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El disenso por la obra colectiva 'Sumando ausencias' de Doris Salcedo

La obra generó polémica por el protagonismo de la artista en una pieza en honor a las víctimas.

MELBA ESCOBAR
El martes pasado cerca de diez mil personas cosieron una mortaja de siete kilómetros. Apenas se hizo de día empezó el ajetreo en la plaza de Bolívar. Algunos ayudaban a movilizar los campamentos, instalados desde una semana antes por manifestantes protestando contra los resultados del plebiscito; otros cargaban agujas sobre cajas de icopor, hilo rojo, verde, azul, trozos de tela de 250 x 130 cm cuidadosamente cortados en rectángulos.
Los días 7, 8 y 9 en la Universidad Nacional se preparó la tela y se inscribieron los nombres que serían cosidos posteriormente. Entre los voluntarios había estudiantes, así como amas de casa, empleados, pero también abuelos, padres, familiares queriendo hacer el duelo de una víctima en compañía, deseando, necesitando más bien, emprender una acción sanadora.
Se organizaron brigadas para poner pegante, para escribir los nombres, así como la logística para atender a los voluntarios; se conformaron grupos para repartir hilo, enhebrar agujas, coser, así como para atender a las preguntas, ofrecer hidratación y alimentación y coordinar la entrada posterior a la plaza de forma ordenada.
El tamaño de la intervención fue monumental como la tozudez de la artista Doris Salcedo, quien en el curso de una semana, imaginó la acción, la puso en marcha y la hizo realidad.
Los ausentes se toman la plaza
Los nombres fueron elegidos de forma aleatoria por la Unidad para la Atención y Reparación Integral de las Víctimas. “Ese es el nombre de mi hijo”, dijo Edilma López. Como ella, otras mujeres lloraban en silencio, se concentraban, puntada a puntada, en hacer una línea recta, en no dejar que el espacio fuese más extenso o más corto de los tres centímetros exigidos. Con disciplina y atención, la gente cosía en silencio un nombre junto al otro en un blanco inmaculado.
Un país que anhela la paz volvió a encontrarla esquiva el pasado 2 de octubre con un ‘No’ vencedor del plebiscito. Desde entonces, la plaza renació. Quienes hemos ido en estos días hemos sentido el consuelo de saber que no estamos solos. Hemos visto que, incluso en las marchas organizadas por una masa anónima, surge un orden orgánico.
La gente fluye, como un río que corre, se abre espacio, se acomodan los recién llegados y entre todos se van creando imágenes, tan espontáneas como las consignas que, como mantras, expanden el consuelo colectivo en una suerte de plegaria improvisada.
A diferencia de estas expresiones, 'Sumando ausencias' se llevó a cabo bajo estrictas instrucciones: “Así no se hace la puntada. Estas son horizontales y estas no”. A unas exigencias técnicas muy precisas, se añadía la tensión entre algunos de los monitores que llevaron a más de un voluntario a calificar la organización como “hostil”. A eso se suma la crítica sobre la falta de comunicación de la artista, de quien muchos esperaban al menos un comentario.
Al respecto, María Belén Sáenz, directora del departamento de Divulgación de Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional, explica: “Esto no era hacer un grafiti, era una obra de arte colectiva. Claro que eso implica un nivel de estrés, pues parte de la ceremonia consistía en hacer bien el trabajo, con la solemnidad que requiere una acción de duelo. Dicha solemnidad caracteriza la obra de Doris Salcedo y son prueba de su seriedad y su compromiso”.
Acercarnos al infierno y liberarnos de él
El 13 de agosto de 1999, cuando Jaime Garzón fue asesinado, Salcedo hizo su primer memorial con 5.000 rosas frescas. Así, en cuestión de horas, y nuevamente con las manos de voluntarios, una enorme pared roja y viva se alzaba en la calle 28 con quinta a la vista de todos los transeúntes.
Posteriormente, en 2007, tras el asesinato de los 11 diputados del Valle del Cauca secuestrados en 2002, Salcedo convocó a otro acto de duelo colectivo, esta vez en la plaza de Bolívar donde en forma de cuadrículas, centenares de velas se iluminaron como cruces de luz recubriendo la plaza entera.
