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La científica que dice haber regresado de la muerte y hoy cree en Dios

María Corena empezó a estudiar Química a los 14. Hoy dirige el Florida Newborn Screening Laboratory.

A María Corena la conocí hace dos años y me sorprendió porque dice que cree en Dios, algo poco usual en un científico.
Sin embargo, ella defiende su fe con vehemencia, con base no en pruebas de laboratorio, sino en experiencias próximas a la muerte. A su propia muerte. (Especial multimedia: Historias de personas que vivieron en el umbral de la muerte)
Cuando Albert Einstein dictaba charlas en Estados Unidos le preguntaban si creía en Dios y respondía que creía en el Dios ideado por Spinoza. Como científica, ¿en cuál Dios cree?
Sin dudarlo por un milisegundo y sin pena ni vergüenza científica o personal, creo en el Dios que hizo posible que yo volviera a vivir después de haber estado muerta al final de un coma de tres días, en diciembre del 2004. Creo en el Dios que es solo amor. (En video: ¿Cómo salvar a un paciente que está al borde de la muerte?)
Pero, ¿es ese Dios de la Iglesia católica, de la cristiana, de la musulmana o el Dios de Spinoza, sin templos ni sagradas escrituras ni arrepentimiento... basado en el goce de nuestra libertad.
Decir que es el Dios católico, cristiano, musulmán o judío de parte mía sería no hacerle justicia a su calidad infinita. Es imposible reducirlo a un concepto humano. Es más, el solo hecho de llamarlo Dios ya lo reduce a un concepto humano. Nuestras religiones reflejan nuestros intentos en este mundo físico por comprender y conocer a un Dios que es mucho más grande que lo que nuestro cerebro es capaz de comprender. (Lea también: Gloria Polo, la mujer que se 'enfrentó' a un rayo y vive para contarlo)
¿Cuál fue el hecho que la llevó a creer en Dios, pese a ser una persona de ciencia?
He vivido cuatro experiencias cercanas a la muerte por razones diferentes y no sé por qué me tuvieron que pasar a mí pero me han cambiado la vida. El 20 de diciembre de 1995 mi vuelo 965 de American Airlines, salía de Miami hacia Cali. Antes de salir, maletas en mano y carro encendido, algo me dijo que no lo hiciera. ¿Qué fue ese “algo”? Ahora sé y estoy segura que fue Dios. Esa noche, me senté sola a ver las noticias y me asusté cuando vi el letrero en letras rojas que decía: “Noticia de última hora, Colombia”. Todo lo que supe esa noche fue que el avión se había estrellado y nosotros no íbamos en ese avión por una decisión de último minuto que no puedo explicar a través de la ciencia.
¿Cuáles fueron las otras experiencias?
Ese mismo “algo” hizo que en 1991, sin razón alguna, mi papá me pidiera con ahínco que no me fuera con el mismo amigo que siempre me recogía para ir a la universidad. Ese día me recogieron dos de mis amigos. Los mismos de siempre. El acompañante del chofer me pidió que cambiara asientos con él. Él iba adelante, yo iba atrás. Cambiamos de lugar y me acomodé adelante. No había pasado una hora cuando nos accidentamos. Rebotamos contra el sardinel como si la carrocería fuera de caucho. Una falla mecánica causó el accidente. No recuerdo mucho, excepto a mi amigo que murió dándonos ánimo a nosotros dos en medio de los rebotes del carro en la calle, diciendo: “Tranquilos que todo va a estar bien”. Fue como si Dios mismo nos estuviera hablando. No es fácil de explicar, pero el tiempo pasó como en cámara lenta. Ese mismo “algo” me ayudó a no perder la calma en el mar y ahogarme cuando la lancha de buceo en la que iba me dejó abandonada en el Triángulo de las Bermudas, en 1994. (Vea también: 'Levántate y anda': Javier Vanegas, el llamado 'Lázaro' bogotano)
¿Y la cuarta experiencia?
Dios me devolvió la vida cuando la perdí en África, después de un coma de tres días, en 2004. Pero esa vez sí me cambió la vida. Si alguien me hubiera contado de una “experiencia después de la muerte” antes de diciembre 20 del 2004, con luz, túnel o imágenes de un paraíso que nadie vivo ha visto, seguramente habría escuchado con atención y luego me hubiera ido para mi casa pensando con incredulidad que eso no era cierto.
¿Cómo sucedió?
