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El hombre que guarda la fantasía en sus manos

Satoshi Kitamura es uno de los ilustradores infantiles más importantes del mundo.

REDACCIÓN DOMINGO
Más allá de los trazos sencillos y la asombrosa expresividad de sus personajes, Satoshi Kitamura tiene una capacidad mágica: es capaz de convertir en niño a cualquiera que vea un dibujo suyo.
Debe ser por eso que entre adultos es reconocido como uno de los mejores ilustradores del mundo. Entre niños, uno de los que más cariño y sonrisas despierta.
De eso hablan sus más de 65 títulos traducidos al inglés, al chino, al español, al griego, al turco, al coreano y, por supuesto, al japonés.
Kitamura nació en 1956, en Meguro, un barrio cercano al centro de Tokio (Japón) en medio de cómics y un ambiente hostil de postguerra. Era, entonces, un chiquillo inquieto atraído por todo aquello que suponía escenarios fantásticos y oníricos.
Empezó su carrera como ilustrador, en la que no hay ningún estudio formal en arte, en el metro de Tokio. Hacía dibujos que enseñaban cómo comportarse ahí dentro. También trabajaba en el mundo comercial ilustrando revistas y avisos publicitarios.
Entonces tenía apenas la mayoría de edad, un sueño y un compromiso: ahorraba para conocer el mundo. Londres fue su primera elección. Sabía que con un buen inglés se le abrirían las puertas.
Cuando apenas empezaba la década de los 80, Kitamura hizo realidad su sueño. Allí, en la ciudad que –como dijo en una entrevista reciente– conoce más que Tokio en algunos aspectos, entendió de la fantasía que desprendían sus manos cuando cogía un pincel y un trozo de papel en blanco. En Londres empezó dibujando tarjetas de felicitación.
“Yo empecé como ilustrador pero también escribía historias. Algunas las llevé a los editores, pero debieron pensar que no eran suficientemente buenas y además supongo que por entonces no escribía muy bien en inglés”, le dijo Kitamura a Imaginaria, una revista de literatura infantil y juvenil.
Como sea, Inglaterra fue la nación que lo acogió. Alguna vez contó de su peregrinaje por un puñado de editores, presentándoles sus gatos, sus tigres, su forma de animar el mundo. A diferencia de muchos emprendedores, que reciben portazos en los primeros intentos, Kitamura fue recibido con agrado por al menos siete u ocho editores, que se interesaron en su trabajo. “Yo pensaba que era simplemente la educación y elegancia de los ingleses”, dijo alguna vez.
Fue con su primer libro ilustrado Angry Arthur (Fernando Furioso, 1981) con el que se ganó el Premio Mother Goose, otorgado anualmente a la revelación en ilustración. Ese, además de su ingreso a las grandes ligas, le abrió a Kitamura la posibilidad de formar un equipo con la sudafricana Hiawyn Oram, ilustrando sus textos. Ambos se volvieron famosos por trabajos como el Desván o Alex quiere un dinosaurio.
El Mother Goose, que recibió en 1983, le dio un impulso que le ha durado más de 30 años, que le ha definido un estilo particular y que le auguró un puñado de otros premios, como el National Art Library Award (1999), Smartie Prize: Bronze Winner (1997), Children’s Literature Choice List (1997), New York Times Notable Book of the Year Award (1989) y Japanese Picture Book Award (1983).
Pero más que los premios que vinieron después –dice el ilustrador japonés– el Mother Goose le ayudó a conseguir un permiso de trabajo en ese país. Algo de un valor gigantesco cuando se trata de abrirse camino.
En la misma entrevista a Imaginaria, dijo: “en fin, creo que siempre fui un escritor pero me llevó unos años aprender a escribir, y no me refiero sólo en inglés, sino a contar una historia”.
De ahí su particular forma de alternar el dibujo y la escritura. En repetidas ocasiones, Kitamura ha explicado el dilema de si la historia de un elefante que se esfuerza por lograr la mejor obra de arte, del león que no sabe cómo peinar su larga melena o del gato que recorre el hogar en busca de un rincón para dormir, empiezan por los dibujos o por los textos.
“Eso es difícil de decir. No sé. Unas veces una historia empieza con un dibujo: te gusta algo que dibujaste y puedes sentir la historia que hay ahí. Otras, sacaste la historia de algún lado y a veces simplemente trabajas las dos cosas a la vez. A mí me gusta especialmente escribir y dibujar al mismo tiempo”, advirtió entonces.
Además de su obra infantil, Kitamura ha ilustrado antologías de poesía, objetos de papelería japonesa, el Museo del Niño en Halifax (Canadá) y algunos periódicos.
En español se han publicado sus libros Cuando los borregos no pueden dormir (1995), varios de la colección A la orilla del viento editada por el Fondo de Cultura Económica (1998), Gato busca un amigo (1999), El pececito juega a las escondidas (1999), y cuentos de otros escritores como Alex quiere un dinosaurio (1993), de Hiawyn Oram, entre muchos otros.
Redacción Domingo
REDACCIÓN DOMINGO
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