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Aproximación a la estupidez, algo tan humano como la inteligencia

Un grupo de pensadores se reunió esta semana en Bogotá para discutir el sesudo asunto.

DIEGO ALARCÓN
Suena casi como un contrasentido, pero no lo es: para reconocer la estupidez hay que ser inteligente. No existe otro camino, otra vía, que la razón y la lógica para al menos aproximarse a una noción del ser estúpido. Es como los viejos dilemas que definen algo en relación con su antagonista: ¿es la luz ausencia de oscuridad? o ¿es la oscuridad ausencia de luz? “Sí, pero no”, sería la respuesta para este caso, respuesta que se oye estúpida pero no lo es tanto, en especial cuando nos damos cuenta de que si bien la falta de inteligencia en el actuar suele relacionarse con la estupidez, no toda falta de inteligencia es estupidez. ¿Acaso decimos que los animales son estúpidos? Pues no. No es tan simple.
Estamos tan ocupados con nuestra inteligencia que rara vez nos detenemos a pensar en la estupidez. Ese parece ser el fundamento que llevó a la Personería de Bogotá a organizar, en conjunto con la Universidad Externado de Colombia y la Universidad Nacional, el foro ‘La estupidez, una reflexión urgente’, que convocó a intelectuales y personalidades destacadas en diversas áreas de la cultura para deliberar al respecto. (Lea también: Estupidez sobre ruedas / Voy y vuelvo)
Una primera conclusión: no existe una definición, ni es posible aún una categorización de la estupidez. No hablamos de ella ni la medimos como puede medirse la violencia, por ejemplo, con tasas de homicidios, número de guerras y conflictos, y toda suerte de estadísticas y registros que se derivan de ella.
Gilles Lipovetsky, el destacado filósofo francés que ha analizado las transformaciones de lo que él llama ‘hipermodernidad’ –una era atravesada por el consumismo, el narcisismo y la prelación de lo individual sobre lo colectivo–, considera que “si entramos en un inventario de cosas estúpidas, se puede decir todo y nada. El niño que hace una tontería, la mujer que actúa impulsivamente sin medir las consecuencias, el conductor borracho... La estupidez está por doquier, pero ese enfoque no es interesante porque definir la estupidez con un listado no es mucho lo que explica y puede ser una conversación cualquiera en la esquina del barrio”.
¿Qué podría ser la estupidez, entonces? ¿Cómo acercarse a una explicación? El escritor William Ospina cree que “se trata más bien de asomarse a los abismos de la incoherencia, de la falta de lógica o la falta de consecuencia que caracterizan a todos los seres humanos. Sí, la estupidez forma parte de la condición humana”.
Ni generalizar, ni extremos
Lipovetsky encuentra estupidez, por ejemplo, en el hecho de asegurar que el consumismo es condenable, que ha embrutecido a la gente y la ha llevado a perder el sentido de la vida. “Al embarcarse en posiciones como esta, se olvida que el consumismo trae muchas cosas positivas también: puestos de trabajo, mayor bienestar, desarrollo de la ciencia y el conocimiento, democratización de la cultura, etc. Por otra parte, decir que consumir da la felicidad absoluta también es estúpido, y para demostrarlo están las estadísticas de suicidio y depresión de las grandes economías. El consumismo tiene muchos vicios, pero no solamente vicios. Así que cuando ya no vemos dónde paran las cosas, cuando dejamos de ver los límites de nuestras posturas individuales, se vuelven estúpidas y exageradas”.
