¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Archivo

La escuela colombiana de lutieres: una gran obra de cuatro mujeres

La historia de un centro de reparación de instrumentos musicales en Cartagena, por Juan Gossaín.

JUAN GOSSAÍN
De repente, en la luminosa noche veraniega, bajo las estrellas de enero, y como si fuera un cohete, revienta el porro fiestero en la plaza de Sincelejo. La gente se prepara para bailar el fandango haciendo rueda alrededor de la banda. Una mujer lleva en la mano un paquete de velas encendidas.
Esos músicos andariegos van de pueblo en pueblo alegrándoles la vida a los vecinos durante las festividades del santo patrono. Son tan hábiles en su oficio que, con estos ojos, yo he visto a algunos que se quedan dormidos después de cuatro noches consecutivas de parranda, y mientras roncan siguen tocando la trompeta. No desafinan ni una sola nota.
Lo malo es que no disponen de un taller ni para repararle un tornillo a su instrumento. En los conjuntos vallenatos es el propio acordeonista quien tiene que cargar una pinza en el bolsillo trasero del pantalón. Hay pueblos en los que el especialista en esas reparaciones es el odontólogo, aunque parezca insólito, por una razón muy sencilla: porque el instrumental de su trabajo, por lo general afilado y puntiagudo, compuesto por cuchillas y estiletes, es el más apropiado para semejante tarea.
Las flores y los lutieres
Aicardo Alzate es el maestro de lutería. Hace diez años obtuvo una licenciatura en música, pero dice que lo que más le gusta es la reparación de instrumentos. Foto: Yomaira Grandett / EL TIEMPO
Déjenme hacer aquí una pausa para respirar. La edición número 23 del Diccionario de la Real Academia Española, que comenzó a circular hace apenas dos meses, admitió por primera vez la palabra ‘lutier’, que es como se llama en numerosos idiomas a la persona que construye o repara instrumentos musicales de cuerda. Su oficio se llama ‘lutería’. Y ya no se limitan a los de cuerda.
El término proviene del francés, pero su origen es árabe. Quiere decir ‘madera’ y hace alusión al laúd, ese instrumento redondeado, de cuerdas, tan antiguo que en él le cantaba sus amores el rey Salomón a la reina de Saba. En la lengua española la palabra se volvió famosa, desde hace años, por los integrantes de Les Luthiers, el aclamado conjunto argentino de música y humor.
Lo cierto es que, antes de que la Real Academia se diera cuenta, en Cartagena de Indias ya existía el primer taller colombiano de lutería. Funciona en la barriada histórica de Getsemaní, donde el pueblo se sublevó contra el imperio español, el mismo lugar que se ha convertido en el refugio bohemio y artístico de la ciudad amurallada.
Tiene su sede en la Escuela Taller de Cartagena, el apostolado que dirige Germán Bustamante para salvar lo que todavía queda de reliquias y monumentos. Es uno de los lugares más bellos que he visto en mi vida, un patio enorme, de árboles centenarios, buganvilias que florecen en el aire, rosas de todos los colores, pájaros. Aquí, los muchachos aprenden jardinería o a reparar cañones que tienen quinientos años, mientras que a las mujeres les enseñan a coser, a hacer tallas y forjas.
Aquí es donde opera el centro de mantenimiento y reparación de instrumentos musicales, bajo el mecenazgo de la Fundación Salvi.
Verdi saluda a Escalona
Julia Salvi (foto) y Víctor Salvi, su marido, fundaron el Festival de Música de Cartagena. Foto: Yomaira Grandett / EL TIEMPO
La señora se llama Julia Salvi. Nació en Cali, pero ha vivido casi su vida entera en Italia, donde se casó con el heredero de una familia de grandes intérpretes musicales, maestros del arpa y el violín, que se dedicaron también a fabricar y reparar instrumentos desde hace doscientos años. Fueron Julia y Víctor Salvi, su marido, quienes inventaron el Festival de Música de Cartagena, que el mes entrante llegará a su novena edición. Cómo pasa el tiempo.
Gracias a la tenacidad de Julia, hemos oído la música de Beethoven al pie de las murallas, interpretada por los mejores ejecutantes del mundo, y los emboladores callejeros pueden disfrutar de Tchaikovski en la plaza de San Pedro Claver, al tiempo que las empleadas del servicio doméstico escuchan con recogimiento El Mesías, de Haendel, en la iglesia de María Auxiliadora.
