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Historia de la gulupa, de la semilla a la mesa

Tan solo en las montañas de Pasca, Cundinamarca, crecen más de 28.000 matas de esta pasiflora.

EL TIEMPO
Las gamas verdes del cerro cundinamarqués, en el que está ubicado el municipio de Pasca, se ven interrumpidas por el blanco del plástico que protege los cultivos de una fruta que les ha cambiado la historia a varios en la región.
Filiberto Reyes es un agricultor de 53 años, de bigote espeso y sonrisa fácil. Desde hace cuatro décadas trabaja en el campo y asegura que gracias a las 28.000 matas de gulupa, que tiene sembradas en 28 hectáreas, no solo ha mejorado su vida y la de su familia, con dos hijos profesionales a bordo, sino que les ha podido dar trabajo a 60 hombres y mujeres de la zona.
Rosmed Villalba es una de ellas. Su último año lo ha pasado bajo la lona blanca, cultivando y cosechando la fruta a la que describe como “parecida al maracuyá pero más dulce”.
Son de la misma familia: pasifloras; entre las que también se cuentan la curuba, la uchuva y la granadilla, y de las que Colombia ostenta el título de mayor variedad en el mundo.
Sin saberlo, Viviana Romero, otra trabajadora del cultivo, asegura que se siente orgullosa de que las gulupas que corta todos los días –en una jornada de ocho horas que agradece luego de haber trabajado en un restaurante del pueblo en el que le pagaban menos y la ocupaban más– vayan a parar a países que ella y sus compañeros sueñan con conocer.
“Afuera nos tienen como ficha negra por tanta situación y esta fruta es una cosa buena porque se cultiva en el país y nos da a conocer de otras maneras”, apunta Viviana.
Europa y Canadá son los destinos de esta pasiflora que demora entre 6 y 8 meses en dar los primeros frutos, y luego puede pasar hasta un año completo sin parar la cosecha.
“Es una planta silvestre. Toca acomodarla y colgarla en alambres y palos –cuenta Filiberto, o ‘don Fili’ como lo llaman cariñosamente sus empleados–. Con la gulupa se ve el dinero porque si uno siembra mil matas, esas matas ya están vendidas en el exterior, y lo mejor es que nos da trabajo todos los días”.
Así, a diario, las mujeres del cultivo –muchas de ellas madres cabeza de familia– recogen un promedio de 11 canastillas de la pasiflora, cada una con 15 o 16 kilos. Lo hacen cuidadosamente, armadas de un bisturí y la precaución necesaria para no rayar o dañar las frutas que luego atravesarán océanos y continentes.
Con las que no pasan el filtro, preparan jugos y yogures que acompañan con arepas en su descanso de las 9 de la mañana.
“Lo que pasa es que ‘don Fili’ es buen patrón y con los compañeros todos nos llevamos bien. Acá hablamos de todo, hasta de política, de lo que se presente”, explica Sandra Milena Paredes, otra de las trabajadoras del lugar.
Un lustro atrás, este municipio no conocía las bondades de la gulupa, ahora en auge. Angélica Arévalo, compañera de Sandra, Viviana y Rosmed, celebra la llegada de esta pasiflora a la región. “Genera mucho trabajo y eso acá es bueno, porque la mayoría aquí sobrevivimos con lo que hacemos en el campo”, señala.
De Pasca, la fruta viaja un par de horas hasta Chía, donde está la planta comercializadora Ocati, en la que se empacan entre 30 y 35 toneladas de gulupa cada semana. Cerca del 90 por ciento es para exportación, lo que queda lo distribuyen en Abastos y el Éxito.
Elizabeth Cadena es una de los 280 empleados de ese lugar. Le gusta el jugo de gulupa, casi tanto como su trabajo. A ella también le emociona que de la planta en la que trabaja la fruta salga a países lejanos como Canadá o a otros ubicados en el Viejo Continente. “He leído que tiene propiedades medicinales y me gusta su acidito”, asegura.
Esta pasiflora, sustento de tantos, tiene además la ventaja de crecer en todos los pisos térmicos. Así lo explica Fanny Arévalo, directora administrativa de Ocati, quien además apunta que “podría servir para sustituir cultivos ilícitos”.
Conocida ampliamente en Europa como la ‘passion fruit purple’, no solo por parecerse al maracuyá, sino también por su flor, que asemeja una corona de espinas y hace alusión a la pasión de Cristo, los ciudadanos del Viejo Continente pagan varios euros por una caja de dos kilos.
Acá, quienes la cultivan la disfrutan gratis. Así lo hace Arley Chavarro, un joven de 18 años que hace un tiempo está con Filiberto. Él confiesa que antes no le gustaba la gulupa, pero que luego descubrió las más moradas y arrugadas, que son las más dulces, y ya no para de comerlas mientras trabaja.
Así nace y crece la fruta
Estos son los tiempos de la gulupa
Las semillas de la gulupa son negras y pequeñas, y se obtienen del interior del fruto. Su germinación demora de 6 a 8 semanas.
Al cultivo de Filiberto Reyes, en Pasca, Cundinamarca, llega la plántula de esta pasiflora que, previamente, ha sido sembrada en Ocati y que tarda entre 12 y 13 semanas en adquirir el tamaño ideal, de 6 a 8 centímetros de alto, para llevarla al campo.
Una vez en el cultivo, se debe abrir un hueco de 50 centímetros de profundidad y por lo menos 20 centímetros de ancho.
Entre 5 y 10 días después de que se transplanta la plántula, o cuando esta mida entre 20 y 40 centímetros, se debe realizar el proceso que se conoce como tutorado. Este consiste en hacer un amarre de la planta a alambres que penden entre unos palos y sirven de apoyo a la mata para que esta logre una mejor producción y también sea más fácil el agarre de los frutos en el momento de la recolección. El tutorado favorece además en el aspecto del espacio porque aumenta la densidad de siembra.
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