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'Estoy condenado a que me conozcan por textos de fútbol': Sacheri

El autor de la novela 'La pregunta de sus ojos', habla del 'karma' de la selección argentina.

DIEGO JEMIO
El día es de color ceniza en una mañana muy fría de Castelar, una ciudad del oeste del Gran Buenos Aires. Afuera del bar, el aliento de la gente se hace humo, como si fuesen máquinas a vapor. En este lugar de los suburbios nació Eduardo Sacheri. Y dice que acá está el mundo que conoce. Acá se crió y luego dirá que es el único lugar en el puede situar sus conflictos, deseos y miedos. “Los cimientos de mi vida están acá”, dice. Cuando habla, la voz sale suave y bajita. Reflexiva le sale, como si nada fuese postizo o dicho al azar.
Hasta el 2005, Sacheri era conocido por algunos libros de cuentos de fútbol, por sus alumnos de historia en los colegios y facultades y por los oyentes de 'Todo con afecto', un programa de radio deportivo-literario al que comenzó a mandar, tímidamente, sus escritos. Hasta que un día publicó 'La pregunta de sus ojos', un thriller ambientado en los años de la última dictadura argentina. Y hasta que el director Juan José Campanella decidió llevar esa historia al cine. (Lea también: Eduardo Sacheri, un hincha con todas sus letras)
La película, que viró el nombre a 'El secreto de sus ojos', ganó el Óscar a la Mejor película extranjera en el 2009. Y Sacheri conoció, después de los 40, eso que muchos llaman éxito. Su obra fue traducida a 20 idiomas, su novela 'Papeles en el viento' también llegó a la pantalla grande y él, usando un término futbolero, comenzó a jugar en las grandes ligas de la literatura.
Aunque ahora podría dedicarse solamente a escribir, este fanático de Independiente de Avellaneda sigue dando clases de historia en dos colegios secundarios del oeste bonaerense. “Hay una presunción tácita que supone que, si tu trabajo se vio coronado por cierta aura de éxito, deberías moverte hacia algún determinado lado. Como si el éxito fuese un gran ventarrón que te sacara del centro”, señala.
Este año, Alfaguara editó 'Las llaves del reino', una antología de textos en torno al fútbol, que publicó en la revista 'El Gráfico'. El recuerdo nostálgico de los partidos en la playa, un recuerdo bello e íntimo del gol de Diego Maradona a los ingleses y un análisis de la violencia en las canchas argentinas son algunos de los textos que componen el libro, que salió justo ahora, el año que Argentina perdió la final de la Copa América con Chile. Una entrevista con Sacheri siempre es una excusa para hablar de fútbol, que a su vez es un pretexto para explorar otros mundos.
En uno de los textos de su último libro, ‘Las llaves del reino’, dice que el fútbol es una llave que lo conduce a lugares más profundos. ¿El juego siempre es una puerta de entrada?
No siempre lo uso como puerta de entrada. Sí parezco estar condenado a que me conozcan por textos de fútbol. Pero fijate en La pregunta de sus ojos: esa novela no tiene una palabra del juego, aunque luego Juan José Campanella agregó alguna escena para la película. Tampoco hablo de fútbol en mi última novela Ser feliz era esto. Sí es cierto que, con frecuencia, uso al fútbol para ver qué hay detrás, qué puede aflorar a través del deporte. El hombre, cuando juega, abre puertas hacia lugares escondidos, reprimidos, ocultos e infantiles. Eso que circula por debajo –lo subterráneo– es un terreno muy fértil para la literatura.
¿Es cierto que, cada tanto, se le acercan lectores a contarle historias para que las convierta en cuentos? ¿Piensa que eso lo convierte en un escritor popular?
Me imagino que le debe pasar a cualquiera que es escritor. Ocurre que mi cara, por esto de las películas o porque aparezco en los medios, les puede resultar más familiar. Quizá pasa también porque me muevo en horizontes muy suburbanos, en estos pueblos el anonimato es aún más relativo que en la gran ciudad.
Quizá también hay una familiaridad mayor con las cosas que cuenta...
Seguramente. Si escribiera ciencia ficción, novelas históricas o ensayos, la cosa sería más difícil. Pero mis historias suelen estar en la proximidad de la vida cotidiana. No sabés la cantidad de personas que me escriben por Twitter. Suelen decirme: “Necesito hablar con vos para contarte una historia”. Esa es la historia de ellos y no la mía. Para poder escribirla, necesito que de algún modo me roce, que tenga que ver conmigo. Tiene que responder a alguna pregunta que yo tengo, a una angustia que no pueda sacar de otro modo que no sea escribiéndola. No me puedo apropiar de la historia de otro.
¿Qué pierde y qué gana su literatura al ser llevada al cine?
