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Música y Libros

El libro de máximas de Gonzalo Arango, tras 41 años de su muerte

A los 68 años, Angelita editó el libro ‘Máximas de Gonzalo Arango’. Sigue con la pintura y la música.

A los 68 años, Angelita editó el libro ‘Máximas de Gonzalo Arango’. Sigue con la pintura y la música.

Foto:Carlos Ortega / EL TIEMPO

El poeta Jotamario Arbeláez, luego de leerlo, ‘vaticina’: ‘El próximo presidente será un nadaísta’.

Diana Rincón
Su compañera, Angelita, editó un libro de máximas y Jotamario Arbeláez ‘vaticina’: ‘El próximo presidente será un nadaísta’.
Y entonces, el poeta se convirtió en profeta. Cuando encontró a Angelita, su último amor, Gonzalo Arango se desprendió de sí mismo, de la crisálida de ásperas palabras que había secretado desde 1958, cuando propuso en el manifiesto nadaísta “no dejar una fe intacta ni un ídolo en su sitio”.
En 1970, el escritor nacido en Andes, Antioquia, dobló la esquina de su propio movimiento, dejó atrás sus proclamas explosivas (“Mi gloria solo puede ser celebrada con el canto, la danza, la orgía, la embriaguez, las formidables fornicaciones en forma de himnos como yo las celebraba con espléndidas mujeres en los cementerios metropolitanos, cuando era morboso y elegíaco”) y se entregó a la meditación, a la contemplación del mundo.
“Yo conocí a Gonzalo después de andar cuatro años fuera de Inglaterra –dice Angelita, nacida en Sommerset (Reino Unido)–. Llegué a Colombia en 1969, y nueve meses después conocí a Gonzalo, en el primer Festival musical del Coco, en San Andrés. Él llegó como jurado y fue un flechazo inmediato, como si ya lo hubiera conocido: era tan dulce y tan hermoso”.
Angelita, cuya presencia en la televisión nacional de los años 70 era frecuente como cantante de pinta hippie, suele hablar de Gonzalo Arango en presente y como si estuviera presente. Como si no hubiera muerto en un accidente automovilístico hace ya 41 años, justamente un 25 de septiembre. En este mes de conmemoraciones, ella presenta el más reciente libro del profeta, con el título Máximas de Gonzalo Arango.
“Es como un I Ching moderno –explica–, con principios de vida. Viene con un dado, y justamente hay seis máximas en cada página, en español y en inglés”. El dado es para elegir la máxima del día. Se lanza y cae en el número 3. Al abrir una página al azar, la frase de hoy es: La realidad que nos salva es la vida; ¡El sol que sale cada día sin pedirle permiso al gobierno, ni partida de nacimiento, ni visa!
El libro cobra actualidad por el aniversario de la muerte de Arango. Pero fue presentado a comienzos de este año en la Feria del Libro de Bogotá, por parte de su discípulo nadaísta Jotamario Arbeláez, quien modera el entusiasmo: “No es gran literatura. No se hace literatura con apotegmas. Pero es alta sabiduría. Desde que se topó amorosamente con Angelita, Gonzalo se desentendió de la literatura y se aplicó con más ahínco a la salvación de la pobre criatura humana. Por eso rompió con el nadaísmo, que al encontrar el mundo mal hecho lo que se propuso fue acabárselo de tirar”.
En esa época, Arango le confesó a Angelita que se sentía metido en un túnel y había ido a San Andrés a buscar algo. “Y lo encontró”, sentencia ella. “Yo creo que él me veía como tan libre, con mi mochilita, y sin tener nada más en el mundo. Él, en cambio, tenía un arrume de papeles, no se podía mover en su cuarto. Eran revistas, cheques sin cobrar, libros, periódicos, actas, papeles en general. Nos fuimos a vivir juntos y él dejó atrás todo eso: 15 cajas de papeles. Los nadaístas dicen que yo le hice quemar eso, pero él ya estaba muy maduro, muy hecho como para que una niña (18 años menor que él) llegara y le dijera que quemara su pasado. Eso lo liberó cantidades. Ahí comenzó su transformación. Después me dijo: ‘Ahí van hasta dibujitos originales de Botero, porque eran muy amigos”.

