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Liliana Palmera se levantó nueve veces para ser campeona mundial

Escogió el camino de la disciplina y ahora, por fin, es reina del boxeo de la AMB en las 122 libras.

“Si faltas un día, no te acepto más, porque no me gusta que me ‘mamen gallo’”, advirtió Elías Pastrana a Liliana Palmera, el pasado 16 de julio en Montería, cuando la boxeadora le solicitó que la entrenara de nuevo en el gimnasio del Club Santa Fe.
Experimentado y exigente director técnico que en el pasado contribuyó con la carrera de los futuros campeones mundiales Johnny Pérez, Juan Urango, Carlos Maussa y Lely Luz Flórez, Pastrana ya la había entrenado por dos semanas, en el gimnasio del Batallón Militar, de Montería, en el 2012.
Ahora, Palmera llegó a él por intermedio de Lely Luz Flórez y su esposo, Antonio Bravo, pareja que lo había llevado de regreso a Montería, desde Caucasia (Antioquia), donde se radicó meses atrás al pensionarse del Ejército Nacional.
“Yo la consideraba perezosa, porque en los 15 días siempre falló a la prácticas al menos en uno por semana…”, confesó Pastrana, en entrevista con EL TIEMPO.
Pero el entrenador, complacido, se sorprendió por el apego de la mujer a la rutina del entrenamiento diario, desde las cuatro de la madrugada en el parque de Las Golondrinas, y desde las cuatro de la tarde en el gimnasio del barrio Santa Fe, que ahora la tiene como campeona interina del peso supergallo de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB).
El mea culpa de Liliana
“No había disciplina de mi parte ni ese entrenador de empuje. Casi siempre estuve desprotegida, sin apoderado, porque cuando lo tuve, creo, ellos como yo, todos, íbamos por la plata”, sostiene Palmera, quien defendió el título por primera vez el pasado 6 de febrero en Cereté (Córdoba), al derrotar por decisión dividida de los jueces a la excampeona mundial Alys Sánchez, de Venezuela.
“Antes yo salía, cuando salía, a trotar 20 o 30 minutos diarios. No iba de manera juiciosa al gimnasio, pero cuando me anunciaban una pelea, en especial desde el exterior, de inmediato aceptaba. Fui irresponsable”, agrega.
Ese mea culpa que admite Palmera se refleja en que antes de coronarse campeona mundial falló en nueve intentos (la cifra más alta de la historia para un retador colombiano), en busca de los fajones desde pluma hasta wélter junior, es decir hasta en 140 libras, 18 por encima de supergallo.
“Yo era gordita, porque no me exigía en mi físico y siempre otorgaba ventaja a las rivales… Nunca pensé que me exponía a un mal golpe… Iba, como dije, por dinero, pero jamás dejé de soñar en ser campeona. Por eso, no tiré la toalla. Nunca perdí la fe y todas las noche se lo pedí a Dios”, asegura.
En el primer semestre del año, Palmera solicitó colaboración al promotor boxeril y periodista Alberto Agámez Berrío, y este le respondió de manera afirmativa, siempre y cuando trabajara con seriedad. Y la recomendó para que Francisco ‘Negro’ Padilla, alcalde de Cereté (municipio contiguo a Montería), apoyara su nueva etapa de la carrera. Pensó en el entrenador Arnulfo Pernett, pero este fue trasladado a Cauca. Entonces surgió Elías Pastrana.
En el peso y sin miedo
Desde el instante inicial que asumió la conducción, Pastrana le habló que solo la preparación podía llevarla a conquistas gigantes. Y le permitiría establecerse en un peso ideal, sin dar ventajas a nadie.
El día que Palmera, orgullosa, llegó como campeona a su pueblo natal, el corregimiento de Las Palomas. Gudilfredo Avendaño
La tarde del 18 de agosto pasado, Palmera cortó la inactividad de un año y una semana, en la programación de ‘Combates Telecaribe’, serie de los festivos con transmisión en directo desde el estudio del canal regional de televisión, en Puerto Colombia (Atlántico), que organiza Agámez, al derrotar por puntos a Paulina Cardona. Y peleó en pluma (126 libras).
Días después, Agámez Berrío llamó a Pastrana porque se presentó una oportunidad mundial con la dominicana Dayana Santana, campeona interina del peso pluma. Tres semanas antes, la boxeadora estaba en la categoría. Pero Santana se inhabilitó y la oportunidad pasó, entonces, para una boxeadora supergallo. El entrenador respondió que también daban el peso.
“Dos semanas antes, comiendo sin complicaciones, estaba dentro de la categoría. Me dije que era mi gran oportunidad y así logré el vacante título”, afirma Palmera, sobre la victoria por decisión unánime que obtuvo ante la venezolana Ana Lozano, el 24 de octubre, en el coliseo de la Universidad del Norte, en Barranquilla, en el marco del Festival KO a las Drogas, de la AMB. “Esa noche estuve ansiosa, pero sin miedo”.
