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Lemmy Kilmister, el hombre más auténtico del rock

La influencia del líder de Motörhead se sintió no solo en el metal, sino en la cultura popular.

“Lemmy es dios” es una jaculatoria que han recitado por décadas las huestes del metal. Es una forma de definir el género musical al que permanecen más fieles sus fanáticos, por encima de cualquier otro. Este culto se podría comparar con una iglesia, solo que Lemmy Kilmister odiaba las iglesias y no tenía ninguna intención de agradar a nadie: él vino a gozar de los placeres de la Tierra. (Vea la galería: Lemmy Kilmister de Motörhead, el rostro de los excesos del heavy metal)
Por eso, a este ícono del rock, de aspecto salvaje, lúgubre, ataviado con prendas nazis que coleccionaba, y aferrado a un inmenso bajo Rickenbaker -como si fuera un mandoble medieval-, lo rodea un misticismo único de leyendas, como aquella de que se acostó con más de 2.000 mujeres o que, al menos hasta hace un par de años, se tomaba diariamente una botella de whisky Jack Daniel’s.
En la noche del pasado lunes, el mundo conoció la noticia de la muerte de Lemmy Kilmister, el líder de la banda Motörhead, a sus 70 años, a causa de un cáncer. También se supo que apenas dos días antes había sido diagnosticado con la enfermedad, por lo que, al parecer, el artista había estado conviviendo con ella sin saberlo, o sin querer saberlo: contra todas las señales, Lemmy simplemente siguió cantando.
En los últimos meses “se le veía terriblemente demacrado, agotaba toda su energía en el escenario y después estaba muy cansado, es increíble incluso que llegara a actuar”, reconoció Mikkey Dee, baterista de la banda, tras conocerse la partida de Kilmister. (Lea también: Adiós a Lemmy Kilmister, el rostro más furioso del heavy metal)
Tan pronto se difundió la noticia en redes sociales, las figuras del rock duro se manifestaron para señalar la importancia de Lemmy. Por ejemplo, Ozzy Osbourne lo reconoció como uno de sus mejores amigos: “Será muy extrañado, él era un guerrero y una leyenda, te veré en el otro lado”. Alice Cooper dijo: “Él era innovador, honesto con su arte y continuamente relevante, así no le importara serlo (...), siempre estaba creando y redefiniendo el rock duro y el rol del bajo en ello. Fuera del escenario, era una gema. No puedo pensar que alguien no adorara a Lemmy”.
El músico oriundo de Gales del Norte labró una carrera que no se puede encajar en ningún marco convencional de la industria del entretenimiento: no se dejó imponer ningún discurso de mercadeo ni pretendió esconder que no era un ‘niño bonito’ para las cámaras. Entre tanto, sus frases cargadas de dinamita definieron su personalidad única.
Historia en episodios
Aunque el trío Motörhead surgió en Londres en la segunda mitad de los años 70, es decir, casi 10 después del nacimiento de Black Sabbath, pionera del metal, a la banda de Kilmister se le atribuye una fuerte cuota de creación del género (sentó bases para el thrash metal), siendo parte del movimiento llamado Nwobhm (new wave of brittish heavy metal), junto a bandas como Iron Maiden y Judas Priest.
Sin embargo, la historia musical de Ian Fraser Kilmister comienza antes, en los años 60, al presenciar la llegada del rock and roll como si fuera “música del espacio exterior”, decía.
El músico recordaba con claridad, por ejemplo, el haber visto a los Beatles en una de sus primeras presentaciones, cuando actuaban en The Cavern Club, antes de toda la explosión.
En la segunda mitad de los años 60, Kilmister pudo integrar varias bandas en los albores del rock sicodélico, primero como guitarrista en The Rainmakers y The Rockin’ Vickers, y esta última firmó contrato con CBS. Entonces no era llamado aún Lemmy Kilmister, sino Ian Willis (apellido de su padrastro). Además, trabajó como roadie (asistente de producción en conciertos) en los recorridos británicos de Jimi Hendrix.
