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Gioconda Belli: la escritora rebelde que ya no cree en la lucha armada

La mujer fue guerrillera del Frente Sandinista de Nicaragua y hoy está dedicada a la literatura.

Gioconda Belli, una mujer de estatura media, tiene una melena que recuerda la de un león y una mirada felina. Habla con voz pausada y con el acento cantado de su Nicaragua natal. Es difícil pensar que esta poeta, que se ha ganado múltiples premios internacionales de literatura y que ha sido condecorada con la Orden de las Artes y las Letras, en el grado de caballero, de Francia, que esta literata que viaja por el mundo a dar charlas, que ha publicado cerca de dos decenas de libros, traducidos a más de 14 idiomas, y que es considerada como una de las iniciadoras de la renovación de la poesía en su país, haya sido alguna vez una revolucionaria.
Pero lo fue. Y no cualquiera. Gioconda Belli creyó en la lucha armada, fue miembro del Frente Sandinista de Liberación Nacional, tuvo que abandonar a sus hijos y salir huyendo de su país. Estuvo en fiestas con Fidel Castro, tuvo cargos en el gobierno sandinista tras el triunfo de la revolución en 1979. Y finalmente, dejó de lado la política y se fue a vivir a Estados Unidos con su actual marido norteamericano.
Y si eso no parece tener sentido para algunos, es solo porque no entienden que la historia de Gioconda Belli se ha desarrollado siguiendo un solo hilo conductor: la fidelidad a sus propias convicciones, aunque estas vayan cambiando: “Yo tengo mi filosofía aristotélica. ¿Cuál es el sentido de la vida? Es la realización de tu potencial. Eso ha sido para mí bien claro”.
El fin de un espejismo
De acuerdo con lo que cuenta Gioconda Belli, de 67 años, nada en su infancia tranquila permitió presagiar lo rebelde que sería más tarde. La escritora –segunda de cinco hermanos, hijos de un comerciante de origen italiano y de una mujer muy moderna para su época– recuerda de su infancia los veranos en la playa de Poneloya –no muy lejos de León, la segunda ciudad de Nicaragua–, adonde llegaba su abuelo con libros y le hablaba de las estrellas: “Él nos acostaba en la playa y nos enseñaba las constelaciones, todos los equinoccios. Era un tipo enciclopedista, sabía todo”.
La influencia de ese abuelo fue esencial en el despertar de la curiosidad de Gioconda Belli. Como lo fue también su madre, una mujer moderna que fundó el Teatro Experimental de Managua y determinó su esencia de mujer. Una esencia femenina que recorre toda su literatura, en la que muchas veces las protagonistas se rebelan ante el destino que otros trazaron para ellas.
A los 17 años, Gioconda Belli, tras estudios de periodismo y publicidad en Estados Unidos, ya trabajaba. Solo tenía 18 años cuando se casó, de blanco y virgen, con un hombre con un estilo de vida más convencional que el suyo. Todo esto la llevaría a decir después que su vida antes de entrar al sandinismo era como un espejismo: “Yo estaba programada para cumplir ese rol que les asignaban a las mujeres. Me casé muy joven porque quería independizarme y tener mi vida de adulta. Y me rebelé muy joven también, porque no me gustó esa sensación de que esa iba a ser mi vida. Cuando ya me sentí casada, metida en ese patrón de la sociedad nicaragüense muy tradicional, no me gustó la idea de que ahí se acababa”.
Esa revelación la llevó a tener conflictos con su primer marido. Ella quería seguir trabajando, él quería una esposa modelo. Hasta que Gioconda Belli, ya madre, conoció en la agencia de publicidad en la que trabajaba a unos sandinistas. Y ella, que venía de una familia que se oponía al régimen de Anastasio Somoza, pero nunca había sido políticamente activa, decidió unirse a su causa. “Fue muy lindo porque yo empecé a escribir poesía más o menos al mismo tiempo. Me integré al Frente (Sandinista de Liberación Nacional) y empecé a escribir en el 70, porque de alguna manera eso me liberó por dentro, me hizo sentir útil, parte de gente que soñaba con cambiar el país. Y me permitió escribir. Me encontré”.
