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Fútbol, TV e identidad / El otro lado

'La selección' se aleja de la porno-realidad, se mete en el melodrama. Por eso triunfa.

Al comienzo parecía que no encantaba, estorbaba ver a nuestros ídolos en su intimidad ficticia. Daba pudor ver a un Pibe inocentón, un Higuita ingenuo, un Fredy que sufría y un Tino siempre en el lado equivocado de las apariencias.
Pero fue solo el comienzo... luego todo como que encajó y comenzó a gustar, se convirtió en una buena historia: tranquila, sin excesos, muy de por aquí y con un tono casi neorrealista.
Que el fútbol y las telenovelas son las dos pasiones más gozosas de Colombia no tiene discusión. Por eso, si se juntan y más en torno a los jugadores y el entrenador que marcaron un modo de ser colombiano no podría salir mal. Pero para hacerlo bien había que alejarse de la porno-realidad y meterse en el melodrama. Y eso se hizo, y por eso se triunfa.
Desde el melodrama se diseñaron personajes que generan diversidad de morales e identificaciones: uno muy bueno, tanto como el pan, y se llama el todo-bien todo-bien Valderrama; otro muy ingenuo, humilde y luchador por sus ideales y la defensa de los más pobres y ese es René; uno más que es el guerrero que lucha por ser reconocido y tener un lugar en la sociedad y ese es Rincón; y también debe haber humor y un poco de maldad y para eso está el Tino. Así tenemos cuatro formas de ser Colombia, cuatro modos de reconocernos.
Desde el diseño de los personajes está también el sabio, el patriarca, el que guía la manada y ese es Maturana. Y todo rodeado de otros orgullos nacionales, como don Pablo y sus amigos, las chicas que quieren sexiar, los políticos y empresarios corruptos y, obviamente, los amigos de la mafia más grande del mundo: los directivos del fútbol.
Y para cuadrar el encanto, esta serie va a esos gloriosos años en que con la ayuda del narco y del talento creímos que llegaríamos a ser otro mundo. Éramos ingenuos, creíamos en nuestros esfuerzos parroquiales y todo nos parecía bien con tal de salir adelante. Por eso don Pablo, don Gonzalo y don Miguel tenían muchos amigos, a casi toda la sociedad. Y eso se ve ahí, pero ni se sataniza ni se glorifica. Están ahí, son parte de nuestro paisaje cultural. Y dejarlos en su rol cotidiano los hace ser parte de nuestro relato nacional.
Una vez más se demuestra que si se tiene historia, con personajes que generan identificación y se recurre a dialogar con nuestros modos de ser es mucho más fácil llegar al televidente y generar reconocimiento. Y de eso es que va la buena televisión.
Después viene lo demás: una realización pausada, sin afanes, que deja las cámaras quietas para que prime la historia; unos actores que lo están haciendo muy bien porque son nuevos, y si son nuevos no los relacionamos con ningún otro papel, y de verdad ya se van pareciendo a los de verdad; unos escenarios naturales con mucha emoción estética.
La selección es fácil de ver, generosa en reconocimientos y valiosa para nuestros orgullos de colombianidad: un tiempo donde ganar era perder un poco.
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