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La crónica: un periodismo hijo de la novela

El investigador Eduardo Márceles Daconte hace un recorrido por 49 años de periodismo narrativo.

Fue la época de la guerra en Vietnam y el primer viaje a la Luna. Se discutía sobre una real o supuesta brecha generacional que impulsaba a muchos adolescentes, y aun a personas de más edad, a rechazar el modo de vida capitalista, lanzándose a la militancia política de izquierda (fresco todavía el seminal ejemplo de la Revolución cubana), o a salirse (drop-out) de la comunidad tradicional, marginándose en núcleos aislados, ya fuesen comunas rurales o urbanas que cuestionaban el establecimiento familiar, político y económico.
Fueron estos jipis, que adoptaron estrafalarios estilos de vida en el vestir, el sexo y en sus relaciones interpersonales, quienes se arriesgaron a explorar los laberintos de la mente con las drogas alucinógenas o estimulantes.
Se incubó entonces el germen de la liberación femenina y se intensificó la lucha de los afroamericanos por sus derechos civiles, todo con un provocativo trasfondo de música rock interpretada por los Beatles o los Rolling Stones.
Sin embargo, no existe el novelista que haya captado esta década tormentosa de la misma manera que los grandes narradores realistas de la Europa del siglo XIX, que a la vez fueron cronistas de su época.
Fue entonces cuando surgió el nuevo periodismo o periodismo narrativo, que tanta influencia ha ejercido en su lugar de origen, como también en el resto del mundo, y que ha dejado una profunda huella en Colombia.
Se ha situado la génesis del periodismo narrativo en el libro A sangre fría, de Truman Capote, quien bautizó el género como novela de no ficción, pues era la historia narrada en forma de novela, pero basada en hechos reales de reciente factura que podían comprobarse fácilmente en la prensa. “Un libro –según definición del mismo Capote– con la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura de la prosa y la precisión de la poesía”.
La historia, que trataba de la vida y muerte de dos pandilleros que asesinaron y robaron a una familia de granjeros acomodados de Kansas, apareció por primera vez en forma seriada en la revista The New Yorker, en otoño de 1965. Luego en forma de libro, unos años después.
Esta primera novela de no ficción marca el inicio de un género que no es del todo conocido por los lectores de América Latina, aunque aquí en Colombia ha tenido cultores en las últimas cuatro décadas.
Capote entrevistó en forma minuciosa a los criminales en la cárcel hasta obtener una visión completa de las circunstancias que rodearon el crimen. La investigación duró cinco años, en los cuales el autor viajó al lugar de los acontecimientos, tomó nota del ambiente y conversó con los vecinos de la familia asesinada, hasta transformar todo el material, desdeñando el estilo de la crónica periodística en primera persona, y narrando en tercera persona, como una cámara que sigue los pasos de los criminales y de la familia, hasta el fatal desenlace.
Sin proponérselo, Capote había descubierto un filón inagotable de posibilidades para la literatura en un momento crucial en que la novela norteamericana y europea atravesaban un período de pobreza conceptual y temática.
Antes de Capote ya se había experimentado con artículos y crónicas narrados en tercera persona sobre sucesos reales que se leían como cuentos o relatos literarios, incorporando diálogos, describiendo la ambientación y recurriendo al artificio literario para estimular la imaginación y los sentimientos del lector.
Se intenta así recuperar su interés en momentos en que se compite con otros medios masivos de comunicación, como la televisión, el cine, la radio, el internet y otros estímulos externos.
Los periodistas comenzaron por descartar el artículo, la crónica o el reportaje tradicional en primera persona –práctica que limita el relato a un solo punto de vista– y tornaron a involucrar diversos puntos de vista, empezando muchas veces con un diálogo o una descripción en tercera persona y pasando en el transcurso del escrito a la primera persona o al narrador colectivo, imitando en ocasiones el estilo coloquial del entrevistado e involucrando el ambiente en el cual se desarrolla la escena para dar un marco referencial.
También se comenzó a utilizar el monólogo interior, enfatizando el manejo o la ausencia de los signos de puntuación, exagerando a veces con ellos la emotividad del suceso con profusión de interjecciones.
Asimismo, se introdujeron palabras sin sentido, onomatopéyicas, pleonasmos, y se altera la tipografía convencional echando mano a signos desusados, letras en cursiva, subrayados y mayúsculas.