Por eso, sugiere el pensador francés, la intelectualidad misma ha incurrido en imprecisiones mayúsculas, muchas veces ancladas en generalizaciones poco rigurosas, a lo que Ospina aporta: “Hay cierto matiz de arrogancia intelectual en el afán de descalificar como estupidez los actos de los otros. Son muchas las cosas que hacemos y decimos que ni son lógicas, ni son razonables, ni son útiles, ni son provechosas para el mundo ni nosotros mismos. La estupidez anda por ahí regadita entre todo eso”. (También: Realizan foro sobre la estupidez en Bogotá)
¿Cuántas veces nos hemos arrepentido de lanzar palabras contra alguien en un momento de ira? ¿Cuántas veces hemos fumado después de prometer dejar de hacerlo? ¿Cuántas veces hemos reincidido en conductas que sabemos que no son inteligentes? Para el doctor Miguel Eduardo Martínez, coordinador de la Maestría de Fisiología de la Universidad Nacional y experto en neurociencia, “hoy no podemos desligar la inteligencia racional de la emocional. La inteligencia humana está animada por las emociones, pero cuando hablamos de estupidez casi siempre tenemos en cuenta únicamente el juicio racional”.
¿Pero existe un lugar del cerebro en el que se aloje la estupidez? ¿Un centro que se active y nos haga actuar mal?
“No –precisa Martínez–. Michael Gazzaniga, de la Universidad de California (Estados Unidos), habla de unos módulos cerebrales que básicamente nos sirven para todo, tanto para la socialización y la emoción, como para la toma de decisiones y la planeación. La neurociencia contemporánea estudia solamente los aspectos positivos y no aspectos negativos como la estupidez. Incluso si se estudiara, no creo que vayamos a encontrar ni el núcleo de la estupidez, ni las neuronas de la estupidez, sino probablemente lo que vamos a hallar es que tanto en una como en otra (inteligencia y estupidez) participan los mismos módulos, tal y como lo plantea Gazzaniga. Si analizamos una reacción de ira veremos que está conectada con una disposición biológica, fisiológica, que también es cerebral, que tiene un valor adaptativo y que en el contexto inadecuado puede ser vista como algo estúpido”.
No obstante, en la medicina sí hay explicaciones precisas para definir niveles de menor inteligencia. El doctor Martínez señala que existen deficiencias cognitivas que pueden estar ligadas al desarrollo del sistema nervioso, congénitas, alteraciones en la bioquímica del cerebro y en su desarrollo. Hay otras que son consecuencia de lesiones, bien sea por tumores o accidentes cardiovasculares. Son percances en la salud. ¿Se puede hablar de estupidez allí?: no lo creo”.
La estupidez evoluciona
Es todo y es nada, decía Lipovetsky. La palabra ‘estupidez’ ha sido empleada para calificar todo tipo de errores humanos, comúnmente asociados a las que podrían ser las facetas más criticadas del hombre, como la arrogancia, la ignorancia, el atrevimiento desmedido, la ingenuidad, el aparentar... De ahí que una de las frases más famosas que a menudo es citada para hablar del tema sea la expresada por el físico Albert Einstein: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”.
Sin embargo, Lipovetsky llama la atención sobre lo peligroso que resulta tender a asociar todo lo que podríamos calificar como un error con la estupidez, pues el sentido con el que se construye esta relación de significado les resta importancia a los hechos y los asemeja a comportamientos inocentes: “En la utilización del término –apunta el filósofo francés– hay algo que tiene que ver con el hecho de que no es muy grave: en el caso de un niño que rompe un vidrio por jugar con un balón en la sala de su casa podemos decir que es algo que se produjo por un comportamiento estúpido, pero no es grave. Es decir, se transmite la sensación de que algo es perdonable”. Sin embargo, utilizar el calificativo de ‘estúpido’ para sucesos como el holocausto judío, el yihadismo o el calentamiento global puede ser riesgoso.
“Por ejemplo –continúa Lipovetsky–, ¿la política de Hitler era estúpida? No, la palabra es ‘bárbara’. ¿El yihadismo es una estupidez? No, no lo es. Es un comportamiento ‘terrible’ y tenemos que dejar de creer que quienes lo ejercen son gente idiota, manipulada, cero inteligente y sin criterio alguno. En este momento hay personas huyendo de Medio Oriente y la palabra ‘estupidez’ no está a la altura de esas cuestiones. Ni siquiera porque pueda ser falsa, es que está fuera de lugar”.
