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Un diseñador de Buenaventura seduce a Nueva York

Edwing D'Angelo Ortiz nació en Colombia e impone su estilo en EE.UU. Visitará su país en septiembre

El reconocido diseñador colombiano radicado en Nueva York es el invitado especial de la pasarela Somos Color, por la ruta de la inclusión, que se llevará a cabo el próximo 2 de septiembre en Bogotá.
‘Home’, los comienzos
208 west, 149th Street, piso 5. Harlem. Cocina, sala, un cuarto. Un sofá capitoneado con dos cojines felpudos preside el espacio; un puff-mesa redondo con libros de moda, una mesa de madera con una banca y dos sillas isabelinas con tapiz de cebra complementan el lugar. Todo es blanco en el apartamento del diseñador colombiano Edwing D’Angelo Ortiz.
“Cuando niño, jugaba con los soldaditos de plástico, les cortaba las armas y con los papeles plateados de las cajas de cigarrillos de mi abuela y los pétalos de las cayenas rojas les hacía vestidos. Me adueñé de la puerta derecha del bifé de mi casa y ahí los guardaba; hice un mundo entero ahí dentro. Mi hermana era mi audiencia. Lo mismo que hago ahora, lo hacía entonces en miniatura”.
Edwing pasaba horas en esos juegos, también metido en la ducha imaginando que Joan Collins y Linda Evans, las estrellas de la serie Dinastia, llegaban a pedirle que las vistiera, o soñando con los desfiles de moda de Nueva York después de mirar las revistas que su mamá les llevaba cuando iba a visitarlos a Buenaventura, donde este hombre delgado nació un 20 de abril hace 37 años.
“No nos dejaban salir de la casa porque como mi mamá vivía en Estados Unidos, nos cuidaban mucho para que no nos fuera a pasar nada. Ella vino a Nueva York a buscar una mejor vida para nosotros. A mí me crió mi abuela materna, María Antonia Carolis Ortiz; a ella le decía mamá, y a mi mamá le digo Sara”.
Visitar a la tía Rosa sí estaba permitido. “Me gustaba ir allá, pero no por buen sobrino sino por las ganas de ver la máquina de coser. Ella tomaba clases de modistería en el convento, con las monjas, y yo la veía practicar”.
Ahí se le metió el gusto por esto de la moda, pero no lo veía como su futuro “porque esas eran cosas de mujeres”. Además, como en el Seminario San Buenaventura fue buen estudiante –“me gustaban historia y geografía porque eran otras culturas y otros idiomas, y me servían para hablar con fundamento en mis historias con los muñequitos”– y su mamá confiaba en su inteligencia, el camino estaba marcado para que fuera profesional en otra cosa.
Cuando tenía 13 años, le llegó a él la hora de reunirse con el resto de su familia; aunque es el mayor de cinco hermanos, fue el último en irse. “Nueva York no me gustó, no me sorprendió. No era como me la imaginaba en mis ratos en la ducha”. El problema, parece, fue que llegó a Jackson Heights, en Queens. “De mi casa grande donde mi abuela, con un patio gigante, pasé a un apartamento con una habitación para siete personas. Y todos los amigos y vecinos eran colombianos. ‘Para esto, mejor me hubiera quedado en Buenaventura’, me decía a mí mismo”.
Pronto se dio cuenta de que la clave estaba en aprender inglés para relacionarse con otras personas y “lo cogí rapidísimo. Eso y ciencias sociales era lo que estudiaba porque llegué de Colombia con tan buena educación que me eximieron de las demás materias”.
Eso implicaba tiempo libre, por lo que su mamá le buscó un trabajo.
Garment district, la ley del deseo
Fashion Avenue con 7th Avenue. Manhattan. El distrito de la moda, entre las calles 34 a 42 y la sexta y novena avenidas. En este sector se encuentran casi todos los ‘showrooms’, oficinas y talleres de la mayoría de diseñadores; las tiendas de telas, de insumos, las maquilas. “En el campo de la moda, todo lo que necesitas está aquí”, dice Edwing en Mood, una de la tiendas donde compra sus telas.
El abogado que le ayudó a su mamá con los papeles para reunir a la familia, le dio trabajo. “Tenía que organizar el archivo que estaba manga por hombro, pero como en el Seminario te enseñan a ser organizado, lo hice bastante bien. Le cogí el ritmo a la oficina rapidito”.
También organizó a miles de hispanos que el abogado ayudó en un reclamo por un sonado fraude de una empresa inmobiliaria de la Florida. “Me iba muy bien con los abogados. Era cuestión de saber leer y tener sentido común. Fui creciendo y avanzando. Por eso mi mamá me metió la idea de estudiar leyes”.
Se lo llevó otra empresa de abogados con oficinas en Manhattan y ganaba más dinero. “Comencé a relacionarme con otro tipo de personas, del mundo de la moda, a ir a fiestas, me compraba ropa y le cambiaba algo para que no se viera como la de todo el mundo y a la gente le gustaba. Me compraba cosas de Versace, de Dolce & Gabbana”.
