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Los 'jardines' que limpian el agua de la laguna de Fúquene

Filtros tratan aguas residuales de San Miguel de Sema (Boyacá), Fúquene y Susa (Cundinamarca).

De lejos, parece un jardín cualquiera con algunos charcos de agua en medio de la tupida vegetación del buchón verde oscuro. Se confundiría con el resto del paisaje de la sabana bogotana. Y muchos ignorarían el silencioso beneficio que ese ‘jardín’ le está haciendo al medioambiente.
A menos de cinco minutos de la cabecera municipal de Susa (Cundinamarca), un jardinero desplaza con un palo las plantas de buchón que flotan sobre el agua. No se trata de un arreglo florar cualquiera.
El simple hecho de recolectar esas plantas garantiza que cerca de la mitad de los desechos que su municipio vierte a las aguas del río Susa (que a su vez va a la laguna de Fúquene) puedan limpiarse a través del paso constante entre las raíces de la flora. (Lea también: Con tecnología bajan la contaminación del relleno sanitario Doña Juana)
¿Cómo puede la naturaleza purificar las aguas turbias sin nada más que tiempo y espacio? Y además sin generar olores que causen malestar a los vecinos cercanos.
La solución que encontró Susa, a través de una propuesta de la Fundación Humedales, se llama Filtros Verdes, una iniciativa que por medio de canales de plantas macrofitas descompone el material orgánico que carga el agua desde el momento en que se usa en los baños de cada casa.
El recorrido del agua
Sin fábricas, grandes industrias o centros comerciales, cerca del 90 por ciento de las aguas residuales de Susa provienen de las casas de sus cerca de 12.000 habitantes.
Desde cada domicilio, por muchos años el agua residual se condujo por el alcantarillado hasta el río Susa, donde los habitantes aledaños a sus orillas veían descender las grasas y las burbujas de jabón.
Ahora, esas mismas aguas van hasta un conducto donde comienza el filtro verde. La primera etapa es un pretratamiento donde la corriente atraviesa una reja que evita que se filtren residuos grandes, que obstruirían el sistema.
De allí, el flujo sigue por debajo de la tierra y llega a un gran tanque que funciona como una trampa de grasas, luego las aguas pasan una rejilla, que cumple el rol de sedimentario primario, al retener los sólidos, y le baja la velocidad a la corriente. La idea es que se disuelvan la mayor cantidad de contaminantes en el agua.
De ahí entra a los canales del filtro verde (de una profundidad cercana a un metro) que están recubiertos de una geomembrana. Estos alcanzan una extensión de un kilómetro, y en el caso de Susa albergan hasta 3.500 metros cúbicos.
En ese punto, los sedimentos que carga el agua se instalan en el fondo y lo disuelto entra en contacto con las bacterias de las raíces de las plantas que flotan. (Además: Cierran vertimientos de aguas residuales de 4 colegios del norte)
Según Felipe Valderrama, investigador de la Fundación Humedales, lo que hacen es convertir la materia orgánica en nutrientes, lo restante de ese proceso de alimentación es absorbido por las plantas conocidas como macrofitas acuáticas.
Desde el buchón, que flota sobre las aguas, hasta el junco, que posa sus raíces y crece por encima del canal, se pueden utilizar para tal fin. Es así como se va configurando un jardín purificador.
A eso se le suma el diseño hidráulico de las cunetas que permite una dinámica biológica más rápida, es decir, solo valiéndose de la gravedad para que no haya necesidad de bombear el agua.
Entre 10 y 12 días, el agua discurre en estos canales hasta salir, sin tonos amarillos, por un conducto hacia el afluente natural.
Los resultados son similares a los que tendría una planta de tratamiento tradicional: cerca del 93 por ciento de remoción de los componentes contaminantes del agua, según los cálculos de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca.
Este filtro natural, cuyo costo de construcción fue cercano a los 250 millones de pesos, tiene una vida útil de 15 años, e incluso más si se tiene en cuenta que lo único que habría que cambiar es la parte de la lona que queda expuesta al sol.
