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'¡Los están matando a todos!': tragedia de una familia hondureña

Celma Rivera, asesinada en las cañeras de Chamelecón. Los masacrados en la colonia 10 de Septiembre: Delmi, Daniela, Edgardo y Helen Rivera; Carmen Valdivieso, compañera de Celma.

Celma Rivera, asesinada en las cañeras de Chamelecón. Los masacrados en la colonia 10 de Septiembre: Delmi, Daniela, Edgardo y Helen Rivera; Carmen Valdivieso, compañera de Celma.

Foto:Cortesía

El crimen fue motivado por la intolerancia hacia la orientación sexual de dos hermanos.

Sara Castillejo
Las muertes empezaron con la desaparición de Celma.
A Celma Argentina Rivera Carías, 34 años, vecina del peligroso sector de Chamelecón, en San Pedro Sula, la raptaron el lunes 30 de septiembre de 2013. Sus familiares no la hallaron en los sitios adonde los hondureños van cuando desaparecen sus parientes: la policía y la morgue.
Los problemas no terminaron con el secuestro.
El día siguiente, martes 1 de octubre, entre 12:00 pm y 1:00 am, varios hombres entraron en la escuela Mi Segundo Hogar, donde vivían los parientes de Celma, y asesinaron a balazos a sus tres hermanos, David Edgardo, Delmi Rosaura y Helen Aracely. También mataron a la compañera sentimental de Celma, Carmen Valdivieso López. La última en morir fue la hija de Helen, de cinco años.
En unas cuantas horas asesinaron a cinco personas de una misma familia y a la compañera de Celma, pero mucho más sucedió antes para que el infortunio destruyera el hogar sampedrano de los Rivera Carías.
Ubicación de San Pedro Sula

Ubicación de San Pedro Sula

Foto:Dunia Orellana

Dos cosas distinguían a los Rivera Carías: vivían en una zona dominada por pandillas y Edgardo y Celma pertenecían a la comunidad de diversidad sexual. La violencia y los prejuicios estaban incrustados en el tejido de sus vidas.
Había malas señales y Celma las conocía bien: en la calle oía murmullos: “Allá va la machorra”. A ella, trigueña, de pelo rizado, jovial y “un tanto masculina”, eso no parecía importarle.
El día del rapto parecía un lunes común y corriente.
Celma y Carmen desayunaron con su hijo adoptado, de 11 años de edad, cuya mamá, Daisy, hermana de Celma, había muerto cinco años antes. Celma había partido años antes a Estados Unidos, pero la 'migra' le cortó los sueños al deportarla.
Vivían sin vergüenza, se abrazaban, se llamaban “mi amorcito” en público. Carmen le decía “papi”.

Era una vida casi perfecta en un mundo imperfecto

Vivían en la colonia 10 de Septiembre, distrito de Chamelecón, al sur de San Pedro Sula. Chamelecón está cubierto de árboles, escudado por cerros verdes, junto a las aguas oscuras del río. En sus calles de tierra o cubiertas de balastre, la historia cambia: las bandas delictivas exigen un pago y quienes se resisten retribuyen con la vida, si es necesario.
La pareja llevaba años en medio del peligro constante. Celma había instalado un taller en casa donde reparaba bicicletas.
En las reuniones de la iglesia fue que Celma enamoró a la frágil y femenina Carmen, que había estado casada y tenía un hijo.
Celma era de carácter fuerte y jamás usaba faldas. Se vistió con camisa de botones y jeans para ir a la bodega porque también vendía en la escuela de su familia dulces, galletas y frituras que los sampedranos llaman churros. Carmen trabajaba a veces en la escuela.
Después del mediodía, Celma salió a encontrarse con su destino.
A pesar del ambiente opresivo de Chamelecón, nadie se encierra permanentemente. Los niños juegan pelota, va gente en bicicleta o a pie, carros, camiones repartidores. Se oyen cantar los gallos.
Tampoco es raro oír tiros.
Celma no llegó a la bodega: varios tipos la obligaron a subirse en un carro.
Fue la última vez que la vieron con vida.
Entrada a Chamelecón, San Pedro Sula, Honduras.

Entrada a Chamelecón, San Pedro Sula, Honduras.

