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Tres abordajes literarios de la gran tragedia nacional

Charla con los autores de novela, obra de teatro y cómic sobre toma del Palacio de Justicia.

“Cada noviembre llueven los artículos sobre la toma del Palacio; y cada año, con cada nuevo reportaje, cambia la historia un poco”, dice Miguel Jiménez. Los otros escritores asienten y hasta sonríen.
EL TIEMPO reunió a los autores de tres obras de ficción construidas en torno a ese gran fantasma en la memoria histórica de los colombianos que es la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19. Cuatro en total. Jiménez, creador junto a Andrés Cruz del cómic ‘Los once’ (2014); Miguel Torres, el inmortal dramaturgo, que trajo a vida ‘La Siempreviva’ (1994), y la periodista Marta Orrantia, que acaba de publicar su novela ‘Mañana no te presentes’ (2016).
Para el 6 de noviembre de 1985, el día en que comenzó la tragedia del Palacio, Torres estaba a escasos metros del edificio. Orrantia tenía 15 años, y los dos autores del cómic, solamente 2. Los cuatro cuentan cómo armaron sus historias y el por qué de sus obras.
El cómic 'Los once' (2014), la novela 'Mañana no te presentes' (2016) y la obra teatral 'La Siempreviva' (1994).
¿Cómo fue hacer una investigación que respetara a los sobrevivientes de la tragedia y, a su vez, los hechos, sin sacrificar la ficción que querían contar?
Torres: Desde ese 6 de noviembre, cuando estuve cerca del Palacio y escuché lo que pasaba, quise ponerlo en arte. Como protagonista necesitaba a una persona cuyo destino no se supiera. Y es que, la verdad, siempre he tenido una obsesión por los desaparecidos. En mi búsqueda conocí la historia de Cristina del Pilar Guarín (una de las mujeres desaparecidas de la toma y cuyos restos fueron identificados el año pasado) gracias a Eduardo Umaña Mendoza, el abogado de los familiares de los desaparecidos (y defensor de los derechos humanos asesinado por el paramilitarismo). Su historia era similar a la de mi protagonista, Julieta, aunque la una no esté basada en la otra.
Cristina estaba reemplazando a una señora que se hallaba en licencia de maternidad. Y esa madre, el 6 de noviembre, volvía al Palacio. Cuando llegó al edificio, ya el M-19 había entrado. Entonces Cristina, la que iba a salir, no salió, y la que iba entrar no pudo hacerlo. ¡Esa es la gran tragedia!
Orrantia: Al escribir ‘Mañana no te presentes’ tuve un gran respeto por los hechos históricos. Pero es una novela. Y si bien no busqué activamente herir los sentimientos de nadie, tampoco pretendí evitar hacerlo. Una amiga, por ejemplo, me decía que si intentaba pasarle el texto a la hija de Álvaro Fayad (uno de los líderes del M-19), ella se iba a poner muy mal porque, en esta novela, él queda pésimo… Y, en efecto, quedan mal todos: guerrilleros, Ejército, Gobierno, todos.
Jiménez: Es que todo quedó mal, todo quedó tan mal…
Orrantia: La investigación para mi novela duró tres años. Entrevisté a muchos exmiembros del M-19, a personas que estuvieron dentro del Palacio, gente que perdió familiares. Lo que pretendía era darle un rostro a esa guerrilla, porque solemos verlos, así como al Ejército y a los paramilitares, como esos enjambres de abejas de las caricaturas que de pronto forman un martillo y le pegan a una persona. Y yo creo que sí hay individualidad detrás de todas estas estructuras. Hay formas de actuar diferentes, aunque sean parte de un grupo. Por eso busqué a un personaje entre las mujeres del M-19, y así surgió Yolanda, la protagonista.
Torres: Cuando se estrenó ‘La Siempreviva’ en 1994, el papá de Cristina Guarín me dio las gracias por haber hecho la obra en homenaje a su hija. Yo no le podía decir: “Oiga, no…”. Ahora hablan de Cristina como ‘la Siempreviva’… El nombre pasó a ser una entidad autónoma, y me parece fantástico.
Sin embargo, en ese primer estreno pasó algo curioso. Hay una escena de la obra en que Lucía, la madre de Julieta (que desaparece como empleada de la cafetería del Palacio), ve una aparición de su hija pidiéndole que le lave el pelo. Cuando Lucía lo hace, en el guion original a Julieta le sale sangre por la cabeza. Fue la manera que encontré para decir que estaba seguro de que la habían asesinado. El primer día de la obra no hice esa escena, porque estaban los papás y el hermano de Guarín allí.
A los tres meses de ese estreno, cuando la presentamos nuevamente, la familia también fue. Pero en esa ocasión solté la obra como era: con la sangre. La gente lloraba. Creo que los Guarín sabían que la habían matado pero no querían aceptarlo. Era entre 1994 y 1995 entonces, ya habían pasado casi 10 años de la toma del Palacio… Creo que les ayudó un poco a aceptar ver la muerte de la hija en una ficción.