“En este momento trata solo la tercera parte de la población que Susa tendría de aquí a 25 años. Por eso proponemos triplicar la capacidad. Eso tiene un valor de 800 millones de pesos. Una planta tradicional costaría entre 3.000 y 4.000 millones de pesos”, explica Valderrama. (Vea: El cáncer que el cigarrillo les deja a los ríos y humedales del país)
Una idea simple
El ahorro no solo se relaciona con la decisión de instalar o no una planta. Por años, los municipios cercanos a la laguna de Fúquene han cargado con la culpa de verter sus aguas sucias a la laguna más relevante de la región.
De hecho, desde hace 15 años se instauró una acción popular contra las alcaldías para que se hicieran cargo del deterioro ambiental.
No obstante, los limitados presupuestos municipales les impide en muchos casos hacerle frente a la decisión judicial, por no tener la financiación para contratar una planta de tratamiento.
“El problema con la planta es quién va a pagar el bombeo y la operación. Acá, en el municipio, se paga alrededor de 20.000 pesos cada dos meses. ¿Cómo vamos a hacer para que los usuarios logren pagar una tarifa más alta?”, explica Andrea Alarcón, funcionaria de la dirección de Servicios Públicos de Susa y quien llevó la iniciativa a su pueblo luego de conocer el primer filtro verde que se construyó en San Miguel de Sema, un municipio en Boyacá a una hora de Susa, donde con una inversión de 25.000 dólares se instaló el sistema en el 2013.
Estos recursos llegaron a través de la ONG alemana Global Nature Fund, que en conjunto con la red Living Lakes creó este sistema de tratamiento, el cual también se ha aplicado en otros países de Centroamérica y el suroeste asiático.
“Nosotros mismos lo construimos, nada más tenemos que hacerle mantenimiento cada dos meses”, explica un habitante de San Miguel de Sema.
La facilidad del sistema ha permitido que otros ciudadanos puedan comprenderlo y luego replicarlo. “Los capacitamos para que lo puedan hacer a menor escala en sus fincas, en sus casas de campo. Por ejemplo, en Cuítiva (Boyacá) estamos trabajando con las aguas residuales de un hostal”, asegura Aude Gago, investigadora de la Fundación Humedales.
Después de crearlo, el mantenimiento no es complejo: se deben remover las grasas de los tanques y mantener podado el crecimiento de las plantas sobre el agua.
Este mismo buchón se puede utilizar para recuperar suelos erosionados y hasta para elaborar artesanías.
Actualmente, ya empezó a funcionar el tercer filtro verde en Fúquene, municipio que lleva el mismo nombre de la laguna. Este logrará suplir el tratamiento de cerca del 50 por ciento de los residuos de este municipio.
“Para pequeños pueblos que no tengan capacidad técnica ni financiera, es una gran solución. Son estrategias que realmente responden al contexto local y garantizan la sostenibilidad”, concluye Felipe Valderrama, de la Fundación Humedales.
La crisis ambiental de Fúquene
Lo que era antes un amplio espejo de agua en la región de Ubaté en Cundinamarca, hoy se confunde con fango y parece carecer por completo de líquido en algunos puntos.
Esta es la descripción actual de la laguna de Fúquene, a 80 kilómetros de Bogotá, que afronta una crisis sistemática: los altos niveles de sedimentación, la invasión de especies de flora que no son de la región, las extracciones de agua ilegal de algunas fincas, el secamiento de ciertas zonas para expandir predios privados y el vertimiento de los municipios aledaños son algunos de los problemas.
En lo que va del año, este cuerpo de agua, del que se benefician más o menos 200.000 personas, ha vuelto a ser foco de atención por la presión ciudadana para que se recupere.
A mediados de mayo, desde el Congreso se citó a un debate de control por la responsabilidad de las autoridades ambientales, y los ciudadanos, por su parte, han creado peticiones en línea para llamar la atención sobre la problemática que se presenta desde hace varias décadas.
La Corporación Autónoma Regional explicó que en los últimos años se han invertido cerca de 100.000 millones de pesos para reconectar ciertas áreas de este ecosistema; sin embargo, para algunos habitantes estas medidas son insuficientes.
Retirar el material que genera la sedimentación, devolverle las áreas que han ocupado el ganado y las construcciones privadas, restaurar los tramos del humedal e impedir que le sigan aportando más aguas residuales son algunas de las soluciones requeridas para el icónico humedal.
LAURA BETANCUR ALARCÓN
Redactora de EL TIEMPO
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