¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Archivo

'Somos una sociedad militarizada'

El escritor Rafael Baena habla de su nueva novela 'La guerra perdida del indio Lorenzo'.

CARLOS RESTREPO
La vida del indígena Victoriano Lorenzo, ciudadano de la Panamá que perteneció a Colombia hasta 1903, apenas aparece en los textos de historia y materiales de archivo que recrean aquel capítulo secesionista que se enmarcó dentro de la guerra de los Mil Días (1899-1902). Investigando para su novela 'La bala vendida', el escritor Rafael Baena (Sincelejo, 1956) se topó, hace unos diez años, con Lorenzo. Le pareció un personaje fascinante, pero en ese momento no encajaba en el relato que estaba escribiendo. “Hasta ahora, que pudo jugar de titular”, anota con humor Baena, que recupera a Lorenzo en 'La guerra perdida del indio Lorenzo', su nuevo trabajo, una mirada exhaustiva de la guerra de los Mil Días y de la pérdida de Panamá.
¿Quién fue el general Victoriano Lorenzo?
Indio, liberal, campesino de las montañas de David, empezó a ayudar a la insurgencia panameña en asuntos de logística, pero se involucró más cuando el gobierno mandó una partida de caballería en busca de unos fusiles ocultos y arrasó su aldea, violó a las mujeres y torturó a su hermano. A partir de allí, él y sus cholos, célebres por su pasmosa puntería, fueron un cuerpo importante de la llamada División Panamá y permanecieron invictos durante la guerra, asumida por Lorenzo más como lucha reivindicativa que partidista. Ascendido muy rápido a general, después del armisticio firmado a bordo del USS Wisconsin, el gobierno de Bogotá lo acusó de crímenes cometidos fuera de combate, lo condenó y lo fusiló.
¿Cómo fue ese capítulo de la guerra de los Mil Días en el que perdimos Panamá?
Se nos ha enseñado que se perdió porque Teodoro Roosevelt ayudó a los panameños independentistas a cambio de que le permitieran construir el canal. Y es cierto, pero también es verdad que Colombia había entregado, mediante tratado firmado en 1846, la soberanía del corredor geográfico que unía Colón con Panamá capital. Según el acuerdo, a la unión americana le correspondía garantizar el libre tránsito ferroviario de pasajeros y carga entre las dos costas panameñas, lo cual significaba también comunicar la costa este de los EE. UU. con un oeste rico en recursos, sobre todo mineros. Así, cada vez que en el istmo había un problema de orden público, Bogotá telegrafiaba a Washington para que, manu militari, los marines impusieran la paz en un departamento cuyo aislamiento dificultaba su manejo. De modo que el presidente Marroquín, que cargaría con la culpa de la secesión, no hizo nada distinto a ponerse las mismas rodilleras que sus antecesores usaron a lo largo de medio siglo.
Este fue el departamento del país en donde la guerra fue más intensa. ¿Por qué?
Por diversos factores, pero básicamente porque era muy grande la expectativa de las riquezas que generaría el canal, y también porque su aislamiento permitió e impuso otro tipo de estrategias militares. Después de los primeros seis meses de guerra, Panamá era el único territorio donde los liberales tenían un ejército con todos los fierros, dicho de manera literal. No eran guerrillas dispersas como en el resto del país.
¿Cómo surgieron Vicente Orduz y Saúl Cantor Orduz para decidirse por el género epistolar para narrar la novela?
En La bala vendida, Vicente era un mayor de caballería, veterano de la guerra en Cuba y en los Llanos Orientales bajo el mando de Avelino Rosas. Y su sobrino Saúl, un niño nacido en 1900 que, muchos años después y ya en esta novela, le pregunta si conoció al indio Lorenzo. La respuesta demora varios lustros, porque cuando el mayor decide responderle con una carta que cuente sus experiencias en el istmo, le sale una pastoral, o sea, una novela.
¿Por qué ese interés por narrar la segunda mitad bélica del siglo XIX?
Ver cómo conflicto tras conflicto, guerra tras guerra, se mantenían inalterados ciertos patrones de conducta me produce un efecto casi hipnótico. La matazón de 1895 era idéntica a la de 1877 o 1885. Y como en los libros de matemáticas del colegio, la inequidad crecía mientras los demás factores permanecían constantes. Con un Estado ausente y autista, manejado desde el centro, la gente buscaba llenar ese vacío, y era entonces cuando llegaban las tropas, las legales y las ilegales, a tomar posesión, a comportarse como ejército de ocupación. Por supuesto, me pregunto si las similitudes con los conflictos de tiempos más recientes serán mera coincidencia.
Usted ha dicho que mientras en el siglo XIX varios países se definieron como naciones, nosotros fracasamos en el intento. ¿En qué sentido?
Uno mira hacia el vecindario continental y todos los países vivieron en el XIX procesos similares, pero hoy la mayoría dirime sus diferencias de otra forma. Nosotros los miramos por encima del hombro y con airecillo de superioridad moral porque dizque tenemos la democracia más estable y aquí no ha habido dictaduras, salvo la del ‘uñilargo’ (Gustavo Rojas Pinilla) en los años cincuenta. Y si bien no padecimos tiranos de espuela y charretera, hemos vivido y continuamos viviendo a la sombra de armas esgrimidas por todos los matices ideológicos. Somos una sociedad militarizada, tan proclive a las soluciones de fuerza que cuatro de cada cinco homicidios son producto del cotidiano, no del conflicto armado.
¿Cómo es su teoría de que nuestras violencias endémicas se remontan a las del siglo XIX?
Más que una teoría es un pálpito o, si se quiere, una pregunta retórica. Mientras unos estudiosos dicen que la raíz de nuestra guerra está en las causas objetivas (inequidad, exclusión social, etcétera), otros apuntan a la falta de presencia del Estado. Los de más allá dicen que es una suma de ambas cosas y los de más acá le suman la corrupción y la indolencia de la clase política. Lo cierto es que después de cada guerra se entierran las armas para esgrimirlas al cabo de un tiempo; las heridas nunca cicatrizan del todo, nos resulta muy difícil pasar las páginas y ya parecemos disco rayado por seguir pegados a los mismos rencores, prejuicios e intolerancias. Algún académico me desmentirá, pero yo encuentro ahí una pauta repetitiva que se remonta al XIX.
El largo recorrido del autor
Además de periodista, Rafael Baena es fotógrafo. Trabajó en diversos medios de comunicación, entre los que se encuentran las revistas ‘Antena’, ‘Cambio 16’, ‘Cromos’ y el noticiero ‘Noticias Uno’, entre otros.
En el 2007, publicó su primera novela, ‘Tanta sangre vista’, en la que hizo su primera aproximación a la violencia desde la literatura. En sus títulos seguirían ‘¡Vuelvan caras, carajo!’ (2009), ‘Samaria films XXX’ (2010), ‘La bala vendida’ (2011), ‘Siempre fue ahora o nunca’ (2014), y su más reciente lanzamiento: ‘La guerra perdida del indio Lorenzo’ (2015).
CARLOS RESTREPO
Cultura y Entretenimiento
CARLOS RESTREPO
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO