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Bolívar, un pueblo donde los niños y jóvenes ya pueden ir al colegio

Continuos ataques guerrilleros no permitían que los estudiantes se trasladaran hasta el municipio.

EL TIEMPO
Para Edwin Stiven Navia, de 17 años, toparse con guerrilleros mientras caminaba hacia su casa, en la vereda Charguayaco en Bolívar, Cauca, o bajarse de la chiva para que los requisaran, formaba parte de su rutina diaria al ir y volver del colegio.
Todos los días, además de tener que levantarse muy temprano para ir a estudiar, debe caminar media hora desde su casa hasta la carretera principal y después abordar un vehículo que dos horas y media más tarde lo deja en el colegio Domingo Belisario Gómez.
Ahora, y desde hace casi cuatro años, ese trayecto no se ha hecho más corto, pero sí menos peligroso.
Después de cinco tomas guerrilleras que destruyeron la inspección de Policía y las casas cercanas; después de bombas, balaceras, estudiantes escondidos bajo los pupitres para resguardarse, docentes angustiados y padres de familia desesperados, ahora se respira otro aire en la zona.
“Esa época fue muy complicada. Nosotros no sabíamos cómo reaccionar ante esas tomas tan violentas, los estudiantes ya no querían venir a clase y sus padres tampoco querían enviarlos porque tenían que recorrer trayectos muy largos y peligrosos”, contó Jairo Enrique Gómez, rector de la mencionada institución educativa Domingo Belisario Gómez, en el municipio.
La deserción escolar, la ausencia de docentes y la falta de oportunidades para quienes egresan de los tres colegios que tiene el pueblo son los problemas más graves del territorio en materia de educación, sin hablar de la falta de agua, de carreteras óptimas y de inversión social.
El ruido de los fusiles y de los helicópteros se vuelve parte de la cotidianidad de estos niños y jóvenes que al principio interrumpían sus clases aterrorizados por la situación, pero después de un tiempo era solo un episodio más del día.
Elvar Collazos, habitante de Bolívar y periodista de la emisora comunitaria Bolívar Stéreo, lleva casi toda su existencia viviendo en medio del conflicto y viendo cómo la biblioteca, la parroquia, la casa de cultura y las instituciones educativas del municipio fueron blancos de la violencia, pero además con la inminente angustia de saber qué pasaría con sus hijos en el colegio cada vez que había una toma guerrillera.
“En los colegios no había un plan de acción o un lugar adecuado para que nuestros hijos se resguardaran en el momento de los ataques, y eso era muy angustiante”, recordó Collazos.
Edwin tiene grabado en la memoria el día en que por las calles de su vereda se escuchaba a la gente gritar “la encontramos, la encontramos”; era su vecina que llevaba desaparecida un par de días y que, según él recuerda, fue encontrada en medio del monte, con heridas en la cabeza y sin parte de los dedos.
Collazos, a su vez, recuerda la incertidumbre que sentían los bolivarenses cada que debían viajar hasta Popayán o desde las veredas hasta el municipio, pues la mayoría de veces eran obligados a bajar de los vehículos, a pasar la noche en la carretera y a ver cómo los guerrilleros de las Farc incendiaban los buses.
Se respira tranquilidad
Desde cuando se iniciaron los diálogos de paz con esa guerrilla, en Bolívar han cambiado las cosas. Ya no se escuchan helicópteros merodeando a diferentes horas del día, ni mucho menos sonidos de fusil.
No han tenido que ir a la casa de la cultura a rescatar instrumentos musicales o libros que hubieran resistido el incendio. Tampoco, las mujeres y los campesinos tuvieron que rebelarse para que los grupos armados no se llevaran a los policías.
Los padres se sienten más seguros de que sus hijos vayan al colegio, los muchachos pueden caminar tranquilos hasta sus casas y viajar en la chiva sin caer en retenes ilegales.
Bolívar es hoy uno de los pueblos más entusiasmados con el momento que vive el país. La gente tiene la esperanza puesta en que habrá inversión para el campo, en que podrán disfrutar de un servicio de agua digno y que sus jóvenes tendrán más opciones de vida.
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