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Michael Phelps renació para extender su leyenda olímpica

Michael Phelps, nadador estadounidense.

Michael Phelps, nadador estadounidense.

Foto:Reuters

Pasó por detenciones, alcohol y polémicas. Se recuperó para ser el más grande en la historia.

A los 31 años, Michael Phelps lleva dos años desde el día en que volvió a nacer. La máquina que destrozaba rivales demostró que podía fallar. Dentro de esa mole que le robaba segundos a las piscinas había un ser humano que cometió errores que no solo pudieron acabar con su carrera, sino con su vida.
Pero Phelps volvió a empezar. El agua y los carriles volvieron a ser sus amigos. Y a la leyenda que había construido hasta los Olímpicos de Londres, en el 2012, le ha sumado, hasta el jueves por la noche, dos medallas de oro más. Ningún otro atleta tiene 22 preseas doradas. Si fuera un país, ocuparía el puesto 39 en la tabla histórica de los Olímpicos. La única nación suramericana que lo superaría es Brasil, y apenas por un oro...
Para regresar a lo más alto (claro, con mucho más esfuerzo, ya no es el jovencito de antes), Phelps sufrió. El 29 de septiembre del 2014 tocó fondo, y no el de la piscina. Pero ya había tenido un par de antecedentes. En el 2004 fue condenado a 18 meses de libertad condicional, por conducir ebrio, cuando tenía 19 años, una edad en la que aún no podía consumir alcohol. Y en el 2009, un tabloide inglés publicó fotos suyas mientras sostenía en su mano una pipa para fumar marihuana, lo que le costó tres meses de suspensión.
La noche que significó un antes y un después en su vida: se había ido a jugar a un casino en Baltimore. Mientras jugaba al póquer se pasó de tragos, pero se sintió en condiciones de manejar. Llamó a su novia y le dijo que iba para su casa. Al rato, el celular de Nicole Johnson volvió a sonar. “Una patrulla me está siguiendo”, decía Phelps al otro lado de la línea.
La policía detuvo al nadador, que conducía su camioneta a 135 kilómetros por hora, en una zona donde el límite era 70. Fue el problema menor: la prueba de alcoholemia marcó positivo.
Durante tres días, Phelps se encerró en su casa. “Honestamente pensé que, tal y como iba, se quitaría la vida”, dijo entonces Bob Bowmanel, el entrenador que lo llevó al éxito, citado por la revista Sports Illustrated. Y el agente de Phelps, Peter Carlisle, aseguró que el nadador le mandó un mensaje de texto en el que decía: “Ya no quiero estar vivo”.
Ese incidente tuvo consecuencias. Llevaba cinco meses de haber vuelto a las piscinas, tras haber anunciado su retiro tras los Juegos de Londres 2012 y haber subido casi 30 kilos de peso, en medio de su desorden y de su descuido por haber seguido la idea de no competir más. La detención hizo que la Federación de Natación de EE. UU. le aplicara el Código de Conducta: lo suspendieron por seis meses y lo dejaron fuera del Mundial de Kazán (Rusia).
Phelps estuvo internado durante 45 días en The Meadows, un centro de rehabilitación para el alcoholismo. Y durante ese tiempo se dio cuenta de que estaba aislado del mundo. Antes del incidente, Michael solía llegar a las competencias con audífonos puestos. Y el diario The New York Times afirmó que, durante sus participaciones en los Olímpicos de Pekín y Londres, ni siquiera se sabía los nombres de sus compañeros de equipo.
“Tenía mucho miedo al entrar”, le dijo Phelps al periódico neoyorquino. “No estaba listo para ser vulnerable. Después de un par de días me dije a mí mismo: ‘la pared se derrumbó. Entremos ahí y veamos qué está pasando’ ”.
El tiempo de encierro le sirvió. A las dos semanas, ya sus compañeros de terapia le reconocieron su liderazgo. Incluso les leía libros en voz alta, cuando antes, a duras penas, tomaba una revista en sus manos. Y lo mejor, se descubrió a sí mismo. Quiso volver a las piscinas, pero descubrió que su meta en la vida ya no era ganar medallas olímpicas. Ya tenía muchas...
Voluntad de cambio
Ray Lewis, amigo de Phelps, dos veces campeón del Super Bowl con Cuervos de Baltimore y dos veces mejor jugador defensivo de la NFL, tuvo un papel fundamental para su recuperación. Fue él quien lo convenció de internarse. “Este es el tiempo en que luchamos. Es el instante en el que se muestra el propio verdadero carácter. No desistas. Si renuncias, todos nos perdemos”, le dijo.