Foto:Dunia Orellana

El lunes soleado y tranquilo se volvió sombrío, hinchado de malos augurios.
En la escuela, la primera en levantarse fue Helen, de 42 años. A su cuarto le faltaban un par de láminas, pero por suerte no eran días de lluvia. Otro cuarto estaba ocupado por los niños y Delmi.
Edgardo, de 31 años, se levantaba tarde. Ocupaba el tercer cuarto y le gustaba desvelarse oyendo música o terminando algún trabajo. Entresemana, no lo sacaban de la cama las voces de los pequeños alumnos mientras cantaban, dirigidos por Helen, en la sala, la cocina y el porche pintados de verde oscuro y claro.
Edgardo, gay, trigueño de ojos cafés y 1.72 metros de estatura, reparaba celulares y prefería mantener sus preferencias sexuales de bajo perfil. Parientes, conocidos y vecinos conocían su orientación, pero no lo mencionaban.
En la mañana y al mediodía, los Rivera Carías trabajaron. Helen preparó las actividades de la escuela. Si estaban ocurriendo cosas malas, era lejos de la 10 de Septiembre.
Después del mediodía les dieron la noticia. ¿Cómo? ¿Celma, raptada? ¿Cuándo? ¿Dónde?
Cuando llegó el pánico, Edgardo, Helen y Delmi se pusieron en movimiento. Denunciar en la posta policial de Chamelecón parecía el paso lógico.
Pero ¿ir a la policía?
Un informe de la Unah publicado en 2016 señala que tres de cada 10 víctimas denuncian un delito: la gente no cree que las autoridades son eficaces y otros no ponen denuncias por miedo a represalias.
Los Rivera Carías denunciaron el rapto en la posta de Chamelecón. Al menos, se consolaron, Celma tal vez seguía viva. Llamaron a una abogada especializada en casos de diversidad sexual, pero estaba de luto por la muerte de un pariente y les dijo que debían esperar 24 horas después de la desaparición para que actuaran las autoridades.
Después del pánico, la angustia. Fueron horas de retorcerse las manos, agarrarse la cabeza, jalarse el pelo. Las mujeres lloraron.
Ya era de noche.
Los mataron antes de que pudieran resignarse. Después de la angustia, la gente se resigna, pero a los Rivera Carías no les dieron tiempo.
Esa noche, solo los niños durmieron. Delmi, Edgardo y Carmen estaban en la sala, esperando lo que fuera.
Y llegó lo que menos esperaban.
A las doce y pico del día siguiente, primero de octubre, un sobreviviente escondido en un clóset en la escuela hizo una llamada telefónica: “¡Están haciendo tiros!”, susurró. Y agregó: “¡Los están matando a todos!”.

Denunciar el rapto fue un error

La masacre se debió a dos errores. El primero fue denunciar el rapto. El otro fue peor: Delmi Rosaura les reclamó la tarde del lunes a miembros de la pandilla 18 por el rapto de Celma. Delmi era explosiva y no pudo con la indignación. Las cosas no podían quedarse así, pensó. Lo malo fue que sus enemigos pensaron lo mismo.
Lo que hizo Delmi desencadenó las cinco muertes y alteró la vida de los sobrevivientes.
La madrugada del martes primero de octubre, el calor comenzaba a reducirse cuando tres hombres jóvenes atravesaron el portón abierto de la escuela, apagaron las luces del porche y dijeron que los perseguía la policía. Quién para imaginarse que iban con pistolas y que otros hombres vigilaban para alertar a los de dentro.
Al entrar, sacaron las pistolas. Edgardo estaba descalzo y llevaba jeans y camiseta oscura. Los tipos lo sacaron al porche a tirones, lo apoyaron contra el marco de la puerta y le perforaron la sien de un balazo. Edgardo cayó al suelo de costado. Sobre el dintel de la entrada todavía estaba pegado el rótulo Feliz Día del Padre en letras brillantes, rodeado de flores y tallos de papel de colores.
El turno mortal fue de Delmi. “También venimos por vos”. La golpearon con las cachas de las pistolas y la mataron de diez balazos.
Uno de los jóvenes le puso la pistola en la cabeza al hijo autista de Delmi, pero le ordenaron detenerse: “A ese no”.
Carmen estaba sentada en el suelo, petrificada por el terror. “También venimos por vos”, dijo uno de los asesinos. Le puso el cañón cerca del ojo (“acá te voy a dar”) y apretó el gatillo. Los ojos de Carmen se le salieron de las órbitas.
Hallaron a Helen y su hija, dormida a pesar de los tiros. “Dios mío, sálvanos”, pidió Helen. Los balazos despertaron a la niña. Nunca supo qué pasaba. Un tiro a quemarropa en la cabeza se lo impidió.
Celma Rivera, asesinada en las cañeras de Chamelecón. Los masacrados en la colonia 10 de Septiembre: Delmi, Daniela, Edgardo y Helen Rivera; Carmen Valdivieso, compañera de Celma.

Celma Rivera, asesinada en las cañeras de Chamelecón. Los masacrados en la colonia 10 de Septiembre: Delmi, Daniela, Edgardo y Helen Rivera; Carmen Valdivieso, compañera de Celma.

Foto:Cortesía

La policía de investigación sampedrana arrestó a ocho supuestos implicados.
Los sobrevivientes de la matanza huyeron a Estados Unidos.
La escuela quedó abandonada y deteriorada.
Tres días después de la masacre, el 4 de octubre, hallaron el cadáver de Celma en las cañeras de la colonia Ebenezer, cerca del estadio Olímpico. La habían torturado y decapitado.
El lunes 8 de enero de 2018 comenzará el juicio oral y público contra Héctor José Díaz Escobar, miembro de la pandilla 18 y uno de los vinculados con la masacre.
La matanza en la escuela y la muerte de Celma no han podido ser enlazadas por la Fiscalía.
Han pasado cinco años desde la muerte de Celma. Su asesinato continúa impune.
*POR: DUNIA ORELLANA
Periodista de Honduras
Colaboración para el reportaje 'A nadie le importó'
Sara Castillejo
icono el tiempo

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