Empezó escribiendo poemas, sensuales y románticos –“pornográficos”, según sus detractores–, que despertaron suficiente interés en el mundo editorial como para que en 1972 se publicara su primer libro, ‘Sobre la grama’, por el que se ganó el premio de poesía más prestigioso de su país.
A la pregunta de si sigue creyendo en la lucha armada, responde que no: “Es que ha cambiado la situación del mundo. Todos los que estuvimos en la revolución también vivimos la realidad de lo que pasa después y te das cuenta de que muchas de las ideas preconcebidas que teníamos no funcionan en la realidad. La idea del socialismo y de la dictadura del proletariado son muy esquemáticas y dogmáticas. Lo que aprendimos fue que la libertad, la democracia, aunque no sea perfecta, es el sistema que mejor se adapta a nuestra mentalidad como seres humanos”.
Durante sus años revolucionarios, Gioconda Belli fue compañera del actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y de su mujer, Rosario Murillo. Hoy, sin embargo, la escritora critica al jefe de Estado que en las elecciones presidenciales de noviembre próximo buscará mantenerse en el poder por un cuarto mandato en Nicaragua, y que ha sido cuestionado internacionalmente por concentrar el poder entre sus familiares, derogar leyes constitucionales para conseguir mandatos sucesivos y acallar la oposición con violencia policíaca. En entrevistas y columnas en medios internacionales, Gioconda Belli ha dicho que Ortega está instaurando un sistema “monárquico”, una nueva “dictadura”. Hoy habla de “desilusión”.
“Es tremendo –opina–. Hay un excompañero (Daniel Ortega) que está repitiendo toda la práctica política del dictador que echamos”.
Así se veía Gioconda Belli (der.) en 1989, antes de irse a vivir a Estados Unidos.
Una doble vida
De su niñez, la escritora recuerda dos episodios específicos: Una muerte violenta y una manifestación. “Yo desde muy niña había estado consciente de que estábamos en una dictadura que asesinaba a personas y era represiva. Uno veía fotos en los periódicos y a un estudiante lo mataron cerca de mi casa. Esa fue una de las primeras imágenes fuertes que tuve: ver la sangre en la pared y saber... Era un muchacho que jugaba béisbol con mis hermanos en el barrio y de repente lo matan. También recuerdo una manifestación que hubo. Empezaron a disparar y tuvimos que salir corriendo. Corrimos sobre cientos de zapatos. La gente salía corriendo y botaba los zapatos. Ahí murieron como 300 personas. Fue terrible. Fue otro momento en que me di cuenta de que con Somoza no había una salida cívica”.
Al unirse al Frente, Gioconda Belli comenzó una vida de secretos. Le asignaron el rol de correo: le tocaba llevar a operativos clandestinos a distintos lugares de Managua o llevar cartas entre los sandinistas. También tuvo que extraer documentos; conseguir fondos; preparar casas de seguridad; organizar acciones armadas, en las que nunca la dejaron participar. “En esos tiempos ya tenía un perfil como poeta, me habían dado el Premio Casa de las Américas de Cuba, entonces había muchos foros a los que podía ir a hablar de lo que estaba pasando en Nicaragua, y hablaba inglés. Se consideraba que era más útil haciendo esas cosas”, dice hoy.
Varias veces, mientras trasladaba a clandestinos tuvo que huir de los disparos de la policía somocista. Una vez la descubrieron y después de que negara toda participación en el Frente, una patrulla de seguridad del Estado la siguió durante meses. Vivió con miedo y vio a “compañeros” morir por la represión. Pero el primer riesgo que esquivó fue más doméstico: que la descubriera su marido: “Cuando empecé a militar me daban papeles para leer: los estatutos, las medidas de seguridad. Entonces yo me encerraba en el baño, abría uno de los paneles que tenía arriba y escondía los papeles. Cuando me metía al baño me subía arriba del inodoro, los bajaba y los leía. Mi marido no supo que militaba hasta que me tuve que ir al exilio. Tuve que decirle porque tuve que huir de Nicaragua”.
