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Los secretos del fallecido escritor Moreno-Durán

Hace 10 años murió uno de los autores más relevantes de la literatura colombiana del siglo veinte.

Conocí a R. H. Moreno-Durán (Tunja, 1946-Bogotá, 2005) en 1989 en Quibdó, un lugar insólito para un escritor absolutamente citadino que consideraba que la selva quedaba en el parque Nacional. Acababan de asesinar a Luis Carlos Galán: tiempos de bombas y de pánico colectivo. Aun con los riesgos que implicaba hablar, R. H. nunca guardó silencio y ejerció con contundencia su sagrado derecho a ser políticamente incorrecto. En este sentido, su ánimo provocador acuñó frases célebres como “en Colombia la política es tan corrupta que incluso penetró al narcotráfico”.
Estuvimos juntos 17 años, en los cuales escribió quince de sus veinticinco obras. Acababa de llegar a Colombia, tras tres lustros de residencia en Barcelona, y aquí confirmó su importancia para la literatura nacional. Fémina suite es considerada una de las novelas emblemáticas de las letras colombianas del siglo XX.
Convivir con un hombre de ficción como él resultó un desafío permanente para mi propia imaginación y para quienes gozamos con sus ocurrencias, su maldad innata, su perspicacia, pero también con su brillantez y vasta cultura, su humor inteligente y su alma femenina, algo que quizá sorprenda a muchos, por su temple y aparente espíritu misógino.
Club de escorpiones
Rafael Humberto Moreno-Durán nació y murió bajo este signo zodiacal y le concedía enorme importancia al privilegio de pertenecer a esta logia, de la que también formaban parte Juan Antonio Roda, Beatriz González, Doris Salcedo, Camus y Picasso, solo por mencionar algunos personajes de su “nivel”. Era tan marcada su obsesión con el tema que nuestro hijo Alejandro, nacido bajo Tauro, nos pedía con frecuencia un deseo imposible de cumplir para dos padres escorpiones: cambiar de signo.
La inteligencia, el picante, la visión integral de la vida y la cultura en todas sus manifestaciones hicieron parte de las tertulias de este club, al lado de la buena mesa, el licor abundante y las sonoras carcajadas por tantas ocurrencias. En estos encuentros maravillosos participaron activamente María Fornaguera, Azriel Bibliowicz, Urbano Ripoll, Luz Mary Giraldo y Hugo Chaparro, por mencionar algunos nombres de sus afectos más cercanos. (Lea también: El hijo del carpintero del Chocó que se convirtió en conde en París)
A propósito del Zodiaco, cuando nos encontramos en una calle de Quibdó, se quedó mirándome fijamente y sentenció mi destino con la frase: “Usted debe ser Cáncer o Escorpión”, lo cual constituyó la antesala del plan de conquista de quien se sabía seductor natural.
Con Mónica y su hijo Alejandro, que le transformó la vida. Archivo particular
El abogado escritor
R. H. ejercía el Derecho, estudiado en la Universidad Nacional, a través de la estructura y trama de sus novelas. Era meticuloso a la hora de escribir, revisar, y sufría de una enfermedad incurable que lo acompañó hasta el último día de su vida: el perfeccionismo, que él mismo definía como el brazo armado del masoquismo. Para iniciar sus jornadas tenía que tener todo en orden. Solo trabajaba con la luz solar. Leía y releía cientos de veces sus artículos, ensayos o novelas. Dejaba sus textos en remojo para leerlos por lo menos dos años después con el fin de verificar si aún pasaban por la censura impuesta por él mismo, el más severo de los críticos.
Escribía a mano y no desperdiciaba ni un solo centímetro de papel. Prefería los cuadernos cuadriculados y hacía anotaciones y empleaba flechas para indicar cambios. Los estudiantes de la Universidad de los Andes, bajo la dirección de Jerónimo Pizarro, son ahora los intérpretes de esas letras que forman parte de un redescubrimiento del autor, lo que otorga un nuevo valor a su biblioteca, y que se están colgando en una página web llamada Augusta Silaba, que se alimenta de este taller de edición universitario.
Entre sus 30 cuadernos secretos y los miles de ejemplares de su biblioteca se encuentran presentes sus obsesiones por el mundo femenino y los placeres sensuales. Mujeres bellas y desnudas o con ropas ligeras fueron coleccionadas, y, supongo, constituyeron fuentes de inspiración para su obra. Para mí resulta aún paradójico que un hombre cultivado y amante del conocimiento sucumbiera ante tales cuestiones mundanas. (Aquí: Vea cómo Turquía logró que sus ciudadanos leyeran casi todos los días)
Palabra mayor
R. H. me permitió conocer el mundo fascinante de las letras a través de muchos autores de importancia universal a los que tuve acceso por su talla intelectual. Me enorgullece decir que en aquellos años compartidos disfruté de sus conversaciones, en igualdad de condiciones, con los grandes de las letras como Paz, Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez, Goytisolo, Bioy Casares, Vásquez Montalbán, Vila-Matas y Gutiérrez Girardot; algunos nombres de la larga lista de intelectuales con quienes lo vi conversar, presentar sus obras y participar en congresos literarios o encuentros privados.
