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Cómo llegó a ser actriz en Bollywood una periodista letona

Los extranjeros son buscados en las calles para actuar, cuenta Agnija Kazusa.

AGNIJA KAZUSA
Agnija Kazuša, joven aventurera, extrovertida y desprevenida viajera, es una de las autoras del blog ‘Travel to tell the tale’ (‘Viajar para contar la historia’).
Es oriunda de Letonia, país limítrofe con Rusia, Estonia y Lituania (en el corazón de la región báltica, norte de Europa), que tiene escasos 2 millones de habitantes.
En su andar infatigable por este mundo, Agnija pasó alguna vez por Colombia, donde fue becaria en el Taller de Periodismo Cultural de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que se realizó en 2013 en Cartagena y Barranquilla. Publicamos esta crónica en la que relata uno de sus viajes a India.
***
Era una tarde agradable de viernes en Bombay. Mis compañeros de apartamento estaban viendo televisión mientras yo revisaba mis correos electrónicos. Me sentía cansada del calor de mayo, que resultaba abrumador. De repente, recibí una llamada al celular. Imaginaba que un número desconocido en Bombay debía traer consigo una oportunidad. Y estaba en lo correcto: un hombre me hablaba acerca de filmar una película.
—¿Mañana? –le respondí.
—Sí, a las 6 en punto te recojo –me dijo. Por su acento indio y el mal sonido de la señal, me costó trabajo entenderle, pero alcanzamos a acordar el lugar donde nos encontraríamos y lo que me pagaría. Insistió en que le enviara algunas fotos mías por WhatsApp. Su nombre era Bhavesh.
La piel blanca importa
Esa tarde me fui a la cama sin tener idea de qué iba a traer consigo el día siguiente. Pero ¿no había sido mi vida en India siempre así?
Unos meses antes, en la calle, un coreógrafo de Bollywood me detuvo en la calle y me ofreció ser una porrista en los juegos de la Celebrity Cricket League (CCL), por todo el país.
Esa misma semana viajé a diferentes ciudades, y mis amigos seguían los partidos solo para verme hacer barra.
Es por mi piel blanca. India me ha regalado muchas oportunidades que muy difícilmente encontraría en casa, en Letonia: hasta posé para un calendario y fui anfitriona de bodas. No es una sorpresa, especialmente en Bombay, a donde muchos extranjeros vienen para buscar esos trabajos. Pero incluso si uno no viene por esa razón, puede tener suerte.
En una especie de versión india de ‘Blancanieves’, Agnija compartió escena con enanos en la producción. Archivo particular
La primera vez que vine a India, en 2011, para hacer una práctica por Aiesec en una escuela internacional en la ciudad de Hyderabad (capital del estado de Telangana, en el sur del país).
Al tercer día de estar aquí, ya encarnaba a una azafata en una película en el dialecto telugu (una industria cinematográfica a la que llaman Tollywood).
En ese entonces, el tema me daba miedo. Pero resultó ser demasiado divertido y además noté que varios extranjeros lo hacían. A partir de ahí, actuar en mi tiempo libre fue la gran aventura india.
“Este país es una caja de sorpresas”, me decía una compañera mexicana. Y así fueron los primeros ocho meses, usualmente de extra en una multitud, en cerca de 10 películas.
La promesa de las 6 a.m.
Esta es mi cuarta estadía en India; vine para seguir mis sueños de escritura creativa y dejo que las oportunidades aparezcan. Por eso ya no me importaba mucho conseguir detalles de esta película. Simplemente sigo la aventura, aunque nunca antes había grabado en Bombay, el epicentro de Bollywood.
Aunque los indios no son muy puntuales, Bhavesh empezó a escribirme por WhatsApp desde las 5:20 a. m., y justo a la hora de la cita me esperaba fuera de mi casa. Tendría unos 40 años. No hablamos mucho, simplemente me pidió que me subiera a su moto y no tenía ni idea de a dónde me estaba llevando, pero era una hora excelente para moverse por las calles antes de que se llenaran de carros pitando, bicitaxis y montones de transeúntes.
Paramos en una calle que no conocía, cerca de un puente. Vi que había dos autos y un grupo de gente esperando frente a una bodega. De repente, él me pidió que entrara a uno de los carros; ya había algunos indios dentro. Antes de arrancar, el coordinador me advirtió que me recogería a las 6 p. m.
No entendía: usualmente, los coordinadores están presentes en la grabación, pero él se estaba excusando porque debía irse a una boda. Me dijo que tan pronto llegáramos a las locaciones, me darían un cuarto, ropa y comida. Dicho eso, se fue.
Un camerino ‘sui generis’
En la serie histórica ‘Ashoka’ volvió a tener un papel como cocinera del emperador.
Nos tomó dos horas llegar al estudio de televisión Big ND, en Karjat, un suburbio al norte de Bombay.
