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El acuerdo de los grandes petroleros del que Colombia se beneficiará

El ministro de Petróleo de Arabia Saudita, Jalid al-Falih (der.), en la reunión formal de ministros de petróleo de la Opep a finales del año pasado.

El ministro de Petróleo de Arabia Saudita, Jalid al-Falih (der.), en la reunión formal de ministros de petróleo de la Opep a finales del año pasado.

Foto:Christian Bruna / EFE

Las cuentas muestran cómo el recorte del cartel de productores sostendrá los precios.

Las cuentas públicas colombianas, no obstante la reforma tributaria reciente y el gran ajuste vía devaluación del peso, siguen desquiciadas. En particular, la cuenta corriente, que refleja la solvencia del país para adquirir lo que le viene de fuera, está desbarajustada. El déficit se ha financiado con el aumento de la deuda externa total (pública y privada) del 30 al 41,5 por ciento del PIB, pero eso no es sano, ni prolongable, al menos no sin que se encarezca sensiblemente el crédito externo y se resienta la inversión extranjera.
No es mucho más lo que se puede esperar en reducción de las importaciones después de la severa contracción reciente. Como tampoco es probable una gran reacción de las exportaciones no tradicionales. La esperanza es una reacción del precio del petróleo. De ahí que lo acordado en diciembre último durante la reunión de los ministros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (Opep) en Viena impacte, aun sin estar presente, a Colombia.
El objetivo de la Opep es obvio: un nuevo y rentable techo para el precio del petróleo, después de la debacle autoinfligida al abrir las llaves sin concierto, presumiblemente para conservar y aumentar su participación de mercado. Arabia Saudita y sus socios del golfo Pérsico –productores de más bajo costo en el mundo– aspiraban a frenar la nueva tecnología de hidrorruptura de los yacimientos de esquistos (‘fracking’) en Estados Unidos, que inundaba el mercado amparada por los altos precios vigentes. Lo lograron, pero sin descabezarla. En el camino, en varios de ellos las reservas acumuladas durante la bonanza flaquearon para financiar presupuestos, con riesgos para la estabilidad interna de regímenes totalitarios. El príncipe heredero saudita, Mohammad bin Salman, se arremangó para modificar el rumbo.

Batalla campal

Lo de Viena fue una batalla campal. Intereses geopolíticos, en particular la rivalidad regional entre iraníes y sauditas, entrababan en un de por sí complejo acuerdo comercial. Ya en Argel (Argelia) se había conseguido algún consenso en octubre sobre la necesidad de disminuir producción, y Rusia (no Opep) había dado muestras de sumarse a los esfuerzos, pero como de costumbre el orangután era el reparto de los recortes. La Arabia Saudita comprometió su diplomacia, con considerable gasto de capital político, pero en vísperas de la reunión de Austria reinaba el pesimismo. Unos días antes se había cancelado sin ceremonia, por ejemplo, la reunión con los exportadores no Opep para coordinar lo práctico. Se habían endurecido las posiciones, mientras Irán se rehusaba a considerar cuota alguna y los mismos sauditas hicieron saber que se retiraban de no llegarse a un acuerdo equitativo.
En el último minuto, y después del caos como acostumbra el cartel, que no es exactamente el parlamento sueco, se llegó al consenso, pero no sin que Putin intercediera ante el presidente iraní, Roujani. Todo el mundo puso, y para sorpresa de los observadores, más de lo que se esperaba, en lo que se atisba la influencia de Arabia Saudita en búsqueda de resultados estratégicos de largo plazo.
¿Y cómo fue ese acuerdo? Los miembros de la Opep se comprometen a reducir 1,127 millones de barriles por día (BPD) con respecto a su producción de octubre de 2016. La parte del león le corresponde, por supuesto, a Arabia Saudita con el 42 por ciento, y sus aliados del golfo, con otro 16 por ciento. Con Irán se tienen consideraciones para darle tiempo a que se recupere de las sanciones a las cuales venía siendo sometida antes de su acuerdo nuclear. Puede llegar hasta casi 4 millones de BPD (aunque habrá que ver si los resoplidos de Trump se lo permiten). Libia y Nigeria quedan por fuera de cuota, dadas sus propias y muy penosas dificultades. Irak vuelve a entrar después de un largo período por fuera de restricciones. Los sauditas han hecho saber además que están dispuestos a bajar su cuota, como en efecto lo están haciendo.
Por otra parte, Rusia se ha comprometido a reducir 300 mil BPD; México, 150 mil (lo que corresponde a su declinación natural) y Omán, 50 mil. Según ‘Reuters’, la producción Opep cayó un millón de barriles en enero. No todo el mundo lo cree. Omán redujo sus 50 mil. Rusia y México están bajando paulatinamente según su compromiso. Otros productores menores se han unido al propósito de reducir los excesivos inventarios de petróleo existentes, entre ellos Azerbaiyán. El objetivo es sacar del mercado 1’800.000 BPD en el primer semestre de 2017.
Una notable innovación es que las cuotas se medirán, no contra información del productor –fuente de trampas–, sino contra cifras ciertas secundarias de mercado, referidas a un comité donde habrá miembros de fuera del cartel. La cosa va en serio. En estimación más pesimista de cumplimiento solo parcial, el inventario excesivo, o sea el que excede el promedio histórico normal histórico, quedará eliminado a mediados de este año.
El precio del petróleo se ha afirmado, aunque falta trecho para que la reducción en los inventarios globales se haga palpable, en parte porque todavía están llegando al mercado barriles que partieron del Medio Oriente en diciembre, cuando los productores despacharon al máximo antes de que entraran los recortes (60 días de viaje). Y, además, porque resulta que los cuentabarriles de la AIE (Agencia Internacional de Energía), por ejemplo, son notoriamente lentos para producir sus estadísticas de inventarios implícitos, estadísticas que terminan por ser modificadas meses más tarde, sobre todo en materia de consumo.
Se intuye que el panorama interno es más alentador. Durante el año pasado completo no hubo cambio de los inventarios comerciales. Estaban cayendo aun antes de las decisiones en Viena, pero los equilibrios eran muy precarios. Lo que el cartel busca ahora es una señal clara, cuyo beneficio esperado es salir del ‘contango’ que impera en el mercado.
El movimiento de los inventarios previsto en 2017 es fruto de cuentas sencillas. Dada la robusta recuperación de la economía mundial –con o sin Trump–, el consumo aumentará muy probablemente en 1’500.000 BPD. Entre tanto, la producción de la Opep caerá en menos de 1’000.000 de BPD, efecto este compensado por un aumento no Opep de 600.000 BPD, provenientes sobre todo de Estados Unidos y Canadá. Así habrá que extraer de los inventarios reales aproximadamente 2’000.000 de BPD para satisfacer la demanda, o sea 700 millones de barriles en el año. Como los inventarios actuales están, según a quien se le pregunte, excedidos entre 300 a 600 millones, tendrán que comenzar a apartarse de los volúmenes normales y deseables para atender a una distribución adecuada de combustibles. De ahí que Arabia Saudita considere, como dijo su ministro, innecesario prologar la restricción más allá del primer semestre.

