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Qué noticia tan triste: el burro se está extinguiendo

Ahora los despellejan para hacer carteras o para forrar paquetes de cocaína.

JUAN GOSSAÍN
Es un verdadero símbolo del trabajo, la lucha y el esfuerzo. El burro, nuestro compañero fiel, se está acabando. Desaparece en el mundo entero. Hay voces de alarma en todas partes. En Colombia ya no se ve un burro ni en las fincas. En los caminos rurales solo hay motos.
A lo largo de toda la historia humana, el burro ha estado junto al hombre en las buenas y las malas. Incluso en los momentos más sagrados. Basta con recordar algunos episodios de la Biblia, empezando por los antiguos testimonios.
La burra del profeta Balaam se puso milagrosamente a hablar, en medio de la noche, para impedir que un ángel vengador matara a su amo.
Para referirnos a un episodio anterior y más célebre, investigadores acuciosos han demostrado que la afirmación según la cual Caín mató a su hermano Abel con la quijada de un burro es totalmente falsa.
Muchos años después, María, que estaba embarazada, viajaba en un burro con su marido José, pero a ella se le venció el tiempo y su hijo nació a las carreras en un pesebre de Belén. El niño todavía gateaba cuando tuvieron que huir en otro burro a Egipto, llevándose a su criatura, para escapar del exterminio de primogénitos decretado por el rey Herodes. Y treintaitrés años más tarde, el mismo Jesús eligió un humilde borrico para su entrada gloriosa a Jerusalén, el Domingo de Ramos, camino del martirio.
En cambio, hace poco más de un mes, en el pueblo de Caracolicito, en El Carmen de Bolívar, aparecieron cinco burros muertos que no tenían piel. Ahora los matan sin piedad para fabricar zapatos, carteras de mujer, cinturones elegantes. Y hasta para forrar paquetes de cocaína, a fin de que los perros no los detecten. Pagan 700.000 pesos por cada cuero. Además, usan el pellejo de las burras para fabricar cremas embellecedoras. Hasta dónde ha llegado la maldad humana.
Consulto la opinión de los que saben y me dicen que la extinción del burro en todos los países es ocasionada por varias razones. La primera es la formidable tecnificación agrícola. La maquinaria moderna ya no conoce límites. En países menos desarrollados, como Colombia, la motocicleta japonesa reemplazó al burro en las faenas rurales, para transporte y para carga. A cada rato encuentro en los caminos polvorientos a vaqueros que, mientras va cayendo la sobretarde, arrean la manada desde su flamante moto. Otro motivo fundamental es el éxodo hacia las ciudades, sobre todo de los campesinos más pobres, que eran los que más usaban el burro.
Su origen
En los países de lengua castellana tiene casi tantos nombres como países hay: burro, asno, borrico, rucio, jumento, pollino, garañón, onagro, rucho, rozno. Agregue usted una cantidad infinita de sinónimos que dependen de cada pueblo y de cada zona.
El primer burro del planeta apareció en el norte de África, unos once siglos antes del nacimiento de Jesucristo, y se extendió desde las costas del océano Atlántico hasta el mar Rojo. Todas las investigaciones parecen indicar que se mantuvo salvaje hasta quinientos años después, cuando fue domesticado por los egipcios para ayudar en las faenas caseras y agrícolas.
El nombre burro se lo pusieron los romanos en tiempos del Imperio. En latín la palabra burricus significa “caballo chiquito”. A propósito de eso, hay un detalle bien curioso que ni los científicos han podido descifrar: a pesar de ser un derivado menor del caballo, el burro alcanza a vivir hasta cuarenta años más que el propio caballo.
Llegada a América
Los primeros burros y caballos que llegaron a América fueron traídos a México por los conquistadores españoles. Hasta ese momento eran los propios indios los que llevaban la carga en la espalda. Había cargadores profesionales a los que llamaban “tamemes”.
La historia certifica que fue un obispo, fray Juan de Zumárraga, quien, condolido por la penosa situación de los aborígenes, importó los primeros burros desde Castilla.
Hay una discusión muy larga y ardiente sobre eso, puesto que los cubanos sostienen que a su tierra llegaron primero. Los dominicanos afirman lo propio. El lío es grande.
En libros y leyendas
Pero mucho antes de que empezaran esas polémicas, ya el burro era célebre. Esopo, el gran fabulista griego, lo pone de protagonista en varias de sus obras. En algunas de ellas el burro es arrogante, pero en otras es humilde y da lecciones a los poderosos. En tales episodios el buen animalito suele ser engañado por sus amigos ladinos, como la zorra o el lobo.
El burro de Sancho Panza, al que llamaba Rucio, es famoso en la literatura española, lo mismo que Platero, el pollino de Juan Ramón Jiménez.
