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Empleados de Google, tan bien pagados que dejan de trabajar

Investigadores del carro sin conductor se retiran millonarios, y el proyecto aún no culmina.

ROSA JIMÉNEZ CANO
El dinero es una de las motivaciones para ir al trabajo. Una vez cubiertas las necesidades básicas, la implicación en la misión, el compañerismo o, quizá el mantra más repetido en esta zona, cambiar el mundo, suelen ser acicate suficiente para levantarse cada día y salir rumbo a la oficina.
Google, con intención de acelerar el proyecto, propuso unas condiciones muy especiales a los primeros empleados que iban a investigar el coche sin conductor. Querían competir con otras startups que ya estaban en ese campo.
Además de todos los beneficios que tienen el resto de empleados, como comida gratis, actividades deportivas, equipamiento informático para elegir, pupitre personalizado y caprichos similares para aumentar la productividad, les añadieron bonos tan generosos que han retirado a los empleados antes de que el coche robotizado se mueva con normalidad por las carreteras de California.
Los empleados entraron en 2010. Hace dos años, Toyota, Ford y Tesla anunciaron su intención de seguir la estela del buscador pionero. En 2016, la competencia sigue impulsando este modelo. Tesla ya tiene en las carreteras un modelo con autopiloto. No tan sofisticado, pero se puede comprar. Google lo sigue utilizando para deslumbrar a políticos y visitantes ilustres de su sede, pero está lejos de hacerlo un vehículo de uso común.
Este retiro dorado se ha tomado como una anomalía en el sistema de Silicon Valley. No se consideraba una opción que el salario y la compensación asociada fuesen a ser tan generosos como para dejar de trabajar. La sangría ha sido constante, hasta quedarse con el 20 por ciento de los pioneros en 2016. Chris Urmson, el líder del departamento, se fue en agosto para montar una startup. Brian Salesky, uno de los ejecutivos, se fue a Otto, con el camión autoconducido, la última adquisición de Uber.
El presupuesto de esta división de Google en 2015 fue de 6.600 millones de dólares. En su mayoría, se fue a investigación y desarrollo. Los más veteranos tenían una cláusula de un incremento anual del 14 por ciento del salario inicial, al que se añadían bonos por logros concretos. En algunos casos, el sueldo con el que entraron se multiplicó por 16.
Cada salida a Bolsa es un empujón en el caliente mercado inmobiliario de la bahía de San Francisco. El precio de alquileres, restaurantes y productos frescos también sufre el impacto de la adquisición de empresas. En 2016 solo hubo una salida a bolsa sonada, Twilio. Pero el mercado ya lleva años acusando el empuje del social media. Yelp, Twitter y Facebook dejaron tras el primer toque de campana en Wall Street un reguero de nuevos ricos.
Contaba Randi Zuckerberg en sus memorias, escritas cuando apenas tenía 30 años, aunque vividos con gran intensidad, cómo fue su negociación para entrar en Facebook de manera formal. Su hermano Mark y ella fueron a cenar a Buca di Beppo, una cadena de comida italiana donde los platos se sirven en fuentes y las paredes están atestadas de fotos de curas, monjas y obesos. En algunas estampas se combinan los tres elementos. Entre pizza, pasta y albóndigas con salsa marinara, Mark le pasó una servilleta a su hermana con la propuesta salarial y el paquete de acciones. Ella se la devolvió con unos cambios, mayor salario y un porcentaje menor de títulos de la startup. Su hermano lo miró, tachó la propuesta de Randi y le dijo: “Hazme caso, soy tu hermano, quiero lo mejor para ti”. Pocos días después de la boda del Mark y Priscilla, justo después de comenzar a cotizar en bolsa, Randi dejó las oficinas de Menlo Park para comenzar un camino en solitario. Una forma de estar ocupada con una empresa de comunicación y mercadeo mientras ve cómo crece una fortuna valorada en 100 millones de dólares. Poco, comparado con los más de 50.000 del hermano, pero que le da para vivir sin horario laboral el resto de su vida.
Lo sorprendente del caso de Google es que no ha hecho falta una salida a bolsa para hacer millonarios en tres años. Un sistema de incentivos desajustado y la falta de motivación adecuada han hecho el resto. Un puñado de ingenieros convertidos en jubilados prematuros echan el freno a uno de los campos de investigación más interesantes de Silicon Valley.
Google tiene ante sí un extraño dilema: dar con nuevos investigadores en un sector aún incipiente o encontrar la fórmula para que los jubilados tengan ganas de volver al trabajo.
© ROSA JIMÉNEZ CANO
Ediciones EL PAÍS, SL 2017
ROSA JIMÉNEZ CANO
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