Dos objetivos

Estas consideraciones llevan a un segundo claro objetivo del cartel, aparte del básico de estimular los precios contrayendo la oferta. El otro, muy dañino elemento de crisis reciente, es la estructura misma del mercado: el pernicioso hecho que el precio futuro del petróleo, dígase a un año, sea más alto que el que se negocia de contado (‘spot’) al productor de más bajo costo. A esa estructura se la llama ‘contango’ y, como consecuencia, paga almacenar para vender más tarde. Además, y esto le duele a la Opep, permite a productores de más alto costo, p. e. los ‘frackers’, comprometer su producción futura (‘hedge’) con un ‘premium’ respecto al precio ‘spot’, y por ese medio asegurar financiación. Es un subsidio.
Arabia Saudita tiene muy claro que el mercado hay que enderezarlo. El objetivo está a la vista, quizá tan pronto como a principios del segundo semestre de este año, si los inventarios comerciales, especialmente en Estados Unidos, que es donde son más significativos para los corredores, comienzan demostrablemente a caer.
Cuando los barriles nuevos no van a incrementar inventarios sino a consumo, el petróleo de inmediato se valoriza. Se voltea la torta y ahora el petróleo futuro pasa a valer menos. Es lo que se conoce como ‘backwardation’ y es la copa Jules Rimet de la Opep, cuando el petróleo escaso se vende de inmediato para consumo, mientras los barriles futuros pasan a ser ahora más baratos. El objetivo muy específico del cartel, al reducir cuotas, es eliminar el exceso de inventarios y crear las condiciones necesarias para un mercado ‘backwardated’. Un feliz corolario es el regreso al mercado de capitales pasivos que se habían retirado en el poco rentable período de contango. Ahora reentrarán al mercado para aprovechar el poco riesgoso ‘roll over’, o sea la venta de futuros cuando casi se van a vencer (‘cuasispot’) y reemplazarlos por futuros descontados a más largo plazo. Su presencia refuerza la ‘backwardation’, así como su ausencia reforzaba el contango. Pierden los ‘frackers’, pero su resiliencia ya ha demostrado que a ellos no los para nadie.
Los productores de petróleo con grandes reservas y bajos costos, liderados por Arabia Saudita, tienen además objetivos a más largo plazo que la reacción inmediata de los precios y la ‘backwardation’. Le apuntan a precios remunerativos que no contraigan la demanda y, al mismo tiempo, no estimulen excesivo crecimiento de ofertas de más alto costo. Accidentes geopolíticos podrían descarrilar un mercado prudentemente administrado, pero petróleo a 120 dólares no está en sus planes, como no está una pelea por participación de mercado. Será un arte, que implica precios de futuros por debajo de 60 dólares, el precio de ‘hedge’ para los ‘frackers’, para desestimular su crecimiento excesivo, al menos hasta cuando la Opep y sus aliados hayan copado sus excedentes. El precio spot en ‘backwardation’ será, como se ha visto, bastante más alto. El que le conviene a Colombia, que va en coche.
Especular sobre lo que podría suceder en 2018 es más riesgoso, pero queda claro que no será la creciente producción en Estados Unidos la que le pondrá techo a los precios. Por el contrario, se necesita que aumente por lo menos en un millón de BPD para mantener precios que no destruyan demanda. Para entonces, el inventario de proyectos convencionales puestos en marcha cuando el barril estaba a 100 dólares habrá desaparecido. Y no hay nada nuevo, por la parálisis de la inversión en los últimos dos años, Ecopetrol incluido. Ese millón son muchos barriles a menos de 60 dólares, sobre todo cuando la renovada actividad haga subir los precios de taladros y suministros. Se necesitará más precio, y lo tendrán por oferta y demanda. Colombia sigue en coche.
El país del Sagrado Corazón siempre sale a flote. Los vaqueros vienen al rescate, a menos de que a Trump le dé por aguar la fiesta. O a menos que ecoextremistas, comunidades chantajistas a remolque de magistrados ilusos y rezagos de una violencia apenas contenida hundan la chalupa.
RODOLFO SEGOVIA
Exministro e historiador
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