Al tiempo que estos escritores-periodistas incursionaban en una estructura innovadora para trasmitir sus conceptos, sus ideas y sus hallazgos, fue evidente que la investigación del tema o del sujeto exigía más tiempo y mayor dedicación.
Porque tal actitud demanda conocer no solo las circunstancias objetivas, sino también las emociones, intereses y opiniones del sujeto sobre quien se escribe, para así incorporar estos aspectos a la narración sin pecar del subjetivismo.
Se convive muchas veces con la persona o en la comunidad durante largos períodos para captarlos en su dimensión humana totalizadora, como pudiera hacerlo un antropólogo o un sociólogo.
Fue el caso de Oscar Lewis en libros como Los hijos de Sánchez o La vida, estudios científicos, narrados a guisa de novela, de situaciones socioeconómicas en sectores marginados de México o Puerto Rico.
Lo que empezó tímidamente como crónicas en revistas y periódicos se consolidó con Capote en A sangre fría y se propagó a un amplio círculo de periodistas que suscribieron a esta tendencia.
La realidad de los años 60 era tan apasionante y diversa que muy pronto entraron en escena Jimmy Breslin, Tom Wolfe, Gay Talese, Irving Wallace, James Baldwin, Rex Reed, Joseph McGinnis, para solo citar los más conocidos.
El más prolífico y sensacional de todos ellos, Norman Mailer, debutó con Los ejércitos de la noche, en 1968, libro que narra en forma minuciosa una manifestación en Washington contra la guerra en Vietnam y la represión de que fue objeto, utilizando los recursos de la novela: escenas lineales y retrocesos en el tiempo (flash-back), diálogos, ambientación, monólogo interior, diferentes puntos de vista (es decir, el narrador, los manifestantes, la policía e incluso los curiosos), e introduciéndose él mismo como personaje para dar una visión totalizadora del conflicto.
A partir del modelo de Capote, Mailer escribió La canción del verdugo, un monumental trabajo de más de mil páginas sobre la vida y peripecias de un criminal con el subtítulo: Una novela de la vida real.
Con este fin, Mailer obtuvo las cintas magnetofónicas que registraban extensas entrevistas con Gary Gilmore, convicto de asesinato múltiple en el estado de Utah, ejecutado en enero de 1977. Por supuesto, Mailer tuvo en este caso la participación de un hombre de extraordinaria inteligencia y recursos narrativos quien contó, hasta con detalles insignificantes, sus acciones y emociones durante nueve meses de su vida, desde cuando salió en libertad condicional hasta que cometió sus crímenes y su posterior encarcelamiento y ejecución.
Mailer viajó por los lugares donde estuvo el asesino y entrevistó a quienes de un modo u otro estuvieron cerca y conocieron a Gilmore. Una investigación asombrosa que finalmente se tradujo en un libro vibrante que desnuda la triste situación de inadaptación social de un exconvicto.
Los colombianos
En Colombia, los exponentes del periodismo narrativo se encuentran trabajando tanto en diarios y revistas como en libros del género, con una producción sostenida desde la segunda mitad del siglo XX.
Tal fue el caso de Germán Santamaría en EL TIEMPO, con amenas crónicas sobre situaciones de interés social, como también los trabajos de Juan Gossaín publicados primero en El Espectador y luego en El Heraldo de Barranquilla. La novela La mala hierba, de Gossaín, tiene como núcleo una crónica periodística, basada en hechos reales sobre marimberos (traficantes de marihuana desde la Sierra Nevada de Santa Marta), convertidos en una trama novelada.
De igual modo, el escritor caleño Arturo Alape incursionó en el género con sus libros de crónica política, como Un día de septiembre (la descarnada historia del paro cívico de 1978), o El Bogotazo, volumen fruto de una minuciosa investigación sobre el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán y los sucesos del 9 de abril de 1948.
La inclusión de canciones dentro del relato nos lleva a otro ejemplo en la novela de David Sánchez Juliao titulada Pero sigo siendo el rey, en la cual –de un modo diferente– se toman las rancheras populares para contar su supuesta historia secreta; es decir, de la manera como el autor, con un alarde de imaginación, intuye o supone que sucedieron las cosas, condimentada con referencias humorísticas.