Jiménez: Con ‘Los once’ queríamos reflexionar sobre cómo el artista contribuye a la memoria social. Elegimos que el escenario fuera el Palacio y que el elenco de la ciudad estuviera constituido por una fauna que incluyera ratones, palomas, perros, gatos y mirlas, que aparecen en el cómic. Necesitábamos un recurso para hacer ficción, pero hay como cuatro versiones oficiales de cada cosa que pasó con el Palacio… Ahí fue cuando nos agarramos de la historia de las 11 personas que fueron desaparecidas. Varias veces nos encontramos con que eran 12, contando a la guerrillera Irma Franco… Nos preguntamos: ¿qué habrá pasado con ellos dentro del Palacio antes de que salieran y no se supiera más de sus vidas? Así que nos anclamos en tratar de demostrar lo frágil que puedes ser en medio del fuego cruzado de un combate.
Para hacerlo, buscamos que nuestro elenco de protagonistas fueran ratones superdiminutos frente a edificios gigantes, cosa que nos ayudaba a potenciar cómo realmente se puede sentir esa amenaza de la guerra para una persona que está ahí metida.
‘Los once’ se volvió también la historia de cómo a uno le cuentan qué fue lo que pasó ahí sin haberlo vivido uno mismo. En uno de los encuentros que tuvimos con familiares de los desaparecidos, hablamos con Alejandra Rodríguez (hija del exempleado de la cafetería del Palacio, Carlos Rodríguez, también desaparecido). Parte de su experiencia quedó plasmada en el cómic. Ella solo tenía 5 meses cuando su papá desapareció. En el cómic, la narradora principal es una abuelita ratona que le cuenta a su nieta por qué su padre no volvió el 6 de noviembre a su casa.
¿Cómo creen que sus géneros literarios los ayudaron a abordar sus respectivas tramas?
Torres: El lenguaje teatral no alcanza para llegar a los horrores visuales de la toma del Palacio. Eso sería un terreno más apto para el cine o la novela. Creo que la realidad, de hecho, no se puede contar nunca. Lo que uno cuenta es algo que está distante de ese plano, incluso. La realidad es inenarrable porque es terrible. Entonces, decidí que en vez de meterme al Palacio, haría que el Palacio se metiera en una casa de ciudadanos comunes, como donde vive Julieta.
Orrantia: Escribir una novela es un trabajo solitario. No necesito interacción con actores o escenografías, y eso me da más libertad. Creo también que la literatura no debe preocuparse por la verdad sino por lo verosímil, así que muchas veces una novela es una interpretación más honesta de hechos que, como este, no podemos explicarnos del todo, que siempre van a estar llenos de preguntas y zonas grises.
Jiménez: De acuerdo. Nosotros, a través de la ilustración, pudimos evocar todos los ingredientes de la historia del Palacio y sus escenarios memorables: la fachada del Palacio, que quedó para siempre en nuestro imaginario, por ejemplo. ‘Los once’ parece un libro más orientado hacia dibujos tipo Disney que hacia un realismo documental como el de otras novelas gráficas clásicas.
Cruz: El objetivo, siendo una fábula, era crear un mundo en el que un joven lector pudiera involucrarse sin tener que preocuparse por saber cómo era el contexto exactamente en esa época; sin tener que preguntarse, por ejemplo, cómo estarían vestidos los personajes en la década de los 80.
Ninguno de ustedes fue víctima directa de la toma. Desde esa posición, ¿cómo se enfrentaron a estas historias reales?
Cruz: Mientras investigábamos teníamos el objetivo de hacer una fábula, una historia cuyo final no fuera tan malo. Como jóvenes que no vivimos la toma del Palacio, buscábamos que de alguna forma pudiéramos rescatar algo de eso, que el final fuera positivo. Pero después de hablar con los familiares nos quedó claro que eso no podía ser de ninguna forma: el final siempre es la incertidumbre, lo inconcluso, la impunidad, sobre todo.
Orrantia: Yo siempre he sufrido de insomnio, pero durante los tres años en los que hice el libro, fue monstruoso. Con esas historias de tortura con las que me encontraba, yo tenía una neurosis constante. Extrañamente, lo único que me alegraba era poder hablar con la guerrilla. Cada vez que yo me sentaba con los guerrilleros, sentía un bálsamo: veía cómo habían podido seguir adelante a pesar de todo lo que habían vivido.
Torres: El primer estreno de ‘La Siempreviva’ fuera de Colombia fue en el Gran Teatro Falla, de Cádiz, España. Al terminar la función, hubo un silencio sepulcral. Yo dije: “Esta vaina fue un fracaso, no la entendió nadie aquí”. Cuando, de pronto, empiezan a oírse esos aplausos… Eso mostró que la obra crea nuevos conocimientos sobre uno mismo y la humanidad, sobre el dolor, la capacidad de resistir, la esperanza, el coraje… Arma una comunidad en torno a la cosa más horrible. Es un proceso hermosísimo.
¿Qué le muestra este suceso a un público lector que no ha vivido la toma del Palacio?
Orrantia: Ese 6 de noviembre de 1985 vi como si de verdad se hubieran quitado las máscaras todos y detrás de ellas existiera pura maldad. Nadie actuó por el bien del país sino por sus propios intereses. En Colombia, de tanto partirnos en dos, ya estamos despedazados. Lo único positivo del Palacio es que a partir de ahí se empieza a ver una visibilización mínima de las víctimas como realmente deben ser: el centro verdadero de este conflicto.
Torres: Mira, para mí hay dos hechos trascendentales del siglo XX en este país: el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y la toma y retoma del Palacio. El primero partió al país en dos; el 6 de noviembre desbarató lo que quedaba. Y mostró que en este país, todo está permitido.
MARÍA EUGENIA LOMBARDO FRANCHINI
Redactora de EL TIEMPO
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