Hasta que llegó el día en que los músicos de esta región, tanto clásicos como populares, acudieron donde Julia para que los ayudara: no tenían manera de reparar un clarinete. Ella trajo los primeros maestros europeos. Todo estaba por hacerse. Vinieron talladores de madera y mecánicos de cuerdas. Comenzaron a impartir clases. El año pasado llegó un especialista en acordeones, desde Italia, y les dio instrucción a los vallenatos. Fue entonces cuando Verdi y Escalona se saludaron, con un abrazo.
Cada vez que llega el Festival, los niños de los barrios más pobres de la ciudad, como El Pozón y Arroz Barato, aprenden a remendarle a una gaita la cera que se derritió con el sol de diciembre, a arreglarle el cuero a un tambor roto o a resanarle la madera partida a una guitarra. Ya se han visto reparaciones milagrosas, como la de un acordeón con piezas viejas de automóvil.
Lo hicieron las mujeres
Aicardo Alzate, barranquillero hasta el tuétano de los huesos, es el maestro de lutería en la escuela. Hace diez años obtuvo una licenciatura en música, “pero lo que me inclina es la reparación de instrumentos”, me dice, mientras está cambiando los empaques y zapatillas de un trombón para que no se le salga el aire. “En estas tierras, el salitre marino le hace mucho daño al metal”.
Una segunda mujer, Carolina Rocha, compañera de Julia Salvi, es la directora del programa de mecánica musical. Llegó el día en que la escuela empezó a crecer y necesitaron más dinero para sostenerla. Entonces apareció la tercera señora.
“Fue Fanny Gutiérrez de Sarmiento –me cuenta Julia– quien nos tendió la mano generosamente. Nos está financiando con su propio dinero, el de su bolsillo, no con el dinero de su marido, que es banquero”.
Faltaba todavía una cuarta dama, Mariana Garcés, la ministra de Cultura, con quien hicieron una alianza no solo económica, sino también de carácter académico.
Por todo el país
Entre las cuatro crearon un plan de trabajo conjunto, y, como no hay fuerza de la naturaleza que pueda detener el empuje de cuatro mujeres, desde el año pasado están reparando en este taller los instrumentos de 25 municipios de todo el país. “Cada seis meses arreglamos cien”, comenta Aicardo. “Una banda entera por mes”.
Lo bueno es que no se trata solamente de arreglarles el saxofón, sino de enseñarles a que lo hagan ellos mismos. Lo que buscan es crear una disciplina que nunca ha existido entre nosotros. Se están recogiendo ya los primeros frutos. “Ahora se les nota que cuidan sus instrumentos con más amor”, dice la señora Salvi.
En este momento los instructores de la escuela van de pueblo en pueblo, arreglando y enseñando, pero, sobre todo, previniendo los daños. Pegan afiches y hacen reuniones, no solo en las cálidas aldeas del Caribe, sino en las regiones montañosas de Antioquia, Boyacá, Cundinamarca.
“Les sobra talento, pero les falta información –anota Carolina Rocha–. Tienen que aprender a cuidar el instrumento y a quererlo”.
De Ibagué mandaron pedir que les abrieran un taller de lutería. No era posible negárselo a esa tierra de cantares y músicos. Ya están montándolo, en asocio con el Conservatorio del Tolima. Después fue el Valle del Cauca. De manera que hoy existen cinco escuelas de la Fundación Salvi en diferentes regiones del país, si agregamos las de Bogotá y Medellín. En la actualidad hay aprendices haciendo cursos en todas partes.
Una anotación curiosa: en la zona central de Colombia, partiendo del Tolima hacia el vecindario, la mayor parte de los instrumentos musicales son de cuerda; en el Caribe, en cambio, son de viento.
Epílogo
Más que una fábrica, la lutería es una cultura. En Europa reparan un instrumento por 50 dólares, pero aquí no hay esa plata y, si la hubiera, tampoco existía, hasta ahora, la tradición de los talleres. “Lo que perseguimos es darles a los músicos la educación y los conocimientos que se necesitan para que el instrumento siempre esté en buenas manos”, añade la señora Salvi.
Un músico verdadero sabe que su instrumento es una prolongación de su propia anatomía, como la nariz o una oreja. Es por eso por lo que el próximo 7 de enero, mientras se celebre el IX Festival Internacional de Música de Cartagena de Indias, habrá conversatorios y reuniones con los grandes lutieres que vienen de Italia a enseñar sus conocimientos. Entre ellos estará el reputado profesor Fabricio di Pietrantonio.
Perdonen ustedes la broma, pero, mientras voy terminando esta crónica, a mí se me ocurre pensar que, literalmente hablando, los músicos colombianos se ganaron la lutería.
JUAN GOSSAÍN
Especial para EL TIEMPO
JUAN GOSSAÍN
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO