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Óscar Figueroa, el hijo de mineros que se colgó el oro olímpico

Óscar Figueroa, medalla de oro para Colombia en Río 2016.

Óscar Figueroa, medalla de oro para Colombia en Río 2016.

Foto:EFE

Luego de superar una lesión ha brillado en las justas disputadas en Londres y en especial en Río.

Llegaron a decirle que no sentía el país, que no lo dejaba todo sobre la plataforma, que era un cobarde, que estaba asustado, que perdió aposta. En los Juegos Olímpicos de Pekín (2008), entre los fanáticos colombianos y varios dirigentes y periodistas deportivos, Óscar Figueroa pasó de ser una esperanza de oro al villano que acababa de tirar por la borda la oportunidad de su vida: estaba en una edad ideal, 25 años; era subcampeón mundial en la categoría de los 62 kilos, campeón bolivariano, oro en el campeonato panamericano. En fin, su palmarés parecía decir ‘si no es ahora, no será nunca’, pero esa vez no fue y después de fallar los tres intentos en el arranque, tuvo que regresar al país cargando el enorme peso del fracaso.
El tiempo ha pasado y ahora que Figueroa observa todo desde la cima, quizá le resulte menos dramático recordar esa época en la que ni fingió ni se acobardó, ese tiempo en el que los fallos no fueron más que la manifestación de una lesión que acababa de desarrollar en la columna vertebral. Una hernia cervical que se agudizó justo una semana y media antes de la competencia no solo le costó la oportunidad de una medalla, sino que también puso en duda su futuro en las pesas e, incluso, su movilidad corporal.
Era un asunto serio: la lesión le había causado el aprisionamiento de una rama nerviosa que se manifestaba en su brazo derecho. “Óscar cuenta que por momentos el brazo no le respondía y que a veces no lo sentía”, dice Jaiber Manjarrés, el entrenador de la Liga del Valle que conoció a Figueroa cuando apenas era un niño y lo ha acompañado y aconsejado a lo largo de su carrera de gloria y de momentos tristes. Al regresar de China supo que debía operarse y que su cirugía era de alto riesgo.
Antes de la debacle de Pekín, ya no era un secreto que Óscar desconfiaba de los métodos del búlgaro Gantcho Karouskov, director técnico de la selección Colombia de pesas, cuya filosofía, contaría Figueroa después, consistía básicamente en no descansar nunca: siete días de la semana. Siete días de la máxima intensidad. Las quejas con la Federación le habían puesto el rótulo de problemático entre la dirigencia, mientras que Karouskov conservaba aún la estela dorada de haber llevado a María Isabel Urrutia a la victoria en las Olimpiadas de Sídney (2000).
Por eso Figueroa, además de favorito, estaba en el ojo del huracán, con muchas miradas encima que esperaban que sus quejas fueran legitimadas con buenos resultados, algo así como “gana y después críticas”. Pero no era su estilo quedarse callado, nunca lo fue.
La imagen emotiva que vimos esta semana de Figueroa arrodillado en la plataforma, celebrando la medalla de oro, tiene mucha historia detrás. Tanta emoción como sacrificio en el largo camino de 22 años de carrera que lo han convertido en el pesista más laureado de la historia de Colombia.