Es una traducción. Entonces, como toda traducción, tiene un momento de pérdida. Un libro apuesta a la belleza de la forma. Se busca –a veces se logra y otras no– que la forma de la palabra la contenga. Cuando transformás eso en un guion, eso se pierde inevitablemente. La palabra en el guion es utilitaria, despojada, concreta, descriptiva o en función del diálogo. El asunto es que puedas, en el guion y después en el trabajo posterior, recuperar o traducir eso que has perdido. Eso puede pasar o no. Tiene que emerger del lado de la imagen una belleza que en el medio se diluyó. Hay un ejemplo muy clásico: ¿Cómo hacés para contar en el cine la descripción del estado de ánimo de un personaje? No hay manera. Ya no depende de tu trabajo. En un libro, trabajás solo y cargás sobre tus espaldas el precio de tu deseo. En una película, hay una negociación en la que a veces ganás y otras perdés. Hay escenas que no están hechas del modo que vos querrías. Es así y bancátela (aguántetela), viejo.
En ‘El Gráfico’, la revista en la que escribe, salió una foto de Javier Mascherano mirando la copa tras perder contra Chile en la final. Y pusieron la palabra ‘karma’ en la tapa. ¿Le parece acertado o es una exageración?
Tenemos un karma: hace muchos años que no ganamos un mundial. Y nosotros estamos convencidos de que deberíamos ganarlo, que lo merecemos... Para la selección de Costa Rica, por dar un ejemplo, no es ningún karma no ganarlo. Del 94 a la fecha, llegamos a la final por primera vez en Brasil. Entonces, a nivel resultados, daría la impresión de que es pretencioso el pensamiento. No somos una máquina de perder finales porque no jugamos una final en 25 años. Tal vez, si pensás eso, tus expectativas son superiores a tus realidades. Emocionalmente, los argentinos nos suponemos obligados a estar en la semifinal de un mundial. Creemos que es nuestro sitio natural. Y no llegar a eso lo interpretamos como un ensañamiento del destino.
Y a veces un ensañamiento con Messi...
Claro. En la era Messi, esta presunción nacional se traduce en un silogismo demasiado fácil que dice: “Tenemos al mejor del mundo, somos campeones”. Es demasiado presuntuoso y demasiado superficial, pero lo hacemos igual. En el fanatismo de los futboleros y en el simplismo de los medios no existe el gesto futbolero de parar la pelota. Discutamos las cosas. Complejicemos ese desdoblamiento fácil de causa-consecuencia. (Vea aquí: Médico de Argentina cree que Messi podría estar contra Colombia)
Usted es de Independiente y esta entrevista se publica en Colombia. ¿Qué recuerda del paso del ‘Palomo’ Usuriaga por el club?
Él representó esa utopía de cualquier hincha de sumar efectividad y belleza en un solo jugador. No solo metía goles sino que era hermoso ver su elegancia en acción. Un tipo rápido sumado a un aspecto técnico excepcional. No hay muchos jugadores que te provean eso. Y mucho menos en el fútbol de hoy, que cada vez es más físico y vertiginoso y menos reflexivo.
Podría dedicarse solo a escribir. ¿Por qué sigue dando clases? ¿Qué aprende enseñando?
Me quedé con dos mañanas de clases. Las mantengo porque me gusta mucho hacerlo y me parece un trabajo útil. Para mí es un privilegio tener un trabajo y lo es aún más si le dejás algo a alguien. En esto de la docencia también hay un contenido egoísta: te obliga a conectarte afectivamente con otra persona y uno siempre termina aprendiendo en ese cruce. Si vos pretendés enseñar una ciencia sin comunicar ni interesarte por el vínculo afectivo, no hay manera de que el otro aprenda. Termina siendo un contrapeso muy útil para mí. El de escritor es un trabajo muy introspectivo, cerrado, hermético y de diálogo con vos mismo. Dar clases es abrirte, conectarte, comunicarte y reírte siempre con el otro.
Decía que parece condenado a ser reconocido por los textos de fútbol. ¿Considera injusta esa etiqueta?
A mí, en general, las etiquetas me hinchan un poco las bolas. Será porque me gustan mucho las complejidades y me joden las simplificaciones. Pero no es algo que pase solo conmigo. Todavía siguen diciendo que Roberto Fontanarrosa era un gran escritor de cuentos de fútbol. Automáticamente pienso: “Pará un poco. Era un gran escritor, que además hacía excelentes cuentos de fútbol”. Lo mismo ocurre con Osvaldo Soriano. Vos tenés todo el derecho del mundo a enamorarte de sus cuentos deportivos, pero me molesta la etiqueta fácil porque es empobrecedora del trabajo del otro. A mí me pasa algo contradictorio. Le debo mucho a los cuentos de fútbol porque me abrieron el camino a ser escritor. Me siento agradecido, pero al mismo tiempo tironeado con esa etiqueta. Siento que no soy solo eso.
DIEGO JEMIO
Para EL TIEMPO
DIEGO JEMIO
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