Tiempo de evolución

Las máximas filosóficas son la cara opuesta de lo que Arango había escrito hasta entonces. Su pluma había sido un botafuego que incendió a los jóvenes, en épocas de revolución. Así lo recuerda Jotamario: “Yo terminaba en Cali el bachillerato y sabía que iba a perderlo. Andaba sintonizado con el Zaratustra de Nietzsche. Oí por la radio que ‘el profeta Gonzaloarango’ se presentaría en La Tertulia. Pensé que era su encarnación. Su palabra rajaba los espejos, hacía crujir los ladrillos. Lo seguí. Desde ese día de hace 60 años, y eso que él lleva 40 de muerto, pronuncio su nombre por lo menos 10 veces al día. Es mi mantra, mi ensalmo, mi padrenuestro. Heredé su máquina de escribir, por lo que pienso que todo lo que tecleo es a cuatro manos. Perdí el bachillerato pero compuse el poema Santa Librada College, gracias al cual me graduaron honoris causa y me ha deparado morrocotudos premios de poesía”.
El fuego se extendió incluso a las aldeas más conservadoras, a juzgar por el testimonio de uno de sus seguidores, el hoy candidato presidencial Humberto de la Calle: “Yo tendría 16 años o algo así, estaba apenas en bachillerato. Por eso siempre he dicho que yo soy una especie de monaguillo del nadaísmo, yo no pertenezco a las ligas mayores, sino a la banca. Mi trabajo era más bien el de hacer difusión de los grandes maestros, en un escenario muy difícil, porque Manizales era prácticamente un convento, una sociedad cerrada a la que era muy difícil entrar. Eso me valió el riesgo de ser expulsado del colegio. Era una gestión propagandística en paz, pero chocando con las estructuras muy cerradas que había en Manizales”.
Es explicable el choque alérgico contra las palabras de Arango. Cabe imaginar cómo podrían haberse sentido las ‘estructuras muy cerradas’ cuando leyeron su célebre Testamento, incluido en el libro Prosas para leer en la silla eléctrica, y que a la letra rezaba: “Apelo a mi desprecio por la cultura para que no se inscriba mi nombre en textos escolares donde seré babeado por maestros de urbanidad y buen decir. Al diablo con esos burros presumidos que apestan a pederastia de convento, idealismo de sacristía, a sobaco sudado, nicotina, alcanfor de castidad, y los mil hedores pestilentes del racionalismo cristiano”.
Gonzalo Arango y Angelita, en la época en que vivieron juntos, entre 1970 y 1976. El poeta era 18 años mayor que ella.

Gonzalo Arango y Angelita, en la época en que vivieron juntos, entre 1970 y 1976. El poeta era 18 años mayor que ella.

Foto:Cortesía Angelita

La renuncia

A esa rebeldía renunció el poeta cuando, como recuerda su compañera, decidió dar un giro radical a su corazón y a su boca: “Cuando Gonzalo dijo ‘no más nadaísmo’ –evoca Angelita, en plena redacción de EL TIEMPO–, vino aquí donde Hernando Santos, le puso una flor en el saco y le dijo ‘Le entrego el nadaísmo’. Era como 1971 o 1972. Un día me advirtió: ‘No vaya a gastar tiempo en lo que he escrito antes’. Porque él consideraba que no era tan importante como su último mensaje. Pero yo he pecado: he leído otras cosas anteriores, como Sexo y saxofón y Los ratones van al infierno. Y son buenas”.
A partir de entonces, Arango se adentró en los misterios de la existencia humana. Según Angelita, se sumergía en el mutismo y decía que solo quería servir a la humanidad. Renunció a la fama, a las posesiones materiales y aseguraba estar pensando en cómo ayudar al mundo de manera efectiva:
“Las máximas las escribió mientras yo estaba con él, en tres libros que se llamaron Providencia, Fuego en el altar y Adangelios. Los nadaístas se referían a ellas como ‘Esas güevonadas que escribió mientras estaba contigo’. Pero cuando Jotamario leyó esto, quedó loco”.
En efecto, este último asegura que el pequeño volumen azul (con su dado, siempre a mano) es un manantial de pensamientos hermosos, a manera de un oráculo. “Con uno que se lea cada día, tiene el espíritu”.
Las letras de sanación se detuvieron abruptamente el 25 de septiembre de 1976, en una carretera cercana a Tocancipá. “Ese día, yo iba cantando y él estaba conmigo –dice Angelita–. Íbamos atrás en el carro, en un colectivo de Velotax, que iba muy rápido. Y de pronto se vino un bus. Él solo pudo decir ‘Mierda’. Después de eso, yo quedé muy desilusionada. Lo único que tenía era Gonzalito. No he visto a nadie con una adoración así, uno complementaba al otro, nunca peleamos (...) Las fechas para mí no son tan importantes. El dolor ya lo viví. A Gonzalito lo tengo aquí dentro. Sus verdades universales no cambian”.