Los antiguos habitantes del norte europeo creían que los pelos de la cola del burro tenían poderes curativos. En la Edad Media los franceses supersticiosos sostenían que si uno soñaba con un burro que iba corriendo era pronóstico de una desgracia. Pero si se detenía de repente, era augurio de buena suerte.
Emil Ludwig, el gran escritor y biógrafo nacido en Alemania, en su Historia del río Nilo, y en contra de la mala fama de bruto que tiene el burro, advierte que es el único animal de carga que da saltos y brincos para anunciarle a su jinete que hay un peligro cerca o que se ha equivocado de camino. Como hizo la burra de Balaam en aquella noche bíblica.
El burro es hasta político: un burro es el símbolo gráfico que identifica al Partido Demócrata de Estados Unidos, el del presidente Obama.
En Colombia y el mundo
Las actuales estadísticas colombianas han resuelto englobar en una misma cifra a caballos, burros y mulas. Además, la mayoría de sus dueños no los registran al nacer ni al vacunarlos, si es que alguna vez los vacunan. Por todo eso, no es posible saber cuántos burros nos quedan.
Según el investigador Deison Díaz Hoyos, la Encuesta Nacional Agropecuaria de 1995 estableció que en todo el país había 319.316 burros. Pero en 2013, dieciocho años después, apenas quedaban 63.000. Solo sobrevivió el 20 por ciento. El otro 80 había desaparecido. Desde entonces, y hasta hoy, no se conocen nuevas estadísticas.
Los países donde más se conservan esos animalitos son China, India, Pakistán y Egipto. En España, por el contrario, solo hay 75.000. Unos voluntarios mexicanos, agradecidos con aquellos primeros burros que ayudaron al trabajo de los indígenas, crearon el Santuario del Burro, en la población de Otumba, para luchar por su supervivencia.
En dos poblaciones de Colombia se le rinde cada año un merecido homenaje de gratitud al hermano burro, como lo llamaba Francisco de Asís. En San Antero (Córdoba), al lado de San Bernardo del Viento, donde el río Sinú desemboca en el Caribe, se ha vuelto célebre la fiesta en que eligen a la reina de los burros. Y en las tierras boyacenses de Moniquirá hacen en ellos unas gigantescas cabalgatas a las que llaman, con verdadera sabiduría, “burralgatas”.
Especies que desaparecen
La verdad es que los ambientalistas, dedicados a defender lo poco que nos queda de naturaleza, están con las manos en la cabeza no solo por el burro, sino por una gran variedad de especies que se extinguen cada día.
Ya no es posible verle las garras afiladas y el rostro ceñudo al gavilán pollero, “el que se llevó a la polla que más quiero”, según aquella inolvidable canción. Ni la cresta emplumada del águila real, nada menos, símbolo de poder y señorío, el ave más grande que el hombre haya visto.
De la misma manera estamos acabando con el delfín de piel gris, que desciende de una familia de maromeros, el que canta mientras va saltando en mar abierto, uno de los animales más inteligentes de la Tierra. Y se está muriendo también la garza morena, “dama tan pizpireta parada en una sola pata, el adorno de los pantanos”, como cantaban en las mesas pueblerinas de juego, alumbradas con una lámpara de gasolina.
Para qué hablamos de la tortuga mansa y lenta, tan paciente que antes vivía hasta 200 años, cuyo caparazón le cayó en la cabeza al filósofo Zenón de Elea. O de la extinción del oso panda, oriundo de China, que nunca se quita las gafas.
¿Se imaginan ustedes, si se acaba el burro, lo que sería de un arriero paisa sin su mula? De qué nos asombramos, si se extinguieron hasta los poderosos dinosaurios.
Epílogo
Lo único que nos falta es que el burro desaparezca también del pesebre navideño. Se están haciendo algunos esfuerzos agónicos: por estos días han aparecido en Argentina varios grupos ecologistas que ya no solo usan el burro para carga o transporte, sino para terapias de personas discapacitadas o para paseos ecológicos.
Se me estaba olvidando esta: cuando yo era joven, hace ya tantos años que en esa época el tacón de los zapatos se usaba adelante, en nuestra región Caribe llamaban “burro” al que era adicto a la marihuana. Como se pasaba el día entero metiendo hierba…
Y pensar que ahora lo estamos extinguiendo por una razón elemental y terrible al mismo tiempo: porque ya no lo necesitamos. Porque hoy viajamos en carro o motocicleta, porque ya tenemos tractores portátiles, porque cada día hay menos gente en el campo. Ahora, si acaso nos hace falta un burro, es para venderlo despellejado y en pedazos.
JUAN GOSSAÍN
Especial para EL TIEMPO
JUAN GOSSAÍN
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