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Miles Davis, 'el Picasso del jazz'

Cuando se cumplen 90 años de su nacimiento, el mundo sigue escuchando al genial trompetista.

A diferencia de leyendas del jazz como Ella Fitzgerald o Louis Armstrong, quienes crecieron en medio de la pobreza y entregaron al mundo lo mejor de su arte después de torcerle el cuello a la desgracia, Miles Dewey Davis III, nacido el 26 de mayo de 1926 en Alton, Illinois, tuvo una niñez privilegiada. Su padre, Miles II, un próspero odontólogo, compró una hacienda en East St. Louis, al este del río Misisipi, y allí se estableció con él, su madre Cleota y sus hermanos Dorothy y Vernon. Davis, quien encarnó como nadie el espíritu frenético y vanguardista de Nueva York, donde vivió y triunfó como celebridad musical e ícono de estilo, se crió en la tranquilidad del campo y fue además un excelente jinete.
Pero la buena fortuna de su padre no pudo librarlo del racismo imperante en el sur de Illinois y desde muy niño, él y su familia padecieron los insultos callejeros y los vejámenes sociales de la comunidad blanca. La hostilidad de aquel entorno hizo del pequeño Miles un niño independiente, crítico y sagaz, siempre rebelde ante la autoridad. Tal era su agudeza que con apenas seis años le plantó cara a su madre al salir de la iglesia preguntando con el ceño fruncido: “¿Por qué me siguen llamando pecador si yo no he hecho nada malo?”. Al no recibir una respuesta satisfactoria, decidió no regresar. (Lea también: Mompox renace a ritmo de jazz con profesores internacionales)
La vieja escuela de St. Louis
A los diez años, Davis repartía periódicos y ahorraba para comprar discos. Tenía memoria fotográfica y era bueno en matemáticas, lo que le serviría más adelante para manejar sus propias bandas. Un amigo de su padre le obsequió su primera trompeta y comenzó a tomar lecciones con un maestro particular. Cuando llegó a los trece, su madre quiso regalarle un violín con la esperanza de atraerlo hacia la música clásica, pero su padre lo sorprendió con una nueva trompeta y le contrató a Elwood Buchanan, un reconocido profesor. El matrimonio Davis, que ya traía los días contados, recibió el puntillazo final por cuenta de este incidente.
Los progresos de Miles con el instrumento eran asombrosos y desde muy joven empezó a depurar ese tono limpio y sin vibrato que lo llevaría a la consagración. Estaba obsesionado con el control de la respiración y ensayaba una y otra vez las notas largas, al estilo de la vieja escuela de St. Louis, “caracterizada por un sonido broncíneo, de una claridad hermosa, redondo y vocal, que conseguía proyectarse y flotar en el aire con una elegancia melódica epigramática e ingeniosa”, como lo describe Ian Carr, el biógrafo más aclamado de Davis. (Además: Bill Evans, el músico que llevó el trío de jazz a su máxima expresión)
Después de pasar por la banda escolar, donde una vez más se estrelló con los prejuicios raciales (“me enfurecí tanto que decidí superar a cualquier blanco con mi trompeta”, recordaría más adelante), Miles se inscribió en el sindicato de músicos y obtuvo permiso para tocar profesionalmente a los dieciséis años. Realizó sus primeras presentaciones en clubes sociales, iglesias y eventos del área de St. Louis, y debutó en junio de 1943 junto a los Blue Devils. Al año siguiente, una vez graduado de Lincoln High, emprendió el vuelo a Nueva York tras la huella de Charlie Parker, el músico más vanguardista del momento. St Louis se había convertido en una ciudad demasiado pequeña para sus aspiraciones.
Fervor neoyorquino
Aburrido con las clases en Juilliard, la prestigiosa escuela donde adelantaba sus estudios formales, Miles Davis prefirió internarse en el agitado ambiente de la Calle 52, epicentro de la movida jazzística en Manhattan. Aún no había cumplido 20 años pero ya tocaba con Charlie Parker, el genio del bebop, cuyo estilo esquizofrénico y contestatario sacudía los cimientos del jazz. Lo que parecía un caos de clubes nocturnos, drogas y delincuencia, significó para el joven Miles una oportunidad de oro junto a músicos excepcionales como Freddie Web-ster, Thelonious Monk y Dizzy Gillespie. En locales como el Minton's Playhouse, el Downbeat y el Spotlite, donde Davis consiguió su primer empleo como trompetista, el jazz escribía su historia.
En 1945, luego de participar en una grabación dirigida por Herbie Fields, el trompetista abandonó los estudios y permaneció tres años más en la banda de Charlie Parker, su gran amigo y mentor. Junto a él, dejó registros memorables como Now’s the time y Billie’s Bounce, y adquirió el hábito de presentarse sin ensayo y sin papeles a la hora de grabar, hundiendo a los músicos en la total incertidumbre, pero al mismo tiempo, concediéndoles plena libertad de expresión. Al igual que su maestro, hablaba muy poco y prefería valerse de un lenguaje casi telepático para obtener lo mejor de su banda. Durante los conciertos, solía entrar y salir del escenario sin previo aviso, e incluso tocar de espaldas al público cuando el esfuerzo colectivo llegaba al clímax. “Eso es lo que le digo a mis músicos, que estén siempre listos para tocar lo que saben y por encima de lo que saben”, declaró a la revista Down Beat en 1968.
