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Música y Libros

Krzysztof Penderecki: unas notas con Dios, otras con el Diablo

Ocho sinfonías, cuatro óperas, un extenso listado de piezas corales y orquestales forman la obra del compositor polaco Krzysztof Penderecki.

Ocho sinfonías, cuatro óperas, un extenso listado de piezas corales y orquestales forman la obra del compositor polaco Krzysztof Penderecki.

Foto:Cortesía Festival de Música Sacra / Bruno Fidrych

El compositor polaco trae a Colombia los sonidos que marcaron la segunda mitad del siglo XX.

Todavía hoy, un frío cala profundamente los huesos cuando se escucha Polymorphia, la pieza compuesta en 1961 por Krzysztof Penderecki –cuando ni siquiera había comenzado la revolución de los Beatles.
Tal vez ese título no le diga nada. Pero recuerde esto: Jack Torrance (Jack Nicholson) persigue a su esposa por aquel hotel poseído en El resplandor. O al padre Karras enfrentando a Regan (Linda Blair) en El exorcista.
No por nada, David Lynch –el hombre que dirigió la película más aclamada en lo corrido de este siglo, Mulholland Drive– ha dicho que una de sus máximas inspiraciones creativas ha sido Penderecki. (Lea: compositor polaco invitado a Festival Música Sacra Bogotá)
El destacado compositor polaco sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, en los años 40; a la censura durante el periodo comunista en su país en los 50, pero, además, a la incesante ola de creatividad de las músicas de vanguardia, que lo han conservado como una referencia permanente, no obstante el paso del tiempo.
Penderecki dirigirá la Filarmónica de Bogotá en el concierto inaugural del V Festival Internacional de Música Sacra (estilo que ha estado muy presente en su obra en las últimas décadas), el próximo 8 de septiembre.
Es el invitado principal en una extensa lista de artistas cuyas propuestas sonoras abren la mirada a las músicas que acompañan un amplio espectro de creencias religiosas, una búsqueda de universalidad que viaja desde las tradiciones de Occidente hasta Corea, Sudáfrica y el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina (ver recuadro).
El repertorio de este primer recital, que cuenta además con la pianista lituana Müza Rubackyté como solista, navega por tres obras de Penderecki: su Sinfonía n.° 2, conocida como Sinfonía de Navidad; el concierto para piano
Resurrección y la pieza El despertar de Jacob. Esta última, una de las inolvidables de su relación con el cine.
Su extensa obra, escrita a lo largo de más de seis décadas, va mucho más allá del celuloide. De hecho, su renombre principal como compositor se desprende de piezas como el Réquiem polaco, Anaklasis, St. Luke Passion o Threnody to the Victims of Hiroshima, esta última, receptora del premio de la Unesco en 1961.
“La naturaleza de toda la música es abstracta”, asegura Krzysztof Penderecki, en entrevista telefónica con EL TIEMPO desde Polonia.
Además, se destaca por su visión de vanguardia para experimentar. Da cuenta de ello su Sinfonía n.° 7, de 1996, dedicada a la ciudad de Jerusalén, un oratorio cuya interpretación plantea la invención de instrumentos de percusión para unir a la orquesta. (Ver: festival Internacional de Música Sacra)
Para su estreno, concibió el ‘tubáfono’, a partir de largos tubos de PVC: “Imaginaba un sonido que no podía producir porque no existía tal instrumento (...). Tenía que inventarlo”, le contó Penderecki al periodista musical Bruce Duffie entonces.
Entre otras piezas que merecen importante atención está Kosmogonia (1970), visión del universo cuyo trabajo coral evoca emociones tan cinematográficas como las que sus colegas, el húngaro György Ligeti y el armenio Aram Khachaturian, sembraron en 2001: odisea del espacio.

Música hecha terror

Penderecki llegó al séptimo arte de la forma más contundente, a través de los grandes clásicos del género del suspenso, y se convirtió en un favorito de los directores más granados.
Su ópera The Devils of Loudun, su Concierto para chelo, su Cuarteto de cuerdas de 1960 y su Kanon para orquesta y cinta fueron adaptados por la Filarmónica Nacional, bajo la dirección de Leonard Slatkin, para El exorcista (William Friedkin, 1973), una película cuya mezcla de sonido es una de las más emblemáticas de la historia del cine.
Aunque la cinta de Friedkin es más recordada por la pieza Tubular Bells, del músico progresivo Mike Oldfield, basta con escuchar apenas unos instantes de la Polymorphia –incluida en la cinta– para sentir a través de esa estructura progresiva que los pelos se ponen de punta. La misma composición fue parte fundamental de la cinta Fearless (Peter Weir, 1993).
Esa pieza “estaba muy bien conectada con el tiempo y el mundo”, sostiene.
También llegó la oportunidad de escuchar la música de Penderecki gracias a las seis piezas suyas incluidas en la banda sonora de El resplandor (Stanley Kubrick, 1980). Una de esas se desprende del Threnody to the Victims of Hiroshima. (Leer también: el Festival Internacional de Música Sacra llega a Bogotá)
Y 10 años después, David Lynch acudió a él para Wild at Heart (1990); Andrzej Wajda, en 2007 con Katyn, y Martin Scorsese, en Shutter Island (2010).

