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'Hay un miedo de colombianos y peruanos: salir a la calle y morir'

El escritor Santiago Roncagliolo habló con EL TIEMPO sobre su novela 'La noche de los alfileres'.

A Santiago Roncagliolo le gusta la sangre.
Distrito de Miraflores, Lima (Perú): allí, Roncagliolo miraba series que presentaban historias de suspenso y terror distintas en cada capítulo, por allá en 1990, cuando era un adolescente de no más de 15 años. Series como Alfred Hitchcock presenta y La dimensión desconocida, libros como Tiburón –que después sería la película de Steven Spielberg– y el cine de terror fueron su refugio. Así podía evitar la sangre de los noticieros peruanos que mostraban a Miraflores destrozado por atentados de coches bomba, a la vuelta de la esquina. En 1992, el atentado de la calle Tarata en Miraflores dejó para el mundo una imagen clara de su perpetrador, Sendero Luminoso: la organización comunista que aterrorizó al país con bombas, masacres y cortes del servicio eléctrico entre las décadas de los 80 y los 90 y que, en Miraflores, dejó 25 muertos y más de 200 heridos.(Ver también: 'Al escribir, buscas la tensión del fútbol': Santiago Roncagliolo)
El 16 de julio de 1992, el Sendero Luminoso hizo explotar un coche bomba en la calle Tarata, Miraflores. / Crédito: Centro de Documentación e Investigación LUM.
Pero además de vivir con miedo, Roncagliolo era un extraño en su propia tierra: vivió ocho años de su infancia en México porque su padre, el excanciller de Perú, Rafael Roncagliolo, se fue del país junto con su familia en 1977, cuando su hijo tenía dos años.
Volver a Perú en 1985 fue empezar a vivir la adolescencia con estos atentados. Y hoy, diez años después de haberse convertido en el único escritor peruano en recibir el Premio Alfaguara de Novela (2006), sangre, juventud y el conflicto aparecen en su más reciente publicación, La noche de los alfileres.
En la novela, cuatro limeños –Manu, Carlos, Moco y Beto– reviven sus experiencias de los años 90 en el colegio para varones La Inmaculada. Recuerdan haber sido unos adolescentes débiles, que querían marcar su propio territorio en el colegio. Recuerdan sus deseos de sexo, sus pocas oportunidades para tenerlo, las películas que veían, el fútbol que jugaban, cómo eran sus familias; y un acto violento.
“Recuerdo todo en cámara lenta. Y con el fondo musical de (la película) ‘Carros de fuego’. Mientras nosotros recibíamos el cariño del pueblo. Al fin nos admiraban. Al fin éramos alguien”. Es un fragmento de ‘La noche de los alfileres’. Las películas que se mencionan en la novela tienen una influencia sobre la actitud violenta de los narradores...
Y los noticieros también. Están muy acostumbrados a la normalidad de la violencia, incluso a admirarla. No saben cómo deberían actuar: ese es su gran conflicto. Han llegado a un mundo en el que deben ser hombres –sea lo que sea eso– y sus referentes están destruidos: sus padres, por ejemplo. Buscan modelos de actuación. Manu, por ejemplo, lo encuentra en la milicia; Beto, en los libros; Carlos, en una relación amorosa, y Moco, en las películas, pues es lo único que tiene.
También las referencias son un homenaje a toda la cultura popular, las películas bobas, las comedias de televisión, que en medio de ese infierno en que vivíamos fueron una ventana a un mundo más feliz de una hora y media. Los escritores suelen olvidar y despreciar mucho la cultura popular y por eso les digo: “Chicos, fueron importante para nosotros. Gracias”.
¿Cómo fue construir cuatro voces adolescentes que, además, tienen tanto humor?
Una pesadilla. Todo lo que ocurre en la novela era tan extremo que la única manera de hacerlo verosímil era profundizar mucho en la atmósfera de la ciudad, del contexto, de las historias y en la personalidad de cada uno. Era muy importante diferenciarlos a todos y que el lector sepa siempre quién está hablando. Nunca me había liberado tanto al acabar una novela.
Con respecto al humor, me gusta también establecer un juego con el lector, porque cuando empieza a ponerse todo tan brutal el lector empieza a preguntarse cuándo debería dejar de reírse.
Además, resulta que a los latinoamericanos las narraciones de mis libros les parecen más divertidas. A los europeos, no; para ellos soy más oscuro. Nosotros estamos acostumbrados al humor negro, porque siempre todo sale mal, nos reímos de las cosas terribles porque es una manera de vivir con ellas.
¿Vivir tantos años fuera de Perú lo ayudó a ver la historia del país de manera más crítica?
Sí. Yo creo que uno escribe mejor de su país estando fuera porque no está sometido a todas las presiones de su pasado. En ese sentido, tu pensamiento y tu memoria vuelan con más libertad.
En La noche de los alfileres me interesaba explorar lo poco fiable que es la memoria, no importa que estés dentro o fuera del país donde se generaron los recuerdos. Por eso la novela está narrada a partir de cuatro voces diferentes que no recuerdan exactamente lo mismo. La memoria no es un archivo de imágenes fijas, sino una creación de la imaginación. Es una película en la que siempre quedamos bien; una historia que vamos cambiando conforme el tiempo pasa para justificar quiénes somos en el presente.
Usted cuenta en su columna del diario ‘El País’ (de España) que lo que más le gustaba de enfrascarse en literatura y cine de terror era terminar las historias, porque en ese momento también terminaba el terror. No creo que sea el caso con ‘La noche de los alfileres’. Parece que sí le gusta dejar asustados a sus lectores.