Miedo sintió años atrás, cuando estudiaba cuarto de primaria en el colegio Miguel Antonio Caro, de su pueblo natal, Las Palomas, corregimiento de Montería (distante a media hora en carro desde la capital cordobesa y al que se llega por una carretera destapada).
Allí una niña del curso, llamada Ana, más grande que ella, le pegaba a diario, le quitaba los 200 pesos de la merienda y la mandaba a hacer mandados. Hasta que un día se lo contó a su hermano mayor, Pablo, y este frenó a la muchacha, hoy su amiga, que el pasado fin de semana se sumó a la caravana del festejo por la primera defensa.
Y miedo también sintió, ya como boxeadora, años después cuando el 19 de mayo del 2001 enfrentó en Colón (Panamá) a la local y campeona mundial wélter junior, Ana Pascal.
“No vi video ni la conocía. El día que llegué me la mostraron a la distancia, pero vi a un señor y pensé que se equivocaron. Al día siguiente, en el trote matinal, vi un ‘man’ maluco y, más tarde, mi entrenador Rubén Mendoza, al encontrarlo otra vez, me dijo: ‘es Ana’. Pensé: ‘es un hombre’ y me aterroricé. Pero me dije que si estaba metida en ese lío, tenía que salir de él”.
Perdió por decisión, pero más nunca sintió miedo, ni cuando peleó nuevamente en dos ocasiones con Pascal, en Puerto Colombia (Atlántico) y las islas de San Andrés, y, también, perdió.
Por una partida de boca
En 1998, retirado como boxeador, Ceferino Sánchez llegó a Las Palomas, invitado por un amigo llamado Francisco, a enseñar boxeo. Vivía en su casa y en el patio entrenaba cerca de una docena de muchachos todas las tardes.
A las pocas semanas, Sánchez llegó a una tienda y, como a las seis de la tarde, le llamó la atención una joven que fue a comprar. Sin levantarse del tablón que servía de banca, el entrenador se dirigió a ella:
- Tienes estampa de boxeadora –le dijo, al tiempo que la invitó al gimnasio.
Esa fue la primera de muchas veces que la invitó.
Hasta entonces practicante de microfútbol y sóftbol, Liliana María Palmera Bravo, nacida el 8 de mayo de 1982, desechó la invitación.
Pero un día, cree que como a las tres semanas, aceptó. “Fui por hacer desorden”, dice. Su padre se opuso.
Liliana Palmera (centro), actual campeona interina supergallo de la Asociación Mundial de Boxeo. Juan Andrés Ubarnes/Alcaldía de Cereté
Ella recuerda que en el patio solo había un viejo saco negro y que al poco tiempo le pusieron los guantes con Dolly Garcés, una rival con más experiencia. Y esta, de un solo golpe, le partió la boca.
Entonces, Palmera, quien solo había hecho de niña una pelea callejera, en el colegio – “sin puños, solo con jalada de pelo”–, decidió aprender para desquitarse y cuando creyó que estaba apta, a los dos meses, pidió a Ceferino Sánchez calzarse otra vez los guantes. Y tomó revancha.
Al verla motivada, Pablo, su padre, un sacador de piedra del río Sinú (el pueblo queda a la orilla de esa corriente de agua), aceptó el traslado del gimnasio al patio de su casa y que Sánchez, el técnico, durmiera en la sala de la vieja vivienda de bahareque y techo de paja que solo tenía un cuarto, que compartían el progenitor y los seis hijos, entre ellos Lina, tiempo después boxeadora (Matilde Bravo, la esposa y madre, se separó antes de la familia).
“Con Ceferino aprendí lo básico del boxeo. Con él, luego de tres peleas aficionadas, salté al profesionalismo (ganó por puntos en cuatro asaltos a Consuelo Paternina, el 16 de enero de 1999)”, dice la madre de Natalia (9 años) y Javier Tordecilla (8), producto de la unión con su antigua pareja, relación que terminó hace seis años. Desde hace 30 meses convive con John Becerra, soporte en su vida y apoyo constante para la carrera boxeril.
Nada es fácil
Ahora, a los 32 años y marca profesional de 24 triunfos (15 de ellos por nocauts), con 11 derrotas y 3 empates, la ‘ Tigresa’, como la llaman desde la primera pelea con Pascal cuando subió al ring de Panamá con una bata que parecía piel del felino, tiene presente los momentos difíciles de su vida, como aquellos que no tenía para el bus y debía caminar hasta dos horas desde su casa para llegar al gimnasio en Montería (“nunca he sido pobre, solo que no tenía dinero”, dice).
“Nada es fácil en la vida y eso lo comprendí desde el momento en que me dediqué con disciplina a mi profesión”, dice, mientras su entrenador, Elías Pastrana, sostiene que ahora es un ejemplo de trabajo.
“Por eso, está como está (en la primera defensa jamás se sentó en el descanso) y será mejor”, afirma el hombre que, con una advertencia, estremeció su interior y ella, con disciplina, tomó el camino que la condujo al campeonato mundial.
ESTÉWIL QUESADA FERNÁNDEZ
Redactor EL TIEMPO
Barranquilla
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