Creatividad, el camino

Si hay oscuridad en sus obras, esta fue, paradójicamente, una ventana de creatividad para un sobreviviente.
Nacido en la ciudad de Dêbica, en el sureste de Polonia, en 1933, y descendiente de armenios (su abuela era iraní), Penderecki vivió su infancia en medio de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, en 1939 su familia tuvo que abandonar su casa porque el Ministerio de Alimentación la reclamó para poner a funcionar allí su operación militar.
Durante la ocupación nazi, centenares de músicos polacos fueron capturados o asesinados.
Fue justo después de 1945 cuando empezó a estudiar violín, bajo la guía de un otrora maestro de la orquesta militar. Al mudarse a Cracovia, se enfocó en la composición, a mediados de los años 50.
Pero por entonces se vivía un periodo muy difícil en Polonia: el estalinismo, que estaba en el poder, ejercía fuertes represiones y censuras, notorias en el mundo del arte (por ejemplo, la primera sinfonía de Lutoslawski fue vetada), lo que, para un compositor en búsqueda de su propia voz, resultaba un contrasentido. En 1956, todo cambió en dirección hacia un gobierno socialista, y así mismo estalló la creatividad de Penderecki.
“Yo solo quería hacer piezas diferentes –cuenta el compositor–. El mejor ejemplo es el Threnody (1960); esto fue creatividad real en una época en la que nadie estaba escribiendo música semejante. Y después no puedes escribir más de cuatro o cinco piezas como el Threnody, porque tenía miedo de repetirme; pero la creatividad se trata de ser diferente de los otros, expresar algo de una manera diferente a la de todos los demás”.
Fue con esta pieza para Hiroshima que el compositor sorprendió al mundo. Llevaba a sus intérpretes a explorar los sonidos que producen las cuerdas del violín a la altura –e incluso por debajo– del puente del instrumento.
“Era el descubrimiento de las posibilidades en los instrumentos de cuerda. Usé la forma de tocar el violín como si fueran efectos especiales”, sostiene.
Paradójicamente, esta obra no fue escrita originalmente en honor de Hiroshima, cuenta Penderecki. Su título original era 8’37, que significa el tiempo de 8 minutos y 37 segundos que dura la pieza.
“Las razones por las que la escribí estaban en encontrar algo inusual –cuenta el maestro–, algo sorprendente, técnicas distintas para las cuerdas; la forma es diferente, y esa fue la época en la que decidí que escribiría mi propia música.
Antes era una música que estaba conectada con otra, pero esto es absolutamente Penderecki, una forma absolutamente abstracta”.
Cuenta que fue “mucho después” que la dedicó a las victimas de Hiroshima: “Cuando fue escuchada varias veces, le puse el título por el poder que tenía esta música. Y hoy sigue siendo una pieza muy abstracta”, agrega.
Es así que prefiere desligar la composición de las coyunturas históricas: “Es muy peligroso escribir música conectada a un evento o un periodo. Incluso si le doy un subtítulo, la música permanece a través de su forma, que es lo realmente importante para mí”, sostiene Penderecki.

Viaje a su obra

Volviendo a su concierto del próximo 8 de septiembre, aunque se llame Sinfonía de Navidad, lejos está de la tradición de las músicas que la Filarmónica interpreta en sus conciertos de diciembre. Se trata de una pieza de un solo movimiento, de 35 minutos de extensión, compuesta en 1979, comparable con la grandilocuencia orquestal y el carácter cinematográfico de Modest Mussorgsky y su Noche en el monte pelado o Cuadros de una exposición.
La peculiaridad de esta sinfonía es que su estructura cita en varias ocasiones la canción Silent Night, aquel villancico alemán del siglo XIX, de Franz Xaver Gruber, inmortalizado hasta nuestros tiempos.
Sobre El despertar de Jacob, de 1974, una época muy diferente, de la que algunos críticos señalan es un periodo ‘neorromántico’, Penderecki prefiere alejarse de esos límites: “No creo que esto sea romántico, suena algo así porque es música muy distinta de la que hacía en los primeros años; es de las que escribí cambiando levemente hacia lo sinfónico, trayendo diferentes armonías (...). Eso sí, es de las primeras veces que alguien usaba ocarinas en música sinfónica”. Todo esto es lo que promete la visita de Penderecki. 

Así será el V Festival de Música Sacra en Bogotá

Del 8 de septiembre al 2 de octubre, la programación de este festival, cuyo tema es la misericordia, presentará propuestas musicales que giran en torno a tradiciones de fe, desde las canciones ‘yiddish’ de Mordechai Gebirtig, interpretadas por el pianista de jazz Anthony Coleman, hasta coros sudafricanos del Soweto Gospel Choir. Por supuesto, es un espacio para la música religiosa barroca, con grupos como la Choralkantate y Sonate da Chiesa o A Vos Mi Dueño Amado; el ‘Stabat Mater’ de Pergolesi, por la Schola Cantorum de la Catedral de Bogotá; música coral rusa del siglo XX, canciones bíblicas por Marisa Martins, mezzosoprano; la misa colombiana de Mauricio Lozano, o la música gospel y espirituales negros de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, entre otros. Algunos son con boleta pagada a través de Primerafila.com.co; otros son gratuitos, en escenarios de Bogotá y la catedral de Sal de Zipaquirá.
CARLOS SOLANO
CULTURA Y ENTRETENIMIENTO
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