La esencia de este monstruo literario llamado R. H. era su sed infinita de conocimiento, su pasión por la lectura, su capacidad para vincular a todas las artes en su forma de ver la vida, así como su impecable memoria, que desafía por la calidad de sus conocimientos a mucha de la información dudosa que hoy está disponible en internet.
De la posibilidad de sentarse a conversar con los grandes de las letras nació Palabra mayor, un programa de televisión que reflejó el mundo que le interesaba mostrar a R. H. de los grandes autores. Sus casas, rutinas, bibliotecas, amores, mascotas y el rol de sus familias, que son evidentes en los 20 capítulos de esta quimera cultural.
Esta maravillosa idea, financiada por Audiovisuales, tuvo dos motores importantes: su productor general Rafael Molano y el periodista Arnoldo Mutis, quien contribuyó en aquellos tiempos, en los que no existía internet, a recabar información clave para elaborar los cuestionarios que además fueron preparados por R. H., que se apoyaba en sus notas de los cuadernos que hoy son objeto de estudio.
Siempre se relacionó con lo más selecto del mundo literario. De izq. a der.: Silvia Lemus, R. H. Moreno Durán; su esposa, Mónica, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. Archivo particular
El Rey Herodes domesticado
Se sentía orgulloso de que sus iniciales pudieran significar Rey Herodes porque decía odiar a los niños; sin embargo, la llegada de Alejandro a nuestras vidas transformó su corazón. Por mis frecuentes viajes laborales, él se encargaba de cuidarlo y ayudarle con las tareas. Lo veía como un niño perfecto, inteligente y carismático. Para él, fue una extensión maravillosa de sí mismo, que hoy constato cuando lo veo sentado, absorto frente a las noticias, encontrando datos curiosos por doquier y documentando todo el tiempo datos para hablar con propiedad. Estudia Derecho, como su papá, y algo en mi interior me dice que tampoco lo ejercerá en tribunales. (También: La periodista paisa que escribe cartas de amor por encargo)
El Rey Herodes logró transmitir el amor por los libros. Cuando nos mudamos de casa hace poco, Alejandro ordenó los 6.000 volúmenes de la biblioteca de la misma manera que los tenía su padre. Suele pararse frente a ellos con la curiosidad de quien sabe que en la palabra escrita está la verdadera posteridad.
Una de las mayores pruebas de amor de R. H. por su hijo permanece indeleble en mi memoria. Al final, cuando el cáncer hacía mella en su cuerpo y la debilidad era enorme, una madrugada, en medio de una fuerte hemorragia, me impidió llevarlo corriendo para la clínica, pues no quería que Alejandro despertara solo y lo viera sumido en el dolor. Así esperamos sentados cuatro horas hasta que él, entonces de 10 años, partió para el colegio y nosotros, para el servicio de urgencias.
‘Juego de damas’ eterno
Confieso que leer los libros de R. H. constituyó un importante desafío intelectual, especialmente a los 23 años, cuando lo conocí. Necesitaba concentrarme para entender los laberintos mentales que manejaba, las palabras fuera de lo común, sus juegos con la lengua castellana, la de Cervantes, la del Quijote. A propósito del caballero andante, aún conservamos la marioneta traída de Praga, ciudad que soñó conocer y no pudo, pero que su pluma describe a la perfección en ciertas páginas de Camus, la conexión africana.
Al mirar atrás descubro que él, como los finales de sus libros, siempre será un personaje ambiguo, en permanente construcción. No solo yo, sino cualquier mujer que haya estado a su lado sabe que él representa el mayor misterio del mundo femenino. Aquel mundo que retrató tan bien en sus obras de ficción, pero que vivió incluso más intensamente en su propia existencia, en la que fue pieza clave de un Juego de damas que tiene un final abierto y escenifica la ambigüedad.
R. H. creó sin duda su personaje más enigmático: él mismo. Muchos de sus misterios están pendientes de ser develados. Algunos de ellos no pasarán la censura editorial, porque yo, en contraste con su espíritu contestatario, representé siempre el lado políticamente correcto de nuestra casa, donde ejercí el rol de canciller, espero que con más fortuna que los miembros de la familia Barahona de su novela Los felinos del canciller, obra finalista en los Premios Nadal y Rómulo Gallegos, que deja muy mal parado al servicio diplomático.
MÓNICA SARMIENTO DUQUE
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