La oscura noche

A muchos kilómetros, su más afamado seguidor vivió el mismo luto.
“Esa fecha (25 de septiembre) es mi oscura noche septembrina –responde Jotamario–. En ella, murió mi padre en Cali mientras leía una carta de despedida que le enviaba Gonzalo. Saqué una copia y lo enterré con ella en el bolsillo del pecho de su traje nuevo. Antes de morir le pedí una señita de que se mantenía vigente en la trascendencia. Pasado un año menos un día, nos reunimos todos los nadaístas en casa de Eduardo Escobar. Al despedirnos, le dije a Gonzalo que viajaba mañana a Cali a la misa de ‘cabodeaño’ y que publicaría en Occidente su carta como obituario. Él iba para Villa de Leyva a despedirse de los monjes del desierto porque viajaría a Londres con Angelita. ‘Ya no nos veremos más’, nos dijimos en el beso de despedida. En la misa de mi padre, en la elevación, mientras yo pensaba en lo que le había dicho en su cama de agonizante, entró mi tío Emilio todo despelucado y me susurró: ‘Qué pena decírselo, pero por la radio del taxi en que venía oí que se acaba de matar su amigo gonzaloarango’. ‘Bonita señal, papacito’, fue lo único que pensé”.

‘Entendí más a Gonzalo’

Desde entonces, Angelita, que había nacido como Angie Mary Hickie, ha vivido cuatro décadas de cierto ascetismo, alejada de los reflectores. “Caminé muchas montañas, me conocí más a mí misma y entendí más a Gonzalo y su grandeza. Estuve un tiempo en Inglaterra, donde expuse mis pinturas, y un tiempo en Ecuador, pero la vida finalmente me devolvió aquí luego de otro accidente automovilístico que tuve allá. Entendí que tenía que estar en Colombia”.
Con ayuda de sus amigos, elaboró tres cursos de inglés musicales, con 240 canciones. Está traduciendo al inglés 15 canciones de Jorge Villamil, graba sus propias canciones y musicaliza poemas de Arango.
Hace un par de semanas, el nadaísmo volvió a las primeras páginas tras la muerte de Elmo Valencia, ‘el monje loco’. “Fue el nadaísta por excelencia –lo define Jotamario–, aunque nunca se preocupó por nada. Sus libros más voluminosos, a los que entregó largos años, como La ciudad de los gatos y Bugambilia terminó extraviándolos.
Publicó Islanada, que es un libro de culto que habría que rescatar. Lo mismo que El cielo de París, del que publicó un borrador sin correcciones. El universo humano, que es uno de los cuentos estelares de nuestra literatura, el del niño que nace y vive dentro del cuerpo de la madre. Y para mostrar la peladez económica del nadaísmo en sus 50 años, publicó la antología Las bodas sin oro. Era una sola carcajada seguida de un aforismo de sabiduría zen”.
Al día siguiente de su muerte, en este mismo diario, Jotamario le rindió homenaje en su columna y dejó escapar una inquietante predicción que aquí amplía:
“Una noche de comienzos de los 60, en el bar de Efraín, en Cali, en medio del humo y las risas de los integrantes del grupo, un obrero tomó la palabra para perorar: ‘Yo pongo la fecha, de tal como van las cosas, en 1967 el presidente de la república será un nadaísta’. Erró por 50 años, pero con seguridad que va a cumplirse su vaticinio. El nadaísta De la Calle le trajo la paz a Colombia y, por tanto, con el voto del hombre de la calle, va a acceder a la presidencia. Ya le tengo el eslogan y el llamado: “De la Calle a Palacio. ¡Póngale la firma!”.
Al consultarle al propio candidato por este desliz poético de su excompañero, solo atina a decir, con una carcajada: “Es una cosa asombrosa. ‘Habrá un papa latino y luego vendrá un nadaísta a la presidencia’. Esperemos que se cumpla, entre tanto estamos cruzando los dedos”.
JULIO CÉSAR GUZMÁN
EDITOR CULTURA Y ENTRETENIMIENTO
Diana Rincón
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