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Joe Broderick, 80 años entre Camilo Torres, cura Pérez y Shakespeare

El escritor está redactando las versiones de dos piezas de Shakespeare que serán llevadas a escena.

Biógrafo de Camilo
Se enteró mucho después de que lo habían deportado. Descubrió muy tarde que desde la cúpula del Eln lo habían sentenciado a la muerte por andar preguntando sobre el cura Camilo Torres. Sí sabía que lo andaban siguiendo las fuerzas del Estado. Reconocía en las cafeterías a aquellos hombres que se posaban discretos, leyendo un periódico, cuando en realidad estaban espiando sus movimientos. Además, lamenta que hubiera gente que llegó al monte con su copia de Camilo, el cura guerrillero llena de anotaciones, dispuesta a sacrificarse en tributo a aquel sacerdote que murió en el primer combate que afrontó en la selva.
Esas son algunas de las consecuencias que le ha generado el libro sobre Camilo Torres al escritor australiano de origen irlandés Joe Broderick (Melbourne, 1935). Él las recuerda con cierta ironía, e incluso en su apartamento guarda una hoja en la que una dependencia del Estado lo calificaba de elemento sospechoso que tenía enlaces directos con fuerzas subversivas.
“Camilo fue el primer personaje colombiano que logró tener importancia universal –explica–, antes de García Márquez y Pablo Escobar, y de Juanes y Shakira. Él era el primero, no en sus tiempos de acción, en su frente unido, en Bogotá, sino por las circunstancias de su muerte, por el hecho de que muriera peleando, luchando heroicamente y como un mártir por la causa del socialismo o la sociedad transformada. Eso inspiró a mucha gente”.
Por supuesto, la figura de Camilo Torres marcó también la carrera de Broderick. Su libro ya lleva ocho ediciones desde su lanzamiento en 1975, y además se acaba de lanzar Camilo y el Eln, selección de escritos políticos sobre Torres.
En la superficie están esos datos de ventas, esas opiniones que califican a Camilo, el cura guerrillero como un documento clave para entender la historia reciente del país. En el fondo está toda la pequeña epopeya que enfrentó el australiano para recoger los datos de su investigación. Se hizo amigo de baquianos en el sur del país, se les voló a los militares de la Quinta Brigada que pretendían cuidarlo, pero, según su relato, también lo tenían en la mira; se emborrachó con farmaceutas y se bañó en el mismo río donde Camilo se bañó la noche antes de morir. “Yo sentía que no podía escribir ese último capítulo si no estaba en el sitio y sentía lo que sintió Camilo en el monte”, cuenta.
Años después supo que, desde Cuba, Fabio Vásquez –uno de los fundadores del Eln– había advertido que le parecía sospechoso que un “gringo” de ojos azules anduviera hablando con la gente de la guerrilla.
“En Yopal tenían órdenes de que si yo iba, me ‘quemaran’. Años después encontré a un tipo que me dijo: ‘Usted es Broderick; yo estaba en el grupo que tenía órdenes de matarlo, pero llegó un cura de esos de Golconda y dijo que usted estaba de buena fe. Entonces no le colaboramos, pero lo dejamos pasar’ ”.
El cura
Broderick cuenta sus historias con una cadencia literaria: les pone punto y coma a las ideas, que usualmente están llenas de una riqueza descriptiva e histórica. Además, los adjetivos caen precisos en sus anécdotas, sin excesos ni déficit.
Puede ser una herencia de su vida como cura o su carrera como actor, dos facetas que pueden sonar lejanas, pero que están relacionadas. Cuando estaba en el colegio, cantaba y actuaba en las operetas, pero también en el seminario hacía teatro. “Nos entrenaban para el teatro en cierta forma porque nos enseñaron a respirar desde el diafragma, a pronunciar muy claramente las palabras, a gesticular, todas esas cosas. En esa época, el púlpito era premicrófono; un domingo, uno tenía que llenar una iglesia de mil personas, tres veces al día, y entretenerlos y tenerlos interesados. Eso es mucha actuación”.
A Colombia llegó en 1969, como secretario del nuncio apostólico. Venía bajando por Latinoamérica, ya que primero entró por República Dominicana. Pero no se quedó solo en los sermones religiosos, pues trabajó con el grupo sacerdotal Golconda, compuesto por curas de izquierda. “Apoyaba su concepto de revolución. Esos sacerdotes de la sociedad colombiana, una sociedad básicamente religiosa, iban a mostrar que la Iglesia, que siempre había apoyado al establecimiento y a los poderes temporales, también podría mover mucha gente que representara otro concepto de sociedad”.
Este óleo del artista australiano Max Middleton retrata a Joe Broderick en 1966, el año en que murió Camilo Torres.
Esa labor lo acercó a Camilo Torres a medida que se fue alejando del sacerdocio. Simplemente dejó de creer en eso, aunque le queda el caminado, dice entre risas. Ese retiro lo define como un proceso de despertar a la vida, que se facilitó por estar en América Latina, donde tal vez sentía menos presiones sociales y familiares que las que hubiera tenido en su país de origen. “Mi esposa dice que yo salí del matrimonio como salí de cura, sin saber a qué horas”, bromea.
El hombre de teatro
Vivió su adolescencia en Melbourne, durante la posguerra. Europa estaba devastada, recuerda, y en esos días Australia solía enviar aviones con comida a Inglaterra, su madre patria. Algo bueno salió de esa época de sequía europea, ya que los grandes grupos de teatro y de música del Viejo Continente solían viajar al país de Broderick para presentarse. Hasta allá llegó, por ejemplo, la afamada compañía Strat-ford (luego rebautizada como Royal Shakespeare Company). Fue en esas presentaciones donde Broderick se enamoró de los grandes clásicos de Shakespeare. Lo descrestaron sus tragedias y sus comedias, lo hacían temblar las epilepsias de Otelo y se le ponían los pelos de punta al escuchar cantar a Desdémona.