En un sentido parecido, el escritor William Ospina añade: “A mí no me gusta mucho el concepto de ‘la estupidez’. Me parece que no es en rigor una definición sino una reacción. Parece nacer más de los estados anímicos que de los procesos reflexivos. Cuando uno reflexiona sobre las cosas, termina encontrándoles otros calificativos más precisos”.
Algo en lo que todos concuerdan es en que la estupidez ha evolucionado a la par con el conocimiento. La estupidez de hoy no es la misma estupidez de ayer: “Alguien que ahora diga que la tierra es plana y no se mueve de su posición, pues será tildado de estúpido, porque existe evidencia que prueba lo contrario –opina Lipovetsky–. Pero en Grecia o en Egipto esto fue una verdad de cierta época. Lo mismo ocurre con el propósito de llegar al poder mediante el uso de las armas, que ya es caduco. Esto nos demuestra que no percibimos la realidad de la misma manera. Depende del estado del conocimiento, de la evolución, del momento histórico”.
Por la misma idea del desarrollo del pensamiento a lo largo de la historia es que Ospina sentencia que “lo que solemos llamar estupidez está en el ápice de lo que solemos llamar evolución. Llegar a comprender lo estúpido necesariamente implica cierta complejidad intelectual”.
En la evolución del pensamiento, por otra parte, han sido pocos los acercamientos decididamente enfocados en la comprensión de la estupidez como esa otra cara de la razón. El historiador económico italiano Carlo Maria Cipolla publicó en 1988 un ensayo en el que clasifica a “los estúpidos” como aquellos quienes con sus acciones, desde el punto de vista económico, perjudican a los demás y a sí mismos, justo lo contrario de “los inteligentes”, quienes benefician a los otros y a sí mismos. Cipolla consideró entonces que ser estúpido era aún peor que ser “malvado” (quien perjudica a los demás y se beneficia a sí mismos), pues la estupidez es lo único que no supone beneficio para nadie.
Así mismo, el filósofo y ensayista español José Antonio Marina intentó explorar la espesa manigua de la estupidez humana y en el 2004 publicó ‘La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez’. En el ensayo, Marina califica de “inteligencia malograda” a un compendio de factores que llevan al fracaso de la razón y que nacen del propio individuo, como las emociones fuertes y el actuar irreflexivo, que a su vez está ligado a fallas en lo cognitivo, lo afectivo o en la voluntad. Esta sumatoria de factores, sugiere, alejan al hombre de su principal meta, que, según su postura, es ser feliz.
El doctor Martínez recoge varios de los postulados de Marina para hablar del “fracaso de la inteligencia colectiva”, que, palabras más, palabras menos –y aquí volvemos a lo que expresan Ospina y Lipovetsky–, consiste en desconocer la inteligencia de los otros por la propia, un detalle que evita una socialización inteligente. “El peligro más grande de la estupidez –dice Martínez– es no ser conscientes de ella, no reconocerla para poder delimitarla. La cuestión está en lo difícil que nos resulta ver nuestra propia estupidez y ser capaces de verla en los demás, no para condenarla, sino fijarnos en ella, identificarla y así poder reconocer la propia”.
Hablar de conclusiones definitivas quizá resulte inocente. En eso coinciden la mayoría de quienes han reflexionado e intentado aproximarse a eso que llamamos ‘estúpido’. Puede ser ingenuo, incluso, intentar al menos darle forma a una idea que es vaporosa y goza de tantos matices. Tal vez una de las pocas cosas claras sobre ella es que, como escribió Albert Camus en ‘La peste’, “la estupidez insiste siempre”.
DIEGO ALARCÓN
Redacción Domingo
DIEGO ALARCÓN
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