A finales de los cuarenta, el trompetista maduró su sonido evitando las notas altas y se concentró en los registros medios, siguiendo el ejemplo de Bix Beiderbecke y de Lester Young. En sus solos, empezaba a percibirse el hálito de introspección y delicadeza que imprimió a su primer quinteto y que sirvió de base para su trabajo junto a Gil Evans, un reconocido compositor y arreglista con el que produjo los álbumes Miles Ahead, Porgy and Bess y Sketches of Spain, considerados entre los mejores trabajos orquestales del siglo XX. En los años siguientes, experimentó distintos formatos y alineaciones y lanzó Birth of the Cool, la obra maestra que marcó su ruptura con el bebop.
A pesar de su gran momento creativo, Miles Davis cayó en la adicción a la heroína y se quedó sin trabajo y sin disquera. Fue proxeneta, robó a sus amigos y regaló su trabajo con el único fin de mantener el vicio. En los clubes tocaba por lo que le dieran y más de una vez acabó en la acera con el rostro ensangrentado. Entre 1950 y 1954 su carrera parecía terminada y su vida pendía de un hilo. Desesperado, regresó a St. Louis, se encerró en casa de su padre y se impuso un peligroso tratamiento conocido en inglés como el cold turkey (algo así como el ‘pavo frío’), el cual consistía en resistir a palo seco los embates de la abstinencia hasta lograr que el cuerpo se estabilizara nuevamente. Solo así pudo escapar de una muerte segura.
A su regreso, liberó un caudal de genialidad sin parangón en la historia del jazz con una serie de álbumes extraordinarios como Cookin'/ Relaxin'with The Miles Davis Quintet, 'Round about midnight, Miles Ahead y el legendario Kind of Blue, que reunió a figuras como John Coltrane, Paul Chambers, Jimmy Cobb y Bill Evans.
Un aspecto importante en el sonido de Davis fue el uso de la boquilla Heim, que aprendió desde muy joven en St. Louis, y de la sordina Harmon, que ocasionalmente tocaba sin el tubo y muy cerca al micrófono- para acentuar el efecto dramático del instrumento. En Kind of Blue, considerada una de las mejores grabaciones en la historia de la música moderna, esos registros alcanzan una hondura e introspección casi dolorosas, que sumergen al oyente en una especie de existencialismo sonoro.
El legado de un visionario
Entre 1965 y 1971, Davis cristalizó el segundo periodo creativo de su carrera con álbumes como Miles in the sky, Filles de Kilimanjaro, In a silent way y el aclamado Bitches brew. “En dos años de actividad frenética (1960 y 1970), grabó material suficiente para diez álbumes y sentó las bases para el movimiento de fusión jazz-rock”, anota Carr.
Después de superar problemas de salud a comienzos de los ochenta, y de salir de un largo periodo de encierro, drogas y oscuridad que nuevamente lo alejó de la música, Davis volvió con éxito a su intensa actividad de giras, grabaciones y conciertos alrededor del mundo. Además de ser un gran aficionado al boxeo, encontró en la pintura el refugio perfecto para exorcizar sus demonios y olvidarse, al fin, de los malos hábitos. El trompetista realizó varias exposiciones individuales en Estados Unidos, Japón y Alemania, y el artista Jean-Michel Basquiat le rindió tributo en varias de sus obras.
En 1984, Miles Davis fue el primer músico no clásico en recibir el prestigioso Premio Sonning, y el gobierno francés le otorgó el título de Caballero de la Legión de Honor en 1991. El ministro de Cultura de entonces, Jack Lang, lo llamó “el Picasso del jazz” y declaró que Davis había “impuesto su ley en el mundo del negocio del espectáculo: intransigencia estética”. En septiembre de ese año, sufrió una recaída de neumonía y cuando los médicos le dijeron que tenían que entubarlo para ayudarle a respirar, el artista entró en cólera y sufrió un infarto masivo que lo dejó en coma por varios días. Murió en Santa Mónica, California, a los 65 años de edad.
Como instrumentista, compositor y director, fue un líder y un trasgresor con un olfato asombroso para descubrir jóvenes talentos. Su desarrollo del quinteto y su participación directa en la gestación de géneros como el cool, el hard bop, el jazz modal y el jazz-rock, son claro ejemplo de su capacidad innovadora y del inconformismo que abanderó a lo largo de más de cincuenta años de carrera.
Al tocar con su trompeta las fibras más profundas del ser humano, reveló al mundo una nueva sensibilidad cuyos destellos estéticos evocan el auge del Renacimiento y su regreso al hombre como suprema fuente de creatividad. Guardadas las proporciones, eso fue exactamente lo que hizo Miles Davis a lo largo del siglo XX: concebir un sonido tan único, tan nítido y tan bello que se elevó desde lo más íntimo a lo más universal.
JUAN MARTÍN FIERRO*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
* Periodista e investigador musical.
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