vez a la televisión, hace unos días y por unos minutos. Pero esta vez como protagonista de la noticia y no quien la anunciaba. Su voz recia, su análisis contundente y preciso, su sonrisa escasa y sus explicaciones precisas hicieron que su entrevistador, el veterano y sagaz Yamid Amat, director y dueño de CM&, la noticia, la interrogara sin pausa sobre los hechos que denuncia en su libro El clan de los Doce Apóstoles, publicado por la editorial independiente Icono, en el 2012. La entrevista convenció, a juzgar por los televidentes que, en forma masiva, respondieron que creían en los hechos que relató la periodista.
Un libro que surgió de conversaciones que sostuvo con el mayor (r) de la Policía Juan Carlos Meneses, hoy exiliado en Argentina, y de su posterior confirmación con otros testigos, como el campesino Eunicio Pineda, exiliado en Chile, porque, curtida en el oficio de la denuncia de acciones criminales, Olga Behar no suelta datos ni escribe una sola frase sin tener respaldo en, por lo menos, dos fuentes. Las demandas no le quitan el sueño, pero sí cuida con celo desmedido su prestigio, de los pocos patrimonios que le parecen dignos de acrecentar. Y así ha sido toda la vida: cuidadosa en sus investigaciones y prudente con sus hallazgos.
Procedente de Cali, donde creció en una familia muy unida y pudiente, llegó a Bogotá con el ánimo de emular a periodistas como Alegre Levy, Rosita Mora, Henry Holguín o Juan Gossaín, los grandes cronistas de la época, como lo ha confesado varias veces. Su trabajo como reportera comenzó en la cadena Todelar, siendo estudiante de Periodismo de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Por esos azares de la vida, la primera fuente que cubrió fue deportes. Como en esos tiempos las especializaciones no eran muy corrientes y los reporteros podían cubrir de todo, ella buscaba primicias en todos los temas y no tardó en encontrarlas. Su primera chiva tuvo que ver con la arqueología. Álvaro Soto Holguín, del Instituto Colombiano de Antropología (Icán), le contó del hallazgo de Ciudad Perdida, 1976, por un equipo de ese desconocido centro, encabezado por los arqueólogos Gilberto Cadavid y Luisa Fernanda Herrera. Eran años en los cuales los investigadores y científicos sociales no tenían vínculos con los periodistas, y viceversa. Esa noticia la hizo visible y la encaminó por el lado de la investigación periodística, que sigue quitándole el sueño y alegrándole los días.
Su futuro estaría alejado, eso sí, de los hallazgos arqueológicos. Su trabajo de reportera la situó en temas de política y de orden público que cubrió para los noticieros de televisión Contrapunto, 1979, dirigido por Jaime Soto, y 24 Horas, conducido por el agudo periodista Mauricio Gómez. Experiencias que la marcaron en lo profesional, como lo recuerda en su libro A bordo de mí misma, también de Icono Editorial, en el cual escribe de sus éxitos periodísticos sin rubor, dándose el crédito por su arrojo y persistencia para encontrar lo que se proponía, como por ejemplo la entrevista a Yasser Arafat que hizo en Cuba. Conversación que solicitaban decenas de periodistas de todo el mundo.
Había que llenar un formulario y escribir por qué se creía con méritos para obtenerla. Ella escribió, con trazo fuerte: “Señor Arafat: ¿cómo le parecería ser entrevistado por primera vez en su vida por una mujer, una latinoamericana, una judía?”.
La consiguió y se anotó un hit, ganándoles a reporteros curtidos.
Como advierte en la introducción de este libro, las autobiografías le producían pavor por lagartas y por lo poco creíbles que resultan, pero consideró que era bueno dejar esa memoria de su vida que se confunde con la historia del país y con la del periodismo. El resultado es un apretado resumen de un ejercicio profesional apasionado y apasionante.
En los años 80 se fue perfilando como una de las mejores reporteras políticas y de investigación del país, por lo que no dudó en hacer un máster en Ciencias Políticas en la Universidad Javeriana, dirigido por el jesuita Javier Sanín. Como trabajo de grado escribió el libro Las guerras de la paz, editado por Planeta, por su gran amiga Mireya Fonseca, quien la animó a terminarlo y a publicarlo. El lanzamiento fue el viernes 8 de noviembre de 1985, justo el día después de los sangrientos y dolorosos hechos de la toma y contratoma del Palacio de Justicia. Olga Behar recoge en este trabajo testimonios de militares, guerrilleros, juristas y hasta presidentes, como Julio César Turbay Ayala, que cuentan un trozo de la historia del país en esos años 70 y 80. Pero también presenta valiosos testimonios que hacen memoria sobre los intentos de paz, desde la rendición de la guerrilla liberal de Guadalupe Salcedo, asesinado en un café de Bogotá, después de haber entregado las armas, hasta las negociaciones con el M-19 y el EPL, entre otros, que condujeron al silenciamiento de las armas de esos grupos. Carlos Pizarro y los hermanos Calvo, del EPL, le cuentan a Olga ese proceso de desmovilización, así como otros miembros de esos grupos que fueron asesinados por aquellos días o años después.
Olga Behar organizó el lanzamiento de su primer libro por todo lo alto, en un hotel al norte de Bogotá, amenizado por un grupo de vallenatos. Después de los hechos del Palacio suspendió la música, pero el evento se realizó y sirvió de catarsis para que periodistas, politólogos, defensores de derechos humanos y todos sus amigos y familiares se juntaran en una reunión en la que, por supuesto, el tema de conversación no podía ser otro distinto a ese entierro colectivo que se estaba llevando a cabo y en el que los deudos eran muchos de los habitantes de Colombia.