Bueno, no escribo para visitar mis lugares oscuros, sino para abandonarlos. Creo que escribir una historia es una terapia, como abrir la ventana del sótano: solo puedes limpiarlo cuando puedes ver lo que hay.
A la vez, me interesa que mis libros puedas leértelos en un par de días, que no puedas soltarlo, como las historias de la cultura popular: las historias de terror, los thrillers, todo eso con lo que crecí. Me encanta eso.
Pero también crecí leyendo una gran literatura latinoamericana que era mucho más ambiciosa que estas historias que pretenden dejarte pensando después de cerrar el libro (como Vargas Llosa, por dar un ejemplo). Cuando escribo una novela trato de que tenga lo que me gusta de la cultura popular y de la alta literatura. Si alguien me dice que se lee un libro mío en un fin de semana pero que además sigue dándole vueltas después de cerrarlo, es que lo he hecho bien.
Y creo que esta novela también habla de cómo se recuerdan los miedos. ¿Tuvo en cuenta ese sentimiento al escribir?
Hay un miedo que por lo menos los colombianos y los peruanos conocen: el de salir a la calle y morir, el de estar en el banco cuando ponen la bomba o frente al cuartel militar cuando den la orden de disparar, o ir por la calle equivocada y que te caiga una bala en la cabeza.
Por otro lado, hay un miedo universal y propio de la adolescencia de cualquier país y el que sufren estos chicos de la novela: no encajar en un grupo. Sus familias son disfuncionales, el medio en el que están es hostil a los que sean diferentes. Entonces escribí con esos miedos, porque quiero poner en conexión las cosas que pasan en grandes historias y ver cómo afectan a nuestras pequeñas historias, a las pequeñas personas que las sufren.
En su discurso de recepción del Premio Alfaguara del 2006 (por el libro ‘Abril rojo’) habla de que en su obra trata dos figuras: los psicópatas y los perdedores. ¿Cómo fue eso en el caso de su nuevo libro?
La mayor parte de las personas vivimos entre el psicópata y el perdedor. Dos o tres cositas en el ambiente nos pueden convertir en monstruos o todo lo contrario, o en seres derrotados por la vida.
Me interesa que no seas indiferente a lo que le ocurra a los personajes, porque estamos jugando con cosas que todos tenemos dentro.
Con la reciente masacre en Orlando, en la que 50 personas murieron en un club nocturno, se notó que se vive un temor diferente gracias a los medios: un miedo que es global. Usted, sin embargo, vivió un temor en carne propia en Perú, con su propio contexto de conflicto. ¿Es diferente un temor vivido desde los medios a uno que se vive a la vuelta de la esquina?
Un miedo que vivíamos en los 80 en Perú hoy está en Orlando, en París, en Bélgica. Pero cuando veo los medios, lo que me doy cuenta es la cantidad de espacio que tiene Orlando comparado con los atentados que dejan 100 muertos en Siria; son un pequeño rincón del periódico, porque nos da igual esos muertos.
El miedo siempre depende de cuánto le puede tocar al lector. El lector occidental sentirá que Siria pertenece a otro mundo, otro universo, y por eso te toca menos directamente. El miedo es una emoción muy egoísta; no te da miedo por compasión con los demás, sino por la sospecha de que pudiste ser tú.
Ahora que reside en España, ¿cómo siente la situación política de Perú?
Los dos países me dan en la carne. Y sigo mucho la actualidad de ambos. Por eso no encajo en ninguna parte. Me doy cuenta de que parezco demasiado liberal para Europa. Pero si me sueltan en América, sueno como un comunista. Me consuelo pensando que de eso se trata: de tener ideas propias y no repetir panfletos. Espero que sea así.
Tiene un caso célebre: el de la censura de ‘Memorias de una dama’ (2009), retirado del mercado por Alfaguara por “poco éxito comercial”. En el 2010, usted afirmó al Canal L, en una entrevista respecto a este tema, que “la censura es uno de los mejores favores que puedes hacerle a una novela”. ¿Realmente cree eso?
Los libros te hacen pensar, sobre todo los que cuentan historias reales. Tienen que desafiar las versiones establecidas por alguien sobre un país. El poder, de cualquier ideología, nos vende sus versiones de las cosas para tenernos blanditos y convencernos cuando necesiten nuestro apoyo. Creo que cuando eres un periodista o un escritor que cuenta historias reales, tu historia es inútil si no molesta al poder. Eres como la Miss Universo que dice que está en contra del hambre y la pobreza y a todo el mundo le parece bien. Si eso pasa, es que no estás diciendo nada. Si desafías un gran poder, si tu libro desaparece, si no puedes hablar de él, si no puedes conseguirlo en tiendas y si no puedes explicar por qué, significa que has hecho algo que un poder muy grande lee y que le incomoda. Ese es un libro muy interesante.
¿Recibir una censura es reconocerte que estás haciendo bien tu trabajo?
Sí. Si nadie se enfada, preocúpate.
Memorias forma parte de una trilogía de historias reales de Latinoamérica que también podría llamarse la ‘Trilogía que me metió en líos’. En todos hubo grandes censuras, amenazas de muerte, denuncias, campañas en contra, en medios de diferentes países. Estás haciendo a la gente pensar para que se planteen las cosas de otra manera. La verdad es que me resultó el proyecto más excitante de mi carrera. Te da mucha fuerza. Pero mi esposa y mi abogado me sugirieron que me dedicara a la ficción… y debería hacer exactamente eso.
MARÍA EUGENIA LOMBARDO
ESCUELA DE PERIODISMO ET
Twitter: @puntoyseacabo
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