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Caso México: un crimen que queda entre el olvido y la impunidad

Óscar Ramírez, hombre gay de México, condenado sin pruebas por el asesinato de su pareja.

Óscar Ramírez, hombre gay de México, condenado sin pruebas por el asesinato de su pareja.

Foto:El Universal / México

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El asesino de Jacobo confesó, pero la justicia se empeñó en un 'crimen pasional' y culpó a su novio.

Sara Castillejo
Óscar Ramírez tiene 31 años. A su edad ha acumulado una serie de vivencias que determinaron su forma de ver la vida, entre ellas, estar en prisión durante cinco años acusado de un crimen que no cometió.
El seis de julio del 2010, Óscar encontró a Jacobo Atri, su pareja, estrangulado en la habitación del departamento que compartían al sur de la Ciudad de México. La escena lo estremeció. En busca de ayuda recurrió a las autoridades, pero ahí descubrió una de cruda realidad: la justicia en México no existe para la comunidad homosexual ni para las mujeres trans.
Esa noche, no solo perdió a su pareja, también fue discriminado por la policía, quienes sin pruebas suficientes lo inculparon de ser cómplice en el asesinato de Jacobo. En un marco de impunidad, fue sentenciado a 27 años y 6 meses de prisión por el delito de homicidio. Los investigadores se aferraron a una sola hipótesis: crimen pasional entre una pareja homosexual.

Se piensa que los homosexuales, como están trastornados, se matan entre sí de una manera sádica

“La homofobia institucionalizada provocó que por mucho tiempo un crimen hacia una persona homosexual se considerara en automático como un crimen pasional. Se piensa que la homosexualidad es una enfermedad o un trastorno, entonces por eso se matan entre sí de una manera sádica”, explica Alejandro Brito, director de la asociación Letra S.

Sin justicia

El 6 de julio de 2010, como era su rutina, Jacobo y Óscar pasaron la tarde juntos después de comer. Al final, Atri dijo que se reuniría con una amiga. Mientras, Óscar decidió adelantarse al departamento. Por la noche, mientras este hombre de 23 años revisaba su correo electrónico, la puerta del domicilio se abrió. Jacobo había llegado con alguien más.
“Teníamos una relación abierta, por lo que intuí que tenía una cita. Me salí y me fui a casa de mi padre. Ahí pasé la noche, pero me quedé preocupado, por lo que le estuve llamando, pero nunca me contestó”, relata Oscar.
Al día siguiente todo se desmoronó. Óscar llegó al departamento. Un silencio absoluto inundaba cada espacio. Al abrir la puerta del dormitorio, ahí estaba Jacobo. Tendido a la mitad de la recámara y sin vida. Su cuerpo tenía marcas de haber sido estrangulado. 
Óscar Ramírez.

Óscar Ramírez.

Foto:El Universal / México

Con la poca calma que le quedaba, llamó a las autoridades. “Llegaron los agentes y comenzaron a bombardearme de preguntas. Desde el inicio sentí que me estaban incriminando, pero no sabía qué hacer”, narra este joven. Una patrulla llevó a Óscar hasta las oficinas del Ministerio Público. Sin abogados ni testigos presentes, Óscar rindió su declaración.
Después de más de 12 horas en el Ministerio Público, las acusaciones se volvieron reales. De testigo pasó a probable responsable. Fue detenido e ingresado a una celda. Dos días después lo enviaron al Reclusorio Oriente de la Ciudad de México. El delito que le imputaban era homicidio con “traición y venganza”.
Como las autoridades mexicanas aún se dejan guiar por prejuicios homofóbicos o de transfobia en contra la población LGBTI, los ministerios públicos se enfrascan en investigaciones de crímenes pasionales y muchos miembros de esta comunidad son privados de su libertad de forma injusta, explican expertos en el tema. Esto genera que muchos de los crímenes de odio se queden en subregistros de homicidios, pero la diferencia radica en cómo se ejerce la violencia.
“En un crimen de odio, la manera de asesinar a la persona es brutal e irracional. Hay casos de personas que son acuchilladas 40 o 70 veces. La tortura y mutilación también son frecuentes y en algunos casos se han encontrado inscripciones en la piel”, comenta Alejandro Brito.

Un proceso irregular

Tuve que enfrentar un juicio con alguien que mató a mi pareja

Días después de que Óscar fue transferido al reclusorio oriente, las autoridades detuvieron al verdadero asesino. Noé Rendón, de 19 años, fue localizado gracias a un rastreo de llamadas del celular de Jacobo. En su declaración aceptó el asesinato. Incluso describió que mediante una técnica llamada “mata leones”, que consiste en tomar a la persona por detrás y estrangularla hasta que pierda el conocimiento, fue que terminó con la vida de Jacobo.
Noé recalcó que era un asesino solitario. “Se mata de manera diferente a las mujeres trans, a las lesbianas y a los hombres gay. En el último caso el asesino los seduce, finge tener un interés erótico y la víctima los termina llevando a su domicilio. Ahí los amarran, por lo general, los roban y los matan. La saña con la que los asesinan refleja ese odio que sienten”, explica Brito.
A pesar de que el asesino confesó, esto no representó la libertad para Óscar. Ahora, la acusación era por ser cómplice. “Tuve que enfrentar un juicio con alguien que mató a mi pareja, plagado de irregularidades y de violaciones a derechos humanos”, relata el joven.

Buscando la libertad

Cinco años después del homicidio de Jacobo, el caso llegó a la Asociación Letra S y a la clínica de interés público del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) de la Ciudad de México. Se promovió un amparo directo en el que se evidenciaron las violaciones procesales, la falta de impartición de justicia y la discriminación por su preferencia sexual.
El 29 de mayo del 2015, Óscar volvió a su casa. Las autoridades declararon irregularidades en el dictamen e inconsistencia en los hechos y le concedieron su absolución. “Hace falta que se capacite a los ministerios públicos, porque hemos visto que tanto fiscales como jueces comparten los mismos prejuicios que llevaron al asesino a cometer el delito de odio. Y eso no puede ser, porque entonces no habrá nunca acceso a la justicia”, comenta Brito de Letra S.
“Aunque fui absuelto, me siento como en un clóset por el estigma de decir que estuve en la cárcel injustamente. No es nada fácil salir a la calle y que con eso ya todo se olvide. El haber estado privado de la libertad, el perder a una pareja, no vas a olvidar nunca ese hecho tan traumático”, relata Óscar.
La muerte de su Jacobo se quedó como un registro más en las carpetas de investigación de la procuraduría capitalina, investigaciones que por la discriminación que persiste hacia la comunidad, poco o nada importan a la sociedad mexicana.
DIANA HIGAREDA
Periodista de El Universal de México
Miembro del Grupo de Diarios de América (GDA)
Colaboración para el reportaje 'A nadie le importó'
Sara Castillejo
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