“Teníamos –continúa– una relación muy distante. Él tenía mucho miedo. No hubiera jamás participado en eso. Cuando tuvimos un problema porque yo ya quería dejarlo, le dije ‘vos sos muy apático, nada te preocupa’. Entonces me dio una pistola para el Frente y dinero. Eso me sirvió enormemente, porque cuando me fui al exilio (primero a México y luego a Costa Rica) él quiso quedarse con mis hijas. Yo le dije ‘mándame a las niñas’, ya tenía dos, y él me dijo ‘no, porque te voy a acusar de abandono del hogar’. Y las niñas ni siquiera las tenía él, se las fue a dejar a mi papá y mi mamá. Yo estaba desesperada, porque para ese tiempo ya me había condenado (en ausencia) un tribunal militar a siete años de cárcel. No podía volver a Nicaragua. Era fugitiva. Entonces se me ocurrió decirle: ‘Bueno, me voy a regresar y te hago responsable de lo que me pase y además, cuando me agarren y me torturen, les voy a decir que vos me diste un arma y dinero para el Frente Sandinista’. A la semana siguiente tenía a mis hijas en Costa Rica. Ellas tenían cinco y un año”.
En Costa Rica, Gioconda Belli siguió trabajando para el Frente, como miembro de la comisión político-diplomática. En el exilio también se volvió a casar y tuvo a Camilo, su único hijo hombre y el único que hoy vive en Nicaragua, como ella. La relación no prosperó porque Gioconda Belli se enamoró de otro sandinista, a quien llama Modesto en sus memorias (‘El país bajo mi piel’) y quien fue uno de los amores que más la hizo sufrir.
A pesar del tiempo, no se siente desencantada de la ideología de esa época: “Pienso que vivimos en sociedades muy desiguales y que la idea de un mundo más justo y equitativo no es el problema. El problema es cómo hacerlo. Necesitamos una gran dosis de imaginación para plantearnos cuál es la manera de abordar los problemas. No es un asunto ya de una ideología que derrote a la otra. Hay que ver cómo agarrar lo mejor de los dos sistemas y tratar de hacer un híbrido, una cosa nueva”.
‘Freelancer’ de la revolución
A mediados de los años 80, en plena guerra civil entre el Frente Sandinista y los ‘contras’ apoyados por Estados Unidos, Gioconda Belli conoció a Charles Castaldi, un periodista de la radio estadounidense NPR, quien había trabajado también en cine. Él llegó a entrevistarla cuando ella era vocera del Frente Sandinista en la campaña presidencial de 1984. Y no se separaron más. La relación, sin embargo, les trajo dificultades. Los sandinistas temían que Gioconda le revelara a su novio estadounidense información secreta. Y la escritora ha contado que el Departamento de Estado de Estados Unidos acusó a Castaldi de colaborar con los sandinistas y difundir su propaganda.
“Fue difícil, pero estoy acostumbrada. Empezar a escribir la poesía que escribí fue duro también, así que nunca le he dado mucha importancia a cómo me juzgan”.
A mediados de los 80 también fue la época en que Gioconda Belli le dio un nuevo giro a su vida: decidió privilegiar su rol de escritora por encima del político: “Fue difícil, porque me preguntaban qué estaba haciendo y yo decía que en casa, escribiendo. No se oía muy bien porque estábamos en la revolución. Pero yo seguía haciendo trabajos, decía que era ‘freelancer’ de la revolución. Así nació su primera novela, ‘La mujer habitada’.
En 1990, Gioconda Belli y Charles Castaldi se instalaron en Los Angeles, donde él trabajaba en cine. Juntos adoptaron a Adriana. Para Gioconda, fue una maternidad diferente. Esta vez, fuera de la política, se pudo “dedicar a ser mamá”. En 2013, cuando Adriana entró a la universidad, la pareja regresó a Managua: “Ese es mi lugar en el mundo”.
Hoy trabaja en la redacción de una nueva novela, que ocurre en Francia en 1848 y que la llevó a investigar en archivos de la revolución en París. A estas alturas, le resulta muy difícil decir qué ha sido más transformador en su vida, si la política o la literatura: “Lo que enriqueció mucho mi vida fue participar en ese proceso político. No sería la misma escritora si no hubiera tenido esa experiencia, porque entendí lo que es el esfuerzo colectivo, lo que es realmente que se cumpla un sueño que has tenido. La literatura es transformadora. La posibilidad de ver otras vidas y cómo se transforman es lo que nos ayuda a reflexionar”.
DANIELA MOHOR
EL MERCURIO, Chile - GDA
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