El difícil camino al oro

Ese campeón que festejaba el mayor logro de su carrera nació en Zaragoza (Antioquia), a orillas del río Pocuné; es hijo de un matrimonio de mineros artesanales, para quienes el oro era sustento y no una aspiración olímpica.
En el río y de niño, cuenta su tío Luis Mosquera, Óscar jugaba a levantar piedras y troncos grandes que se encontraba a su paso, mientras sus padres buscaban en el agua algo de valor. No obstante, cuando Óscar tenía 9 años, una mala racha los obligó a marcharse: su madre, Hermelinda Mosquera, había dejado de ver futuro en el cauce del Pocuné, la relación no venía bien con el padre de Óscar y a la región comenzaba a llegar el rumor del ‘paramilitarismo’.
Así que doña Hermelinda se fue con sus hijos a Cartago (Valle del Cauca), donde todo comenzó de nuevo. Mientras ella trabajaba como empleada doméstica, Óscar pasaba los días al cuidado de la Fundación Teresita Cárdenas, del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF). Hasta allá llegó la profesora Damaris Delgado, una formadora de pesistas de ese departamento, que buscaba talentos entre los niños para quienes el deporte podía ser una opción de vida. Y conoció a Óscar cuando él tenía unos 11 años, le vio potencial para las pesas en su biotipo y lo invitó a entrenar. Algo le decía que ese muchacho tenía madera de héroe.
Simplemente ocurrió. Figueroa era un niño activo que jugaba fútbol y basquetbol, que nadaba también, y aunque las pesas no estuvieran entre sus prioridades, pasaron a ser una cuando él y Delgado se dieron cuenta de que en ningún otro deporte tenía tanto éxito, como si las pesas lo hubieran buscado a él y no al contrario.
Vinieron, entonces, las madrugadas y las tardes de entrenamiento, las jornadas de estudio con las piernas y los brazos cansados, y la posibilidad de viajar a Cali en plena adolescencia para que de la mano de Jaiber Manjarrés continuara desarrollando su potencial y su fuerza. “Nunca me enteré de que fuera a un baile, ni que se tomara un trago, ni que se fumara un cigarrillo. No falló a un solo entrenamiento”, comenta el profesor Manjarrés, quien además describe a Figueroa como un hombre muy reservado, concentrado en su trabajo y que rara vez deja salir comentarios sobre su vida privada.
Cali ha sido su hogar a partir de entonces, y desde que Figueroa obtuvo el campeonato mundial juvenil de pesas en el 2001, su hoja de vida deportiva no ha parado de registrar victorias ni la disciplina ha flaqueado en la mente del campeón. Solo ha cambiado su casa, que ahora está en el tradicional y sencillo barrio Tequendama, en el sur de la ciudad, muy cerca de la Unidad Deportiva de la carrera 39 con calle novena, donde de lunes a sábado, hasta hace semanas, se mantenía a tope entrenando cinco horas diarias en promedio.
Fue también en la capital del Valle donde encontró refugio después de los Olímpicos del 2008, que lo sumieron en un bache anímico. Cuando estaba lesionado y sentía que buena parte de la prensa se le había ido encima, Figueroa le preguntó a Manjarrés si valía la pena seguir, y el entrenador, que más de una vez oyó de boca de Óscar la frase: “Yo voy a ser campeón olímpico”, le dijo que tenía que intentarlo y que podía dudar de las federaciones, de los dirigentes, de la gente, de los periodistas, pero nunca de su capacidad. “Fue un momento muy duro –reconoce el entrenador–. Después de la cirugía que tenían que hacerle en la espalda, venía un periodo de recuperación que podría tardarse meses. Él aceptó ese reto, y años más tarde, en los Olímpicos de Londres (2012), lo vimos ganar la medalla de plata”.

El renacer

Cuando sus victorias le dan la oportunidad de dar las gracias, Óscar Figueroa suele acordarse de tres personas, además de Dios, su madre y sus hijas. Una es la profesora Damaris Delgado, quien creyó en él y lo sumergió en el mundo de los discos y las palanquetas.
La segunda es el doctor Jorge Ramírez, especialista en cirugía de columna y quien le operó la espalda al regresar de Pekín, con una técnica que acababa de traer al país: la cirugía de mínima invasión endoscópica. El método básicamente consiste en evitar el mayor daño posible de los tejidos con el uso de un endoscopio y optimizar al máximo el tiempo de recuperación del paciente.
Dicha intervención fue una suerte de renacer para Figueroa, quien pudo dejar atrás el dolor y regresar a la alta competencia con la misma fuerza de siempre. El doctor Ramírez y su técnica, además, volvieron a ser fundamentales en enero de este año, cuando el campeón tuvo que regresar al quirófano por cuenta de la aparición de dos hernias discales en la zona lumbar.
Y la tercera persona es su entrenador actual, Oswaldo Pinilla, un sargento retirado con el que Figueroa entrenó cuando prestó su servicio militar en Palmira, en el 2004, año en el que el pesista ocupó el quinto lugar en las Olimpiadas de Atenas. Pinilla, al lado de Figueroa, se convirtió en el primer director técnico colombiano de halterofilia en ganar una medalla olímpica para el país, primero en Londres y ahora en Río de Janeiro, para recordar, como aseguró tras la victoria, que “los héroes no son solo los que van a la guerra”. A Óscar no se le olvida que el ‘profe’ fue uno de los que nunca le dieron la espalda cuando estaba en las sombras y que paso a paso lo puso de vuelta en la senda del éxito.
Y sí, quienes conocen hoy a Óscar no dudan de lo heroico de haber regresado del abismo para escalar luego la cumbre con 33 años, cuando no se siente un pesista ‘viejo’ sino más experimentado que antes. Ahora vuelve a hablar fuerte, a aprovechar las luces de su victoria para decirle al Gobierno que no ha hecho lo suficiente por el deporte y exigirle una inversión de $ 10.000 millones con los que pueda construir un centro de alto rendimiento en Cali para el entrenamiento de halterofilia.
Dice que es momento de enfocarse en la academia, que necesita terminar sus estudios de administración de empresas en la Universidad Santiago de Cali, y quizá en el futuro convertirse en el ministro del Deporte de Colombia y hacer lo que a su juicio los dirigentes no han podido hacer hasta el momento. Aunque el retiro no es una idea que lo convenza del todo en estos días y con la intriga de sus admiradores sobre si seguirá compitiendo, Óscar Figueroa sabe que su historia no se acabará en las plataformas.
DIEGO ALARCÓN
Redacción Domingo
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