El arranque de los años 70 traería consigo otro episodio, más brillante, que duró cuatro años, de 1971 a 1975: como integrante de la banda londinense Hawkwind, que no tenía nada que ver con rock duro, sino con el llamado space rock, y con la que grabó discos como Space Ritual. Se destacó especialmente un sencillo titulado Silver Machine, que llegó al número tres en los listados. En aquel se estrenó como cantante.
Pero, como reconocería en entrevista con Michael Hann, de 'The Guardian', en agosto pasado –este recuerda que esa vez, Kilmister puso sobre la mesa una botella de vodka para él y otra de whisky para que la bebiera el periodista–, las energías que fluían en su mente eran muy diferentes a las del resto del grupo porque tomaba “el tipo de droga equivocada”: Kilmister andaba con el speed, una anfetamina estimulante, mientras los demás estaban con los alucinógenos.
Entonces, Kilmister fue detenido por posesión de drogas, lo que detonó su salida de la banda. Pero en esa época había escrito una canción para Hawkwind que se titulaba Motörhead y que se convirtió en el nombre de su nuevo grupo.
El tótem del rock
Desde 1975, Kilmister empezó a rodar con diferentes músicos en torno a su proyecto, con el que grabó 22 discos en estudio. Pero lo más contundente es su carrera en vivo, porque, como decía el bajista, “una banda se tiene que probar en el escenario, de lo contrario no hay banda”.
En ese trasegar, se convirtió en influencia principal de muchos artistas de la floreciente onda metalera de los años 80 y, a partir de allí, del rock de los 90, pero también, transversalmente, de muchos artistas como Metallica o los Ramones, con quienes compartió escena en presentaciones históricas.
Todos veían en el apostolado rock de Kilmister un compromiso de honestidad muy grande con el género, de una autenticidad que lo sopesaba todo.
Su primer encuentro con Metallica, por ejemplo, se produce como el de unos muchachos fanáticos a morir de Lemmy, quienes en 1981 lo buscan para robarle unos minutos y terminan recibiendo una lección. Anteayer, el cuarteto pagó tributo con una foto en su Facebook oficial titulada “Nuestro héroe” y luego con el mensaje: “Una de las razones principales por las que esta banda existe”.
Kilmister era además la clase de tipo que se prestaba para todo por sus amigos, pero con mayor razón si al involucrarse podía incomodar a una sociedad que consideraba retrógrada. En 1994, actuó en la película de muy bajo presupuesto John Wayne Bobbitt Uncut, que dirigió el actor porno Ron Jeremy, acerca de la historia del hombre al que Lorena Bobbitt le rebanó el miembro. Aunque las cámaras no eran lo suyo, el músico encarnó a un mendigo que encuentra por accidente el pedazo que Bobbitt lanzó por la ventana de su automóvil.
Sin embargo, no fueron pocas sus apariciones cinematográficas, aunque casi todas de bajo presupuesto: actuó como sacerdote en The Curse of El Charro, como presidente en Return to Nuke 'Em High, y quedó en edición un proyecto para el 2016 titulado Gutterdammerung, en el que comparte escena con Iggy Pop, Grace Jones, Tom Araya, los Eagles of Death Metal y Henry Rollins.
Y la más notable, en su papel de ídolo del rock, que era el que mejor sabía interpretar, en la película para fanáticos del metal Airheads, en la que Steve Buscemi le explicaba al mundo que “Lemmy es dios”.
Mikkey Dee ya adelantó a los medios que no habrá más música o presentaciones de Motörhead en el futuro, pues sin Kilmister sería imposible: “Se acabó Motörhead, por supuesto. Lemmy era Motörhead, pero la banda seguirá viva en el recuerdo de mucha gente (...). No haremos más giras y no habrá más discos. Pero la marca sobrevive y Lemmy vive en el corazón de todos”, agregó en entrevista con el diario sueco 'Expressen'.
Le sobrevivirán sus himnos del metal: Ace of Spades y Overkill, entre otros.
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