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Fútbol Colombiano

Santiago Mosquera le anotó un doblete al cáncer

Santiago Mosquera no celebró sus dos primeros goles como profesional en un juego contra Tolima.

Santiago Mosquera no celebró sus dos primeros goles como profesional en un juego contra Tolima.

Foto:Archivo EL TIEMPO

Los primeros goles del jugador de Millos los hizo un día en que su mamá tenía quimioterapia.

22 de febrero del 2017, estadio Nemesio Camacho El Campín de Bogotá, Millonarios vs. Tolima, minuto 22. Elícer Quiñones arranca por el costado oriental de la cancha, le propone una pared a Jacobo Koufatty, lo consigue, va entrando al área y ve abierto, solo, a Santiago Mosquera, se la cruza, este controla, da un paso al frente y el remate furioso conduce el balón a la malla lateral del arco sur. Gol. Sí, gol, no gooooool, ni golazoooo, solo gol.
Era la primera anotación como profesional para Mosquera, el ‘pelao’ cristalizó con ese tanto, a sus 22 años, todo aquello que había soñado de niño; sin embargo, no hubo felicidad, los gritos se notaron, pero por su ausencia. Solo un frío paso de la camiseta por la cara y un abrazo insípido con sus compañeros fue la única muestra de celebración.
La desazón empezó un día antes del juego. Santiago se enteró de que, por tercera vez en el año, estaba concentrado para un juego oficial de su equipo. Su Millonarios, ese que lo acogió desde pequeño para que se desarrollara como futbolista y como hombre le daba la oportunidad de volver a estar dentro del plantel profesional y afianzarse en esos puestos privilegiados de la primera división.
Sin embargo, Ana Patricia no estaba allí. Aquella que lo agarró de la mano para asistir a tantos entrenamientos, ser el escudo bajo la lluvia o el sol, la compañera en los viajes a otras ciudades y la doliente de todos los sacrificios que deben hacer los padres para acompañar a sus hijos a cumplir sus sueños de ser futbolistas, tuvo que estar a la distancia.
Ana Patricia, mamá de Santiago Mosquera.

Ana Patricia, mamá de Santiago Mosquera.

Foto:Archivo particular

La mamá de Santiago, a sus 46 años, debió emprender una batalla lejos de su hijo. Un cáncer de mama obligó a Ana a perderse varias semillas de lo que ella cosechó debido a las sesiones de quimioterapia que se practicó para recuperarse y seguir acompañando a su muchacho.
Aquel 22 de febrero inició con Santiago en el hotel la espera del partido, acompañado de su compañero de habitación, Déiver Machado, mientras Ana Patricia aguardaba en la Clínica Oncológica de Bogotá un nuevo ‘round’ contra su enfermedad.
Era obvio, la cabeza de Mosquera estaba aquí y allá. Por un lado, su razón intentaba conectar los conceptos que le había dicho su técnico Miguel Ángel Russo para el juego, el otro, el más apegado al corazón, solo quería ver a su mamá, así fuera tan solo un momento, ya que las constantes llamadas a su familia no eran suficientes.
Pasaban las horas y ni los partidos de Xbox en el cuarto ni la buena energía de sus compañeros hacían que el rato fuera más agradable. Todo se hacía más difícil, la angustia se apoderaba de todos los demás sentimientos y la concentración se perdía tanto como él en el colegio, en Buenaventura, adonde su madre debía ir a halarle las orejas para que no se escapara de clases.
Llegó la hora de ir al estadio. Ana Patricia ya descansaba después de una larga sesión de quimioterapia, era hora de jugar. A pesar de que Santiago era consciente de que ya debía enfocarse en el partido, mientras calentaba en la cancha se le perdía la mirada en las tribunas pensando en su mamá.
Allí llegó la hora de los más experimentados del grupo. Andrés Cadavid, capitán del equipo, y David Mackalister Silva tomaron la iniciativa y empezaron a animarlo, su momento estaba por llegar y una desconcentración, a pesar de que era de tal magnitud, no podía quitarle su gran día.
Santiago Mosquera y su madre Ana Patricia.

Santiago Mosquera y su madre Ana Patricia.

Foto:Archivo particular

La adrenalina de estar a momentos de saltar al campo de juego fue lo único que pudo separar de la cabeza de Santiago a su mamá durante todo el día. En el camerino se quedó la tristeza, la impotencia, la rabia. Había llegado la hora de darle una alegría inmensa a Ana haciendo un gol, tal cual como lo hizo cuando anotó por primera vez en las divisiones menores y se salió de la cancha a abrazarla.
Al minuto 22 se fue toda la concentración. Por más de que en el primer momento, tras ver el balón entrar en el arco, quiso salir a correr, enseguida se vino abajo una avalancha de sentimientos, imposibles de controlar, que terminaron en unos ojos encharcados de inmensa tristeza y felicidad.
Se acabó el primer tiempo, era la figura del partido y tuvo que hablar con la prensa. “Mi mamá hoy estuvo en quimioterapia, me tocó en concentración, pero… fue algo muy difícil, y desde aquí la estoy apoyando, le envió un saludo a ella y decirle que de esta vamos a salir. Sabía que haciendo goles, ella iba a esta orgullosa”. Con la voz entrecortada salieron esas pocas palabras que solo desbordaban amor de un hijo a su madre.
Tantos sentimientos no podían quedarse en solo un gol, así lo decidió la vida y la pierna derecha de Santiago. Al minuto 56, Mosquera recibió el balón un poco más adelante de la mitad de la cancha, y con la misma rabia de no poder tener a su mamá en el estadio ese día, junto a la impotencia de no tener en sus manos cómo mejorarla y con esas ganas de matar de un balonazo al maldito cáncer, sacó un remate de más de 40 metros para inflar la red por segunda vez en la noche.
De nuevo no hubo gritos ni algarabía, Santiago se giró como si no hubiera pasado nada para seguir el partido. Esta vez, el capitán Cadavid logró sacarle una sonrisa antes de levantarlo con fuerza antes del abrazo de todos sus compañeros que no dejaron de alentarlo.
El árbitro decretó el final del partido y con este finalizó un inmortal 22 de febrero en la familia Mosquera Caicedo. Ese día, de la mano de su talento, Santiago le dio a su
mamá la mejor de las fuerzas para seguir batallando, porque al final todo el esfuerzo valió la pena: no solo crio a un gran futbolista, sino a un hijo que la ama por encima de cualquier cosa, incluso de su felicidad por su primer gol como profesional.
CAMILO MANRIQUE V.
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter: @camilomanriquev
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