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'Haz pensar a la gente y te odiarán': John Zorn

El enigmático músico neoyorquino vendrá este sábado a Bogotá con 28 artistas.

CARLOS SOLANO
Cuando prende la radio, ¿no siente que las canciones se parecen demasiado entre sí? ¿O que resultan tan predecibles como para poder adivinar las notas siguientes en una melodía que, supuestamente, está escuchando por primera vez? Probablemente sea la misma canción, regurgitada una y otra vez.
Usted no está solo. Por fuera del circuito convencional, hay artistas que quieren llevar la música a un estado superior y son una punta de lanza para descubrir nuevas sonoridades al unir una nota a otra como nadie más lo había hecho antes. Y el resultado puede estallar en sus oídos con una violencia libertaria. Claramente no los va a encontrar en la radio comercial.
Algunos llaman a este movimiento avant-garde, –aunque estos artistas rechazan las etiquetas que intentan ponerles las tiendas y los medios– y en la cima de éste ha estado durante los últimos 40 años el neoyorquino John Zorn.
Saxofonista principalmente, compositor, arreglista y multiinstrumentista, Zorn (de 62 años) es venerado por los amantes del free jazz y la música contemporánea, y por eso se volvió un norte para los músicos más atrevidos en todo el mundo.
De hecho, 28 de ellos (entre los que se encuentran personajes como Marc Ribot, Dave Douglas, Cyro Baptista, Greg Cohen, Joey Baron, Jamie Saft, Sofia Rei, Shanir Blumenkranz y el sonidista Marc Urselli) lo acompañarán en un concierto que dará en Bogotá este sábado, en el Teatro Colsubsidio. Serán 12 ensambles creados por Zorn, en cuatro horas de concierto. Lleva por nombre Masada Marathon.
Esto es apenas una muestra de quien puede ser, además, el músico más prolífico de la historia: más de 400 álbumes propios en estudio desde 1980. Tan solo entre el 2012 y el 2014, Zorn publicó 39 discos bajo su propio sello Tzadik. Lea nuevamente esa cifra e intente imaginar el proceso que hubo detrás: 39 en tres años.
“Aborrezco desperdiciar ideas y muy rara vez las desecho (...). Algunos proyectos ocurren en unas pocas horas; otros, días, meses, años”, explica al respecto John Zorn en entrevista exclusiva con EL TIEMPO. Usualmente, el músico rehúsa hablar con los medios porque considera que no lo entienden y se burlan de su búsqueda.
Lo rodea un halo de ‘monje’ de la música, y su apartamento es su claustro. Pasa días enteros encerrado componiendo, alejado del contacto exterior. Cuando sale de su encierro, presenta el resultado y genera movimiento: “¿Qué ha hecho Zorn ahora?”.
“Mi hogar no es un apartamento, ¡es un dispositivo que habilita la creatividad! –explica Zorn–. No me siento aislado del mundo, vivo en él y amo las aves y el cielo azul, ir a un museo; una buena charla es esencial para un artista, pero hay momentos en que me enfoco en casa y no pronuncio una sola palabra por días, pues de eso se trata: enfocarse. Por eso me aíslo de las energías negativas del mundo exterior”.
Un reportaje del New York Times lo define así: “Por décadas, Zorn ha sido la figura más prolífica y polarizadora de la escena downtown en Nueva York”. No en vano, en su cumpleaños 60, 12 galerías y museos de arte lo acogieron y le rindieron un homenaje, entre ellas el Museo Metropolitano de Arte de la ciudad.
Y polariza, porque para muchos críticos, su música es ruido. También, porque a su obra le acompaña una estética visual chocante que usualmente termina siendo vetada (razón por la cual terminó su contrato con el sello Nonesuch, que censuró algunas de sus portadas) o malinterpretada, como ocurre con los ángeles de Louis de Breton que ilustraron el Diccionario infernal de Jacques Collin de Plancy, de 1863.
Pero además, porque al método de composición de Zorn lo rige una numerología, ligada al judaísmo y a la modificación de dos escalas tonales presentes en toda la música hebrea. Por ejemplo, el Masada Book y el The Book of Angels, que enmarcan su obra desde 1993, es una suma de 613 piezas, un número que tiene un significado especial en la cábala y la cultura judía.
