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¿Qué discute la cumbre COP 21 de París?

En el encuentro, delegados de 196 países se reúnen para lograr acuerdo por el cambio climático.

MANUEL RODRÍGUEZ BECERRA
En París, con sus profundas y trágicas heridas del terrorismo, tendrá lugar la Cumbre sobre el Cambio Climático, que se inicia este fin de semana. En la senda hacia esta histórica conferencia de las Naciones Unidas, todos los gobiernos del mundo han estado negociando, desde hace cuatro años, un nuevo acuerdo global para combatir esta gran amenaza.
Pocas horas después de consumados los actos terroristas en la capital francesa, el presidente Hollande confirmó la realización de la cumbre. Se estima que la atenderán más de 50.000 personas que incluyen 25.000 representantes de los gobiernos. La cumbre no solamente será recordada por lo que se acuerde, sino también como un acto de solidaridad universal con el pueblo de Francia y con la Ciudad Luz.
¿Por qué se intenta llegar a un nuevo acuerdo global? Es una pregunta básica para entender lo que está en juego en París. Se trata, fundamentalmente, de superar el fracaso de la Convención de Cambio Climático y su Protocolo de Kioto, firmados respectivamente hace 21 y 18 años, fracaso que se evidencia en el hecho de que la tasa de emisión de gases de efecto invernadero se ha incrementado sustantivamente en estas dos últimas décadas.
El nuevo acuerdo se hará en el marco de la convención, pero, necesariamente, se alejará de ella en muchos de los preceptos que contiene.
Se ha perdido un tiempo precioso. Hace 36 años, la Academia de Ciencias de los Estados Unidos señaló al presidente Jimmy Carter que existía la suficiente evidencia científica para afirmar que estaba en marcha un calentamiento global como producto de la actividad humana, y recomendó adoptar de inmediato políticas para enfrentarlo, al afirmar en forma contundente: “Una política de ver y esperar podría significar esperar hasta que sea demasiado tarde”. Según funcionarios que trabajaron cercanamente con el Presidente, como Gustave Speth –entonces Jefe de la Comisión Presidencial del Ambiente y uno de los más connotados ambientalistas de Estados Unidos–, de haber sido reelegido Carter, muy probablemente, el Gobierno estadounidense hubiese comenzado a efectuar cuantiosas inversiones en la ciencia y la tecnología de las energías renovables, siguiendo la senda señalada por el Informe Charney, como se conoce ese documento de la Academia de Ciencias.
Triunfó Reagan y el tema, literalmente, se archivó, y aún sigue archivado en el senado de los Estados Unidos, dominado por republicanos que se han transformado en líderes de la negación de la existencia del cambio climático.
Esto hace parte de la fragilidad de la política y las políticas. ¿Acaso la historia podría haber sido diferente?
Por fortuna, hoy, el presidente Obama, siguiendo la tradición demócrata, ya ha comprometido a EE. UU. en materia de reducción de emisiones con miras a París –a partir de las posibilidades que la legislación le otorga– y no pocos tenemos la esperanza de que, consistentemente con su audaz política internacional del último año, influya de forma positiva para sellar un acuerdo que nos devuelva la esperanza.
Y es que en la práctica, durante estos 36 años, el mundo ha estado en la política de “esperar y ver”. Y no se cuenta con otros 36 años para la inacción, puesto que si no se hace nada de aquí al año 2050, para ese entonces la temperatura superará los 2 °C en el promedio de la superficie de la Tierra, en relación con la época preindustrial, un límite más allá del cual se considera peligroso.
De allí la importancia de la cumbre de París, que, inevitablemente, y ante la situación descrita, señalará un camino y detonará la puesta en marcha de unas medidas concretas para comenzar a superar el fracaso, así aún no sean suficientes, como parece que ocurrirá.
Pero incluso en el caso de no superar los 2 °C, los impactos serán de consideración. Así, por ejemplo, en este último escenario, que se considera de una ocurrencia altamente probable, se producirían graves efectos en Latinoamérica, según informe de la Academia de Ciencias de Estados Unidos (‘Mundo en calentamiento: impactos por grado’, 2011).