Ese año estaba en Bamako (Mali) de asistente a un curso de Genómica y Proteómica Funcional. Una noche, destapé una lata de vegetales y me los comí en el cuarto de mi choza-hotel. Al día siguiente me fui a trabajar en el computador. Eran las diez de la mañana cuando empecé a sentir una sensación de hormigueo en mis piernas y brazos. A las once de la mañana estaba en coma y me habían llevado al hospital local, muy pobre: piso de tierra, avisperos en el techo y muy poca luz.
Los médicos me miraban desconcertados. Un estudiante de medicina se acercó a mi camilla y me dijo en francés: “María, creemos que tienes botulismo. Si puedes escucharme cierra los ojos”. Mis párpados no se movieron, aunque podía escucharlo claramente. A pesar de mis esfuerzos mi cuerpo no respondía. (En video: ¿Puede una persona 'regresar de la muerte'? Habla la ciencia)
Duré varios días en coma, sin sonda, sin suero, sin respirador. Acostada en esa camilla y con la compañía de Myrianne, una estudiante de obstetricia, de Camerún, que se había convertido en mi guía e intérprete. Ella tenía un rosario en la mano y lo rezaba en francés cada que podía. Me acompañó todos los días sin dejar de rezar su rosario.
¿Cómo fue la agonía que sintió?
Mi corazón, sin previo aviso, empezó a detenerse. Es una sensación horrible saber que te vas a morir y no hay nada que puedas hacer para evitarlo. Poco a poco sentía que se me iban las fuerzas, hasta que vi la película de mi vida pasar delante de mis ojos. Todos los momentos de mi vida, buenos, y malos. Las veces que le contesté mal a mi papá o a mi mamá, las veces que me reí y que disfruté. Todo, absolutamente todo.
En ese momento supe que iba a morir. Intenté rezar, porque era la única opción que me quedaba: “Padre nuestro que estás en el cielo...” Y mi cerebro no sabía el resto. No tenía oxígeno, ya era muy tarde. Así que lo repetí cuantas veces pude… “Padre nuestro que estás en el cielo…” Una y otra vez. Me olvidé de que era atea y de la ciencia. La medicina no podía hacer nada. La bioquímica tampoco. Estaba sola con la muerte y mi única esperanza era Dios.
Recé ese precario Padre Nuestro una y otra vez hasta que perdí noción de este mundo. Y ahí fue cuando sentí la felicidad más grande que haya sentido en este mundo, una felicidad que no puedo describir con palabras. Una felicidad que solo es posible cuando uno conoce a Dios.
Desperté del coma después de lo que me parecieron unos segundos. Habían pasado más de 45 minutos. Cuando abrí los ojos vi a Myrianne llorando, gritando “¡Está viva, está viva!, ¡Dios, está viva!”.
¿Es posible demostrar que no se trata de un episodio de máximo estrés neuronal, en el que los seres humanos creen ver esa luz al final del túnel?
Para poder explicar la magnitud de lo que me ocurrió en África debo aclarar que mi experiencia no se limitó a morir y volver a la vida, a pesar de que los documentos que me entregaron al salir del hospital claramente dicen en francés: “Résurrection”. Los médicos me dijeron que había estado en coma. Es un estado en el que una persona no puede despertar, no responde normalmente a los estímulos dolorosos, a la luz o al sonido, no tiene un patrón normal de sueño y no inicia acciones voluntarias. Bajo esas definiciones, estuve en coma.
Mi experiencia fue diferente a muchas experiencias cercanas a la muerte, porque estuve en un coma inducido por botulismo, seguido de paro cardiaco y respiratorio, en un lugar donde era imposible un tratamiento médico para mantenerme viva. El botulismo es una intoxicación causada por una toxina producida por la bacteria Clostridium botulinum.
Esta neurotoxina bloquea la liberación de acetilcolina a nivel sináptico, lo cual impide la transmisión del impulso nervioso en el cerebro. Sin impulso nervioso, no hay actividad cerebral. Así que para contestar tu pregunta, en mi caso es altamente improbable que las experiencias vividas hayan sido producto de un alto estrés neuronal, pues sin conexiones y/o sin impulso sináptico no hay actividad neuronal. (Lea también: Mary escapó de la muerte, pero perdió a su hija y su memoria)
¿Qué vino después?
Después de mi experiencia aprendí que Dios nos busca a todos, nos llama a todos, pero no todos escuchamos y no todos lo seguimos. Me hice el propósito de ser mejor persona. Cuando regresé empecé a leer. Me di cuenta de que no sabía nada de Dios ni de religión ni de amar a los demás. Busqué libros, me metí de lleno en las bibliotecas. Empecé a hablar con personas que sí han estudiado acerca de Dios. Hablé con teólogos, hablé con muchos sacerdotes, líderes espirituales, seminaristas, pastores, misioneros, budistas. Descubrí lo interesante y útil que es la Biblia.