Es oportuno mencionar la novela Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, inmersa en esta modalidad literaria. En ella se cuenta la historia de un crimen cometido en un pueblo del caribe colombiano, en un estilo periodístico original y depurado. También en Relato de un náufrago (1955), precursor innegable del periodismo narrativo en Colombia, cuenta las aventuras de un marinero perdido en el océano Atlántico, y más aun en su genial investigación Noticia de un secuestro, cuya estructura novelada relata las incidencias de un suceso de la vida real.
Merecen destacarse asimismo los trabajos de Germán Castro Caycedo, quien posee un excepcional talento para recrear, dentro de un estilo narrativo ágil, las aventuras y vicisitudes de personajes reales en condiciones adversas que perecen o superan sus conflictos en medio de las más insólitas circunstancias.
Sus historias son una síntesis entre novela y crónica, tomando como base meticulosas entrevistas a los protagonistas, combinadas con una investigación sistemática en periódicos, archivos refundidos y fuentes secundarias, para organizar un conjunto de elementos literarios que asombran por su vigor narrativo.
Así son, entre otros, sus libros Perdido en el Amazonas (1978), en el cual narra las peripecias de colonos que intentan sobrevivir en una situación de desamparo estatal con un trasfondo de peligrosas incursiones entre tribus primitivas y el follaje espeso de la jungla amazónica, y Mi alma se la dejo al diablo (1982), testimonio auténtico derivado de documentos oficiales, diarios personales y entrevistas con los personajes de un drama que se lee como una novela de suspenso.
La historia se desarrolla a orillas del río Yarí, en proximidades de la excolonia penal de Araracuara, y devela las operaciones en minería clandestina de iniciativa extranjera en un campamento inhóspito.
En época más reciente, Castro Caycedo ha publicado Objetivo 4 (2010) con apasionantes crónicas que remiten a investigaciones de agentes del Estado infiltrados en misiones peligrosas para capturar a los cabecillas de las Farc o miembros del narcoparamilitarismo.
En Operación Pablo Escobar (2012) escudriña, a través de una narrativa delirante, los episodios que condujeron a la guerra contra el desalmado capo del narcotráfico más buscado de Colombia, y las circunstancias que desembocaron en su cacería y ejecución.
No olvidamos las crónicas de Alberto Salcedo Ramos, maestro del género, cuyas obras más recordadas son De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho (1999) y El oro y la oscuridad: la vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé (2005).
Podemos deducir que del periodismo narrativo se desprenden dos corrientes diferentes aunque emparentadas entre sí.
La primera enfoca la investigación dentro de parámetros narrativos que se inclinan en su mayoría por hechos sensacionales, como son la guerra, los asesinatos múltiples o una campaña presidencial, cuyo origen se remonta a la década del sesenta en Estados Unidos.
En la segunda, y por la misma época, la investigación adquiere un carácter eminentemente sociopolítico, que escudriña la realidad a través de circunstancias y protagonistas que forjan la historia cotidiana, en textos de fluida descripción ontológica, conocida en América Latina como literatura testimonial, apelativo este que se presta a confusión, pues no se trata de testimoniar la experiencia de una manera literal, sino de recrearla con matices poéticos y narrativos.
Es necesario reconocer que esta modalidad se encuentra en pleno desarrollo, con practicantes a diferentes niveles de interpretación, que se nutren de sus vivencias y pesquisas para luego verterlas en una crónica o novela de no ficción que ha tomado del género muchas veces el manierismo más que el espíritu investigativo, imitando de un modo superficial –en algunos casos– la forma, sin profundizar demasiado en sus postulados realmente revolucionarios.
Hoy es difícil deslindar géneros, debido a que existe una interrelación de disciplinas (conocida con el término académico de ‘intertextualidad’) que hacen que un ensayo se escriba como cuento o un cuento como ensayo (Borges incursionó en este campo con admirable acierto), y, en fin, muchas combinaciones que enriquecen cada día la literatura y el periodismo de nuestro tiempo.
* Eduardo Márceles Daconte es escritor, curador de arte e investigador cultural. Autor de los libros ‘¡Azúcar!: la biografía de Celia Cruz’ (2004) y ‘Los recursos de la imaginación: artes visuales de la región caribe y región andina’ (2011). eduardomarceles@yahoo.com
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