La fórmula sin fórmulas
“El concepto tradicional de melodía no ha sido parte de mi lenguaje creativo”, agrega Zorn: “De 1973 a 1993, mi mundo de composiciones era complejo y estructural, juegos para improvisadores, piezas cinemáticas, música clásica inspirada en dibujos animados, miniaturas de hardcore punk, pero debía retar mi talento composicional”.
De ahí se desprende una de sus premisas más grandes como artista: nada de lo que haga será igual a lo anterior, tiene que ser algo nuevo. De verdad, nuevo: “Crear una obra que antes no pensaba que pudiera crear”.
“Nuestra cultura alienta a la gente a definir un estilo, y repite ese estilo una y otra vez hasta el infinito, y a esto llaman ‘construir una carrera’ –sostiene el músico–. Muchos artistas se sienten bien con eso que permite a la gente categorizarlos a ellos y su trabajo, y entonces se encierran en una caja para no tener que pensar en ello de nuevo, pero eso es también la muerte de la ruptura mental, la cual es la verdadera fuente del arte. No estoy interesado en eso, en volverme una mercancía. Lo que me interesa es redefinirme año tras año, descubriendo y recorriendo caminos desconocidos”.
Por supuesto, su postura es muy crítica acerca de la industria musical y las figuras que esta promueve en esa repetición continua: “Haz que la gente piense que están pensando y te amarán, pero haz que la gente piense realmente y te odiarán. El tema es que muchos artistas se volvieron temerosos de tomar sus riesgos y se alienaron junto a su audiencia”.
¿El nuevo Stravinsky?
Por todo esto, aproximarse a su discografía no es fácil: todos sus 400 álbumes son, en perspectiva, diferentes. Por eso, la experiencia de oírlo por primera vez puede ser catastrófica (odiar sus “disonancias sin sentido”) o reveladora; pues después de Zorn, es difícil entender la música de la misma forma.
Algunos representan el lado más violento del free jazz; otros, su reinvención de músicas ya escritas de una forma, como la de Ennio Morricone o Henry Mancini, que cobraron un nuevo sentido en sus manos. Para quienes buscan lo más ‘pesado’, podrían ser sus discos con los ensambles Naked City y Painkiller. Pero, por ejemplo, también hay música de cámara, como sus Jewish String Quartets, o blues a su manera en Spillane (2005).
En todo ese catálogo no están contempladas aquellas producciones de otros artistas en las que participa, colabora o aparece en el estudio, en una suerte de padrino tras bambalinas, como fue el caso del nuevo disco del grupo colombiano Curupira, La gaita fantástica. Aunque Zorn apenas aparece en los agradecimientos, el músico Juan Sebastián Monsalve reconoce que su presencia nutrió toda la sesión.
De hecho, su conocimiento de la música colombiana viaja de nuestras raíces hasta lo popular. Cuando se le consultó sobre qué conocía de nuestra música, escribió: “La cumbia temprana y el porro, la cumbiamba, la terapia, es una mezcla increíble de influencias que encuentro realmente vivas y únicas; Fruko y sus tesos, Aníbal Velásquez, Julián y su Combo (de la fuente sonora de Guapi), la Banda Bajera de San Pelayo, Wganda Kenya, Sonora Cienaguera, Alberto Pacheco, Myrian Makenwa (la banda de Rafael Machuca)”. Estos nombres no están en la memoria de un alto porcentaje de la población colombiana.
Si usted no conoce a Zorn, el reto es precisamente dejarse sorprender: “Casi nadie sabía quién era Igor Stravinsky cuando vino a Bogotá”, en los años 60, sostiene Santiago Gardeazábal, promotor cultural que trae a John Zorn al país (la segunda vez en dos años, pero la primera con su Masada Marathon).
La boletería está disponible en el sitio Primerafila.com.co, y los precios de boletería van de 110.000 a 308.000 pesos. Descuentos para afiliados a Colsubsidio.
CARLOS SOLANO
Cultura y Entretenimiento
En Twitter: @laresonancia
CARLOS SOLANO
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