Ya tenía su grado en administración de negocios y había pasado el exigente examen de admisión en la Brooklyn Law School, pero algo sucedió cuando ya iba a comenzar a convertirse en un abogado de título. “Llegó el prom de mi hermanita, que nació aquí en Nueva York, y me pidió que le hiciera el vestido. Busqué la tela, la corté al ojo y quedó divino, todas las amigas se lo admiraron. En ese momento decidí que no quería ser abogado sino diseñador”.
A Sara no le gustó la idea, quería que su hijo fuera profesional. “Ni me escuchó y comenzó a exigirme que ayudara con los gastos, que esto y lo otro. Me fui a vivir a donde un amigo. Seguía haciendo cosas con los abogados para financiarme y comencé a diseñar. Compré una máquina de coser, un maniquí y convertí el apartamento en un taller.
En el Distrito de la Moda, en Manhattan, D’Angelo busca las telas para sus colecciones.
Contraté un sastre que cosía durante el día lo que yo le dejaba mientras me iba a trabajar. Con los abogados hacía todo rápido y luego me iba a ver telas, hacía diseños o acompañaba a un amigo fotógrafo. Se me metió el bicho de la moda”.
La idea era abrir una tienda, pero llegó el fatídico 11 de septiembre. “Todo se atrasó, pero pude ahorrar y en abril del 2012 abrí la primera de varias que he tenido”. Ahí comenzó en serio su carrera en el mundo de la moda.
“Es bastante creativo, muy exigente. Yo diría que tiene un estilo extrovertido. Es vanguardista, siempre está mirando al futuro”, dice el dominicano Jorge Sánchez, uno de los sastres que le cose sus colecciones. Le hace hasta cien camisas en una semana en el taller que tiene en su apartamento en Harlem. “Le agradezco que me ha hecho ganar experiencia con las cosas que se le ocurren”.
“Yo diría que su estilo es exuberante, único y vale cada centavo que pagas por una prenda suya”, dice Eunice Townsend, una profesora retirada, clienta suya desde hace diez años. “Tengo como diez piezas suyas hechas a la medida y las que más me gustan son una falda roja y un chaqueta blanca ajustada”.
“El día que lo conocí me gustó lo que llevaba puesto: un pantalón deportivo con una camisa estilo esmoquin. Me gusta que su ropa es diferente y te hace sentir seguro. Como soy tan alto no encuentro mucha ropa y él me la hace perfecta”, dice Brandon Thurman, otro cliente.
Las celebridades con las que soñaba en la ducha finalmente llegaron. Tyra Banks, Vivica A. Fox, Lil’ Kim, Nelly, Sean Paul, Mo’Nique, Wendy Williams, Sessile López, entre otros, han vestido sus diseños.
Harlem, la identidad
Abyssinian Baptist Church, 132 W, 138 th Street. Una de las iglesias más antiguas de Nueva York y del país. Edwing asiste casi todos los domingos al servicio de las 9 de la mañana, sigue las lecturas con la aplicación de la Biblia que tiene en su celular y se emociona con los cantos del coro.
Hace 17 años que Edwing vive en Harlem le gusta este barrio. “Es un sitio de mucho color y calor humano, estás en New York pero no te sientes en la selva de cemento. Eres neoyorquino, pero es más tranquilo; no hay que producirse par ir a comprar el pan”. Aquí ha tenido tiendas y está gran parte de su clientela. “Hay afros y celebridades afro que les hago ropa a la medida, porque al moreno de dinero no le gusta que nadie tenga lo que ellos llevan puesto; les gusta la exclusividad”.
Dice que han recuperado mucho la zona y ya no es insegura y violenta. Gran parte de ese cambio lo ha liderado la iglesia a la que asiste. Los servicios a la comunidad, la música y las prédicas que acercan los textos bíblicos a la realidad social, lo sedujeron. Y lo han hecho pensar sobre su aporte al mundo; por eso se emociona en participar en la pasarela Somos Color que lo trae a Colombia (ver recuadro).
“Veo mi carrera no solo como un orgullo y beneficio propio sino como un ministerio. Que a través de este privilegio que Dios me dio pueda ayudar a los afros de mi país. Le pido que me ilumine para saber cómo ser un ejemplo y poder impactar a más gente, a mi gente. Mostrarles a los jóvenes que si crees en ti mismo puedes crecer, y a la sociedad colombiana que podemos ser inclusivos”.
Una pasarela por la inclusión social
Edwing D’Angelo es el invitado especial de la primera edición de la pasarela Somos Color #rutadelainclusion, organizada por Henkel en alianza con Usaid, para promover la inclusión social, económica y política de las comunidades étnicas en el país.
“La colección se llama ‘Liberté, Égalité, Modernité’ y tiene mucho color hueso, verde y café, que van perfectamente con los tonos castaños de Schwarzkopf para el pelo, un tono muy de la mujer latina”, dice D’Angelo, que trae atuendos de mujer y hombre. Lo acompañará la modelo Sessile López. También habrá pasarela de la colombiana Lía Samantha.
El desfile se llevará a cabo el 2 de septiembre en Bogotá.
NATALIA DÍAZ BROCHET
Editora de EL TIEMPO
Nueva York
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