No bien acababa de saborear el gusto de haber escrito un muy buen libro, con un elogioso prólogo del periodista Antonio Caballero, poco dado a la lisonja gratuita, cuando su apartamento en Chapinero fue allanado y fue avisada de que su vida corría peligro. En entrevista con el presidente de la República Belisario Betancur, en presencia de su madre y de su abogado, Gustavo Gallón Giraldo, el mandatario le notificó que no podía brindarle seguridad y que le aconsejaba que se fuera del país.
Un intento de entrevista al general Miguel Vega Uribe, ministro de la Defensa, en el que Olga Behar le espetó, sin que le temblara la voz pero sí las piernas, que no podía creer que bajo su mandato se estuviera torturando y que le ofrecía el micrófono y las cámaras de televisión para que aclarara la situación, desencajaron al entrevistado, quien la sacó corriendo de su oficina y ahí comenzaron sus problemas. Viajó exiliada a México. Con algunas corresponsalías que se llevó continuó ejerciendo el periodismo. A pesar de la azarosa salida, de la tristeza y rabia por tener que irse del país, fueron cinco años de alegrías inmensas. Se enamoró, se casó y tuvo a su primera hija.
Regresó por un par de años y volvió a abandonar el país. Su destino fue Costa Rica, donde vivió y trabajó como corresponsal de Univisión y de la organización europea VJ Movement.
Premios, más libros, trabajo en entidades públicas, docencia en facultades de comunicación y de cine y más polémicas, como la generada por su libro sobre Yair Klein: El caso Klein. El origen del paramilitarismo en Colombia, que levantó muchas ampollas y suspicacias porque algunos opinaron que el entrenador de asesinos la había convencido de su verdad. Olga dice al respecto que cree en su versión y que si no creyera, no la hubiera escrito.
Este libro fue hecho a cuatro manos, en compañía de su hija Carolina. “Ella siempre me ha colaborado, por los laditos. La relación de investigadoras-escritoras se fue dando de manera muy curiosa. Ella es politóloga, con maestría en diplomacia; su experticia no es en periodismo, aunque sí en escritura –académica, sobre todo–. Su primera tarea fue encontrarlo y, luego, ayudar en el proceso de entrevistarlo y transcribir la entrevista. De pronto, empezó a mandarme reflexiones y otros textos. Allí descubrí que se había ganado el papel de coautora. Al principio, ella dudó mucho, no creía que podía estar a la altura del desafío. Pero fue adquiriendo confianza”. Y por esa confianza siguen trabajando juntas en algunos proyectos.
El clan de los Doce Apóstoles volvió a poner a Olga Behar en el foco mediático y en los estrados judiciales porque fue demandada por Santiago Uribe Vélez. Ahora, cuatro años después de aparecer el libro, ya va para la séptima reimpresión y ha sido pirateado en todas las ciudades grandes del país. La justicia, por intermedio de la Fiscalía General de la Nación, avaló lo consignado en esa publicación, respecto a la presunta responsabilidad de Santiago Uribe Vélez, y lo detuvo, como miembro de ese grupo, al que se le atribuyen 33 asesinatos de personas de Yarumal (Antioquia) entre 1993 y 1994.
La detención de Santiago Uribe Vélez, para los miembros del Centro Democrático, el partido político de su hermano, el expresidente Álvaro Uribe, no es más que descarada persecución política. Para quienes han adelantado investigaciones sobre el paramilitarismo en Colombia, como el senador Iván Cepeda y el periodista Daniel Coronell, y, por supuesto, Olga Behar, es la corroboración de la responsabilidad de Santiago en unos crímenes que siguen en la impunidad.
Olga Behar comenta que con Yamid Amat siempre ha tenido una relación auténtica y que su paso, hace algunos días, por CM& le encantó. Afirma: “Con Yamid nos decimos ‘primos’, por los orígenes de cada uno. Me sentí muy cómoda con la entrevista, me gustó como la llevó. A veces uno cree que el público sabe todo lo que se está diciendo. Y si bien es cierto (que) Yamid interrumpe sin protocolo alguno, las aclaraciones que me pedía eran ajustadas y pertinentes”.
Sin hablar de sus próximos proyectos o del próximo ‘lío’ que protagonizará por denunciar lo prohibido, como diría alguno de sus hijos, Olga Behar confiesa que, de todas las actividades profesionales, la que más le gusta es escribir. “No espero hasta tener todo el contenido para comenzar a elaborar un manuscrito. Mi metodología se parece a la de construir rompecabezas (debe ser por eso que los adoro y son mi único pasatiempo), en el que voy armando secciones que se van interrelacionando unas con otras, dejando siempre espacios vacíos que muy al final se van llenando”.
Y en esa reconstrucción de la historia, Olga brilla con luz propia porque ha logrado distinguirse como aguda entrevistadora que sabe escuchar, corroborar lo que oye y escribir con claridad testimonios que busca sin afán, pero con pasión. Encontrando, casi siempre, testigos únicos e imprescindibles que le narran un trozo de esa memoria que no debe ocultarse.
MYRIAM BAUTISTA
Especial para EL TIEMPO
MYRIAM BAUTISTA
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