Fue muy extraño: tan pronto me bajé del carro, todo el mundo desapareció en sus tareas y no había nadie allí que me explicara qué era lo que tenía que hacer. Pasaron unos buenos minutos hasta que un muchacho me guio a mi camerino, que no era otra cosa que una carroza adaptada con aire acondicionado, una cama, un espejo, una silla y un pequeño inodoro.De repente llegó otra actriz, y entendí que íbamos a compartir el cuarto.
Mientras descansaba y me hacía ideas de lo que iba a pasar, pasaron varias personas: un cocinero que me preguntó qué quería de desayuno, un asistente del director que quería saber si yo había llegado y otro que me trajo un guion y, finalmente, me mostró mi parte. Pero entonces allí hubo una confusión: él estaba convencido de que mi diálogo era el de un personaje indio, y me mostró algunas líneas en hindi (el idioma oficial del país).
Después de unos minutos de discutir, aclaramos que mi rol era otro: el de una prostituta de origen griego a la que solo llamaban en el guion “chica griega”, por su piel blanca y sus ojos azules.
Y no tenía que decir nada, solo pararme en una escena y lucir bonita.
Entonces, me trajeron mi vestido azul, que parecía más de una reina que de una prostituta. Tan pronto me lo puse noté que la cremallera estaba rota. Alguien debía arreglarlo mientras llegaba mi desayuno: un omelette con puri y papas y un café indio.
Tan pronto terminé de comer, el vestido ya estaba listo. En maquillaje, me pusieron dos trenzas largas y brillantemente rubias.
En ese momento, viendo el guion, finalmente pude leer y enterarme de que estaba en la grabación de un drama histórico indio llamado Chakravartin Ashoka Samrat, basado en la vida del emperador indio de Maurya y que se emite todos los días por uno de los 1.400 canales de televisión en India, llamado Colors TV.
No había grabado aún, pero a eso de la 1 p. m. llegó de nuevo el cocinero con el almuerzo y pude darme una siesta.
Apenas a las 2 p. m. recibí la primera llamada para estar lista. Y lo estaba, pero faltaban otros 40 minutos.
No me sorprendía: de las producciones en telugu aprendí que este ‘oficio’ se trataba de esperar y estar lista. Finalmente me llevaron al lugar de la escena y allí esperé entre otras actrices envueltas en vestidos largos y pelucas.
Me ‘subastan’
El chico del té, que siempre hay uno, nos ofreció aquel chai indio, en medio del típico murmullo y ruido que daba la impresión de que allí había más gente de la que se necesitaba.
De repente, el director se acercó, me vio y no me dijo nada, pero empezó a renegar en hindi. Supuse que no le gustó mi cabello o el maquillaje. Otro chico, que llevaba los polvos y las sombras, corrió a resolverlo.
Las dos trenzas se volvieron una y, justo después, me llevaron en medio de las cámaras por viejos tapetes y sillas, en donde parece que me esperaban en posición los actores indios.
La escena era la de un viejo burdel en donde me estaban subastando. Debía mantener la cabeza gacha y girar los ojos, antes de que empezaran los diálogos. Un hombre pagaba dinero por mí, me tomaba de la mano y me llevaba consigo. Era una escena muy corta, pero la rodamos varias veces.
Con cada ‘corte’, en medio del calor, el muchacho del maquillaje corría con un copo de algodón a ayudarme. Y de repente, me sentí toda una actriz en India.
Aunque acabó mi escena, el asistente del director me pidió que no me cambiara, por si acaso había que repetirla. De las prometidas 6 p. m. ya eran casi las 10 p. m. y apenas en ese momento volvió a aparecer el coordinador.
Fue un largo viaje de vuelta a Bombay. En el camino tuvimos que detenernos porque, aseguraba Bhavesh, una de las llantas de la moto se quedó sin aire. Ya no me trataban como a una actriz.
En ese momento fue cuando pensé que seguía sin saber quién era esta persona, que actuaba como un intermediario entre los extranjeros y estas producciones.
De hecho, parecía estar muy contento con nuestra cooperación porque en el camino pretendió hacer ‘amistad’: eventualmente me tocaba las rodillas y, cuando paramos, insistió en que nos tomáramos una selfi y que, por qué no, le diera un beso para la foto.
Me dejó en la puerta de mi casa alrededor de la media noche, no sin antes pretender que lo abrazara.
Empecé a entender que esta era la parte oscura de esta industria del cine: era claro que si quería seguir en este negocio de salir en películas, debía mantener al menos el contacto amigable con él, pues al fin de cuentas, había muchas chicas como yo en Bombay.
Con el tiempo, Bhavesh llegó con mi siguiente papel, menos histórico: una secuestrada en una versión india de Los Ángeles de Charlie.
AGNIJA KAZUŠA 
Especial para EL TIEMPO
AGNIJA KAZUSA
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