“Todo eso me marcó –recuerda–. Aprendí de memoria muchísimos pasajes de esas obras, y los recitaba en las fiestas.También mi madre, cuando tenía unas copitas, hacía el papel de Shylock (de El mercader de Venecia). La familia era así, muy de las artes”.
Así nació un intenso vínculo con la obra del bardo inglés, que ha generado varias traducciones, o versiones, como él las llama, de sus piezas más conocidas, como Hamlet, que se montó en Colombia con una coproducción mexicana en el 2006, y un Otelo recientemente estrenado bajo la dirección de Pedro Salazar, en el que Broderick aproximaba a nuestro lenguaje las líneas de la tragedia militar del moro de Venecia.
Incluso hizo el papel de Brabancio, el padre de la hermosa Desdémona que no acepta que su hija se case con Otelo.
“Es un papel muy grato, porque es pequeño pero importantísimo en la obra –reflexiona–. Es muy agradecido porque da tiempo, en tres escenas, para crear un personaje”.
Y hay otra versión de Medida por medida, una de las llamadas ‘obras problema’ de Shakespeare porque no se acomoda ni en la tragedia ni en la comedia, que ganó una beca de creación del Ministerio de Cultura y está en proceso de montaje, bajo la dirección de Carlos Castañeda.
Pero ¿por qué no son traducciones sino versiones estas incursiones de Broderick en la obra del gran dramaturgo británico? Él destaca que se toma cierta libertad al traducir las ideas, no es tan literal; pero, sobre todo, porque hace versiones para teatro y no para libros. “Las traducciones de Shakespeare casi siempre están escritas para ser leídas, pero él no escribía para ser leído, escribía para ser actuado, escribía para la voz humana”.
El escritor
Uno de los libros más exitosos de Broderick es Fall from Grace, relato de la vida del obispo católico Eamon Casey, centro de un escándalo mediático cuando la prensa descubrió que había tenido un hijo con una mujer estadounidense.
Fue muy leído en Irlanda, apunta el autor, pero hubo cierta reticencia al principio porque algunos pensaban que iba a ser un ataque contra el obispo, algo que Broderick descarta de plano. Hubo un lector en especial que llamó su atención, era un hombre cincuentón que le contó que su madre le había pedido el libro, pero él no estaba muy seguro de que ella lo debiera leer. “Fue a la librería, lo leyó ahí y dijo: ‘Es decente, mi madre puede leerlo’. Uno conoce una mínima parte de la historia de los lectores; lo lindo de un libro es que va y es él, hace su camino, la gente lo lee y cada uno saca algo distinto. El bagaje del lector da el color final, su forma de ver el personaje colorea todo”.
Algo similar le pasó con El guerrillero invisible (2000), sobre el cura Pérez, un sacerdote español que lideró el Eln. Broderick confiesa que al principio no lo sedujo el proyecto porque el personaje le parecía aburridor. Aun así, considera que este libro es su mejor obra.
“Escribo estos libros también para contar mi versión de la historia reciente de Colombia, que es el trasfondo del personaje y es lo que más me interesa, el gancho humano donde uno va colgando su perspectiva de la historia y su interpretación (...). Cuando escribí este libro tenía 30 años más de conocimiento de Colombia, una óptica más madura y más crítica de la cuestión guerrillera, y además 30 años más de oficio como escritor, más conocimiento del castellano. Si no podía producir un libro mejor que antes, tendría que pegarme un tiro”.
Y El guerrillero invisible fue haciendo su propio camino, los lectores lo fueron coloreando y al autor uno le decía que Pérez era un asesino horrible; a otros les parecía un tipo jartísimo, pero también había algunos que lo alababan por la entrega a su causa. “Y están leyendo el mismo libro. Eso me halaga mucho porque quiere decir que no estoy echando una carreta panfletaria, sino que estoy contando la historia”.
El joven de 80
Una tenue luz alumbra a Broderick en su biblioteca, un espacio privilegiado en el que las fotos históricas se mezclan con las ilustraciones de obras de Shakespeare y los cientos de libros de autores como sus grandes ídolos: James Joyce, autor de Ulises, y Samuel Beckett, el creador del gran clásico del teatro del siglo XX: Esperando a Godot.
“Shakespeare es eterno, pero Beckett es un autor al que admiro y amo como persona. Yo hablo con él”, expone con firmeza.
Esas charlas metafísicas han sido material para una biografía sobre el dramaturgo irlandés y para dos versiones de sus obras: Primer amor y La última cinta de Krapp, que aún sigue presentando. Sus días se van consumiendo con sus amores por Beckett y Camilo, sus versiones de obras de Shakespeare y también de Harold Pinter, y sus confesiones a los amigos que llegan a lo que él llama ‘la parroquia de Joe’.
Y también hay proyectos que le gustaría emprender: hacer una biografía literaria del escritor antioqueño Fernando González, sobre quien dice no ha sido apreciado en su debida importancia y del que admira su innovación como narrador.
Pero no parece que se concretará esta aventura sobre la obra del maestro de Otraparte. “Lo veo muy difícil, porque tendría que dedicarme a eso durante largos años, y no sé si alguien estaría dispuesto a financiarlo. No tengo pensión, no tuve la precaución de aportar a un fondo pensional. Yo no creía que iba a ser viejo, no lo pensé, y no lo pienso; es que no tengo tiempo para ser viejo porque estoy demasiado ocupado”.
YHONATAN LOAIZA GRISALES
Cultura y Entretenimiento
@YhoLoaiz
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