Se pondrían en riesgo hasta el 70 % de los cultivos de soya en Brasil y el 45 % de los cultivos de maíz en México. El número de huracanes se aumentaría en un 40 %, con el doble de energía del promedio actual. En el mar Caribe, el 50 % de los arrecifes de coral moriría, con graves consecuencias para las diferentes formas de vida que dependen de ellos, y la captura pesquera disminuiría en un 50 %. Pero, más allá de estas predicciones, hoy sabemos que el calentamiento global ya está con nosotros, como lo evidencian los eventos climáticos extremos de este siglo y sus graves daños, cuando apenas nos acercamos a un aumento de 1 °C.
Lo que se negocia
En otras palabras, el clima ya se desestabilizó y, en últimas, lo que se está negociando es hasta dónde se va a permitir que llegue esa desestabilización.
Pero, a estas alturas, el lector se preguntará: ¿acaso la ciencia no ha recomendado que no se supere el límite de 2 °C con miras a permanecer en una zona segura?
Esta es una creencia generalizada, pero este umbral fue fijado en una transacción entre la ciencia y la política, como el escenario de lo posible. Y si se llegase justo a este límite, se producirían impactos nada despreciables como los ya señalados para Latinoamérica, o como la desaparición del territorio de algunos Estados insulares y la pérdida de sustantivas áreas de países continentales, como Bangladesh, a consecuencia de la subida del nivel del mar.
Estos últimos hechos determinan que de la cumbre de París se esperen, también, avances sustantivos en los acuerdos sobre adaptación al cambio climático, agenda con una alta prioridad para países que, como Colombia, tienen una alta vulnerabilidad natural al calentamiento.
Son muchas las preguntas que se vuelven a escuchar tanto sobre la adaptación como sobre otras materias, en la medida en que nos acercamos a la cumbre de París, muchas de las cuales han estado rondando desde hace años: ¿Qué tan seguros estamos de que el cambio climático sea de origen humano? ¿Acaso los que niegan el cambio climático no tendrían la razón? ¿Por qué el Senado de los Estados Unidos se negó a ratificar el Protocolo de Kioto? ¿Se quebrará la economía al intentar detener y revertir el cambio climático? ¿Por qué es tan importante detener la deforestación? ¿Cómo es hoy la geopolítica del cambio climático?
Y estas otras cuestiones: ¿Acaso un país de economía media como Colombia juega algún papel en las negociaciones frente a EE. UU., China y los Bric? ¿Por qué se dice que estas no son unas negociaciones sobre el medio ambiente, sino unas negociaciones sobre el corazón mismo del modelo de desarrollo, en las que se están cuestionando muchos de los supuestos que han guiado el desarrollo económico, social y cultural, y, obviamente, también la protección ambiental, después de la Segunda Guerra Mundial?
¿Acaso los compromisos voluntarios de reducción de gases de efecto invernadero, de aquí al año 2030, presentados por 156 países, previamente a la cumbre, incluyendo los mayores emisores, serán suficientes para poner al mundo en una senda adecuada de descarbonización de la economía? ¿No se podría resolver esta grave amenaza desde la sociedad civil y el sector privado, independientemente de lo que ocurra en las infructuosas negociaciones políticas de la ONU, tal como lo revelarían los cientos de iniciativas, hoy en marcha? ¿Qué puede hacer un ciudadano cualquiera por la mitigación y la adaptación?
En fin, aquellas, y muchas más son el tipo de preguntas que todo ciudadano que pretenda estar informado y actuar debería estar en capacidad de responder.
Y para colaborar en esa empresa, conjuntamente con Henry Mance, Ximena Barrera y Carolina García, hemos escrito el libro Cambio climático: lo que está en juego, publicado por el Foro Nacional Ambiental, WWF, Fescol y la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes, en cuyas páginas web se puede bajar gratuitamente.
MANUEL RODRÍGUEZ BECERRA
Especial para EL TIEMPO
MANUEL RODRÍGUEZ BECERRA
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