En 2002, a los 17 años de haber tenido lugar, y a las 11 de la mañana, la misma hora exacta en que fue ocupado el Palacio de Justicia por el M-19, 280 sillas empezaron a descolgarse de la fachada del edificio actual en memoria a la desaparición de sus ocupantes.
Pero quizá una de las obras más recordadas de Salcedo es Shibboleth (2007), en que rompió el piso del Museo Tate Modern de Londres. La ruptura puede ser leída por un lado como un quiebre literal a la institucionalidad en el arte, a su inamovilidad y rigidez. Por otro lado es una crítica explícita a la segregación tanto religiosa como cultural.
El disenso presente
Hace unos años tuve la oportunidad de ver su obra Atrabiliarios (1991-1996) en el Museo Guggenheim de Nueva York. Cajas de vejiga de vaca cosidas a la pared con hilo quirúrgico y nichos hechos con la misma membrana conteniendo zapatos viejos que sobrevivieron a sus dueños. Esta obra donde uno podía entrever los zapatos bajo el manto traslucido, fantasmagórico de la textura rugosa de la membrana, me produjo un vértigo que no sabría explicar.
Supongo que es ahí donde está eso que el curador Alejando Martín describe como “la capacidad única de Doris de sumergirse al fondo de la crueldad y transformarla en objetos”. Para Martín, la grandeza de Salcedo está en esa capacidad de leer la tragedia en toda su oscuridad y traducirla en imágenes. Cuando le pregunto qué piensa de la acusación que se le hace a la artista de oportunismo, responde: “Es el trabajo del artista reaccionar a su contexto, al mundo en que se mueve. La cuestión moral es la pregunta de si lo hacía o no por su beneficio personal: yo creo que era sincera y que realmente lo hace pensando en el país y las víctimas; pero a la vez, en su infinito carácter, no parece darse cuenta del gran protagonismo que cobra, y cómo el debate se termina volviendo sobre ella y no sobre las víctimas o sobre este terrible momento que estamos viviendo; ese es un error que comete ella y quizás nosotros al darle tanta importancia a su figura”.
Para José Roca, director artístico de Flora: “La acción de Salcedo hubiera podido coexistir con el campamento, lo hubiera podido rodear, arropar, integrar. En aras de una pureza formal, tal vez se perdió la oportunidad de mostrar que el disenso no es monolítico. Hay posiciones, actitudes y formas de accionar diferentes que pueden inclusive estar en pugna, pero que coexisten pacíficamente”.
Otras posturas son más radicales. Un post de Facebook del profesor de arte y miembro del equipo curatorial del 44 Salón Nacional de Artistas Guillermo Vanegas, dice: “¿Para qué el Esmad si tenemos a Doris?”.
De igual manera, para el artista Rodrigo Escobar-Venegas, su intervención es autoritaria: “El arte debe ayudar a ganar espacios, no volver los espacios públicos inaccesibles. El solo hecho de cerrar un espacio que había sido abierto a la protesta ya es una acción represiva”.
Asimismo, algunos consideran que la obra carece de originalidad, y no era pertinente en el momento. Para Escobar-Vanegas, el blanco resulta hasta cierto punto agotado, la mortaja hace pensar que los acuerdos han muerto, cuando este debía leerse más como un momento para el activismo que para el luto.
También se han hecho escuchar las voces de quienes encontraron en esta acción un alivio genuino que no habían encontrado en otro espacio: “El extraño placer de la disolución del individuo en el todo desde lejos puede parecer trágico que sea para ensalzar el nombre de Doris Salcedo, pero al final, estando adentro, solo hay eso: cientos o miles de personas entregando un trazo invisible que se funde en un manto blanco. Bello, a fin de cuentas”, escribe el investigador y documentalista Gerrit Stollbrock.
Bello sin duda, como provechosa y rica es esta discusión donde al hablar de arte se habla también de los límites entre lo público y lo privado, de las maneras de ejercer el poder, de las formas de participación, así como de la necesidad indiscutible y urgente de expresarnos colectivamente, ya sea en medio del caótico ruido de una marcha, o del laborioso recordar a los ausentes en silencio, puntada tras puntada hasta terminar la mortaja más grande que se haya cosido en la historia, por una masa anónima y en homenaje a 1.900 víctimas con nombre propio.
MELBA ESCOBAR
Especial para EL TIEMPO
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