¿Qué decir a quienes piensan que la Biblia es un libro de mitología?
No es así. La Biblia comienza con el libro del Génesis, donde se describe la creación de Adán y Eva, quien surgió de una de las costillas de Adán. Por siglos la idea de crear un ser humano de una parte del cuerpo de otro ser humano fue descabellada, pero el 5 de julio de 1996, se creó el primer clon de una oveja. Fue creada después de tomar una célula de una glándula mamaria de la progenitora. Se demostró científicamente que una célula tomada de cualquier parte del cuerpo puede recrear a un individuo en particular.
Otra gran verdad no aceptada es que María fue virgen después de dar a luz a Jesús. Hoy tenemos evidencia científica de mujeres con hímenes hiperelásticos que siguen siendo vírgenes aún después de haber dado a luz varias veces.
Me cuentan que interrogó a un sacerdote antes de tomar una decisión de convertirse en feligrés y que su primera pregunta fue si este religioso se masturbaba. ¿Por qué lo hizo?
Quería entender el concepto de Dios y la idea de que hubiera hombres y mujeres dedicados a vivir en santidad todavía me parecía algo de otro planeta. Y entender que un hombre o una mujer decidieran hacer votos de castidad y celibato era incomprensible para mí. Siendo científica, negar un instinto humano era algo para mí imposible. Así que me senté a hablar con un sacerdote. Le dije que le iba a hacer preguntas difíciles, y que necesitaba respuestas con toda honestidad. Cuando le pregunté si siendo sacerdote se había masturbado alguna vez me contestó: “Soy humano, cometo errores, pero con la ayuda de Dios llegaré a cometer menos errores cada vez. Tengo toda una vida para intentarlo y Dios está conmigo”. Creo que jamás había tenido una respuesta tan honesta de un sacerdote y siempre le estaré agradecida por su honestidad.
¿Qué otras dudas la atormentaban?
Tenía conflictos entre lo que la ciencia muestra y lo que muestra la Biblia, hasta que llegué a una conclusión: para ser buena científica tengo que aceptar otras teorías diferentes a las mías. Tengo que tener la mente abierta a la posibilidad de que lo que estoy estudiando tiene más de una respuesta. La verdad absoluta no existe en ciencia. La verdad absoluta de toda religión es que Dios es amor. Dios no se puede medir, hay que vivirlo. El amor no se puede medir, hay que vivirlo.
¿Cuál es su idea de paraíso?
Para mí, el paraíso es una vivencia. Cuando estuve en África, al momento de morir, experimenté una alegría y un amor tan infinitamente grande que, para mí, eso era estar en el paraíso. No hay palabras en este vocabulario que me ayuden a describir lo que sentí. Fue surreal. Fue “del otro mundo”.
¿Existe una vida más allá?
Estoy convencida. Alcancé a vivir un pequeñísimo instante de esa vida del más allá y ahora sé que es real.
¿Hay juicio final?
Sí, viví mi juicio final. Vi pasar como una película en alta velocidad mi vida y mis obras, buenas y malas delante de mis ojos. No hay juez más duro que uno mismo y ver reflejado todo lo que has hecho o has dejado de hacer y sentir el dolor que le has causado a otro ser humano es más doloroso que vivirlo. He tenido experiencias con seres queridos que fallecieron y los he vuelto a ver. A veces siento como si mi vivencia en África hubiera abierto una puerta que quedó entreabierta.
¿Qué hacer con la teoría de la evolución? ¿Es partidaria de prohibirla?
Es una teoría. Está sujeta a escrutinio, crítica, aceptación o rechazo. Darwin hizo en su momento su mejor esfuerzo para explicar los orígenes de las especies. Otros basan sus trabajos en la teoría del diseño inteligente. Lo maravilloso de la ciencia es que tenemos libertad de escoger puntos de vista. No hay por qué prohibirla.
¿Cómo me podría convencer o probar de que Dios existe?
El diseño de una proteína, un ribosoma, un óvulo, un espermatozoide, un feto, una persona, un ecosistema, un continente o un planeta es demasiado complejo como para explicarlo con una sola teoría o como una sucesión de eventos aleatorios. Pero creer está en cada uno de nosotros.
¿Es posible integrar ciencia y religión?
Como diría un amigo mío muy querido: “En mi dimensión no hay nada imposible”.
JOSÉ ANTONIO SÁNCHEZ
Editor ELTIEMPO.COM
En Twitter, @elmonosanchez
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