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El pueblo wayú que llamó a sus miembros a retornar a su tierra

Comunidades de la Alta Guajira construyen una escuela para recuperar la identidad en sus niños.

LAURA BAYER YEPES
Bahía Portete, un territorio de más de 14.000 hectáreas de desierto, era próspero hace doce años pese a no tener luz eléctrica y contar con poca agua. Los clanes epinayú y uriana de la etnia wayú vivían en la comunidad más organizada de la Alta Guajira: habían levantado casas de material con baterías de baño, un centro de salud y una escuela con casi 800 estudiantes.
El 18 de abril del 2004, 40 paramilitares entraron a estas tierras indígenas y profanaron sus cementerios, saquearon sus casas y abalearon su hospital y su colegio; en las ruinas aún se notan los huecos de los proyectiles. Torturaron y asesinaron a seis personas, generando que los wayú se desplazaran hasta los cinturones urbanos de Maracaibo (Venezuela).
Algunas ruinas de las antiguas viviendas aún están en pie, cerca de las nuevas, como ejercicio de memoria que soporta lo emergente.
Así aparece registrado en el Centro Nacional de Memoria Histórica, pero Débora Barros, líder indígena de la comunidad, lo recuerda peor. Asegura que fueron tres días de desalojos y cuatro muertes sucesivas de familiares suyos, ordenadas por Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’, al Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc). El objetivo era tomar poder de un territorio propicio para la salida de droga y la entrada de armas, ubicado entre el Cabo de la Vela y Punta Gallinas.
Diez años después, en un rito de conmemoración de la masacre en el que unos pocos wayú retornaban por una semana a su tierra (el 'Yanama'), Débora instó a su gente a regresar y comenzar de nuevo, a levantar sus casas y reconstruir sus vidas con el propósito de que sus hijos aprendieran su cultura ancestral y conocieran sus orígenes.
Una de las primeras prácticas recuperadas en las mujeres jóvenes de esta comunidad wayú fue el baile tradicional de la Yonna. EFE
Finalizando el 2015, esta comunidad wayú ha logrado su retorno con solidez: construyeron casas de palo y yotojoro (una madera extraída del cactus), cultivan chivos, pescan, tejen mochilas y chinchorros, y sobreviven en medio del desierto de La Guajira.
Un reto en la nada
Los indígenas pasaron en cuestión de un año de tener luz y agua, en zonas humildes de Maracaibo, a vivir entre las dunas del desierto, un cambio drástico sobre todo para los jóvenes, muchos de ellos nacidos en Venezuela. Ya no cuentan con las comodidades de una sociedad occidental, pero en cambio, comienzan a saber de dónde vienen y a aprender a leer y escribir en wayuunaiki, su lengua materna.
Los primeros 27 alumnos de esta nueva ranchería guajira, niños y adolescentes entre los 3 y los 16 años, aprenderán a tejer, pescar y bailar la Yonna, su danza tradicional, en el centro de cultura y pensamiento wayú Akuaipa, un proyecto que adelanta la comunidad de la mano de World Coach, una ONG que defiende los derechos de la niñez, con el apoyo del banco español BBVA, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid).
Los niños reciben clases de wayuunaiki, pesca y tejido, pero sus maestras también tratan de mantener un nivel mínimo de matemáticas y español mientras el Ministerio de Educación llega a la comunidad.
"Al principio, mis hijos me preguntaban, 'Mami, ¿qué hacemos acá?' Yo les respondí que en realidad Venezuela no era nuestra casa y que regresamos para recuperar nuestro territorio y para que ellos sepan de dónde son, de dónde es su familia", cuenta Nataly Dominga, una de las profesoras de Akuaipa. Dice que sus hijos extrañan la televisión, que cuando visita la ciudad con ellos no se quieren devolver, pero que entienden la situación, porque son niños.
Y la felicidad y la energía no les falta para jugar descalzos en medio de la arena, a pleno sol de mediodía, con los balones o las bicicletas que Manuel Guillermo Pinzón, director de World Coach, se consigue como parte de su gestión para ayudar a estas familias a reconstruir su identidad.
Gracias a las organizaciones que los apoyan, los niños wayú también estrenan parque infantil.
Fue así como World Coach contactó a BBVA, que financió la sede física de Akuaipa, una construcción de paredes de barro resanadas con cemento y techo de yotojoro, pero que pronto contará con una sala virtual y otra de memoria histórica, que funcionarán con placas de energía solar, donde casi un centenar de niños recuperarán una identidad que perdieron por culpa del conflicto armado colombiano.
La angustia colectiva de los padres que veían cómo sus hijos se estaban perdiendo; la situación que, según Pinzón, pudo haber motivado a los wayú a movilizarse; hizo que Débora junto con la gestión de World Coach concibieran un modelo etnoeducativo donde los pequeños pudieran aprender su cultura, mantener su nivel de escolaridad y ser el futuro de los clanes epinayú y uriana.
Débora Barros Fince, líder indígena y defensora de derechos humanos, sonríe junto a los niños que pertenecen a la escuela de fútbol de la FIFA y BBVA, gestionada por World Coach.
"En Akuaipa es donde estará concentrada nuestra resistencia, lo que sufrimos, y es importante que eso se mantenga en la historia para que nuestras nuevas generaciones conozcan y valoren el esfuerzo y la lucha que se está haciendo en la comunidad", afirma Débora.
Laura Bayer Yepes
Para EL TIEMPO
LAURA BAYER YEPES
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