Después de eso, Lewis le entregó un libro. Se llamaba Una vida con propósito y lo escribió un pastor, Rick Warren. Después de avanzar en la lectura, el nadador lo llamó para conversar. Hoy dice que Lewis le ayudó a salvarle la vida.
A la salida de The Meadows (como interno, porque Phelps siguió asistiendo a sesiones de terapia), Phelps tomó las piscinas más como ayuda para dejar el alcohol que para ser el triunfador que había sido.
Pero poco a poco se dio cuenta de que podía seguir siendo una estrella. El 9 de agosto del año pasado, el mismo día en que terminaba el Mundial de Kazán, al que no asistió por su suspensión, participó en los campeonatos nacionales de natación de Estados Unidos. Las cámaras no estaban en Rusia, sino en San Antonio, Texas: logró la mejor marca mundial del año de los 100 metros mariposa, con 50,45 segundos. La marca anterior la había impuesto el sudafricano Chad le Clos, con 50,56, ¡ese mismo día!
Le Clos le había picado la lengua a Phelps. El reloj habló primero. Y él lo respondió después: “Me encanta. Simplemente me sirve de combustible. Todo lo que haga en la piscina hablará por sí mismo”, declaró.
Era un nuevo comienzo. Su carrera tenía un segundo comienzo, muy distinto del primero, a los 5 años, cuando pedía dulces alrededor de las piscinas a las que acompañaba a sus hermanas a competir, en el club de natación de Meadowbrook. Y poco después se descubrió que él mismo tenía un talento natural. Así como Le Clos se había burlado de él en Kazán, otros niños se burlaban del pequeño Michael por el tamaño de sus orejas, que trataba de disimular con una gorra de los Orioles de Baltimore, su equipo del alma en el primer deporte que le llamó la atención, el béisbol.
A los 10 años, Phelps se desquitó de todos ganándoles en la piscina. Y a los 12, Bob Bowan reunió a los padres del incipiente nadador y les dijo que el muchacho tenía talento para pelear, incluso, una medalla olímpica. Esa meta, con el tiempo, se multiplicó por 22... Los bates y las manillas desaparecieron de su vida competitiva. Pero desde el comienzo, Bowan tuvo que luchar contra una personalidad fuerte: el chico se quejaba de que tenía que entrenar por las mañanas. Le tomó dos años más esperar a que madurara un poco. La espera dio resultado: con un tiempo de 1 m 59 s, bajó cinco segundos su mejor marca en los 2.000 metros. Había un diamante en bruto.
Al año siguiente compitió por primera vez en unos olímpicos. Lo llevaron a Sídney 2000 y allí se metió a la final de los 200 metros mariposa. Quedó de quinto. Su historia grande estaba por comenzar, pero pasarían cuatro años para que empezara a escuchar el himno estadounidense con una medalla en su cuello.
En Atenas 2004, Phelps estuvo cerca de romper la marca de Mark Spitz, quien se colgó siete oros en Múnich 72. Ganó seis pruebas (100 y 200 m mariposa, 200 y 400 m estilos, 4 x 200 libre y 4 x 200 estilos) y logró otros dos bronces. Pero con esa no se iba a quedar. Pekín fue el escenario de su graduación como leyenda: ocho oros. Se impuso en los 200 m libre, 100 y 200 m mariposa, 200 y 400 m estilos, 4 x 200 libre y 4 x 200 estilos. La cuenta va en 14...
Para la siguiente edición de los Olímpicos, la de Londres 2012, ya Phelps había tenido sus primeros problemas con sus adicciones. Aun así, volvió a brillar. Ganó el 4 x 200 libre, 200 m estilos, 100 m mariposa y 200 m estilos. Y logró dos platas. Ya era el mejor nadador de la historia.
Los 18 oros, dos platas y dos bronces que llevaba hace cuatro años le nublaron la mente. Tocó fondo, pero salió de allí. Y aunque ahora ganar las pruebas olímpicas ya no es su obsesión, el trabajo que ha hecho, ya alejado de las drogas y del alcohol, ha dado frutos. En Río, la cuenta de oros ya va en 22, con sus triunfos en los 4 x 100 y 4 x 200 libres, 200 m mariposa y 200 m estilos.
Phelps es otra persona: más cercano con su gente, extrovertido y con dotes de líder. Y lo más importante: si bien en la piscina siempre juega a ganador, el estadounidense superó la prueba más grande que le puso la vida: la de dejar atrás el mal entorno y encaminar de nuevo una vida que parecía perdida para el deporte y que no daba rastros de que en Río no iban a alcanzar los aplausos para él.
JOSE ORLANDO ASCENCIO
Subeditor de DEPORTES
En Twitter: @josasc
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